Casualidades del destino, ayer estuve en Washington DC y
pude ser testigo -un poco más cercano que la mayoría- de la histórica victoria
de Donald Trump.
Noche en el museo
Cerradas las urnas, al caer la tarde, me encontré por
casualidad frente a la National Portrait Gallery, uno de los museos del
Smithsonian -es decir: gratis- en el que por alguna razón nunca había entrado.
Allí está la famosa galería de presidentes, con retratos de todos los ocupantes
de la Casa Blanca, y de George Washington (que nunca vivió allí, pero que esta
eternizado en varios lienzos).
La idea de pasar un rato frente a los protagonistas de la
fundación de la república Americana y de su posterior historia, se me hizo
inapelable ante la tesitura de que el nuevo socio de ese selecto club fuera
Donald Trump o, por vez primera, una mujer que ya fuera primera dama. ¿Que
pensarían George Washington, John Adams, Hamilton, Lincoln, Roosevelt, Reagan
de estos personajes?
El museo estaba singularmente vacío. Se ve que a nadie se le
había ocurrido esta idea que a mí se me ofrecía como por casualidad. Buena
ocasión para detenerme mirando a los ojos a esas personalidades únicas -para
penetrar su visión del cargo y sus miedos ante lo que estaba a punto de pasar-
y acercar el oído a sus bocas -selladas por la cera de la historia- para
escuchar sus advertencias.
Gravitas
En los trazos de pincel -como en las fotos de Lincoln y en
los vaciados del natural de su rostro y sus manos- uno descubre la simbiosis
entre la psicología del individuo y su fisionomía, y la idea de una institución
-la presidencia de los Estados Unidos de America- absolutamente única. En cada
cuadro se trasluce una versión moderna de la distinción medieval entre “los dos
cuerpos del Rey”, que explorara E.H. Kantorowitz: el cuerpo físico y mortal de
la persona, y el cuerpo inmortal de la institución. Solo un indicio más del
caracter monárquico de la Presidencia de la Unión, y de su naturaleza casi
mítica.
Una característica común a los retratos de los primeros
presidentes es precisamente su porte “presidencial”: la gravitas. Ese gesto que
refleja el peso de la República sobre la conciencia, la solemnidad del
juramento y la tarea encomendada, la dignidad de quien simboliza a la nación y
contribuye a su futuro. Ese gesto sobre el que tanto se habla cuando se trata
de elegir un candidato para la Presidencia, o de seleccionar actores en un
casting cinematográfico para representar ese papel (cabe preguntarse si hay
alguna diferencia, sobre todo desde el día de febrero de este año en que se
colgó en el museo un retrato de Kevin Spacy en el papel de Francis Underwood,
presidente en la serie House of Cards…).
Ciertamente, tanto Trump, con su aspecto de gerente de casino
de Las Vegas, como Hillary (al menos en cuanto abre la boca), carecen de esa
gravitas. Pero, en realidad, ya algunos de los retratos anteriores apuntan a un
relajamiento de esa disposición del animo. JFK representado como un dandy (hay
en otros lugares cuadros suyos y algunas fotos mas presidenciales, es verdad);
Ronald Reagan con media sonrisa y boca abierta; Bill Clinton distorsionado al
más puro estilo pop-art; George W. Bush recibiendo de casual en la sala de
estar de su rancho, con su gesto afable y su mirada simple, etc.
Confidencias presidenciales
Parece claro que George Washington, John Adams o Thomas
Jefferson estarían escandalizados ante la idea de un presidente de reality
show. Aunque sus pelucas no sean menos ridículas que el peinado del magnate.
Eran demasiado conscientes de los frágiles equilibrios del gobierno del pueblo,
por el pueblo, para el pueblo, como lo describiera Lincoln. Pero también es
cierto que su preocupación no se hubiera despertado en 2016, sino mucho antes.
Jamás pretendieron un cargo tan poderoso, ni tocado de semejante mística.
Aunque es verdad que Adams hizo el ridículo durante un tiempo entreteniéndose
en el debate sobre el tratamiento protocolario que requería la presidencia, con
formulaciones más propias de una corte monárquica europea. Cada tiempo tiene
sus solemnes frivolidades.
Cuando les miras a los ojos, cuando escuchas sus susurros
angustiados, los padres fundadores no te hablan de Trump ni de Hillary. Sus
gemidos -contenidos por su estoico gesto presidencial- te hablan de viejas
advertencias, de un camino sinuoso hacia el abismo frente al que habían
advertido repetidas veces.
‘Todo empezó el día en que hubo un debate televisado y ganó
el más guapo’. Y otro mascullaba: ‘mira que Ronald me caía bien, pero nunca me
gustó que fuera un actor’. ‘Desde que los presidentes son protagonistas de
nuestras películas, no cabía esperar otro resultado’. ‘No nos engañemos: aunque
sea mucho más sofisticado y simpático, y su lenguaje sea inspirador y positivo,
no ha habido presidente más polarizador de la política nacional que Obama.
También el gano las elecciones con una financiacion alternativa, apelando a
sentimientos aspiracionales sin ninguna contrapartida (yes we can),
presentándose como el líder que rompería las cadenas del establishment de
Washington. También él ganó movilizando a la gente de su raza con un discurso
identitario…’. ‘Y sin embargo, para bien o para mal Guantánamo sigue abierto’.
‘Pero no nos malinterpretes: nada tenemos que ver con los
defensores del status quo. Nosotros hicimos la revolución contra la tiranía. El
problema es que no tenemos claro quién es ahora el tirano cuya sangre debe
derramarse para hacer crecer el arbol de la libertad’.
‘Solo espero que si gana Donald no se haga retratar en uno
de sus casinos’.
A la salida del museo, los bares estaban a rebosar. En las
pantallas gigantes -a veces de más de cinco metros de ancho- se proyectaban los
resultados de la superbowl de la política. La gente aplaudía fervorosa cada vez
que las primeras proyecciones de voto concedían un nuevo estado a Hillary.
Pero la noche iba a ser muy larga.
Fuente: La hura del áspid
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y son independientes de la línea editorial de CIVILITAS. |
jueves, 10 de noviembre de 2016
GALERÍA DE RETRATOS PRESIDENCIALES - Por Ricardo Calleja Rovira
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