Trump no lo tenía nada fácil, pero sorprendentemente lo ha
conseguido. Tras una campaña explosiva y extenuante, en enero de 2017 se
convertirá en el 45º presidente de los Estados Unidos. Las encuestas
daban la victoria a Hillary Clinton. Era ella quien contaba con el
respaldo empresarial, financiero, mediático, político y académico. Era
ella la candidata del establishment, la protegida de los ex
presidentes. Era ella quien lo tenía todo: experiencia política,
infraestructura y una maquinaria electoral sin precedentes. Era ella
quien llevaba mucho tiempo preparándose para el gran evento.
Sí,
todo apuntaba a que Donald Trump iba a pasar a la historia como el
candidato que definitivamente hundió el partido republicano, como el
fundador de un nuevo populismo blanco en los Estados Unidos, como el
perfecto animador social de una campaña presidencial sin precedentes,
como el candidato que sólo encontró el respaldo del Ku Klux Klan y la
KGB. Pero no ha sido así. Ni mucho menos.
Me puso en la pista de
cuanto pasa en Estados Unidos una encuesta excelentemente interpretada
por los comentaristas políticos de la CNN. En ella se decía que el 15%
de los americanos iba a votar al candidato que consideraba mejor
persona; otro 15%, al candidato tenido por mejor gobernante; y un
abrumador 70% al candidato que, en su opinión, podía cambiar el rumbo
político de esta gran nación.
En la América rural, poco conocida fuera, se respira una contenida pero profunda desilusión social
Sí,
en los ambientes más rurales de los Estados Unidos, muy poco conocidos
fuera de estas fronteras, se respira una contenida pero profunda
desilusión social, una suerte de nacionalismo frustrado. “América debe
volver a ser grande” es lo que mucha gente piensa desde su silencio. Y
eso es precisamente lo que ha repetido sin cesar Donald Trump, con gran
acierto por su parte.
Me lo decía recientemente, con tono serio y
carismático, un granjero del sur de Georgia que pasó más de diez años
alistado en el Ejército americano: Ha llegado la hora del cambio.
América no funciona. Falta orden, seguridad interna y externa. Hay
miedo. La educación de nuestros jóvenes es un verdadero desastre. La
inmigración, que es un bien en sí mismo, está descontrolada. La
globalización nos ha hecho perder nuestra identidad. Los políticos
trabajan de cara a la galería internacional, pero no piensan en
nosotros.
Todas esas cosas son ciertamente las que están en el
corazón de millones de americanos, frontalmente separados de la clase
política de Washington y de la financiera de Nueva York. El
vicepresidente saliente, Joe Biden, ha acertado plenamente en su
diagnóstico: “Hay mucha gente que se siente abandonada”. Hillary, como
acostumbran los demócratas, ha ganado en las zonas urbanas, pero en las
zonas rurales, las realmente abandonadas, el apoyo a Trump ha superado
en ocasiones el 40%.
Hillary Clinton no supo ganarse masivamente el apoyo hispano, ni el afroamericano, ni el de los jóvenes
Clinton
ha sido vista por muchos americanos como una sombra de Obama. Pero con
una importante diferencia: no es Obama. Hillary Clinton no supo ganarse
masivamente el apoyo hispano, ni el afroamericano, ni incluso el de los
jóvenes, como supo hacerlo el presidente saliente. Obama cautivó al
auditorio; Hilary, no. Ese apoyo incondicional de colectivos cada vez
más influyentes, que representan más del 20% del electorado, era
completamente necesario para ganar en estados indecisos.
Muchos
hispanos y afroamericanos, que defendieron a capa y espada la
candidatura de Obama, han optado por no acudir a las urnas con el fin de
castigar a la clase política, y en concreto a Hillary Clinton. No ha
sido suficiente razón para votarla el hecho de estar en contra de Trump.
Muchos, equivocadamente, habíamos pensado de otro modo. Según una
encuesta publicada a pie de urna, más del 50% del electorado hubiera
votado de nuevo a Obama, pero no a Clinton, como ha quedado claro.
La
candidata demócrata no se ha ganado a la sociedad americana. Le ha
faltado simpatía, autenticidad: ser ella misma. Se aprendió de memoria
el guión fabricado por sus múltiples y bien seleccionados asesores, y lo
interpretó con corrección y elegancia, pero eso no ha bastado. Ha
quedado bien claro que no era su guión. Ella no era la verdadera autora, como sí lo era, en cambio, Trump, del suyo.
Las expresiones de furia de Trump, así como su nervio político, han provocado gran satisfacción en un pueblo inseguro
Por
lo demás, la circunstancia de ser mujer, aunque sin duda le ha dado
votos a Clinton, no ha sido tenido como factor determinante por el
pueblo americano. Y es que en Estados Unidos son ya bastantes las
mujeres que han ocupado puestos políticamente relevantes, por lo que el
hecho de que el presidente sea varón o mujer comienza a verse como algo
accidental, no como una necesidad imperante. Los dos últimos
nombramientos para el Tribunal Supremo, por ejemplo, han sido dos
mujeres: Sonia Sotomayor y Elena Kagan.
América piensa que Trump
puede cambiar las cosas. Así lo ha dejado claro. Él ha tenido la
habilidad de ganarse al sector desilusionado. Sus expresiones de furia,
así como su nervio político, tesón y autoestima a prueba de bomba, han
provocado gran satisfacción en un pueblo que se siente inseguro y poco
protegido por la clase política. Trump ha llegado a la gente a la que no
se le estaba escuchando desde hace mucho tiempo. Por eso, sus
comentarios groseros, sus enredos financieros y sus escándalos sexuales
han sido minimizados por una mayoría que pide cambio.
En
cuestiones internacionales, han calado más las nuevas ideas de Trump que
la experiencia de Clinton. Trump no ha escondido su simpatía con el
presidente ruso, Vladimir Putin, y ha prometido reforzar la lucha
militar contra el ISIS. Pero, a la vez, ha defendido una política
exterior aislacionista, completamente alejada del principio de que
Washington debe erigirse en policía del mundo o protector de la
democracia internacional allende los mares.
El nuevo presidente sabe que acaba de arrebatar la política a los políticos y parece que quiere devolvérsela al pueblo llano
Trump
ha demostrado ser una persona lista e inteligente, que sabe acomodarse a
las circunstancias del momento. Lo ha vuelto a manifestar en su primer
discurso como presidente electo: palabras cariñosas para su rival,
llamada a la unidad nacional, siembra de paz y tranquilidad al pueblo
americano. Trump, que nunca ha ejercido de político, es consciente de
que acaba de arrebatar la misma política a los políticos y parece que
quiere devolvérsela al pueblo llano. Ahora tiene que trabajar sin
descanso en recomponer una clase media que se encuentra completamente
erosionada, así como guiar con acierto la transformación de una sociedad
que se está polarizando ante la pérdida de la hegemonía del colectivo
blanco.
Cuando hace unos días, en una reunión social, comenté que
Estados Unidos iba a convertirse en menos de treinta años en un país
completamente bilingüe, una señora de la clase alta de Atlanta se retiró
amablemente de la animada tertulia. La conversación había terminado
para ella, pero no para los millones de personas que, procedentes de
América Latina, están sacando adelante este gran país que nunca deja de
sorprender al mundo... como ha vuelto a hacerlo de nuevo este 8-N.
***
Rafael Domingo Oslé es Spruill Family Research Professor en la
Universidad de Emory en Atlanta y catedrático en la Universidad de
Navarra. @RafaelDomingoO1
Fuente: El Español - 10/11/2016
Las opiniones vertidas en este artículo corren por cuenta del autor,
y son independientes de la línea editorial de CIVILITAS.
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