Mientras se encontraban en Belén, le llegó
el tiempo de ser madre; y María dio a luz a
su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque
no había lugar para ellos en el albergue (S.Lucas
2, 6-7).
En las grandes fiestas litúrgicas de la Iglesia, como es la Navidad, no
solamente se recuerdan o celebran los principales Misterios de la vida de Jesús
o de la Virgen, sino que además se
reviven. Por eso se dice que la “Liturgia terrestre es un reflejo de la
Liturgia celeste”, pues como Dios y las almas del Cielo están en la eternidad
para ellos todo es hoy: la eternidad
es la posesión simultánea del pasado, del presente y del futuro. Ellos no tienen
nuestra limitación de no poder poseer todo el tiempo a la vez. Así, cuando
recibimos un christma en el que un
niño o niña de corta edad nos desea “que en esta nueva Navidad Jesús vuelva a
nacer en tu alma…”, no es algo pueril o un modo estereotipado de decir, es una
verdad teológica profunda y misteriosa. Cada Navidad –ésta que ahora se acerca
a fines del año 2016 que ya se extingue- es una magnífica oportunidad de un
nuevo nacimiento de Dios en nuestra alma; un nacimiento más profundo, más
auténtico, más consciente, más definitivo.