La paz es un anhelo profundo del alma humana. La “paz de los muertos” -por la anulación del contrario-, o la basada en la indiferencia, no generan felicidad. Sólo la unidad verdadera la hace real. Sin embargo, enfrentamientos, luchas, disensiones, guerras son realidades tan antiguas como la humanidad, y que ella no ha conseguido erradicar. En nuestra época tampoco y sin muchas variaciones positivas -salvo en los últimos años en lo referente a las guerras entre naciones-, lo que no deja de ser una paradoja, dado que oficialmente nos encontramos desde hace más de dos siglos en el camino seguro del progreso.
No es tan extraño: progresar se entiende hoy como abrirse paso hacia novedades y, por ello, se comprende como cambio. Pero lo ya constituido con frecuencia se resiste a desaparecer; existe una cierta inercia en la historia, personal y social. Así pues, el mundo moderno descubrió que si quería el progreso había de querer también lo irremediable del conflicto que abre el paso al cambio Y, en efecto, el conflicto fue acogido por el pensamiento de los últimos siglos como algo necesariamente implicado en el progreso. Así, todo avance implica negación, conflicto; dicho en términos técnicos de la filosofía, todo avance es dialéctico, no deja que lo anterior siga existiendo, o lo deja pero transformado, sin ser ya lo que era.
El éxito actual del pensamiento dialéctico es innegable: el conflicto -y la conciencia de él- se ha multiplicado de tal manera que ha pasado a ser un elemento que se da por descontado en nuestra vida cotidiana. Se puede hacer un repaso:
a. Conflictos personales
b. Conflictos generacionales
c. Conflictos matrimoniales y familiares
d. Conflictos empresariales (hacia dentro de las Organizaciones y en el mercado)
e. Conflictos macroeconómicos
f. Conflictos jurídicos
g. Conflictos políticos: luchas de partidos
h. Conflictos ideológicos
i. Conflictos religiosos
Ciertamente, todos esos conflictos han existido siempre. Lo característico de nuestro tiempo es que vivimos en una sociedad enormemente conflictiva, que reconoce y acepta con “naturalidad” lo inevitable del conflicto, y, sin embargo, se esfuerza por mostrar que, a pesar de todo, la vida actual en conjunto no sólo es bastante feliz, sino, efectivamente, mejor que nunca. El ambiente social, que crean los medios y los políticos, cumple, en ese sentido, la función de dormidera de la humanidad que Carlos Marx imputaba a la religión.
Es posible que algún clero mal orientado haya podido en ocasiones utilizar la religión al modo que Marx la pensaba: como una superestructura que cumplía la función de tranquilizar con las promesas del otro mundo a los que sufrían en éste. Pero ciertamente esa no es la religión, sino que ella -muy claramente la cristiana- ni rechaza el progreso, ni niega la realidad del conflicto; lo que hace es pedir un progreso respetuoso con la naturaleza, ofrecer medios para solucionar de verdad los conflictos, y, lo que es más, enseñar a generar una cultura de paz.
En la situación presente, el esfuerzo deliberado por quitar el papel social y público a la religión trae consigo -entre otras cosas- la necesidad de encontrar una pieza sustitutoria, o sea, que alguien lleve a cabo el papel pacificador para que la vida social sea posible. El problema, bien conocido, es que al faltar la religión como estrato superior, la política y los medios de comunicación se quedan sin lugar en el que apoyar su legitimidad para cumplir su función tranquilizadora. ¿Quién les da derecho a pacificar?
Se puede decir: hacen lo que pueden, ya que es necesario, en general, tranquilizar a la sociedad. Los científicos y los expertos se ocuparán luego de resolver los conflictos concretos. Y así es, en efecto: hoy tenemos infinidad de expertos en resolución de conflictos.
En el plano individual, los psiquiatras; en el matrimonial los expertos en “relaciones de pareja”; en el corporativo, los consultores empresariales; en el mercado, los muñidores de acuerdos; en los tribunales, los abogados que saben cómo pagar a la parte dañada para acabar el pleito; en el político, los “hombres puente”, que consiguen acuerdos puntuales con otros partidos.
Más difícil resultan, por la propia naturaleza de las cosas, los acuerdos ideológicos y religiosos, pero también se buscan. En religión, sin embargo, los acuerdos puntuales no tienen sentido, así como tampoco las mezclas doctrinales: aquí tiene sentido sólo el diálogo, el respeto y el buen trato.
Todos los aludidos niveles expertos, sin duda relevantes, se apoyan en saberes psicológicos, sociológicos, técnicos. Pero se necesita también un conocimiento más profundo del origen de las disensiones y de qué tipos de aprendizajes hacen falta para conseguir vencer esa inclinación a la conflictividad que parece congénita en el ser humano.
A pesar de lo que algunos piensan, no es un dogma probado que la generación y aprovechamiento de la conflictividad sea un método adecuado para el progreso. Por el contrario, múltiples experiencias muestran que cuando se consigue la armonía, la potenciación de las actividades y del progreso son mayores, más duraderas y más felicitarias.
La clave está, pues, en sustituir la dialéctica del conflicto no solamente por arreglos útiles, pero puntuales, llevados a cabo por expertos, sino por una filosofía y un ambiente que sean capaces de generar armonía, o sea, la “paz de los vivos”.
Hoy día: ¿cómo es posible que haya tantas personalidades dañadas? ¿nadie les hizo vivir lo que es armonía?; ¿cómo son posibles tantas uniones matrimoniales rotas? ¿nadie les explicó lo que es el matrimonio?; ¿cómo son posibles tantos conflictos empresariales y económicos? ¿nadie les ha enseñado qué es y qué sentido tiene una empresa?; ¿cómo son posibles tantas luchas políticas partidistas, frecuentemente en el nivel del infantilismo? ¿se sabe de verdad lo que es la política y qué sentido tiene dedicarse a ella?
No es posible darse por vencidos. Hay que volver a intentarlo. Es menester lanzar la cultura y la sociedad hacia caminos de unidad, de paz, para lo cual es preciso hacer patente cómo es posible en concreto educar en ella. Ninguna sociedad puede suprimir la tendencia al conflicto, pero ha de preparar a las personas para vencerlo, para vencer al conflicto y no a la parte contraria del conflicto, a la que más bien se ha de intentar salvar.
El primer factor educativo es el ambiente. Crear un ambiente de armonía es imprescindible si queremos un progreso verdadero. No aprovechar el conflicto para avanzar al destruir lo “antiguo”, y no limitarse a ir solucionando puntual y momentáneamente conflictos, sino suscitar la verdad social de la armonía.
Sólo quien conoce mejor el origen de la conflictividad y sus formas, al tiempo que sabe cómo se puede generar la armonía, es capaz de individuar correctamente al verdadero adversario. Uno de los rasgos salientes de las sociedades democráticas es que, en ellas, la equivocación sobre quien es el verdadero adversario es continua. Con el relativismo erigido en dogma no es posible esperar otra cosa.
Sobre esta temática de fondo se pretenden organizar las diferentes actividades de este curso 2011-12. Éstas son las primeras sugerencias:
Jornada Pamplona
Jueves, 10 de noviembre
Acercamiento psicológico y político al conflicto y a la paz
Jesús Martín Ramírez (Prof. Psicología. Universidad Complutense de Madrid)
Jerónimo Molina Cano (Prof. Política. Universidad de Murcia)
Jornada Madrid
Jueves 16 de febrero
Acercamiento empresarial y jurídico al conflicto y a la paz
Ángel Cano (Consejero-delegado del BBVA. Madrid)
Emilio Sánchez Pintado (Abogado. Madrid)
Mesa Redonda Madrid
Jueves 10 de mayo
El conflicto y la paz en la ética y la religión
Leonardo Rodríguez Duplá (Prof. Ética. Universidad de Salamanca)
Rafael Alvira
La temática abre múltiples posibilidades para otras actividades.
-Historia de las formas de conflictividad
-Momentos de paz y de conflicto más señalados en la historia
-Enfoque psiquiátrico del conflicto
-Conflicto y paz en la familia
-El conflicto en el mundo global
-Etc.
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