Le
escuché una vez a un profesor judío la siguiente explicación sobre la
naturaleza de las principales religiones “monoteístas” (entre comillas
pues es una descripción no muy adecuada):
- El judaísmo es una religión política, pero no universal (la Ley se aplica solo en el estado de Israel, y no pretenden imponer a nadie sus mandatos fuera de allí, ni convertir a nadie).
- El cristianismo es una religión universal -y por eso, “proselitista”- pero no política (como explicaba Benedicto XVI, el cristianismo siempre ha apelado a la razón y a la naturaleza para fundamentar la ley civil, y por tanto no implica un único régimen político confesional). Mientras este carácter no político se mantiene, el cristianismo es fiel a su genuino respeto a la conciencia;
- El Islam, sin embargo, es una religión universal y política. Llamada a expandirse como una forma de sociedad (la umma) configurada por la ley religiosa (la sharía). Eso la hace potencialmente peligrosa.
Si además -esto ya es
mío- la ley religiosa propugna el uso de la violencia para consolidar su
régimen político universal (el califato) -quizá no los degüellos de
sacerdotes inocentes, pero sí otras formas no menos explícitas-,
entonces tenemos un problema muy gordo.
Desde nuestra
perspectiva -que es la cristiana, pero también la de la razón ilustrada-
una religión violenta es un contrasentido. Así lo recordó Ratzinger en
su discurso de Ratisbona, citando un diálogo con el empezador bizantino
Manuel Paleólogo:
Seguramente
el emperador sabía que en la sura 2, 256 está escrito: «Ninguna
constricción en las cosas de fe». Según dice una parte de los expertos,
es probablemente una de las suras del período inicial, en el que Mahoma
mismo aún no tenía poder y estaba amenazado. Pero, naturalmente, el
emperador conocía también las disposiciones, desarrolladas sucesivamente
y fijadas en el Corán, acerca de la guerra santa. Sin detenerse en
detalles, como la diferencia de trato entre los que poseen el «Libro» y
los «incrédulos», con una brusquedad que nos sorprende, brusquedad que
para nosotros resulta inaceptable, se dirige a su interlocutor
llanamente con la pregunta central sobre la relación entre religión y
violencia en general, diciendo: «Muéstrame también lo que Mahoma ha
traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malas e inhumanas, como
su disposición de difundir por medio de la espada la fe que predicaba».[3]
El emperador, después de pronunciarse de un modo tan duro, explica
luego minuciosamente las razones por las cuales la difusión de la fe
mediante la violencia es algo insensato. La violencia está en
contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma. «Dios no
se complace con la sangre —dice—; no actuar según la razón (συν λόγω)
es contrario a la naturaleza de Dios. La fe es fruto del alma,
no del cuerpo. Por tanto, quien quiere llevar a otra persona a la fe
necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no
recurrir a la violencia ni a las amenazas… Para convencer a un alma
racional no hay que recurrir al propio brazo ni a instrumentos
contundentes ni a ningún otro medio con el que se pueda amenazar de
muerte a una persona».[4]
El cristianismo es la
primera religión no violenta -y probablemente la única, como ha
explicado tan bien René Girard- pues renuncia al mecanismo del chivo
expiatorio. Es también -y en esto escuchamos a Ratzinger- la primera y
única religión que pretende ser “verdadera”, en el sentido de que
propone una verdad para el intelecto (una verdad performativa, no
meramente informativa) y no solo ni principalmente unas reglas rituales y
de comportamiento.
(Evidentemente el
cristianismo como fenómeno histórico ha recaído en formas arcaicas de
religiosidad, violentas e irracionales, o en formas de cesaropapismo, pero tiene dentro de sí la cura para esas enfermedades).
Corremos el riesgo de
proyectar nuestra insistencia en la verdad y en el amor como si fueran
elementos de toda religión, y descubrirlas allí donde sencillamente no
están presentes. Es verdad: son el contenido esencial de toda verdadera
religión, y resuenan en el corazón de cualquier hombre o mujer. Pero
resulta que no todas las religiones son verdaderas, ni pretenden serlo.
Por tanto, quizá debamos ser más explícitos y decir una de estas dos
cosas: que algunas formas culturales que llamamos religión, no son
religión, al menos no en sentido pleno. O que el cristianismo no es en
realidad una religión (que es lo que ha pensado la tradición cristiana
de toda la vida). Pero entonces habría que revisar nuestra noción de
libertad religiosa.
Dicho esto, y para no
caer en radicalismos o enfados con la autoridad, conviene recordar que
quienes están en posiciones de gobierno -a diversos niveles, civiles o
eclesiásticos- tienen la responsabilidad de moderar su lenguaje para
evitar males mayores o lograr ciertos objetivos políticos al servicio de
la paz. No es su tarea ofrecer análisis intelectuales, pues la lucidez
de la razón puede resultar políticamente explosiva y eso no ayuda.
Ciertamente nadie puede decir lo contrario de lo que piensa con
intención de engañar. Pero hay que reconocer la necesidad de modular las
declaraciones sobre el Islam, a la vez que se cultiva una toma de
conciencia ajena a confusionismos sentimentales y a proyecciones de
nuestros propios prejuicios.
Por eso se explica que
un Ratzinger dijera que Turquía no podía ser parte Europa, pero como
Benedicto XVI se mostrara amistoso con la posibilidad de que se
integrara en la UE, siempre cumpliendo ciertas condiciones. O que un
Benedicto XVI hiciera un discurso clarividente en Ratisbona apuntando la
incompatibilidad de razón y violencia en el Islam, pero luego tuviera
que moderar sus declaraciones y ejercer la diplomacia vaticana.
¿Es posible un Islam
“moderado”? Desde luego no sería el Islam que fundó Mahoma, ni el que ha
conquistado con la espada medio mundo y puesto en jaque a la
civilización occidental en numerosas ocasiones… sino una interpretación
“bíblica o judeocristiana” o acaso “ilustrada” de los contenidos del
Corán. No sé si eso es posible desde el punto de vista normativo. Pero
desde luego hay millones de musulmanes “moderados” en la práctica. Y
viviríamos más tranquilos si todos fueran así. Es un cambio que solo
puede darse desde dentro y que quizá se dificulta con el afán
expansionista de la ideología liberal occidental (que es también
universal y política). ¿Qué podemos hacer nosotros además de poner la
otra mejilla, para no exacerbar el islamismo pero a la vez salvar
nuestras sociedades?
No mucho, me temo, pero está bien que alguien lo intente. Que Dios nos pille confesados.
Y lúcidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario