Mientras se encontraban en Belén, le llegó
el tiempo de ser madre; y María dio a luz a
su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque
no había lugar para ellos en el albergue (S.Lucas
2, 6-7).
En las grandes fiestas litúrgicas de la Iglesia, como es la Navidad, no
solamente se recuerdan o celebran los principales Misterios de la vida de Jesús
o de la Virgen, sino que además se
reviven. Por eso se dice que la “Liturgia terrestre es un reflejo de la
Liturgia celeste”, pues como Dios y las almas del Cielo están en la eternidad
para ellos todo es hoy: la eternidad
es la posesión simultánea del pasado, del presente y del futuro. Ellos no tienen
nuestra limitación de no poder poseer todo el tiempo a la vez. Así, cuando
recibimos un christma en el que un
niño o niña de corta edad nos desea “que en esta nueva Navidad Jesús vuelva a
nacer en tu alma…”, no es algo pueril o un modo estereotipado de decir, es una
verdad teológica profunda y misteriosa. Cada Navidad –ésta que ahora se acerca
a fines del año 2016 que ya se extingue- es una magnífica oportunidad de un
nuevo nacimiento de Dios en nuestra alma; un nacimiento más profundo, más
auténtico, más consciente, más definitivo.
¿Y cómo prepararnos bien a vivir más consciente y coherentemente esta nueva
Navidad? ¿Cómo revivir ese Nacimiento dentro de nosotros? ¿Cómo meditar más en
serio lo que a veces inconscientemente estamos celebrando? Por tanto, ¿cómo
lograr la coherencia entre lo exterior y lo interior?
Quizás, precisamente, observando y aprovechando mejor el despliegue de los
aspectos externos de la celebración de la Navidad: luces, árboles decorados e
iluminados, belenes por doquier, adornos típicos (la corona de Adviento, por
ejemplo -de origen alemán- tiene un significado de preparación creciente y
aproximativa muy interesante). Aunque muchos recurran a esos medios de un modo
rutinario, por costumbre –“porque ahora toca hacer esto”- o por intereses
meramente comerciales, nosotros podríamos saber usarlos para su verdadero fin,
para lo que nacieron: ser recordatorios gráficos de lo que vamos a celebrar.
Saber mirar esos belenes con mirada contemplativa, entrecerrando los ojos y
viendo como si esas figurillas se transformaran en seres vivos; imaginando el
ambiente real donde Dios vino al mundo. Meterse
en el Misterio. Convivir como un
personaje más de Belén con Jesús, María y José. Observar y aprender…
Lo primero que tendrá que haber hecho San José al llegar a aquel establo, a
aquella cueva utilizada por animales –con el dolor de no poder ofrecer a la
Virgen y al Niño que iba a nacer nada mejor- sería armar una escoba con ramas
secas y barrer bien aquel lugar. Nosotros tenemos que barrer la basura del
alma, limpiarla de nuestros pecados con una buena Confesión. Primer paso –como
hizo José- para adecentar el lugar donde Dios quiere volver a nacer: en cada
una de nuestras almas. Luego él encendería un fuego dentro de allí para
calentar el ambiente (en Belén en invierno hace mucho frío). Nosotros tenemos
que ir caldeando nuestra alma, nuestro corazón, donde el Señor quiere entrar,
con actos de cariño, de amor. Al mirar esas sencillas representaciones del
Nacimiento, decirle frases de afecto, que le esperamos, que queremos que esta
nueva Navidad sea la mejor vivida junto a Él de nuestra vida. José adecentaría
el lugar donde iban a reclinar a Jesús –un pesebre, un comedero de animales…,
algo indigno de Él, como nuestra pobre alma- poniendo allí quizás hierba seca,
con fragancia de heno limpio, quizás algunas hierbas aromáticas. Nosotros
igual: ir preparando nuestra alma en estos días previos del Adviento, para que
se convierta en una cuna limpia, fragante, cálida, confortable, para que allí
nuestro Señor se sienta a gusto, querido, esperado, mimado. Y allí ¡tiene que
volver a nacer! Y quedarse ya para siempre con nosotros de un modo nuevo.
...y todos los que los escuchaban quedaron
admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba
en su corazón.
Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido (S. Lucas 2, 19-20).
Con el Nacimiento de Jesús se completa la Sagrada Familia, el modelo de
toda familia cristiana, una Familia a la que tenemos que pertenecer todos: en
todas nuestras familias debería reflejarse como un trasunto, algo del ambiente
de unión y amor de la familia de Nazareth. Si sabemos meternos en el Misterio
que celebramos, allí dentro nos contagiaremos algo del ambiente de calor y amor
que hay entre ellos tres. Y algo de ese contagio lo transmitiremos a nuestra
familia casi sin darnos cuenta. Decía Santo Tomás de Aquino, tradere contemplata: saber transmitir lo
contemplado. Nos metemos en el Misterio y de allí sacamos la fuerza para ser en
casa sembradores de paz y alegría, como un soplo de aire puro y fresco que
vivifica todos los ambientes en los que estemos. Por tanto, para lograr para
cada uno de nosotros y para todos los nuestros que la Navidad de 2016 la
recordemos siempre como la mejor vivida de nuestra historia, comencemos ahora
pidiendo al Cielo: ¡Jesús, María y José, que estemos siempre entre los Tres!
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