viernes, 21 de octubre de 2016

EL PERFIL DEL BUEN GOBERNANTE EN LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA: ¿POSIBILIDAD DE APLICACIÓN EN POLÍTICA DE EMPRESA?



XVIII ENCUENTRO INTERNACIONAL DE PROFESORES

DE POLÍTICA DE EMPRESA

Sevilla, 14 y 15 de Noviembre de 2016




 



EL BUEN GOBERNANTE EN LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA: ¿POSIBILIDAD DE APLICACIÓN EN POLÍTICA DE EMPRESA?


Prof. Ricardo Rovira Reich von Häussler,

Octubre, 2016

Crear un centro de estudios de dirección, organización, administración y gestión de actividades privadas y públicas” 
(Antonio Valero, proyecto original del IESE, 1958)

El estilo de formación para el gobierno público en el mundo greco-romano de hace 20 siglos es crecientemente respetado hoy como inspiración en los actuales programas para formación de políticos y gobernantes en el ámbito de la administración pública; aunque estos programas sean escasos y de variada eficacia. Pero ya existe cierta experiencia en programas de formación para el gobierno apoyados en los clásicos. Personalmente, he podido participar en esa docencia en los últimos 14 años del programa de Máster y Doctorado en Gobierno y cultura de las organizaciones impartido desde el “Instituto Empresa y Humanismo” de la Universidad de Navarra, dirigido por Rafael Alvira. También he participado durante 25 años como profesor de Filosofía política y de gobierno en los cursos impartidos para jóvenes y menos jóvenes de 27 países a través de CIVILITAS-EUROPA y en algunos otros foros: al estudiar el modo en que en la Antigüedad clásica se formaba a los futuros gobernantes, exhumar sus principales conceptos, descodificarlos, y luego aplicarlos a las realidades políticas hodiernas, me quedé admirado de la buena recepción, y aún del entusiasmo que levantaba en públicos variados esa sabiduría antigua que en los asistentes aparecía como muy práctica y aplicable en la actualidad.
En la realidad y experiencia de profesores de Política de Empresa, que deben ser necesariamente pragmáticos, aunque muchos de ellos gusten de la cultura humanística –y aun consideren que puede suponer un enriquecimiento en su labor de investigación y docencia- comprendo que puedan aparecer como triviales para su finalidad profesional específica los académicos humanistas que hablan de realidades poco prácticas. Quizás, en algunos aspectos, pueden resultar sugerentes o interesantes, pero en principio “es otro mundo”, un mundo que no está contrastado con las realidades concretas, verificables, realidades necesarias para la vida de todos los días, como es la realidad del mundo empresarial. A pesar de ello ¿puede suponer alguna aportación, aunque sea meramente en el ámbito de la inspiración o de la intuición, el modo de formación para el gobierno político en los grandes autores clásicos?[1]
Después de revisar la titulación de todas las ponencias presentadas en estas sesiones desde el año 2000 al año 2015, leer completos los libros publicados, y estudiar con atención el contenido de las presentadas para este año[2], pienso que cabe un diálogo intertextual, y más aún un diálogo verbal y personal entre el mundo clásico y vuestra dedicación profesional. La misma ponencia de Damián Frontera sobre las cualidades, virtudes o capacidades del director general, me animan a una homologación con los estudios que se han hecho desde hace más de 25 siglos sobre la personalidad del gobernante público. Asimismo, ya en vuestro primer Encuentro, el profesor Bartolomé Alarcón titulaba así su ponencia: “El modelo de gobierno aplicado en la formación de responsable públicos: la experiencia del programa de alta dirección de instituciones sociales”, lo que me hace no sentirme demasiado descaminado en este intento. O en el tercer Encuentro se expuso el “Informe sobre el ADIS: un programa para el perfeccionamiento profesional de los responsables públicos”, por el admirado profesor José Luis Lucas. Quizás ambas se debieran a razones circunstanciales que desconozco, pero ayudan a constatar que conceptualmente mi pregunta no es contradictoria, porque el mismo profesor Lucas Tomás retoma en el VIII Encuentro similar asunto: “Aplicaciones de la política: el gobierno empresarial, el público y el profesional”.
Aunque pueda parecer obvio, existe un primer punto de contacto entre los modos de formación para y ejecución de la función pública, y las mismas instancias en Política de Empresa: son los valores personales de quienes tienen la responsabilidad de dirigir. No es necesario demostrarlo en el ámbito de este Encuentro, porque con sólo hojear el volumen titulado Respuestas empresariales a los desafíos del entorno, salta a la vista que la principal respuesta es la imperiosa necesidad de esos valores. Asimismo el paralelismo entre las virtudes del buen gobernantes para los clásicos, y el elenco de características para el buen desempeño del directivo de una empresa familiar reseñadas por Juan Ginebra en “La familia empresaria” (2014), es notable y a mi entender confirmatorio[3].
Por tomar como referencia a un clásico entre los clásicos, como es Aristóteles, podría parecer a primera vista que el tratamiento que hace Luis Manuel Calleja en el mismo volumen –Lo gobernable es la afabilidad y la confianza justa- entra de lleno en la aplicación que propongo dilucidar; sin embargo, consecuentemente con la concepción arquitectónica de lo político en La Política, en el documento presentado se hace más referencia a las estructuras de gobierno –lo institucional- que a las condiciones personales del gobernante, aunque sí se rescata a mi limitado entender, que la empresa es una sociedad más y por ende, puede servir aplicar en ella lo que sirve para servir mejor en otras sociedades, también porque lo que es según naturaleza tiene vigencia en todos los ámbitos.
A quien acertaba a ejercer convenientemente el gobierno político desde la Antigüedad hasta nuestros días, con visión amplia, buscando siempre el bien común, y con capacidad para entenderse con tirios y troyanos, se le ha llamado estadista mucho tiempo antes que surgiera la forma política de los estados nacionales. Me ha parecido relevante respecto al tema que nos ocupa, que José Luis Lucas reclame en el documento que presenta ahora para este Encuentro, la condición de estadista al político de empresa o al consejero independiente.

El recurso a los antiguos

Se dijo de Peter Drucker que es alguien bien preparado para el futuro porque conoce perfectamente el pasado. Ya lo afirmaba el dicho popular: “el historiador es un profeta que mira hacia atrás”. En el ambiente editorial sobre la dirección de empresas han hecho fortuna algunos autores haciendo el intento de exhumar –cuando no aprovechar el prestigio- de personajes del pasado para exportar ideas al presente. Uno de los autores que han popularizado ese recurso ha sido Antony Jay: en 1967 publicaba en Londres Management and Machiavelli, pretendiendo interpretar al renacentista florentino en clave empresarial moderna. Su intento utilitario no es un paradigma de rigor histórico –como dicen los italianos se non è vero, è ben trovato- pero las sucesivas ediciones se han vendido por docenas de miles.
La idea directriz de este nuevo género de literatura es que en las últimas décadas se ha acumulado una gran masa de información sobre el arte de dirigir empresas, pero ese crecimiento no ha sido acompañado de una similar comprensión, y por eso debe recurrirse al complemento de la historia y la ciencia política. Quizás sea una justificación para el nuevo negocio afirmar en 1967 que “la nueva ciencia de la dirección de empresas es en realidad tan sólo una continuación del antiguo arte de gobernar, y cuando se estudia la teoría de la dirección junto a la teoría política y ejemplos de ella junto a la historia política, se da uno cuenta de que tan sólo se están estudiando dos ramas muy parecidas de la misma materia”.
Por mi falta de preparación en vuestras disciplinas desconozco si esa última afirmación puede ser aceptada sin más, pero sí lo es en la filosofía y teoría política contemporáneas: los autores de mayor vigor intelectual se apoyan cada vez más en la inspiración que les brinda la riqueza humanística de los clásicos grecorromanos. En estas especialidades hay cierta conciencia del agotamiento en las ideas, y en esos antiguos filones de sabiduría, se renueva y refresca el pensamiento hodierno. Tanto es así que algunos desengañados han llegado a afirmar que “hoy la única novedad ¡son los clásicos!” Mi pregunta es si en la Política de Empresa también conviene apoyarse en una filosofía probada a lo largo de 25 siglos por el juicio de la razón y la experiencia histórica. Un gran humanista español que nos dejó hace pocos años, Antonio Fontán, maestro de filólogos, políticos y periodistas, pensando en infundir savia nueva a nuestra cultura lo decía así: “casi todas las generaciones de Occidente han recogido los frutos más sazonados de su propia cultura en el jardín griego que los grandes romanos cultivaron con veneración”[4]. 

Antonio Valero y los clásicos

En los textos de don Antonio Valero, y en alguna conversación personal con él que tuve la fortuna de mantener, he encontrado al hablar de su visión de la empresa, referencias directas como fuente de inspiración a la filosofía política de la Grecia clásica, y en escritos de sus colaboradores y continuadores referencias explícitas sobre Aristóteles, lo que nos hace sentir en un ambiente familiar a quienes tenemos pasión por el mundo clásico. Asimismo, los que estudiamos cómo se formaba a los futuros gobernantes en aquella época, y qué ejemplos de buenos estadistas se les ofrecía, nos hace sentir sintonía profunda con su modo de entender las tareas de dirección y gobierno: salta a la vista la “divergencia de su estilo respecto a la literatura especializada, así como de su desapego de los otros lenguajes de dirección al uso. Siendo un observador minucioso de los textos teóricos que se publicaban en su época (Valero, 1975), el fundador del IESE era crítico con las teorías de dirección contemporáneas y con todo aquello que pudiera implicar una capitulación intelectual frente a las modas de este ámbito. Su estilo estaba profundamente influenciado por esta postura, lo que condujo a un estilo basado en el «sentido común», cargado de experiencia directa, generalizaciones cautelosas, sugerencias para una investigación más exhaustiva y declaraciones provisionales. De modo explícito, evita el uso de términos habituales como «liderazgo» y «estrategia»”[5].
Quienes desde hace largos años procuramos reflexionar sobre las características o notas personales que deberían tener quienes pueden ejercer un alto efecto multiplicativo en la mejora de la sociedad o de las instituciones, me parece que podemos comprender muy bien ese desapego de un gran maestro en el arte de dirigir hacia los tópicos actuales del supuesto líder carismático y de la vulgarización e hiperinflación de la literatura al uso. Probablemente sean pocos los que sepan que ya a partir de 1911, y de modo más concreto de 1912 a 1914 en Vorbilder und Führer (Modelos y líderes) Max Scheler se planteó el desarrollo de ese tema, aunque de un modo mucho más riguroso que los tratamientos actuales.

 Para muestra basta un botón

Los filósofos políticos más antiguos que han tratado sobre las características del buen gobernante son el Sócrates platónico y jenofonteo; Isócrates, Platón, Jenofonte, y Aristóteles entre los griegos. En Roma, Cicerón, Séneca, y Tácito con su idea de la historia como saber político. A mediados del siglo I de nuestra era y a comienzos del siglo II, desarrolla su magisterio escrito y hablado en todo el ámbito del mundo antiguo un griego de gran prestigio también en Roma: Plutarco de Queronea. Se le ha llamado el clásico de los clásicos, también porque una parte muy consistente de nuestra información sobre aquel mundo se debe a su pluma. Plutarco estudia minuciosamente toda la cultura anterior a su época, la asume en su persona, y luego la transmite a la posteridad. Su principal preocupación fue estudiar cómo fueron las ideas y los hechos de los grandes gobernantes anteriores a él; conocer, tratar y aprender de los estadistas que le eran contemporáneos, y luego dejar por escrito sus observaciones para lograr una mejor formación de las personas destinadas a esas altas funciones. Después de largos años de estudio, pienso que es el mejor maestro para exhumar ideas que nos ayuden en programas para formación en el buen gobierno, pero en aras de que el entusiasmo no alargue estas líneas hoy aquí vamos a detenernos solamente en un significativo predecesor: el ateniense Jenofonte.

Jenofonte en la Ciropedia

Jenofonte, nacido circa 431 a.C. y fallecido en el año 354 a.C., es historiador, militar y filósofo; discípulo de Sócrates y contemporáneo de Platón. Como escritor e historiador es más famoso por su obra Anábasis, sin embargo en su Ciropedia o Educación de Ciro entra de lleno en nuestra temática, aunque, en realidad, el aspecto formativo para el gobierno es tratado solamente en el primer libro de los ocho que componen esta obra. Los subsiguientes se ocupan de presentarnos el resto de su vida como prototipo del soberano y militar ejemplar. Pero, al repasar todo el arco de la vida de Ciro el Grande, se concluye que toda ella fue el despliegue y desarrollo de la acertada formación que recibió en su niñez y juventud, y por tanto, el título tradicional con que conocemos esta especie de tratado de pedagogía aplicada se demuestra acertado.
El libro I se abre con un proemio en donde realiza algunas consideraciones filosófico-políticas sobre la dificultad que supone el gobierno de hombres: «Los hombres, en cambio, contra nadie se levantan más que contra aquéllos en quienes noten intención de gobernarlos. Mientras meditábamos sobre estos asuntos, íbamos comprendiendo, al respecto, que al hombre, por su naturaleza, le es más fácil gobernar a todos los demás seres vivos que a los propios hombres.»
Mas la experiencia histórica de Ciro le hace ver que es posible –a pesar de las muchas dificultades– llevar a cabo un buen gobierno, si se tienen las condiciones personales adecuadas, potenciadas por una buena educación dirigida hacia ese fin específico.
«Pero, cuando caímos en la cuenta de que existió el persa Ciro, que consiguió la obediencia de muchísimos hombres, muchísimas ciudades y muchísimos pueblos, a partir de ese momento nos vimos obligados a cambiar de idea y a considerar que gobernar hombres no es una tarea imposible ni difícil, si se realiza con conocimiento.»
Ciro consiguió algo que para un griego de la ciudad-estado era inédito: que lo obedecieran, lo respetaran y quisieran agradarle súbditos que no lo conocían personalmente, que nunca lo habían visto ni lo verían jamás, en lugares que el soberano nunca podría pisar, pertenecientes a pueblos y razas diferentes, muchos de ellos antiguos enemigos. Jenofonte capta y refleja la transformación de su tiempo, en el que la antigua polis va a decaer como forma socio-política y cederá el paso a unidades de poder de otra naturaleza. Puede ser ésta una explicación de la aceptación que tuvo este autor en la época helenística, y de su influencia en los gobernantes y en la opinión general durante la dominación romana. Es el autor de los grandes espacios políticos, la apertura y absorción de civilizaciones diferentes, y la expansión imperial.
Debe tenerse en cuenta que –como es conocido– Jenofonte junto al material histórico procesa también elementos pseudo-históricos, que pueden resultar más convincentes y atractivos de lo que corresponde debido a su fino arte literario. La Ciropedia no es la exposición de la vida de una persona real sino, más bien, una biografía idealizada como paradigma pedagógico. Las diferencias en datos históricos con Heródoto y Ctesias de Cnido, así como con Estrabón, son notorias.
Sus tendencias aristocratizantes y guerreras se combinan bien con su filoespartanismo, tan diferentes al espíritu de su patria ateniense en aquella época; si bien en la fecha de composición de la Ciropedia había moderado el entusiasmo pro-lacónico de los días en que escribió La República de los lacedemonios.
La referencia a Jenofonte reviste interés para nuestro tema, pues aunque pueda ofrecer datos discutibles, de todas maneras trata de un gobernante que ha pasado a la historia como un paradigmático jefe de Estado, que vivió en pleno siglo VI a.C. –un siglo antes de Pericles– y que no es griego. Todo ello amplía nuestro campo de referencia, aunque sea a través del prisma de un autor ateniense que vivió más de un siglo después que el rey persa. Muchos pasajes, quizás literaturizados –por ejemplo, sobre la educación de los jóvenes aristócratas medos y persas–, aportan también datos objetivos de sumo interés para tomar contacto con las ideas educativo-políticas del mundo antiguo no helénico, que es más desconocido para nuestra cultura.
No puede descartarse la opinión de que la Ciropedia sea, en realidad, menos una historia de Ciro el Grande que el sueño de lo que hubiera hecho Ciro el Joven a quien conociósi hubiera terminado venciendo; o que es una obra de teoría política y militar de Jenofonte suscitada por la Anábasis.
Características del buen gobernante para Jenofonte
Los estudiosos de la Antigüedad clásica saben bien que los términos griegos originales no se corresponden en sentido unívoco con las lenguas modernas de origen indoeuropeo como la nuestra, por eso a la hora de traducir un concepto griego nos vemos en la obligación de tener que ir perfilándolo aproximativamente con varias palabras. Es lo que se llama la inconmensurabilidad semántica. Advertido el lector de esta dificultad, de todas maneras intentaremos reflejar aquí un breve elenco de las virtudes, características o cualidades que según Jenofonte debe tener todo buen gobernante, y que él encuentra paradigmáticamente en Ciro el Grande. Aquí para facilitar su comprensión transliteramos los términos en griego.
En primer lugar, siempre, la eusébeia (≈piedad). Siguiendo el consejo de su padre, Cambises, Ciro es muy respetuoso en toda ocasión con los dioses. Siempre que emprende una acción se encomienda antes a sus cuidados y desea consultar su voluntad. Si la empresa tiene éxito, la atribuye a ellos. Esa piedad queda expresada claramente en todos sus discursos ante sus tropas, intentando persuadirles de comportarse siempre así ante los dioses. Su eusébeia no es superficial, ni se queda en sacrificios y libaciones rituales como vemos en tantos casos de aquella época, sino que responde a su convicción profunda de que ahí deben estar los firmes pilares del imperio y de la vida de cada uno.
En segundo lugar debe estar la dikaiosýnê (≈justicia). Era el objetivo primordial en la educación persa. Los atenienses por el contrario, en aquella época –a diferencia de otros griegos–, perseguían más bien la grammatikê tékhnê. Para aquéllos era el fundamento del Estado, lleva al respeto de las leyes y a la igualdad de derechos para todos garantizada por la monarquía. El soberano encarna las leyes: «es una ley con ojos». En esto es similar a la idea de Isócrates, quien considera las palabras del rey como leyes. Y a Platón, quien atribuye al buen legislador el conocimiento de la ley eterna, por lo que puede descuidar las leyes escritas.
La tercera cualidad que encuentra en Ciro y propugna para el gobernante ideal es el aidós (≈respeto). Ya Homero la consideraba obligada en sus héroes, y Hesíodo atribuye a su desaparición la pérdida de la buena conciencia en el mundo. Para Platón, asimismo, está en la base del arte político junto con la justicia.
También encontramos en Ciro la evergesía, cualidad que manifiesta generosidad con su entorno, pero concebida no solamente como ayuda material, sino como una actitud de fondo que supone apertura a los problemas de los demás. Jenofonte presenta como partes integrantes de esta virtud a la philanthrôpia, a la philomathía (amor al estudio), y la philotimía, que podría entenderse como «avidez de gloria» aunque quizás hoy la llamaríamos «tener suficiente espíritu competitivo».
Otra cualidad suya, muy útil para todo el que ocupa puestos encumbrados, es la praótês, que puede entenderse como mansedumbre o «dulzura en el trato»; evita las distancias innecesarias con los subordinados y les facilita la confianza y afecto al superior. Homero aún no había exigido esta actitud a sus héroes, pero en el siglo IV a.C. se convirtió en algo exigible por la democracia moderada.
Se relaciona con la condición de carácter anterior, la peithó (≈obediencia), que tendrá que tener de modo ejemplar quien después va a ejercer el mando. Era un elemento básico en la paideia de los jóvenes persas a fin de que llegaran a ser militares muy disciplinados. En La República de los lacedemonios (cf. VIII, 3), puso esta cualidad como fundamento del Estado espartano. En el símil de las abejas ilustra la necesidad de esta virtud para que se consolide el tejido social, y es imprescindible para lograr la eukosmía: el buen orden derivado de la disciplina.
Finalmente, una de las virtudes en las que Jenofonte más insiste como imprescindible en todo buen gobernante es la enkráteia. Se ha traducido como «continencia», pero es también aquella fortaleza que lleva a soportar con buen ánimo las adversidades, el cansancio, el frío y el calor, el hambre y la sed... Era una distinción de los persas ante todos, principalmente de los medos. Tanto Platón como Jenofonte aplican esta virtud –por primera vez– no sólo a soportar la contradicción exterior sino al dominio de sí mismo.
Influjo posterior de la Ciropedia
La influencia que ha ejercido la Ciropedia en la literatura posterior, y de modo particular en las diversas concepciones del gobernante ideal, ha sido muy notable. El prototipo de los reyes helenísticos está en gran medida calcado sobre ella. En el mundo romano, influyó principalmente en Cicerón, Escipión y Séneca. Gravitó allí también en el ámbito de la religión: en la era de los Escipiones se produce un movimiento de defensa de la religión ancestral romana ante los nuevos cultos orientales. Escipión, Lelio y Furio se apoyan en esta obra de Jenofonte para impulsar el resurgimiento. El lector romano siente mayor atracción por este autor que por Isócrates o Platón, ya que sintoniza más con sus enseñanzas militares, sus vidas ejemplares y las cuestiones políticas prácticas, como la ampliación de los límites del Estado, o la relación y absorción de los pueblos aliados o conquistados. El modelo jenofonteo fue muy discutido en el círculo de los Escipiones.
Pero la máxima influencia se encuentra en Cicerón. Él mismo se encarga de demostrarlo, por ejemplo, en una carta enviada a su hermano Quinto hacia fines del año 60 a.C., donde constata que la Ciropedia era utilizada sistemáticamente como fuente de inspiración por Escipión el Africano, y declara admirar a ese soberano dibujado por Jenofonte que logra realizar la combinación perfecta entre la máxima autoridad y una extraordinaria afabilidad. Diez años después, en carta a L. Papirio Peto, afirma haber leído a menudo ese libro e intentará llevar a la práctica sus enseñanzas en la administración de Cilicia. Por otra parte, en el De Senectute presenta una traducción del final de la obra de Jenofonte. Cuando ofrece una imagen de los tradicionales reyes romanos Rómulo o Numa, intentando que sirvan de ejemplo a los políticos contemporáneos suyos, está aplicando el modelo del Ciro retratado por el escritor ático. Esa influencia perdura y, bastante después, encontramos que Ausonio atribuye al emperador Graciano el conjunto de virtudes que Jenofonte había atribuido a Ciro el Grande.
En el Renacimiento y en los siglos XVII y XVIII, el influjo de la Ciropedia sigue haciéndose sentir en la literatura europea. Así, por ejemplo, Maquiavelo en El Príncipe, después de recoger muchas ideas de Jenofonte, concluye: «Alejandro Magno imitaba a Aquiles, César seguía a Alejandro y Escipión caminaba tras las huellas de Ciro. Cualquiera que lea la vida de este último, escrita por Jenofonte, reconocerá después en la de Escipión cuánta gloria le resultó a éste haberse propuesto a Ciro como modelo, y cuán semejante se hizo a él, por otra parte, con su continencia, afabilidad, humanidad y liberalidad.»
En esas palabras del célebre florentino encontramos una justificación del enfoque que intentamos dar a los cursos de formación para gobernantes actuales inspirándonos en los clásicos. Es un camino ya recorrido a lo largo de los últimos veinte siglos. Es sabido que a Montaigne le costaba mucho lanzarse a escribir ideas propias y publicarlas, pero tuvo el histórico acierto de dejar que se editaran sus glosas escritas en las páginas de Platón y Plutarco. Así se inventó el género ensayístico. Luego, por su parte, ensanchando el campo pedagógico, recomienda el sistema de la Ciropedia para la educación en todas las etapas de la vida. Bossuet elogia a Ciro como conquistador y a Jenofonte como historiador, y Fenelon imitará esa obra en su Telémaco.
Hay una obra de Jenofonte comúnmente denominada en castellano Recuerdos de Sócrates, y universalmente conocida como Memorabilia, que en su libro II tiene un largo diálogo de Sócrates consagrado a la educación de gobernantes. Su interlocutor es Aristipo de Cirene, filósofo tardío del hedonismo. La premisa fundamental de la que arranca aquí Sócrates es que toda educación debe ser política. Todo hombre debe educarse para dos cosas: o para gobernar o para ser gobernado. La diferencia empieza ya a marcarse en algo tan elemental como la alimentación. El educado para gobernar debe aprender a anteponer los deberes más importantes a la satisfacción de sus necesidades físicas. Sobreponerse al hambre y a la sed; levantarse pronto, acostarse tarde; ningún trabajo por duro que sea debe asustarle... Debe superar el cebo que le tienden los sentidos. Quien no sea capaz de superar estos desafíos debe aceptar encontrarse siempre entre los gobernados. Sócrates designa esta educación para el dominio de sí mismo y la abstinencia con el término ascesis. Es la virtud del hombre destinado a mandar. Aristipo no quiere ser señor ni esclavo, sino sencillamente un hombre libre. Desea llevar una vida sin sobresaltos, lo más placentera y “libre” posible. Piensa que ello no lo podrá encontrar como ciudadano de ningún Estado, sino como un extranjero o meteco permanente, que no está obligado a nada. Como apostilla Jaeger: «Frente a este individualismo modernista y refinado, Sócrates preconiza la ciudadanía clásica del hombre apegado a su suelo y que concibe su misión política como la educación para llegar a ser un gobernante, haciéndose digno de ello mediante el ascetismo voluntario. Los dioses no conceden nunca a los mortales ningún verdadero bien sin esfuerzo y sin una pugna seria por conseguirlo[6]
Jenofonte, en el libro IV de esta obra, hace decir a su maestro Sócrates, en su diálogo con Eutidemo, que aspirar a la virtud más bella y a la más grande de las artes es un arte de reyes, es la política, y se le llama arte real: “Es lo que nos hace ser buenos ciudadanos, y por eso, buenos gobernantes, y por tanto, útiles a los demás y a nosotros mismos”.

Ricardo Rovira Reich von Häussler, Centro de Investigación Médica Aplicada (CIMA), Instituto Empresa y Humanismo, Facultad Eclesiástica de Filosofía, Universidad de Navarra.
Octubre de 2016

[1] Sobre la aplicabilidad del mundo de lo político al mundo de la empresa –a través de la política de empresa (denominación que suscita interrogantes en sí misma)- estimo que queda aclarada con la ponencia presentada en estas sesiones por Carlos Gómez Minakata en 2013, donde todo el aparato conceptual se apoya en don Antonio Valero. También: “La empresa, organización política”, de Joan Ginebra, en vuestro IV Encuentro y “La dirección de empresas como trabajo político”, VII Encuentro; “Límites de la política”, Luis Manuel Calleja, VI Encuentro.
[2] La puntual recepción de todo este muy interesante material manifiesta una excelencia en la organización que reconozco aquí con admiración y que es muy de agradecer. He retrasado todo lo posible la entrega de este escrito, precisamente, para poder comprobar si el tema que voy a desarrollar tenía un encaje razonable en vuestras deliberaciones.
[3] Cfr. Juan Ginebra, “La familia empresaria” en La persona en la empresa mercantil…, San Telmo, Sevilla 2014, pp. 132-146.
[4] Antonio Fontán, Humanismo romano, Ensayos Planeta, Barcelona 1974, pág. 31.
[5] Ricardo Calleja, “El modelo de Política de Empresa de Antonio Valero y Vicente como ejemplo de humanismo cristiano”, XVII Encuentro, San Telmo, 2015.
[6] Cfr. W. Jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega..., 431. Este autor considera muy importante el contenido didáctico-político de las Memorabilia.

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