Biblioteca de Alejandría |
Cuando alguien está leyendo a un autor de la Antigüedad clásica
grecolatina, es decir, un clásico de
verdad, no suele decir “estoy
leyendo” sino “estoy releyendo…” porque a los clásicos se vuelve siempre, como
se ha venido volviendo los últimos veinte siglos sin interrupciones apenas. Son
un punto permanente de referencia. Si esto es así en asuntos de literatura,
arte, historia, con mucha mayor razón aun cuando se trata de filosofía, teoría
política, y todo lo relacionado con el pensamiento sobre el hombre y la
sociedad.
Por eso, recurrir a los
pensadores políticos antiguos como patrón de contraste para juzgar aciertos o
errores en la vida política contemporánea no es caer en extrapolaciones
indebidas, en anacronismos, o en metodologías extemporáneas; todo lo contrario:
ha sido un recurso empleado y recomendado en todas las épocas históricas desde
el nacimiento de la reflexión filosófica. Desde las dataciones más antiguas se
encuentran escritos que contrastan acontecimientos, decisiones y actitudes con
la sabiduría de los hombres y tiempos precedentes. Lo podemos encontrar en los
libros de la Sagrada Escritura, en Homero, en Hesíodo, en los propios filósofos
políticos clásicos de Grecia y Roma -como cuando Platón se refiere a los
tiempos de la Arcadia, o Cicerón al sueño
de Escipión- y de un modo muy particular en un biógrafo como Plutarco de
Queronea, donde todo el fulcro de su obra es la comparación o sýncrisis entre distintos personajes o
entre distintas épocas y contextos.
Como demostración de la
legitimidad científica de este recurso metodológico podríamos espigar algunos
antecedentes notables. Ya en la Antigüedad tardía, que estaba debutando en un
cambio de era por su incipiente cristianización, se planteó el debate sobre el
uso de los admirables grandes autores clásicos pero que presentaban entonces la
dificultad de ser paganos. San Basilio Magno contestó en su célebre Carta a los jóvenes sobre la manera de sacar
provecho a las letras helénicas[1]
aconsejando vivamente saber abrevar –si bien con la debida prudencia- en esos
autores para aumentar en sabiduría. Y así ha seguido haciéndose hasta nuestros
días. Y no solamente en campos más homologables con los asuntos tratados por
los clásicos antiguos, como la filosofía, la teología, o la política, sino
también en terrenos más pragmáticos como el management
empresarial, campo en el que este recurso se está poniendo de moda desde Peter
Drucker, quien supo utilizar magistralmente a Aristóteles en tiempos recientes[2].
Se dijo de este
prestigioso maestro de empresarios austríaco emigrado a los Estados Unidos, que
es alguien bien preparado para el futuro porque conoce perfectamente el pasado.
Ya lo afirmaba el dicho popular: “el historiador es un profeta que mira hacia
atrás”. En el ambiente editorial sobre la dirección de empresas han hecho
fortuna algunos autores haciendo el intento de exhumar el contenido de escritos
de personajes antiguos para exportar ideas al presente. Uno de los autores que
han popularizado ese recurso ha sido Antony Jay: en 1967 publicaba en Londres Management and Machiavelli, pretendiendo
interpretar al renacentista florentino en clave empresarial moderna[3]. Su
intento utilitario no es un paradigma de rigor histórico pero las sucesivas ediciones
de este libro se han vendido por cientos de miles. Como dicen los italianos se non é vero é ben trovato. Este autor
recientemente fallecido escribe en la presentación de la primera edición: “la
nueva ciencia de la dirección de empresas es en realidad tan sólo una
continuación del antiguo arte de gobernar, y cuando se estudia la teoría de la
dirección junto a la teoría política y ejemplos de ella junto a la historia
política, se da uno cuenta de que tan sólo se están estudiando dos ramas muy
parecidas de la misma materia”[4].
Podríamos afirmar que son
muchos los campos en los que conviene apoyarse en una filosofía probada a lo
largo de 25 siglos por el juicio de la razón y la experiencia histórica. Un
gran humanista español, Antonio Fontán, maestro de filólogos, políticos y
periodistas, pensando en infundir savia nueva a nuestra cultura lo decía así:
“casi todas las generaciones de Occidente han recogido los frutos más sazonados
de su propia cultura en el jardín griego que los grandes romanos cultivaron con
veneración”[5].
Estas breves anotaciones
precedentes vienen a cuento porque nos preguntan con frecuencia por qué en CIVILITAS, a la hora de impartir cursos
de formación solemos comenzar con sesiones introductorias donde se realiza un
repaso profundo al pensamiento de los más destacados filósofos políticos de la
Antigüedad. Estimamos que es la mejor base de referencia para apoyarse
sólidamente en teorías políticas seguras. Sin ir más lejos, quien está
considerado el principal maestro contemporáneo de filosofía política –Leo
Strauss- afirmó taxativamente, por ejemplo en su tan conocido texto de
referencia ¿Qué es filosofía política?
que esta es sobre todo el pensamiento de los clásicos al respecto.
Recientemente comenzó la
14ª promoción del curso de Master y Doctorado en Gobierno y Cultura de las Organizaciones que se imparte desde el
Instituto Empresa y Humanismo de la
Universidad de Navarra. Una vez más pude comprobar hasta dónde interesa y
entusiasma a los alumnos comenzar sus estudios sobre Gobierno a partir del
estudio de cómo se formaban a los gobernantes greco-romanos en la Antigüedad.
Jóvenes de todas las generaciones y países buscan casi instintivamente allí el
piso sólido y probado por los siglos donde apoyarse.
[1]Basilio Magno, Carta
a los jóvenes sobre la manera de sacar provecho a las letras helénicas, Lumen,
Buenos Aires 1990; cfr. Etienne Gilson, La
Filosofía en la Edad Media. Desde los orígenes patrísticos hasta el fin del
siglo XIV, Gredos, Madrid 1982, pp. 62-63.
[2] Peter Drucker, The Practice
of Management, Harper and Row, New York 1954, passim.
[3] Antony Jay, Management and
Machiavelli, Curtis Brown Group Ltd., Londres 1967.
[4]Ibidem, pág. 15.
[5] Antonio Fontán, Humanismo romano, Ensayos Planeta, Barcelona 1974, pág. 31.
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