Perdió Clinton. Algunos se sorprendieron,
y otros se disgustaron. A mí no me llamó la atención. Es más, lo
esperaba desde hace tiempo, luego de leer en El País de Madrid un
artículo, que si bien atacaba virulentamente al magnate norteamericano,
concluía que los demócratas iban a tener que realizar un extraordinario
esfuerzo para llevar a la Casa Blanca a la ex Primera Dama. La razón que daba el
autor, era que los votantes de Trump eran mucho más militantes que los
desganados seguidores de Clinton, a quien votaban más que nada, para
evitar que ganara el empresario… pero sin mayor convicción.
Desde que
comenzó la campaña, dije que a mí, en principio, Trump no me gustaba.
Pero siempre dije también que me parecía menos malo y dañino que
Clinton. De esto, jamás tuve dudas. Porque nunca creí que fuera un loco o
un idiota. Una persona con problemas mentales serios, jamás podría, ni
remotamente, amasar la fortuna que amasó Trump. Que sea inteligente, no
quiere decir sea bueno. Lo que sí quiere decir es que no es estúpido.
Tampoco un tonto o un loco pueden
alcanzar la primera magistratura del país más poderoso del mundo, y
menos después de haber sido sentenciado a perder en cada una de las
instancias electorales en que participó. Un idiota, no puede ganarle a
todo el establishment político, financiero y mediático estadounidense: si
así fuera, significaría que todos son aún más idiotas que el ganador.
Sólo una persona inteligente puede lograr un triunfo en esas
circunstancias: Trump es un empresario exitoso, que se fijó unas metas,
analizó los medios que tenía para lograrlas y utilizó los que creyó
mejores. Y ganó. Sin pedirle un peso a nadie para financiar su campaña.
Quizá por eso -porque no tiene favores que pagar ni dinero que devolver-, cundió el pánico entre los poderosos de América. La libertad de acción de un Presidente puede resultar peligrosa para el establishment...
Es evidente que el magnate orientó su
discurso y su campaña para ganar los votos de determinado sector de la
población que identificó como mayoritario. Les dijo lo que querían oír,
logró que le creyeran, y así llegó a la Casa Blanca. ¿Demagogo? ¿Quién
lo puede negar? Hoy por hoy, es difícil encontrar un candidato en el
mundo que no lo sea, al menos en cierto grado. Y es claro que Hillary
Clinton, después de prometer que iba a derogar las duras leyes anti
inmigración que aprobó su marido hace 20 años, no puede declararse
inocente de semejante acusación. Alguno objetará que así fue como ganó
Hitler. Es cierto. Pero el problema con Hitler no fue que ganó, sino que
lo dejaron demasiado tiempo y luego no se lo pudieron sacar de encima.
Trump aún no inició su mandato…
Ahora bien, si ganó gracias al voto
indignado del blanco, cristiano, heterosexual, de 45 años para arriba,
de clase media, y si arrastró en masa a los sectores rurales, es porque
esos ciudadanos están hartos de “pagar la fiesta”, para terminar siendo
después el ultimo orejón del tarro, en una sociedad donde campean el
liberalismo y el relativismo a ultranza que representa Clinton.
Como republicano y federal, y como
cristiano, creo que todos los extremos son malos. Pero los extremos de
hoy, siempre son la reacción comprensible (aunque no necesariamente
justificable) a los extremos de ayer, pero de signo contrario. El gran
desafío de todo gobernante es encontrar el justo equilibrio, que permita
brindar la mayor felicidad a la mayor cantidad de gente posible.
Pasadas las elecciones y llegado el
momento de gobernar, lo que algunos optimistas esperamos, es que Trump
actúe como el empresario que es, y no como el monstruo que provocó la
caída de las bolsas por el solo hecho de resultar electo. No se trata de
tirar manteca al techo, ni de ser triunfalistas, ni de quitarle
gravedad al hecho dramático de que en Estados Unidos, no hubo otro
candidato a la presidencia mejor que Trump… Se trata simplemente, de
darle un voto de confianza, de esperar y ver qué hace para juzgar sus
actos, uno por uno, sin prejuicios, y con la mayor objetividad posible.
Es hora de que actuemos del modo en que normalmente lo hacemos con todos los
políticos: juzguémoslo por sus acciones, no por sus discursos.
Hasta ahora, hemos podido ver poco y
nada. Sería imprudente, pretender sacar conclusiones sobre
sus principales propuestas como gobernante, a partir de un par de
discursos post elección. Pero las señales que viene dado Trump, parecen
ser de unidad, y eso es esperanzador. Claro que esto es lógico: sabe
perfectamente que solo, no puede gobernar, que los apoyos dentro de su
partido son dudosos, y que necesita desesperadamente el apoyo de la
mayor cantidad de gente posible para encarar algunas reformas. Entre las
cuales no creo, sinceramente, que se encuentre la construcción de un
muro en la frontera mexicana. Sería muy buena cosa que en los próximos
días, el Presidente Trump siguiera bajando los decibeles al radicalismo
que caracterizó su campaña.
En el contexto mundial, la derrota de
Clinton se suma a la serie de resultados adversos que viene sufriendo
el “progresismo global”, particularmente en América: la derrota de
Cristina Kirchner en Argentina, la caída de Dilma Rouseff en Brasil, el
triunfo del NO en el plebiscito promovido por Santos en Colombia… La brutal
crisis económica e institucional en Venezuela… Y el triunfo del BREXIT
en Inglaterra. Da la impresión de que sin prisa pero sin pausa, lo que
era políticamente correcto, empieza a ser nuevamente, políticamente
incorrecto. No es extraño. La ley del péndulo sigue vigente. El hombre
sigue siendo libre. No hay tendencias políticas y sociales inexorables.
Pero por encima de todo, parece que la ley natural, al fin y al cabo
puede volver a triunfar y a reclamar sus fueros, aún allí donde parecían
perdidos para siempre: es gratificante saber que el Vicepresidente
Pence, se propone revisar la cuestión de la legalización del aborto en
su país.
Es positivo, a nuestro juicio, que
algunos se empiecen a dar cuenta de que a la gente, se la puede arrear a
ponchazos, gritos y latigazos, sólo hasta cierto punto. Pero que una
vez rebasados determinados límites, la tropa se dispara y los que era un
andar manso, se convierte en estampida. Y esto es bueno que lo sepan
tanto los ultraliberales como los ultraconservadores. Porque en algún
lado entre esos extremos, debe estar el punto de equilibro más justo
para todos. Los que lo busquen, podrán permanecer en el gobierno. Los
que apuesten a los extremos, estarán siempre condenados al fracaso.
En definitiva, y por encima de hechos
concretos, es una buena noticia para la Humanidad el aparente cambio de
tendencia, a la vez que un llamado a la responsabilidad, a la justicia
–en su acepción clásica de dar a cada uno lo suyo- y sobre todo, a la
prudencia, de todos y cada uno de los habitantes del Planeta. Desde el
primer gobernante hasta el último ciudadano. A ver si de una vez, nos
decidimos a ir por el camino del medio, entre dos extremos que no
conducen a ninguna parte.
Que Dios ayude al Presidente Donald Trump
a gobernar con sensatez a los Estados Unidos de Norteamérica. El mundo
entero se lo agradecerá.
Fuente: ¡Siempre haciendo lío!
Las opiniones vertidas en este artículo corren por cuenta del autor,
y son independientes de la línea editorial de CIVILITAS.
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