El
término “libertad”, según la primera acepción de la Real Academia Española, es:
“Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y
de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.”
La primera reflexión que nos merece esta definición, es que la libertad es inherente a la naturaleza humana. La libertad no la da el Estado, ni la Constitución, ni la benevolencia de los legisladores. Nadie tiene la potestad de otorgar o quitar la libertad a otros. La libertad sólo se puede reconcer, respetar y proteger. Y es la propia naturaleza humana la que le marca sus límites.
En
efecto, según la declaración sobre la libertad religiosa “Dignitatis
humanis”, “en el uso de todas las libertades se debe observar el
principio moral de responsabilidad personal y social: al ejercer sus derechos,
los individuos y grupos sociales están obligados por la ley moral a tener en
cuenta los derechos de los demás y sus deberes con relación a los otros y al
bien común de todos.”
Uruguay: ¿país liberal?
Desde mediads del siglo XIX, Uruguay es considerado el país más "liberal" de América Latina. El problema, en nuestra opinión, es que el término “liberal” es uno de los más equívocos que existen.
Hay
casi tantas definiciones de “liberal” como personas en el mundo. Lo que a
priori resulta curioso, es que casi todos los “liberales” lo son sólo hasta
cierto punto, siendo prácticamente imposible encontrar un “liberal” puro, que
no ponga límite alguno a su libertad -entendida como libre albedrío- o a la de
otros en algún sentido. Claro que si se analiza más detenidamente, este
comportamiento –y esta contradicción- es lógica, pues la verdad sobre la
naturaleza humana es más fuerte que cualquier ideología. Hay muchos “liberales”
en lo económico, que son “conservadores” en lo moral. Y viceversa. Hay quienes
de tan “liberales”, son anarquistas. Y por eso no es raro que en algún momento,
terminen defendiendo ideas totalitarias. En consecuencia, nosotos preferimos no
autodefinirnos como “liberales”, sino como “amantes de la libertad”.
A
nuestro juico, pocas ideologías han resultado ser tan poco respetuosas de la
libertad como el “liberalismo”. Y pocos países han conculcado tantas libertades
en nombre del liberalismo como el Uruguay. A más de uno esta afirmación le
parecerá escandalosa; por eso remito al cuadro que sígue, donde se presentan en
orden cronológico algunas violaciones a la libertad religiosa en Uruguay.
1861 – Secularización de los cementerios.
1862 – Destierro del Vicario Apostólico
Jacinto Vera, a causa de una interpretación sesgada del derecho de Patronato
por parte del gobierno, que pretendía intervenir en la designación y remoción
de los presbíteros interinos.
1885 – Ley de matrimonio civil
obligatorio y restricciones a la instalación de
conventos.
1906 – Expulsión de los crucifijos e imágenes religiosas de los hospitales públicos y supresión de los fondos para sostener el Seminario diocesano.
1906 – Expulsión de los crucifijos e imágenes religiosas de los hospitales públicos y supresión de los fondos para sostener el Seminario diocesano.
1907 – Aprobación de la ley de divorcio
absoluto.
1909 – Prohibición de la enseñanza
religiosa en el sistema educativo público.
1919 – Secularización de los feriados.
A
esta breve lista de atropellos anterior a los años ´20 del siglo pasado, se
agregan otras posteriores como la denominación de la Navidad como “Día de la
Familia”, la denominación de la Semana Santa como “Semana de Turismo”, etc. No
incluimos entre las violaciones a la libertad la separación de la Iglesia y el
Estado ocurrida en 1918, porque consideramos que con ello la Iglesia ganó en
libertad al despojarse del Derecho de Patronato, que dejaba en manos del Estado
la decisión final sobre nombramientos eclesiásticos y otros asuntos
importantes. Por otra parte, dicha separación per se, sí es una
manifestación auténtica de laicidad.
Así
y todo, hay quienes entienden que la laicidad es un signo de identidad de la
cultura uruguaya. En nuestra opinión, el signo de identidad de la cultura
uruguaya no es la laicidad, sino el laicismo, cuyo rechazo a la religión –y en
particular a la religión católica- es manifiesto. En efecto, mientras la
laicidad establece la separación entre la sociedad civil y la sociedad
religiosa en un clima de respeto y cooperación mutua, el laicismo alienta el
rechazo y la exclusión de toda manifestación religiosa en la sociedad civil, y
muy especialmente en el ámbito de lo público, de lo que depende directamente
del Estado. En Uruguay el Estado no es laico. Es laicista y antirreligioso.
Esto
hay que decirlo en alta y clara voz. Si incomoda a quienes piensan distinto,
paciencia. Pero no es posible concluir que, hagamos lo que hagamos, todos somos
igual de “buenos”. Eso sería relativismo. Y además sería faltar a la verdad,
porque si algunos carecen aquí y ahora de la libertad necesaria y debida, es
porque otros se ocupan de que así sea. Además, si la intención es tender
puentes, hay que recordar que los puentes se tienden sobre orillas opuestas. Un
“puente” sobre una misma orilla, no es un puente: a lo más, es un balcón. Y un
balcón no fomenta el sano intercambio ni ayuda a superar los escollos, sino a
mirarlos de lejos.
¿Ciegos
de nacimiento?
Aún
los uruguayos más viejos, hemos nacido y vivido siempre dentro de este “modelo”
estatista, laicista y materialista, que excluye la religión de la educación y
de la vida pública. Y por eso, a casi todos nos resulta tan natural, como a un
ciego de nacimiento le resulta natural no ver la luz del sol.
En
nuestro país, de cuya “laicidad” muchos se sienten orgullosos, el Estado
prohíbe, desde hace más de un siglo, que en el sistema de enseñaza público los
docentes hablen de Dios a sus alumnos. Se desconoce y se esconde a propósito el
hecho religioso, connatural al ser humano. A los enfermos internados en
hospitales públicos, se les prohíbe dirigir la mirada a un crucifijo. salvo que
lo lleven colgado al cuello. Esto, difícilmente puede llamarse libertad. En
nuestra opinión, para ningún oriental bien nacido, semejantes restricciones a
la libertad pueden ser motivo de orgullo.
Un
Estado auténticamente laico, habría resuelto el “problema” de los crucifijos
agregando en cada habitación, una estrella de David, una media luna, y otros
símbolos por el estilo. Una escuela verdaderamente laica, habría permitido que
los ateos pudieran enseñar el ateísmo, los católicos, el catolicismo, los
judíos, el judaísmo, y así sucesivamente. El Estado laicista, resolvió estos
temas de la única manera que sabe hacerlo: eliminó y prohibió todo símbolo y
todo rastro religioso de los organismos que están bajo su administración. Y se
dedicó a educar a las nuevas generaciones en el más rancio ateísmo.
¿Se
puede hablar entonces de laicidad y libertad, o habría que hablar más bien de
laicismo y conculcación de la libertad religiosa, en aras de un materialismo
racionalista, positivista y para colmo, decimonónico? ¿Estamos dispuestos a
seguir viviendo bajo un Estado que impone el ateísmo práctico (vivir como si
Dios no existiera), y que bajo la excusa de la “laicidad” prohíbe toda
referencia a un ser trascendente? ¿Quién puede negar que dicha imposición, ha
sido prácticamente la única política de Estado que se ha mantenido firme,
gobierno tras gobierno, desde el siglo XIX hasta nuestros días?
Lo
cierto y lo concreto, es que para determinadas elites dominantes (vulgarmente
llamadas “roscas”, expertas en "logística"), ser católico, judío o
musulmán, es algo así como un vergonzoso pecado contra el dogma laicista que
ellos promueven; en efecto, para el fundamentalismo laicista, las convicciones
religiosas, deberían mantenerse encadenadas en el sótano de las conciencias.
Para
terminar…
No
es cierto que en Uruguay el Estado no interviene en las creencias de los
ciudadanos. El Estado interviene para promover la increencia. Si alguien “peca”
de religioso, por ahora se tolera. Si unos padres tienen suficiente dinero,
pueden enviar a sus hijos a un colegio privado donde se enseñe religión. Si no,
tienen tres opciones: enviarlo a la escuela pública y enseñarles la religión en
su casa, enviarlos a clases de catequesis en la parroquia más cercana, o apelar
a la buena voluntad de un colegio católico privado y conseguir una beca. Es
imposible en el Uruguay de hoy, lograr que el Estado aliente o facilite la
vivencia, el desarrollo y la profundización de las convicciones filosóficas y
religiosas más íntimas de los ciudadanos más humildes.
Como
si esto fuera poco, no parece faltar mucho para que las opiniones contrarias a
ciertas prácticas “liberales” como el aborto, el “matrimonio” entre personas
del mismo sexo y otras por el estilo, lleguen a considerarse delito. Sin
embargo, en ciertas marchas organizadas por “colectivos” tan liberales como
minoritarios, se permite todo tipo de burlas a la Iglesia Católica, sin que a
nadie se le pase por la cabeza que semejante escarnio es una clara incitación
al odio y al desprecio… Lo cual sí es delito.
Es
necesario por tanto que los políticos cristianos, junto a otros no cristianos
pero repetuosos de la ley natural, empiecen a cuestionar el modelo laicista y
empiecen a plantear la necesidad de cambiarlo por un modelo de laicidad
positiva, que de libertad e incluya a todos, que aliente el sano y respetuos
intercambio de ideas y la cooperación mutua en obras educativas y sociales
entre personas con las más diversas convicciones filosóficas y religiosas.
Porque el Estado, aunque siga promoviendo el laicismo a ultranza, sabe muy bien
que se vería en muy serios problemas, si las ONGs cristianas presentes en el
país, cerraran sus puertas de un día para el otro y dejaran de prestar
asistencia material, sanitaria y espiritual a decenas de miles de orientales.
Son
palabras duras, pero pensamos que solo si somos claros en el diagnóstico,
podemos solucionar los problemas. A veces para limpiar una herida, hay que
hacerla sangrar. Taparla y dejar todo como está para no causar dolor o
impresión al paciente, lo único que asegura, es una muerte dolorosa. Y
eso es, precisamente, lo que queremos evitar.
Álvaro Fernández
Texeira Nunes
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