En febrero de 2016, llegó a mis manos el magnífico libro “La educación política en la Antigüedad clásica – El enfoque sapiencial de Plutarco”[i], escrito por mi gran amigo y maestro, Don Ricardo Rovira[ii].
Me vi obligado a postergar su lectura, y recién en agosto de 2017 lo
terminé de leer. No pretendo hacer una reseña del libro, que ya hay
varias, y a cual mejor: solo quiero compartir algunas reflexiones y
enseñanzas que me dejó esta obra.
El libro
empieza analizando los aportes a la formación política de diversos
autores de la antigüedad clásica. A este estudio sigue un análisis
detallado de las “Vidas” de Teseo, Rómulo, Licurgo y Numa, según
Plutarco. Y termina con el análisis de otras obras de Plutarco de gran
importancia para el tema, contenidas en los Moralia.
Ante todo, debo decir que la lectura de este libro me recordó una anécdota que encontré hace muchos años en “Historia sencilla de la Filosofía” del Prof. Rafael Gambra: “La obra de Platón –dice Gambra- es además una joya estética y literaria de valor universal, quizá nunca superada. Bernard Shaw ha escrito que él creía en el progreso absoluto de la cultura como en algo inconcluso. Era uno de los pilares de su pensamiento. Sin embargo, un día abjuró públicamente de su progresismo: había leído a Platón. Si la humanidad ha producido tal hombre hace veintiséis siglos, obligado es confesar que la cultura no ha progresado en todos sus aspectos.”
Ante todo, debo decir que la lectura de este libro me recordó una anécdota que encontré hace muchos años en “Historia sencilla de la Filosofía” del Prof. Rafael Gambra: “La obra de Platón –dice Gambra- es además una joya estética y literaria de valor universal, quizá nunca superada. Bernard Shaw ha escrito que él creía en el progreso absoluto de la cultura como en algo inconcluso. Era uno de los pilares de su pensamiento. Sin embargo, un día abjuró públicamente de su progresismo: había leído a Platón. Si la humanidad ha producido tal hombre hace veintiséis siglos, obligado es confesar que la cultura no ha progresado en todos sus aspectos.”
No sé si Shaw leyó a otros autores
clásicos. Pero así como la obra de Platón es “una joya estética y
literaria”, que cuestiona los progresos que en ese campo se han hecho,
creo que la obra de Plutarco es una gema de incomparable valor para el
estudio de los principios básicos de la política. “La educación política en la Antigüedad clásica” demuestra
que si bien no hay nada nuevo bajo el sol, precisamente por eso, los
clásicos aún tienen mucho que enseñar a los políticos del siglo XXI.
Además, la actualidad de los clásicos es una prueba contundente de la inmutabilidad de la naturaleza humana,
cuyo olvido coincide, y no por casualidad, con la estrepitosa
decadencia que padece la sociedad occidental y cristiana. Es que como
dijo San Juan Pablo II, “la crisis de la antropología se debe al rechazo de la metafísica.”[iii]
En una era signada por la “dictadura del
relativismo”, es más necesario que nunca redescubrir de la mano de los
clásicos, que existe una única ley natural, y una única naturaleza humana,
que no depende de la historia, ni de la geografía, ni de las
circunstancias, ni de las modas. Naturaleza humana que no se puede pasar
por alto al elaborar leyes positivas, sin que ello ocasione verdaderas
catástrofes. Naturaleza humana que está llamada a ser punto de encuentro
entre creyentes de diversas religiones y no creyentes, ya que es común a
todos. Volver a las fuentes, es de capital importancia. Sobre todo en
la vieja Europa, donde la antigua Cristiandad dio paso a una sociedad
secularizada, y ésta, gracias a su intrínseca debilidad moral, está
siendo colonizada sin prisa pero sin pausa, por grandes contingentes
musulmanes.
Hace 2.500 años, la famosa batalla de las
Termópilas tuvo lugar en un estrecho desfiladero, limitado al Oeste por
un gran barranco, y al Este por el mar. La habilidad de los guerreros,
su valor y las características del terreno, permitieron a 300 hoplitas
espartanos, detener al ejército persa, y cobrar las vidas de 20.000
soldados enemigos antes de entregar las suyas. Si esa batalla se
repitiera hoy en el mismo lugar, los hoplitas se verían en serias
dificultades para detener a los persas, porque el desfiladero ya no
existe. Los años y la erosión hicieron su trabajo, al punto que hoy la
costa griega está a cinco kilómetros “mar adentro” del lugar de la
histórica batalla. Sin embargo, la naturaleza humana no ha cambiado: los
hombres seguimos siendo belicosos… aunque no sea muy corriente en la
actualidad, encontrar 300 guerreros con igual grado de heroísmo y
entrega que aquellos espartanos.
Es claro que los problemas políticos de hoy, existieron prácticamente desde que el hombre vive en comunidad, y por las mismas razones: el egoísmo, la injusticia, la debilidad, la cobardía, la pusilanimidad, el ansia de poder, de riquezas… En síntesis: la “naturaleza caída”. Las soluciones a estos problemas, son hoy las mismas que ayer: es necesario formar a los políticos en virtudes como la magnanimidad, la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, la generosidad, la obediencia –no sirve para mandar quien no aprendió a obedecer- y el amor a sus conciudadanos, entre otras.
Lo que ha cambiado, son las
circunstancias. Hoy enfrentamos problemas que a primera vista, parecen
insalvables, como el exorbitante costo de las campañas políticas: la
mayor parte de los fondos necesarios para financiarlas, casi siempre son
aportados por terceros. Difícilmente un candidato pueda ser
independiente y pagarse su propia campaña. Trump fue la excepción –y
quizá por eso generó tanta inquietud en el stablishment
estadounidense…-. Esa generalizada dependencia de terceros, hace que los
políticos que suben al poder, se vean en la obligación de devolver algo
a sus benefactores: o bien el dinero que les prestaron, haciendo
cualquier cosa por conseguirlo, o bien favores que permitan a los
financistas, recuperar la “inversión”. Esto hace muy difícil, en el
sistema actual, que hombres verdaderamente virtuosos y libres lleguen a
ocupar altos cargos políticos, salvo que dispongan de gigantesca fortuna
personal; o que encuentren financistas tan virtuosos e idealistas como
ellos…
Incluso cuando la formación es la mejor,
los políticos se enfrentan con frecuencia a la disyuntiva entre dejar
principios de lado para alcanzar el poder, o dejar el poder de lado para
mantener sus principios, conscientes de que renunciar al poder, implica
dejarlo en manos de alguien probablemente menos apto… o menos
altruista. Estas decisiones no solo son difíciles, sino que además,
nunca son inocuas: una de las peores consecuencias de la corrupción
-aparte de la injusticia que siempre conlleva todo acto corrupto, en
cuanto no mira al bien común, sino al propio-, es el desprestigio de la
política. “Corruptio optimi pessima” reza la
vieja sentencia latina: los mejores se corrompen, y para “no
ensuciarse”, los buenos terminan perdiendo interés en la política. Ello
desencadena un círculo vicioso con resultados cada vez peores.
De ahí que la formación integral de los
poderosos del mundo, ya sean gobernantes o empresarios, siempre haya
sido un asunto de la máxima importancia. Hoy, sin embargo, parece más
importante que nunca, ya que el poder de muchos estados, es superado por
el poder de algunas empresas multinacionales. Apple, por ejemplo, vale
más de 800.000 millones de dólares, lo cual supera largamente el
producto bruto de un país como Argentina. De ahí la imperiosa necesidad
de las grandes escuelas de negocios, y de que éstas formen no solamente
empresarios y políticos exitosos, sino también y principalmente, hombres
virtuosos. En un escenario donde el respeto a ciertos principios y
referencias morales brilla por su ausencia, el aporte positivo de una
buena formación política y/o empresarial, puede marcar una diferencia
abismal en el futuro de los pueblos.
Es frecuente escuchar al ciudadano común,
quejarse del estado del mundo. Sin embargo, basta dirigir la mirada al
pasado para ver que tenemos una larga historia de problemas, crisis y
catástrofes. Razón suficiente para procurar aprender las lecciones que
nos dejaron los grandes pensadores del pasado. Desesperar no es una
opción, y dejarse llevar por la corriente tampoco. Por tanto, quien
quiera ser protagonista de la historia que con su conducta está forjando
hoy, encontrará en este libro algunas claves que le permitirán
enfrentar el presente con calma y seguridad. Y con buena probabilidad de
éxito, si aplica sus consejos.
Rovira no cesa de repetir –citando a Plutarco y motu proprio-,
desde el principio hasta el final de su obra, que la política es la
actividad más noble que puede ejercer el ser humano, pues de ella
depende la suerte de muchos. Y así como el buen político es el
responsable de la felicidad de muchos, el mal político es el culpable de
la ruina moral, cultural, económica o espiritual de su pueblo. Este es
otro de los grandes desafíos que nos deja el libro: la política puede
llegar a ser –¡debe llegar a ser!- la actividad más noble y apreciada
entre todas. Y ello se logra, trabajando para que quienes la ejercen,
también sean nobles, virtuosos… En la base de un sistema político que
pretenda acercarse a la perfección, siempre será necesario contar con
excelentes medios para la formación temprana e integral de los futuros
políticos. La orientación de esa formación política, tampoco es un tema
menor. Pues si bien siempre hubo distintas escuelas filosóficas con
diferentes enfoques, la política de hoy parece estar más influida por
las “enseñanzas” de Maquiavelo que por las ideas de Plutarco. Los
resultados están a la vista, y también por eso, es tan necesario volver
la mirada a los clásicos.
Otro de los grandes desafíos que plantea
el libro, es el de la participación de todos en política. De alguna
manera, toda la obra pretende ser un llamado a la responsabilidad del
ciudadano común, para que no omita sus deberes y responsabilidades: “a nadie es lícito permanecer ocioso”[iv],
decía San Juan Pablo II, y ello incluye la actividad política.
Participar en la vida de la polis es una obligación moral de todo
ciudadano. Los foros y areópagos han cambiado, al punto que hoy buena
parte de la actividad política pasa por las redes sociales. Pero el
deber de contribuir al bien de todos sigue siendo el mismo.
No resisto la tentación de recordar la clara conciencia que de esta noble obligación, tenía Santo Tomás Moro cuando en “Utopía” (1516) le responde al muy sabio y austero –pero con pocas ganas de complicarse la vida- Rafael Hythloday: “piensa
si con sabiduría y gran libertad de ánimo podrías acaso disponer tu
voluntad para que tu ingenio y esfuerzo resulten beneficiosos al Estado,
aunque ello te cause pena e inconvenientes. Y eso no lo podrás
conseguir y llevar a mejor término que haciéndote consejero de un gran
príncipe y metiéndole en la cabeza, como no dudo que lo harás, consejos
honrados y persuasiones virtuosas. Porque del príncipe, como de un
inagotable manantial, viene a los pueblos la inundación de todo lo bueno
y de todo lo malo.”
Rafael se resiste, pero el hoy santo
Patrono de los Políticos, consciente de que a los sabios no les es
lícito evadir su responsabilidad, vuelve a la carga: “Si las
malas opiniones y los consejos desviados no logran desarraigarse por
completo de los corazones de los príncipes y no se consiguen remediar
siquiera los vicios consolidados por el uso y la repetición, existe, no
obstante, un motivo para no dejar al Estado. Y es éste: cuando
sobreviene una tempestad y resulta imposible gobernar los vientos, no
por ello debe abandonarse el barco.”[v]
En síntesis, este libro nos recuerda que “antiguo”, no es sinónimo de “pasado de moda”;
que los grandes maestros del ayer, como Plutarco, aún pueden enseñar
mucho a los políticos de hoy, y que en el mundo de las ideas, a veces
hay que retroceder para avanzar. En la era del “use y tire”,
conviene recordar que lo importante en las ideas, no es tanto su
novedad o antigüedad, como su bondad o maldad. Las buenas ideas siempre
se pueden usar… y también reciclar. De ahí el enorme interés de esta
obra, tanto para aquellos que ejercen o pretenden ejercer cargos de
gobierno, como para el ciudadano común que, consciente de su
responsabilidad, quiera trabajar por el bien de su pueblo allí donde se
encuentra. Porque la naturaleza humana no cambia, y porque la política
sigue siendo, pese a todo, la actividad más noble que el ser humano
puede ejercer, en virtud de la influencia que tiene sobre la vida y la
felicidad de los pueblos.
Álvaro Fernández Texeira Nunes
[ii]
Ricardo Rovira Reich es doctor en Filosofía y doctor en Ciencias
Políticas y de la Administración. Es Presidente de Civilitas Europa,
investigador del Instituto Empresa y Humanismo y profesor del programa
de doctorado en Gobierno de la Universidad de Navarra. Ha sido
secretario ejecutivo en la Conferencia Episcopal Argentina, responsable
de la Pastoral Familiar.
[iii]
San Juan Pablo II, “Discurso a los participantes en el Congreso
Internacional de teología moral”, 19 de abril de 1986; en Insegnamenti
di Giovanni Paolo II. Librería Editrice Vaticana, Città del Vaticano
1986, IX, 972. Citado en “Familia, Vida y Nueva Evangelización”,
Cardenal Alfonso López Trujillo, Editorial Verbo Divino, pág. 62.
[iv] Christifideles laici, 3. San Juan Pablo II
[v] Las citas están tomadas de “Sir Tomas Moro, Lord Canciller de Inglaterra” (2010). Andrés Vázquez de Prada. RIALP.
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