En el pensamiento de este intelectual uruguayo, confluye
la filosofía existencialista, la literatura de Chesterton y el revisionismo
histórico rioplatense. Methol Ferré fue sin duda un ensayista original, apasionado
por los temas de geopolítica latinoamericana. También un hombre de acción: como
creyente asesoró a la jerarquía católica en el CELAM; en política se inscribió
en el Partido Blanco, promovió coaliciones de izquierda democrática y popular,
y quiso poner en práctica sus ideas integracionistas en el proyecto del
MERCOSUR.
Un argentino oriental
Mi primer contacto
con Alberto Methol Ferré (es decir, no con su persona sino con su obra,
que es a lo que podemos aspirar los habitantes de las periferias) sucedió al
final de mis estudios de licenciatura. En la bibliografía de Historia Argentina
Contemporánea podía encontrarse un libro de título atractivo: La crisis del Uruguay y el Imperialismo Británico.
En
una cátedra de rígida observancia revisionista tradicional, resultaba curioso
comprobar que se trataba de un autor uruguayo y de la Izquierda Nacional , para más señas (el tiempo me
revelaría que a esas características había que agregar otras, más íntimas y
definitorias de su identidad). Methol aparecía como una presencia inquietante.
Con
las prisas por acabar la carrera, poco pude reparar en la verdadera profundidad
del libro. Es sabido que los intereses del alumno de grado poco tienen que ver
con los del investigador. Afortunadamente, no sería la última ocasión en la que
me encontrara con el intelectual uruguayo.
Alberto
Methol Ferré nació en Montevideo el 31 de marzo de 1929, en el seno de una
familia de clase media, de filiación blanca independentista.[i]
Desde muy temprano entró en contacto con la cultura francesa y universal. Ya en
su adolescencia accedería a la literatura francesa y se interesaría por el
existencialismo. Fue lector de Esprit,
la revista de Emmanuel Mounier, el pensador personalista.
En
1944 despierta su simpatía por el caudillo blanco Luis Alberto Herrera, que lo
atrae a la acción política por su agudeza y su profundidad de análisis de la
realidad uruguaya. Participa en la agitación contra la instalación de una base
militar norteamericana en territorio uruguayo y en las manifestaciones de
solidaridad con la
Argentina.
Cursó
estudios universitarios de Derecho y Filosofía en la Universidad de la República. Allí
inició su militancia en organizaciones estudiantiles, identificándose con la Tercera Posición y con una
franca simpatía por el peronismo. Paralelo a este proceso espiritual manifestó
un vivo interés por el existencialismo, sobre el que versaría su primer escrito
del que se tiene noticia.
Hacia
los veinte años de edad el joven Methol experimenta un formidable sacudón intelectual
con la lectura del polemista británico Gilbert Keith Chesterton, quien le
revela que “se es cristiano por gratitud”, lo que lo decide a convertirse al
catolicismo. Lee otros pensadores cristianos: Miguel de Unamuno, Jacques
Maritain, Etienne Gilson. Este será, sin lugar a dudas, el hito y el parteaguas
fundamental en su trayectoria intelectual y política.
A
principios de la década de 1950 quedaría impresionado por un discurso de Perón,
en el que desplegaba su concepción geopolítica e integracionista. Comprendió
entonces que los problemas políticos del Uruguay no tenían solución si no se
asumía una perspectiva continental, latinoamericanista, de integración con los
países de la región. Producto de esta perspectiva ampliada y enriquecida fue la
fundación, junto con Washington Reyes Abadie y Roberto Ares Pons, de la revista
Nexo, cuyo sugestivo título se derivaba
del proyecto político integrador de estos intelectuales uruguayos.
Por
estos años, Methol ingresa como funcionario de la Administración Nacional de Puertos y también se vincula a un
movimiento naciente, el Ruralismo de
Benito Nardone, que aparece como una fuerza política emergente.
A
mediados de la década de 1950 dos personalidades del escenario
político-intelectual argentino influyeron decisivamente en este talento juvenil
en formación. Jorge Abelardo Ramos y Arturo Jauretche, maestros y amigos,
completaron y desarrollaron las intuiciones de Methol. Se trabó una relación
personal de afecto y admiración mutua.
Sus
aportes son decisivos. Dentro del horizonte del revisionismo histórico y el
nacionalismo popular, en los cuales se inserta rápidamente con entusiasmo y por
convicción, Methol aprende de Ramos la perspectiva continental y la lleva a un
grado de desarrollo superior al que le daría el autor de América Latina, un país. De Jauretche adopta las perspectivas de
análisis amplias, que resisten a los determinismos económicos y se sitúan en
una visión intelectual emancipada, libre de ideologismos reduccionistas.
El encuentro con el nacionalismo democrático y popular
Fruto de la feliz
coincidencia con un movimiento intelectual de crecimiento sustancial en la Argentina de finales de
los cincuenta es un pequeño volumen publicado por Coyoacán -editorial de
vocación latinoamericanista y perfil de izquierdas, que formaba parte de las
empresas intelectuales de Ramos- y que llevaría por título La
Izquierda Nacional en la Argentina.
Se
trata de una colección de textos llamativa por la pluralidad ideológica y la
contraposición de perspectivas, relativa a un fenómeno ideológico, filosófico e
historiográfico novedoso en la
Argentina , no tanto por la fecha de origen o formación (que
se remonta a la década de 1940) sino más bien por la fuerza y la difusión que
estaba adquiriendo en esos azarosos momentos de la historia política del país.
Methol
se ocupa de la Izquierda Nacional
en momentos en los que ésta inicia su época de oro: sus integrantes son
numerosos, están en la plenitud de su producción intelectual y mantienen una
intensa y rica discusión entre sí y con otros sectores de la vida política e
intelectual.
La
selección está precedida por un breve pero revelador ensayo de Methol, que ya
había sido publicado en Nexo de abril
de 1955. El texto se divide en tres partes: una reflexión sobre la naturaleza
íntima y las contribuciones del marxismo, su aplicación a la realidad
latinoamericana y los aportes en este sentido de Jorge Abelardo Ramos.
Methol
define al marxismo como un humanismo
comunitario, “que hace de la libertad el fin de la historia”. Esta
libertad, que se ve limitada o suprimida en la época actual por el fenómeno
omnipresente de la alienación
(subordinación del ser al haber), sólo se entiende en la medida en
que se dé en el marco de una comunidad. También advierte las graves
limitaciones de la filosofía marxista, no sólo en sus aspectos teóricos sino
también en cuanto doctrina revolucionaria.
Nuestro
autor se encara con la obra y las ideas de Ramos desde una actitud simpatizante
pero crítica. Destaca en el intelectual argentino su compromiso profundo con la
restauración “de una tradición trunca: la tradición del nacionalismo
democrático revolucionario”, que es la continuación del federalismo argentino,
una reacción de las antiguas industrias regionales y domésticas contra la
devastación provocada por el capitalismo imperialista.
Pero
Methol explica que el historiador argentino se equivoca tanto al afirmar que la
nueva burguesía latinoamericana es incapaz de operar la unificación
continental, como al esperar que la unión del proletariado y el campesinado pueda
ser la conductora de la revolución nacionalista democrática. Methol piensa que
no existe unidad de acción ni en una ni en otra clase social.
Asimismo,
observa en Ramos una incapacidad -más allá de las declaraciones de intención y
los análisis propuestos- de trascender la perspectiva argentina, olvidándose
casi completamente de la otra gran nación sudamericana, el Brasil. Para cerrar,
cuestiona agudamente su adhesión incondicional al marxismo.
La
selección de textos que acompañan su ensayo revela un interesante proyecto de diálogo. Además de algún notorio
exponente de la Izquierda Nacional
-Juan José Hernández Arregui- los autores incluidos responden a un amplio
espectro ideológico, pero todos se sitúan en un campo que podríamos denominar pensamiento nacional.
Se
encuentra desde la franca simpatía hasta la hostilidad más enconada hacia la Izquierda Nacional :
desde el ya citado Hernández Arregui (quien se atribuyera la creación del
término que la define) hasta el nacionalista hispánico aristocratizante Sánchez
Sorondo, pasando por Jauretche, el nacionalismo tradicional de Mario Amadeo y
el conservadorismo católico de Emilio Mignone.
No
hay presencia de pensadores liberales: ni de izquierda, ni de derecha. Es
probable que el fenómeno de la Izquierda
Nacional les fuese indiferente. Pero Methol parece estar
definiendo un universo de temas e interlocutores, parece querer mostrar la
necesidad y a la vez los notorios obstáculos de un diálogo políticamente e
históricamente imprescindible pero ideológica y coyunturalmente imposible, que
algún día será necesario estudiar: el del nacionalismo católico y el
revisionismo tradicional con el nacionalismo popular democrático y el nuevo
revisionismo. Las alas izquierda y derecha del pensamiento nacional.
Al
aludir a los débitos que la perspectiva de Ramos ha contraído con el
revisionismo nacionalista y las contribuciones hechas a este último desde el
marxismo, señala la posibilidad de una fecunda convergencia de una izquierda y
una derecha auténticamente nacionales, que terminen de una vez por todas con la
historia liberal, la “de los vencedores de Caseros”, e inspiren un nuevo
impulso nacional y revolucionario.
De la crisis del paisito…
Contemporáneo a
este proyecto editorial es un pequeño libro publicado también en la Argentina por la mítica
editorial La Siringa :
La crisis del Uruguay y el Imperio
Británico.[ii] Methol se enfrenta aquí al sombrío
problema de la orfandad en la que deja al Uruguay la declinación de la
supremacía imperial británica.
Con
precisión descarnada y desprovista de emolientes, advierte que la crisis que se
cierne sobre el país afecta las raíces mismas de la identidad uruguaya. Percibe
una sustancial pérdida de sentido y de las certezas del Uruguay feliz de
principios de siglo XX. Advierte que el conservadurismo (“tradicionalismo”) de
la clase dirigente uruguaya, tan perfectamente funcional a la inserción del
país en el sistema imperial británico, ya no es una estrategia eficaz ni una
actitud política válida.
Methol
realiza una comprobación inquietante. Para el Uruguay, la dominación británica
imperialista no implicó violencia, opresión y atraso, sino todo lo contrario:
el imperialismo fue sinónimo de progreso. Incluso permitió el crecimiento del
Estado y la implementación de políticas sociales.
Esta
particular circunstancia tuvo efectos profundos en la psicología uruguaya:
“creó en las masas urbanas más una mentalidad de consumidores que de
productores”, además de generalizar una fuerte cultura burocrática, que
funcionaría como factor de compensación y estabilización social.
La
retirada del imperio británico y la inclusión en el área dólar y de la
influencia norteamericana afecta directamente la posición del Uruguay. El país
pierde su posición de proveedor de materia prima: respecto de los EEUU, explica
Methol, “estamos pues dentro de una órbita imperial en función de necesidades
geopolíticas, pero no económicas”. Lo que produce el Uruguay es irrelevante
para el nuevo imperio.
Esta
constatación del deterioro de la situación uruguaya lo lleva a preguntarse por
la capacidad de conducción y de liderazgo de la clase dirigente. Encuentra un
perfil absolutamente insuficiente en lo que llama el Patriciado, compuesto por terratenientes
urbanos.
Methol
observa que esta clase posee los caracteres más negativos del mundo rural
(inmovilista y reaccionario) y de la burguesía urbana (burocrática y
consumista), y pone de manifiesto el nefasto proceso de transferencia de la
riqueza material y el capital humano del campo a la ciudad, produciendo
desinversión y despoblamiento del área rural.
Por
eso le resulta una esperanzadora novedad el nacimiento el Ruralismo y la
Liga Federal ,
liderados por Benito Nardone, a mediados de la década de 1940, cuyo principal
instrumento de agitación y organización es la radio y su potencial comunicativo.
Se
trata de un movimiento social compuesto principalmente por clases medias
rurales (estancieros medios, maestros y médicos rurales, productores pequeños,
capataces y peones, medianeros, arrendatarios: todos aquellos que no son
terratenientes) que articula descontento y capacidad de movilización,
convirtiéndolo en un actor político de importancia creciente, en pugna con el
sistema bipartidario de configuración policlasista.
Es
un fenómeno enteramente novedoso: “el alma de la agremiación son el vecindario
y la familia, las dos sociabilidades primarias de nuestra campaña”.[iii]
Pero también busca representar y encarnar una tradición originaria que
encuentra en la reinterpretación del artiguismo, más histórica y más completa,
más política y menos épica, que precede históricamente a la fractura de blancos
y colorados.
Methol
sigue las alternativas de la vida política del país a través de las crisis de
la década del 50, cuando se derrumba el precio de las exportaciones uruguayas y
crece paralelamente el malestar social. Sitúa a la Liga Federal en el
conflicto interno de los partidos tradicionales. Muestra su dinamismo al
impulsar una reforma constitucional a través de los Cabildos Abiertos: mecanismos de consulta y deliberación popular,
en los que se discuten las propuestas de forma directa.
De
esta reforma surge la supresión de la ley de lemas, que obligaba a todo
candidato a conseguir el apoyo de los partidos tradicionales, y la creación del
Banco Central, una institución que aparece como vital, una vez que las finanzas
del país quedan desprotegidas de las directivas de la metrópoli.
El
revulsivo que implicó la aparición de este nuevo actor político se evidenció en
la coalición que el Partido Nacional formó con la Liga Federal , a
partir del entendimiento entre Herrera y Nardone, en 1958, y cuya victoria puso
fin a casi un siglo de gobierno ininterrumpido del Partido Colorado (la
experiencia sería más bien amarga y quedaría lejos de cumplir las expectativas
de Methol).
El
libro concluye con un lúcido análisis de la encrucijada uruguaya. El país se
enfrenta a un escenario económico en el que ha perdido inserción y relevancia.
Posee obstáculos considerables para plantearse un proceso de industrialización:
no dispone de un mercado interno importante y tampoco puede aspirar a la
suficiente acumulación de capital.
Sólo
puede plantearse como objetivo la tecnificación del agro y el desarrollo de una
industria liviana competitiva, complementarios a una integración económica
creciente con sus grandes vecinos, que sí pueden emprender una política de
industrialización sustantiva. Para eso se requiere la reforma del sistema
financiero -actualmente al servicio de la especulación y la concesión de
estériles créditos inmobiliarios- con el objeto de impulsar las inversiones
productivas en el sector agropecuario.
Todo
esto es posible si se produce un profundo cambio en el perfil humano del
uruguayo: es necesario sustituir la mentalidad urbana-portuaria, consumista y
burocrática, por una auténtica conciencia social, económica y política de clase
media, productiva y orientada hacia el campo y la actividad agropecuaria.
En
opinión de Methol parece haber llegado para el Uruguay la hora de hacer la
historia, dejando atrás su condición de mero testigo, de país que vive “la vida
como espectáculo”.
…a la empresa geopolítica continental
Los últimos años de
la década del 50 son tiempos preñados de transformaciones, crisis,
incertidumbre y sombríos presagios en el Uruguay. Methol realiza contribuciones
periodísticas en El Debate, periódico
de Herrera, y ocupa el cargo de secretario en el Consejo Nacional de Gobierno, una modalidad de poder ejecutivo
colegiado que estuvo vigente por esos años. Continúa en un cargo similar
después del triunfo del Partido Nacional. También empieza a publicar en la
revista Marcha, fundada y dirigida
por Carlos Quijano, órgano de discusión y debate de la izquierda uruguaya y
latinoamericana durante varias décadas.
Como
funcionario interviene en las sesiones preparatorias de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC). En 1961 se ahondan las diferencias con
el gobierno y las expresa en un célebre artículo de Marcha. A partir de entonces, vinculado al nacional Enrique Erro,
trabaja en la formación de una coalición de partidos de izquierda y
desprendimientos de los partidos principales. Junto con Vivian Trías, conocido
intelectual marxista, sienta las bases de la Unión Popular , un proyecto
político que daría frutos sólo a largo plazo.
A
mediados de 1967, Methol publica un libro titulado El Uruguay como problema, con la clara intención de dar vuelta (y
en directa apelación a la tradición político-intelectual de Luis Alberto de
Herrera) la enunciación canónica de la cuestión: el problema del Uruguay. El libro merece una carta de Perón al
autor, señalando sus coincidencias con las tesis planteadas.
Con
un epílogo sobre la actualidad uruguaya que afronta la posibilidad de una
guerra civil, el texto se publica en la Argentina unos años después, en 1971, llevando el
sugerente título de Geopolítica de la Cuenca del Plata. El
autor dedica su libro, en primer lugar, a Arturo Jauretche, “maestro y amigo,
con quien hace más diez años nos propusimos escribir un libro de geopolítica
rioplatense”.[iv]
Methol
plantea una seria paradoja: si sólo es propio de los grandes estados plantearse
cuestiones de geopolítica ¿qué sentido tendría hacerlo en y desde Uruguay? No
obstante, precisamente desde su situación estratégica, su posición entre dos
grandes estados, la perspectiva uruguaya no
puede no ser geopolítica.
De
ahí la desorientación elemental de su dirigencia: “lógica es la rareza de un
sentido geopolítico uruguayo, y esto no delata más que nuestra casi ausencia de
la política internacional.”[v]
Esta ausencia uruguaya del escenario de las naciones tiene su origen en que “la Pax
Britannica nos dispensó de política internacional,
protegidos internacionalmente por la lógica de su orden”. Si en el libro
anterior señalaba la necesidad de que el Uruguay definiera una política
económica propia, en este demanda una diplomacia nacional.
Geopolítica de la Cuenca del Plata es la continuación natural del análisis iniciado en La crisis del Uruguay. Después del
espejismo de la consolidación nacional e independiente del Uruguay durante el
dominio británico, el país vuelve a enfrentarse con el problema de su
viabilidad como entidad soberana. Y lo hace frente a un desafío de naturaleza
continental, de integración y expansión de los vecinos regionales y bajo la
atenta mirada del nuevo imperio mundial.
Methol
no se engaña respecto de los orígenes históricos del Uruguay como estado
“nacional”. Precisamente porque considera su existencia un problema en sí mismo, mal podría hacerlo. Pero asume que el decurso
histórico lo ha constituido en una entidad política peculiar y diversa, razón
por la cual no considera posible ni deseable la reanexión al Brasil o a la Argentina.
Su
análisis de la viabilidad económica del proyecto nacional uruguayo arranca en
el problema de la renta diferencial
agraria. Por sus amplios márgenes de beneficios, las características naturales
de los países de la Cuenca
del Plata les permitieron, en épocas del sistema imperial británico, insertarse
en una estructura de explotación económica, y a la vez, construir un Estado de
características modernas, llegando a implementar políticas distributivas. La
desarticulación del sistema deja a estos países en el desamparo y la
precariedad.
Methol
observa que la balcanización del continente latinoamericano (dividido en lo que
llama “repúblicas anacrónicas”, inviables por sí mismas, urgidas por integrarse
en una visión geopolítica de estado continental) es la continuación de la
trágica división de la península ibérica entre España y Portugal que frustró
una complementariedad imprescindible entre los dos países, permitió la
intervención de la política británica frustrando la unificación y prolongó sus
líneas de fractura y hostilidad hacia el continente americano.
El
epílogo de la edición argentina del libro es un penetrante ensayo sobre la actualidad
política uruguaya. Methol observa con preocupación que las élites dirigentes
del Uruguay, situadas tanto en el poder político como en el económico, son
incapaces de afrontar el triple desafío que les plantea la retracción del
sistema británico y las poderosas corrientes políticas del momento:
1.
Un desafío político, dado por la necesidad de trasponer las estrechas
fronteras orientales y emprender una política de articulación e integración con
los países de la región.
2.
Un desafío económico, planteado por la necesidad de adaptar una economía
obsoleta, tecnificar y modernizar el agro y encarar una política industrial
complementaria.
3.
Y un desafío social, dado por la necesidad de reintegrar sectores de la
población, atraídas desde al campo a la ciudad por las posibilidades de un
empleo público en un Estado otrora expansivo, y que ven el horizonte de la
emigración como única salida.
Methol
advierte que ninguno de los partidos tradicionales uruguayos tiene capacidad
para responder a la crisis. Cabe preguntarse, como hipótesis histórica, en qué
medida el golpe militar de 1973 suspendió un proceso de degradación de los
grandes partidos Blanco y Colorado, dándoles oxígeno por casi tres décadas más
y retrasando su caída hasta principios del siglo XXI.
Esta
incapacidad se evidencia ya a principios de los 50, con la emergencia de nuevos
movimientos sociales y políticos, y aparece en su forma más irritada y extrema
con Tupamaros. Explica que las
ilusiones del foquismo en el Uruguay
no sólo son poco razonables sino que además pueden ser terriblemente dañinas.
El horizonte de una guerra civil
debilita la posición internacional uruguaya y la expone a una intervención
militar por parte de sus vecinos (Argentina y Brasil), en la medida en que lo
juzguen necesario para mantener la estabilidad política interna y busquen
evitar que se convierta en un foco de insurrección o en un santuario de
guerrillas.
La
evolución política regional a principios de la década del 70 no le parece
particularmente auspiciosa. Con gobiernos militares tanto en la Argentina como en
Brasil, la integración no sólo parece entrar en un impasse, sino más bien en una franca regresión.
El
notorio esfuerzo industrial-militar del Brasil, que juega al aliado regional de
los EEUU, va dejando atrás definitivamente a la Argentina , que ya no
puede competir de igual a igual. Los recelos y sospechas que se despiertan
entre los gobiernos militares retrasan todo el proceso.
Methol
observa una posible vía de expansión e integración económica y política
argentina a través del eje andino. En años sucesivos irá articulando esta idea,
al punto de afirmar que la
Argentina debe liderar el bloque hispanoamericano para poder
balancear y plantear de forma equilibrada la unión continental con el Brasil.
Un estrecho compromiso con la Iglesia
El activismo de
Methol no se limitaría a lo político y lo intelectual. En 1967 funda con otros
intelectuales una revista católica de proyección latinoamericana llamada Víspera, en la que se reúne un puñado de
pensadores y escritores de primer nivel, que reflexionan al calor del Concilio
Vaticano II y la compleja e inestable situación de la Iglesia y el continente
durante esos años. Aparecen en sus páginas las primeras tesis de lo que
posteriormente se denominará la
Teología de la Liberación. La revista sería clausurada por el golpe de 1973.
En
1972 es nombrado asesor del Departamento de Laicos del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). Monseñor Antonio
Quarracino, nuevo director de la sección, lo promueve al Secretariado del
Departamento, y posteriormente, en 1975, como miembro del Consejo Teológico Pastoral.
Methol acompañaría en puestos de confianza a Quarracino, quien es designado
secretario general del organismo desde 1979 hasta 1982.
Es
muy destacada su participación en la Conferencia Episcopal
de Puebla, en 1979, al preparar la introducción al documento final de la
reunión. Su perspectiva eclesial y teológica resulta de una crítica y síntesis
de los movimientos y tendencias contemporáneas del catolicismo. Asume una clara
identidad laical, no clerical, y además contribuye a desarrollar una teología con
base en la religiosidad popular, en respuesta a las corrientes marxistas
identificadas con la Teología
de la Liberación.
Son
tiempos de gran intensidad y compromisos políticos peligrosos. En 1971 forma
parte de los asesores del General Líber Seregni, líder del flamante Frente Amplio. En 1973, al adherir a una
huelga general contra el golpe de Estado, es suspendido de su cargo de Gerente
del Puerto de Montevideo. Posteriormente presenta la renuncia. Pierde amigos y
parientes a causa de la violencia política desatada en toda la región.
Los
años de la dictadura son no obstante muy fecundos para Methol en materia de su
compromiso cristiano y su vocación intelectual. Entre 1980 y 1985 es delegado
por América Latina del pontificio Concilium
Pro Laicis. Por estos años entra en contacto con el célebre filósofo
italiano Augusto del Noce, con quien tiene vastas y profundas coincidencias. En
1983 refunda Nexo, ahora transformada
en publicación católica de proyección latinoamericana: colaboran en la revista
intelectuales católicos de diversas tendencias y corrientes.
El
retorno de la democracia lo encuentra invariablemente activo en materia
política. Intercede en las negociaciones entre el blanco Wilson Ferreira
Aldunate y el democristiano Juan Pablo Terra. Inesperadamente, Ferreira muere y
se cancela un prometedor proyecto político. En 1989 apoya una fórmula que es
desprendimiento del Frente Amplio. En 1994 adhiere a la candidatura
presidencial de Alberto Volonté, del Partido Nacional y colabora con la
formulación de su programa de gobierno.
Desde
su jubilación en 1989 como Subgerente General del Puerto (jerarquía que alcanzó
una vez repuesto en su cargo por el gobierno democrático, en 1985) Methol
intensifica y despliega su labor docente y de investigación. Se multiplican los
viajes y las invitaciones internacionales: dicta conferencias en todo el
continente americano y también en los países europeos.
En su país imparte clases en variadas instituciones: el Instituto Artigas dela Cancillería de Uruguay, la Universidad Católica Dámaso Antonio Larrañaga, el Centro Latinoamericano de Economía Humana (CLAEH)
y la Universidad
de Montevideo, donde ejerce la docencia hasta su muerte.
En su país imparte clases en variadas instituciones: el Instituto Artigas de
La esperanza del Mercosur
Hacia el final de
siglo Methol avanza decididamente sobre el proyecto teórico de integración
continental de América del Sur. Su inspiración fundamental es el proceso
político iniciado a mediados de la década de los 90 por Argentina, Brasil y
Uruguay: el Mercado Común del Sur o Mercosur.
En
1999 escribe un estudio para la
Cancillería del Uruguay, en el que concreta prácticamente los
nebulosos ideales americanistas de los cincuenta y las urgencias y
contradicciones de los sesenta.[vi]
Se ocupa de fundamentar teóricamente el proceso de integración continental,
apelando a la teoría geopolítica, a las tendencias que pueden observarse en el
desarrollo de las grandes potencias durante los últimos siglos y también a la
tradición del pensamiento latinoamericano.
En esta obra la pasión militante de
Methol no pierde un ápice de impulso, pero aparece formalizada en un
planteamiento científico que combina historia, teoría política y concreción
práctica. Methol se introduce en la cuestión con una interesante antología de
textos de Felipe Herrera, primer presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Herrera,
de nacionalidad chilena, es uno de los primeros pensadores que en la década de
1960 se plantean la viabilidad y las condiciones objetivas para la integración
continental, trascendiendo así las buenas intenciones y los idealismos del
primer pensamiento americanista.
La
formación y las características del Estado-Nación
son elementos de juicio fundamentales para comprender la configuración política
latinoamericana y la evolución del orden mundial. Encuentra entre sus orígenes
el tránsito de sociedades agrarias a industriales, en las que se vuelven
imprescindibles los procesos de centralización política y económica y de homogeneización
cultural y social.
Methol
enumera los rasgos típicos del Estado-Nación propiamente dicho: burocracia administradora, economía
industrial, hegemonización cultural (alfabetización) formación de un mercado y
sistema político tendencialmente democrático. Extrae dos conclusiones: en
primer lugar, el Estado Nación posee una lógica estructural y una dinámica que
tiende a la integración y a la formación progresiva de unidades políticas
mayores, los Estados Continente, que
constituyen el paso previo a la unificación definitiva del planeta en un Estado Mundial o Global, que según sus previsiones, se consolidará dentro de un par
de siglos.
Por
otro lado advierte que el Estado-Nación es una combinación de elementos que se
da en unos poquísimos países (Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia y Japón),
y que este tipo clásico coexiste con Estados Continentales (EEUU, Rusia) y
formas estatales menos desarrolladas, o intermedias. Es el caso de los estados
en América Latina, en los que se verifica la falta de alguno de los requisitos
enumerados.
Methol
observa que el caso de América Latina no solamente es el de una nación dividida
(deshecha, en palabras de Felipe Herrera), sino que además esa fragmentación no
responde a la formación del Estados-Nación, sino a la hegemonía económica y
política de un núcleo urbano sobre el territorio circundante, lo que posibilita
un tipo de Estado que podría denominarse Polis
Oligárquica o Estado-Ciudad, de
base económica agrícola, que replican sólo formalmente la configuración
jurídico-política del Estado-Nación.
El
asunto de la supervivencia del Estado-Nación
es un elemento decisivo de juicio respecto de la formación de nuevas
unidades políticas. Methol plantea la discusión enfrentando a dos autores
provenientes de lo que podría calificarse como el área más dinámica de las
ciencias sociales, la empresa: la visión derogacionista
de Kenichi Ohmae con la supervivencialista
de Peter Drucker. Toma partido por esta última, sin dejar de señalar las
profundas transformaciones que sufrirá y las tendencias integracionistas en pos
de grandes mercados internos y unidades productivas.
El
horizonte contemporáneo de la integración política es el de los Estados
Continentales. Methol encuentra el caso más caracterizado en los Estados
Unidos. Pero para estudiarlo emplea una perspectiva de análisis muy particular:
la de los estudiosos alemanes de la economía y la geopolítica del s. XIX:
Friedrich List y Friedrich Ratzel. Si List señala la necesidad de la
integración de grandes espacios comerciales y economías nacionales, Ratzel lo
observa desde la experiencia de la industrialización avanzada.
El
planteamiento se revela decididamente geopolítico cuando se ocupa del proceso
de globalización, que Methol hace arrancar en una primera fase colombina, de
dominación europea del mundo conocido, seguida por la formación de imperios a
escala mundial y que se continúa con la formación de grandes Estados
Continentales.
Observa
que en adelante, “toda política es geopolítica” y señala la importancia vital
de concebir el desarrollo económico y político latinoamericano desde esta
clave. La geopolítica ya no es patrimonio de las naciones dominantes sino
también de aquellas que no lo son, y se vuelve absolutamente imprescindible
para entidades políticas emergentes como el continente latinoamericano. Es la
manera de avanzar más allá de la retórica y las declaraciones integracionistas.
Ese
proyecto se concreta y motoriza en el llamado Mercosur. Methol se ocupa de la
evolución de este proyecto de integración. Inicia con la frustrada unidad
política de España y Portugal y los proyectos de unidad política continental
que aparecen en la época de la independencia. Estudia los conceptos que
permiten concebir al continente como una unidad cultural (Hispanoamérica, Iberoamérica, Latinoamérica), discute sobre las
ideas de reunión en base al llamado “iberismo” bicontinental.
Especial
atención le merecen los primeros intentos por escribir una historia
latinoamericana (el chileno Barros Arana, los argentinos Navarro Lamarca y
Ugarte, el peruano García Calderón), como expresión clara del intento de
reconstrucción de una identidad común.
Encuentra
un hito fundamental de este proceso en el tratado de arbitraje impulsado por
Roque Sáenz Peña y el Barón de Rio Branco conocido como ABC, que tuvo como
integrantes a Argentina, Brasil y Chile, a principios del s. XX. También
empiezan a discutirse por esta época proyectos de unión aduanera como el del
argentino Alejandro Bunge y los chilenos Eleodoro Yánez y Guillermo
Subercaseaux.
Para
Methol los antecedentes más directos del Mercosur se encuentran en las
iniciativas políticas y los planteamientos teóricos a partir de la década de
1940. Un oficial argentino, participante de la Revolución del 30,
perteneciente al círculo del General Justo, desarrollará una concepción
geopolítica de integración entre Argentina Chile y Brasil, que influiría
decisivamente sobre otro oficial más joven, ambicioso y con fuerte vocación
política. El Coronel José María Sarobe se convertiría el maestro del Coronel
Juan Domingo Perón.
Las
ideas geopolíticas de Sarobe son desplegadas por Perón y se encuentran en
varios lugares pero aparecen sintetizadas en el artículo titulado Confederaciones Continentales, que
publicó en 1951 con el seudónimo de Descartes.
Se
contienen allí tres conceptos fundamentales: 1) el proceso histórico que va del
nacionalismo al mundialismo y la etapa que se está abriendo, el
continentalismo; 2) la necesidad de un núcleo básico de aglutinación; 3) la
necesidad de definir una tercera posición, independiente del conflicto bipolar
entre los EEUU y la URSS.[vii]
Methol
encuentra también antecedentes brasileños de esta misma cuestión, ya en la dé
cada del 30, en la obra de Mario Travassos, que fue muy difundida en la Argentina. El autor uruguayo afirma
que fue precisamente la intensidad del conflicto entre las dos superpotencias
la que frustró el proyecto integrador que se veía cada vez más claro en la Argentina y el Brasil.
Los
EEUU no dejaron prosperar una iniciativa tercerista que hubiera complicado su
frente interno, en plena fase crítica de su enfrentamiento con la URSS. Para eso implementó,
entre otras políticas, la llamada Alianza
para el Progreso. Recién después del derrumbe de la URSS ha sido posible avanzar
resueltamente en el proyecto de unificación continental.
Durante
los años 60 se dieron pasos importantes, pero insuficientes. También se
verificaron retrasos. La fundación de la Conferencia Económica para América Latina (CEPAL) y la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) respondió a la conclusión acertada de
que la integración debía iniciarse desde la economía.
Pero
el foquismo guerrillero, respondiendo a un “latinoamericanismo revolucionario,
amorfo e invertebrado” provocó una fuerte reacción que llevó a los militares al
poder, inspirados en las doctrinas de la seguridad nacional, frenando o
atrasando las iniciativas de integración. Por fin, la década de los 90 sería la
oportunidad para poner en marcha el proyecto.
Citando
a Henry Kissinger, Methol señala que los EEUU advierten que no pueden dominar
el mundo, pero tampoco retirarse: y para ello impulsan una política hemisférica
que define un área exclusiva de influencia -el Tratado de Libre Comercio (TLC o NAFTA)- que incluye como bloque a
México y busca extender el régimen a determinadas naciones del continente.
En
este sentido, han sido repetidos los intentos norteamericanos por romper el
bloque ofreciendo un TLC a Uruguay.[viii]
Son además conocidas las vacilaciones de Chile al respecto, que podrían
condicionar gravemente su futuro económico y político. Pero la limitación del
dominio norteamericano permite que prosperen iniciativas de integración en el
resto del continente, como el Mercosur.
Methol
encuentra en la vinculación de Argentina y Brasil el núcleo básico de
aglutinación que reclamaba Perón. También señala que la política de integración
puede dar por resultado algo similar a lo que sucedió durante la Independencia : si
entonces América Latina se libró del dominio europeo, ahora puede hacer lo
propio con el dominio norteamericano. Por eso le parece una empresa política de
mayor envergadura, porque puede resultar en la verdadera y definitiva emancipación.
Concepción política, labor historiográfica
Se advierte en este
libro la fase conclusiva de desarrollo de la concepción política de Methol. En
ella se practica una doble apertura de los límites decimonónicos del Estado.
Podemos imaginar al Estado moderno como un “barril” o recipiente cilíndrico
sellado, dotado de fondo y tapa, en el que se contiene toda la acción política.
Methol
opera teóricamente en dos sentidos: por un lado lo “destapa”, abriendo la
acción política a marcos espaciales supraestatales, regionales y continentales.
Este es la tesis de Methol que más ha trascendido, la que ha sido objeto mayor de
atención de estudiosos y dirigentes de todo el continente.
Pero
esa operación de “apertura superior” a menudo oculta otra, anterior en el tiempo
y menos visible. Es en La crisis del
Uruguay y el Imperio Británico donde Methol se plantea la necesidad de “bajar”
la política a los estratos más elementales de la sociedad uruguaya. El relato
de la experiencia de la Liga Federal ,
un movimiento social de amplio respaldo popular y transversal a los dos
partidos dominantes del país, es muy elocuente en este sentido.[ix]
Desde
esta perspectiva, el Estado “nacional” (si es que puede hablarse de algo así en
el caso del Uruguay) no es negado ni suprimido, pero es presentado como una
“condensación” política fundamental pero intermedia, entre condensaciones más
reducidas (que responderían a un populismo
en el sentido anglosajón del término: una política cercana a la ciudadanía, de
escala humana y fuerte acento en el autogobierno) y otras más amplias, de
escala regional o continental y proyección geopolítica.
Se
ha discutido sobre la condición de historiador de Methol. Indudablemente lo
fue, pero a su modo. Si Braudel pudo hablar con indudable acierto de la
historia de la longue durée, no sería
erróneo calificar a Methol como un historiador de los grandes espacios, lo cual implica, necesariamente, los tiempos
extensos. Practica una historiografía de síntesis y entiende la historia como
una disciplina del conocimiento íntima y necesariamente vinculada a la
política, del mismo modo que los medievales consideraban a la filosofía como ancilla theologiae (esclava de la
teología).
Su
género es el ensayo histórico de interpretación, descubriendo regularidades y
fracturas, extendiendo líneas de evolución desde tiempos remotos hasta la
actualidad, establece paralelos y bifurcaciones que iluminan la
contemporaneidad, le dan sentido y significación.
Su
perfil de historiador es definido indirectamente por Juan José Hernández Arregui,
quien refiriéndose al método historiográfico de Jorge Abelardo Ramos, explica
que usa textos ya publicados, pero construye su narración a partir de una
reveladora originalidad interpretativa. La cita puede encontrarse en la
selección que el propio Methol hiciera para La
Izquierda Nacional en la Argentina.[x]
La Iglesia y América Latina: el desafío de la globalización
El nuevo siglo
coincidió con el tiempo de los reconocimientos. Mucho más leído y seguido en
otros países de la región que en el suyo, no resultó extraño que recibiera las
primeras distinciones fuera de él. En 2005, se le concedió el premio Arturo
Jauretche del Instituto Superior homónimo en Buenos Aires. En 2007 el gobierno
de la República
Argentina le otorgó la Orden de Mayo al Mérito en grado de
Comendador. Las Fuerzas Armadas de Venezuela lo condecoraron en mayo de 2008 y
la embajada de Ecuador en Montevideo le rindió homenaje en marzo de 2009.
Reencontré
a Methol muchos años después. Estaba en Uruguay dictando un curso cuando una
profesora de la
Universidad de Montevideo me comentó, casi al pasar, que
Methol formaba parte de su claustro. Sorprendido, le manifesté mi voluntad de
conocerlo personalmente, aunque entendía que no fuese posible por una cuestión
de tiempo.
Antes
de partir me obsequió uno de sus últimos libros, una entrevista realizada por
el periodista Alver Metalli en la que se efectúa un repaso de sus ideas en
torno al pasado, presente y proyección de nuestro continente: La América Latina del siglo XXI.[xi]
Se trata de una extensa reflexión dialogada sobre la actualidad de América
Latina -actualidad que no se comprende sino proyectándola hacia el futuro e
interpretándola desde el pasado- desde la perspectiva de la Iglesia.
Hay
una cuestión fundamental que enhebra las preguntas y las respuestas: ¿en qué
medida la misión universal de la
Iglesia , los procesos de integración regional latinoamericana
y el fenómeno actual de la globalización son elementos relacionados,
compatibles, sinérgicos o contrapuestos?
El elenco de temas por los que
transcurre la conversación lo acerca a una condición de inventario, por su variedad, detalle, importancia y orden. Methol
sitúa la discusión en el marco de la situación mundial y específicamente de la
crisis cultural de Occidente. Confronta las visiones de Francis Fukuyama,
Samuel P. Huntington y Zbigniew Brzezinski, rescatando de éste último la noción
de cornucopia permisiva o consumo de
los deseos infinitos: una sociedad de alta tecnificación y consumismo creciente
que desarrolla hábitos que aceleran la decadencia cultural.
Uno de los puntos de referencia es
el colapso del comunismo, al cual Methol llama ateísmo mesiánico. Puntualiza los efectos que tal acontecimiento
histórico ha provocado sobre la izquierda latinoamericana. Particular atención
le merece una modalidad del marxismo latinoamericano, encarnado en la Revolución Cubana ,
y señala sus notorias contradicciones.
Según
el autor, de las dos líneas de izquierda fundamentales, habría entrado en
crisis la variante marxista y se sostendría aquella que denomina nacional popular. Es en los movimientos
de este signo, que se ocupa de distinguirlos de la noción más difundida de
populismo, en los que el autor ve un futuro posible y promisorio para la
izquierda en el continente.
Si se adopta la perspectiva de la Iglesia , la crisis
definitiva del ateísmo mesiánico
significó un triunfo claro y contundente. Sin embargo la ha enfrentado a un
enemigo mucho más sutil, omnipresente y peligroso, que enerva las capacidades
de superación de las sociedades: es el ateísmo
libertino, que Methol Ferré relaciona directamente con las tesis culturales
de Brzezinski.
El ateísmo libertino, de origen
aristocrático, va penetrando a través de los medios de comunicación y la
sociedad de consumo las capas sociales más bajas, transformándose en un
fenómeno de masas. Un proceso dependiente y relacionado es el avance de las
sectas y del protestantismo, derivado de la amenaza de las drogas y la
pornografía. El autor se apoya en las tesis de Augusto del Noce, quien ve en
estas tendencias la expresión final de la modernidad. Methol reivindica, de
todos modos, la presencia de la
Iglesia en el génesis del pensamiento moderno.
En la evolución del ateísmo
mesiánico a libertino, el autor realiza una profunda consideración sobre la necesidad de un enemigo, incluso para
una institución de naturaleza inclusiva como la Iglesia : esta es
probablemente una de las ideas más originales y luminosas del libro.
Identificar al enemigo como fuerza secular, comprenderlo y trazar una
estrategia para enfrentarlo, finalmente vencerlo y hacerlo amigo, es una
necesidad esencial para la vida de la Iglesia , algo que requiere para definir su
misión.
El autor repasa históricamente la
evolución de los procesos de globalización, y encuentra así a uno de sus
grandes agentes: la
Iglesia Católica , que junto con Portugal y Castilla, hizo del
continente americano su primera área indiscutida de expansión fuera de Europa.
Esta fase de la globalización se hace con la idea de una misión universal y
otorga por primera vez al mundo una conciencia histórica planetaria.
Desde esta perspectiva, la
fragmentación política que produjo la independencia de América supuso un franco
retroceso en los procesos de integración, cuya necesidad empezó a verse
claramente casi un siglo después, con lo que el autor denomina la generación
del 900: Vasconcelos, Rodó, Ugarte, Blanco Fombona, García Calderón, Pereira,
son intelectuales que desde cada uno de sus países advierten de modo
contemporáneo las debilidades actuales y la potencial fortaleza del continente.
Una consecuencia directa de este
despertar de la conciencia del continente, en buena parte animada por
pensadores católicos, fue el surgimiento de diversos movimientos
nacional-populares, en varios puntos de América: el aprismo, el varguismo, el
peronismo. En un primer momento este proceso es seguido por la Iglesia , originaria agente
de globalización e integración, a cierta distancia y con recelo, en parte por
ciertas influencias ideológicas que se verifican en algunas de sus formas, como
el marxismo. Además es consciente de los efectos negativos de la globalización.
Methol señala al Concilio Vaticano II y al gran esplendor teológico que le siguió como disparadores de un nuevo impulso ecuménico dela
Iglesia , en la que su rama latinoamericana empezaría a
adquirir conciencia propia y a desplegar una actividad determinada por sus
deberes y responsabilidades regionales. Las iglesias, por así decirlo, se
“nacionalizan”. Es el embrión del CELAM, que nace en tiempos del pontificado de
Pío XII.
Methol señala al Concilio Vaticano II y al gran esplendor teológico que le siguió como disparadores de un nuevo impulso ecuménico de
El Concilio Vaticano II supone la
asimilación y superación de la Reforma Protestante y de la Ilustración por parte
de la Iglesia.
Ésta asume todo lo bueno de estos fenómenos: la afirmación del Pueblo de Dios y
su carácter sacerdotal, de la primera, y la autonomía del conocimiento
científico, la aspiración universalista y los derechos humanos de la segunda.
La evolución de la izquierda
latinoamericana y su confluencia con los movimientos posconciliares llevan
inevitablemente a la cuestión de la
Teología de la
Liberación , la cual constituye para Methol un gran momento de
discusión teológico-política en el continente y un intento por desarrollar una
teología de concepción latinoamericana.
El autor distingue dos corrientes de
la Teología
de la Liberación :
una de fuerte influencia marxista y otra que se apoya en la religiosidad
popular, en la historia. Estima como una pérdida la crisis general de esta
línea de reflexión teológico-política, que ha extraviado la oportunidad de
evolucionar liberada ya del marxismo después de la pérdida de vigencia de éste
último.
La
pregunta que cabe hacerse, en contraste con este análisis, es si efectivamente
existió una teología de la liberación no marxista, y si esa posible vía de
reflexión tiene o tuvo una verdadera entidad teológica.
Methol
sitúa a la Iglesia
contemporánea en una etapa postcristiana,
en la que la secularización ha operado el fin de la cristiandad, a principios
del siglo XX. Este proceso potencia, a su parecer, una espiritualización de la Iglesia , despojándola de
problemas “superfluos”, pero también anulándola como cuerpo histórico.
Sorprende un poco constatar que este proceso no le merece siquiera un leve
comentario crítico respecto de sus posibles vinculaciones con el Concilio.
Este estado de cosas coincide, a la
vez con el florecimiento de nuevos movimientos eclesiales, mucho de ellos de
origen o espíritu laical. Es una de las características de estos movimientos el
que le parece clave, puesto que es la recuperación de una tradición originaria
católica: la atención en la educación y específicamente, en la universitaria.
Advierte
en el perfil teológico de Benedicto XVI una posibilidad de recuperar la
tradición de reflexión centrada en la liberación, como principal preocupación
de la Iglesia
latinoamericana, vinculada a los ejes cultura-universidad y opción preferencial
por los pobres.
Methol se ocupa de los procesos actuales de integración sudamericana, que obedecen a un imperativo de la realidad de todos los países de la región. Define tres modelos posibles: dos hegemónicos, estructurados en torno a Brasil y los EEUU, y otro de integración equilibrada entrela América
hispana y portuguesa, que le parece la más conveniente y exitosa. Esta
integración debe tener dos centros dominantes: Brasil y la Argentina , que debe
liderar la parte hispana.
Methol se ocupa de los procesos actuales de integración sudamericana, que obedecen a un imperativo de la realidad de todos los países de la región. Define tres modelos posibles: dos hegemónicos, estructurados en torno a Brasil y los EEUU, y otro de integración equilibrada entre
El autor destaca la naturaleza
económica y progresiva de la integración en curso y señala la necesidad de
aumentar sustancialmente las vías de intercomunicación. Sorprende un poco
comprobar que el horizonte de integración supranacional al que hace referencia
el autor sea geográfico-económico y no cultural: en su esquema agregativo se
percibe un área de integración sudamericana.
México y Centroamérica prácticamente no aparecen, como si el enlace con estas
importantísimas regiones del continente hispanoamericano fuese un proyecto
imposible o poco probable.
Es imposible dar cuenta detallada
aquí del pensamiento de Methol en temas de teología, religión, cultura y
filosofía: nos hemos limitado a los asuntos histórico-políticos en sus textos
principales. Pero quizá sea muy revelador recordar una notoria particularidad
de su pensamiento, que ha destacado agudamente Ramiro Podetti: “Methol solía
decir que la Iglesia
le había abierto la mente a la comprensión de lo universal.”
Es
precisamente desde su fe cristiana que Methol se interesa por temas de
geopolítica, puesto que ésta “escapa a las percepciones hiperespecializadas
-que dominan en profundidad un aspecto de la realidad pero al costo de aislarlo
en extremo- ya que integra la geografía, la cultura, la economía y la política;
y por otro lado porque es una disciplina que nació tomando al mundo en su
conjunto, discerniendo el rol de los “grandes espacios”, de los “grandes
actores”, en ese acontecer”.[xii]
Este
sistema de ideas y creencias, amplio y sólido a la vez, le permitió no
solamente combinar agudeza teórica, militancia y compromiso político y social,
sino además participar de proyectos y empresas políticas de muy diversa matriz
ideológica (desde órganos de la jerarquía eclesiástica a movimientos populares
de izquierda), sin que en ningún caso pudiera ser tachado de oportunista,
acomodaticio o voluble.
Final y recomienzo
Los últimos años de
Methol dan lugar a una pasión militante remansada, ya otoñal. Se entusiasma con
los procesos políticos del continente y con la marcha problemática y llena de
obstáculos, pero decidida, hacia la integración. En abril de 2009 adhiere
públicamente a la candidatura presidencial de José “Pepe” Mujica. El 15 de
noviembre de ese año fallece en Montevideo.
Mi
tercer encuentro con Methol sucedió después de su muerte. Por paradójico que
pudiera parecer, fue entonces cuando tuve una experiencia cercana de su
persona. Recibí una generosa invitación a participar en unas Jornadas de
Homenaje a Alberto Methol Ferré, que organizó la Universidad de
Montevideo, junto con sus familiares y amigos más cercanos.
Concurrí
con un vago prejuicio. Frecuentemente, las reuniones de este tipo son ocasiones
en las que las “viudas” del pensador, es decir, quienes pretenden oficiar como
albaceas, herederos e intérpretes de su legado intelectual, presumen ortodoxia
o fidelidad y se acusan mutuamente de advenedizos, tergiversadores y arribistas.
Mis
previsiones fueron gratamente disipadas cuando advertí que estaba en presencia
de una familia, en el sentido propio
y también en el sentido analógico: una familia
intelectual, inclusiva, compuesta de parientes, descendientes, amigos y
discípulos, colegas y renombrados académicos, quienes se reunían para hacer un
fraterno brindis de ideas y recuerdos en honor al viejo maestro.
Mucho
más que los recurrentes testimonios en torno a las virtudes de Alberto Methol
Ferré, formar parte de ese sentido y festivo simposio me dio la confirmación
definitiva de su calidad humana. A las personas no sólo se las conoce en su
individualidad, sino también por las relaciones y amistades que se procura y
sabe cultivar.
Adicionalmente,
constituyó para mí la evidencia de una ingente y extendida labor de docencia,
que trascendió las aulas y los claustros, y se derramó generosa en todos
quienes tuvieron oportunidad de conocerlo y tratarlo: un verdadero ejemplo de sabio, en el sentido más pleno del
término.
Porque
Methol poseyó un rasgo de la personalidad que lo alejaba del intelectual en su
configuración más difundida y lo acercaba a la genuina y profunda sabiduría. No
se dejó ganar nunca por el escepticismo ni por el desaliento. A pesar de que
sus estudios y análisis son frecuentemente muy críticos y revelan una realidad
insatisfactoria y problemática, nunca fue un profeta de la claudicación y del no future.
En
cambio mostró un entusiasmo militante ante los movimientos populares y las
transformaciones que se operaban en el continente. De ahí su vivaz expectativa
ante los procesos políticos recientes en Brasil, Venezuela y Uruguay. Algunos
han juzgado tal actitud como una notoria ingenuidad, pero es manifestación de
un modo espiritual propiamente cristiano, conocido como esperanza.
No
es una mera creencia en el progreso ilustrado, sino la auténtica esperanza, que
se empeña por ver la acción de la Providencia en el devenir humano. Un hábito que a
fuer de generoso y confiado, se expone a las desmentidas y los desengaños, pero
que resultan siempre accidentales y no empañan los verdaderos horizontes más
allá de la historia, que la incluyen y le dan sentido.
Medida
de esa concepción esperanzada de la vida y de la historia es que Methol nunca
se dejó llevar por idealizaciones de la realidad ni por construcciones
utópicas. Su método de análisis histórico, político y económico fue riguroso y
no hizo concesiones a la fantasía: analizó las bases materiales de la vida
social, sus condicionantes, sus limitaciones y las estructuras derivadas de
poder; dio cuenta del perfil psicológico de las sociedades y fue un observador
atento de las relaciones de dominación y de las ideologías puestas a su
servicio.
El peso específico de una labor intelectual americanista
En el escenario
intelectual del continente, Alberto Methol Ferré se sitúa en una posición
única, no asimilable a ningún otro pensador o estudioso latinoamericano, sólo
ocasionalmente reconocida por la academia.
Es
sabido que en la historia del pensamiento los autores más originales son los
que realizan las labores de síntesis más vastas y profundas. Methol es, sin
lugar a dudas, un pensador de síntesis. Esa capacidad sintética es producto de
cualidades intelectuales poco comunes, pero también de condiciones morales
-hace falta tener un profundo amor a la realidad para llevar a cabo esa tarea-
y seguramente de su condición de autodidacta, de agente libre no determinado
por los compartimientos estancos de la academia.
Methol
tuvo el valor y la seguridad de pensar propios del intelectual emancipado,
libre (por nacimiento o por lucha) de los colonialismos mentales que imponen un
modo secundario de reflexión e investigación, subordinado y condenado a hacer
notas a pie, adaptaciones o modestas sinopsis de lo que producen los centros
rectores.
Esta
característica de su pensamiento no sólo es feliz y provechosa para América
Latina, sino que reviste particulares beneficios para la Argentina. A Methol le gustaba
decir que él era un “argentino oriental”, y a continuación les pedía a los
argentinos que se asumieran como “argentinos occidentales”.
Entendía
que dentro de la Patria Grande ,
la Argentina
y el Uruguay formaban parte de una identidad común regional. Y si la división
política entre las Provincias Unidas y la Banda Oriental había sido un
infeliz acontecimiento histórico, podía sacarse provecho de él en un ambicioso
proyecto de integración. Montevideo podría recuperar el carácter de contrapeso
con Buenos Aires, estableciéndose una relación más equilibrada con las
provincias del Interior, tal como lo viera el preclaro Artigas.
Esa
condición de “argentino extrañado” le dio una perspectiva particularmente
lúcida de nuestro país. Respecto de la Argentina , Methol nunca fue un observador
extranjero ni un desterrado, no tuvo la amargura ni el resentimiento del
exiliado: desde su privilegiado balcón uruguayo (lejano y cercano a la vez)
contempló con profundo amor fraternal y de modo íntegro la realidad argentina,
su particularidad y su posición en el mundo, sus fracasos y frustraciones, sus
obstáculos, pero sobre todo su promesa y sus esperanzas. [xiii]
[i] Para los datos biográficos de Alberto Methol Ferré me he basado en las
valiosas síntesis de Luis Vignolo -muy completa y secuenciada- y de
Alver Metalli -más libre pero también más vivencial- que se encuentran,
respectivamente, en Los Estados
continentales y el Mercosur y La América Latina del siglo XXI, libros que serán
comentados más adelante.
[ii] Methol Ferré, Alberto. La crisis
del Uruguay y el Imperio Británico. Buenos Aires, La Siringa , 1959.
[iii] Ídem, p. 39.
[iv] El proyecto no se concretó, pero fue el propio Jauretche quien
escribió el prólogo del libro. Referencias cruzadas sobre este proyecto en
colaboración que no llegó a concretarse pueden encontrarse en Jauretche,
Arturo. Ejército y Política. Buenos
Aires, Peña y Lillo, p. 1984, pp. 9-11. También se encuentra en el libro de
Methol una dedicatoria para Helio Jaguaribe, notorio intelectual brasileño,
quien viajaría en 1955 a
Montevideo con el objetivo expreso de tener una entrevista con él, y con quien
trabó una fecunda amistad.
[v] Methol Ferré, Alberto. Geopolítica
de la Cuenca
del Plata. Buenos Aires, Peña y Lillo, 1971, p. 32.
[vi] La obra recién sería publicada en 2009, bajo el título de Los estados continentales y el Mercosur.
Buenos Aires, Instituto Superior Dr. Arturo Jauretche – SADOP, 2009. La edición
incluye un prólogo y síntesis biográfica, obra de Miguel Ángel Barrios y una
muy interesante entrevista realizada por Luis Vignolo.
[vii] Descartes (Seud. de Perón, Juan Domingo). Política y estrategia (no ataco, critico). Buenos Aires, s/e, 1951,
pp. 231-235.
[viii] “Hubo en la
Independencia con la atomización de los Estados Ciudad una
gigantesca victoria del Imperio Británico, el primer imperio industrial de la
historia, que nos convirtió en súcubos, en periferia. Esa fue la derrota
esencial de Artigas, generada básicamente por los ingleses. Porque los
unitarios porteños eran el sector inglés de las Provincias Unidas del Río de la Plata , y los portugueses
también estaban bajo el control inglés.
De manera que es una gran victoria inglesa la derrota de Artigas. A tal
punto que la verdad de nuestra realidad, en forma feroz, es que la Plaza Independencia
va a adquirir la plenitud de su sentido solamente con la victoria de la
integración. De lo contrario la Plaza
Independencia está ocultando que la verdadera e invisible
estatua dominante es la de Lord Ponsonby y no la visible de Artigas. Hoy la
estatua de Artigas es la máscara de Lord Ponsonby. Y Artigas no fue máscara de
nadie. Es hora de que arrojemos esa máscara al suelo. Hoy está semi-arrojada
porque los ingleses se fueron. Ya Ponsonby pegó el raje. Hace rato que pegó el
raje. Ya no importa, pero importa Mister Ponsonby. Su hijo norteamericano
anglosajón. En la retirada inglesa el Lord puede ser sustituido por el Mister.
Por un Mister texano hoy, o de la
Florida -qué se yo- o de cualquier estadito yanqui en el
futuro. El TLC es el intento de Míster Ponsonby de evitar que la Plaza Independencia
sea la verdadera Plaza de Artigas”. Methol, Los
estados continentales y el Mercosur, p. 137.
[ix] Methol Ferré, Alberto. La crisis
del Uruguay y el Imperio Británico. Buenos Aires, La Siringa , 1959.
[xi] Methol Ferré, Alberto; Metalli,
Alver. La América Latina del siglo XXI. Buenos Aires,
Edhasa, 2006.
[xii] Podetti, Ramiro. A veinticinco
años de la Revista Nexo. En: Restán Martínez, Javier. Alberto Methol Ferré. Su
pensamiento en Nexo. Buenos Aires, Dunken, 2010, pp. 20-21.
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