viernes, 7 de enero de 2011

¿HACIA DONDE VA EL MUNDO? POR ROBERTO BOSCA, Miembro del Consejo Asesor de Civilitas

¿Hacia dónde va el mundo? No tengo la menor idea. Si es que se puede decir que el mundo va hacia alguna parte, la historia muestra que el ser humano es muy imprevisible. Definitivamente es una pregunta que me queda grande, me resulta tan enorme que hasta se me antoja intimidante, al punto de que me parece que sólo Dios puede responderla de un modo adecuado y sobre todo veraz.

En los años setenta se puso de moda en mi país -supongo que también en otros, porque las modas culturales son internacionales-, una nueva disciplina con pretensiones científicas: la prospectiva. Algo así como una futurología social, que hablaba de futuribles y futurables: el futuro posible y el futuro deseable.


El futuro se presentaba entonces tornasolado de un oscuro bastante subido y quizás por esto mismo estábamos descubriendo que el chanchito que sobrevive es el previsor que construye su casa con ladrillos y no con ramas o arena. El Club de Roma, en efecto, había puesto en entredicho ese mismo porvenir, puesto que su informe Los límites del crecimiento, lo mostraba con signos ciertamente inquietantes. Pero hay que reconocer que muchas de las previsiones que se hicieron en esos años y en los que siguieron -por ejemplo en materia demográfica y ecológica- no eran como se habían anunciado y ese hecho, además de que mi talante natural es optimista, me volvería un tanto escéptico sobre las dichas profecías un tanto apocalípticas. Aparte de que anunciar calamidades -una de las formas del arte de épater le bourgeois- también tiene su atractivo, es probable que ellos adolecieran de un cierto fundamentalismo o probablemente agitaron el fantasma para lograr llamar la atención como un recurso que les permitía crear una conciencia favorable a sus respectivos discursos institucionales.

Ciertamente me parece que la prospectiva -l’art de la conjecture, para usar una expresión clásica del género- era demasiado ambiciosa en sus pretensiones, o quizás se esperara demasiado de ella. De hecho, mi impresión es que fue perdiendo su fuerza con el paso del tiempo. Había tenido su origen me parece, en Francia, y se trataba de escrutar no a la manera de los antiguos augures o arúpices sino con métodos científicos el futuro; qué va a pasar, hacia dónde vamos. Nihil novum sub sole. En realidad, una pretensión eterna del hombre en la historia, que lo diga si no el oráculo de Delfos. En el Concilio quedó consagrada la frase que en algunas interpretaciones fue considerada casi mítica: los signos de los tiempos. Ella reflejaba el deseo un tanto ingenuo de prestar atención para ver hacia dónde van las cosas como si fueran un paradigma también moral y que muestra toda esa nueva sensibilidad epocal que produjo tantos desvaríos. Hasta se montó todo un ministerio sobre la novedad, como tal siempre atractiva para ejercitar el esnobismo.

Con todo, debo confesar que a mí me parecía que todo eso no era algo serio, que se trataba de un asunto abtruso y al mismo tiempo un tanto ingenuo, como esos charlatanes que hablan de tonterías pero que usan un lenguaje críptico para encubrir una verdad, pero parece que tienen entre manos algo muy importante y mientras tanto consiguen algún objetivo non sancto. Desde luego de toda esta historia se produjo abundante literatura, y quedan algunos libros -por cierto en nada asimilables a una charlatanería- como testimonio de época. Recuerdo uno de José Luis de Imaz, que se había doctorado precisamente en Francia: Nosotros mañana y otro que precedió toda esa historia: El arte de prever el futuro político, de Bertrand de Jouvenel, un clásico de las ciencias políticas del siglo pasado.

Supongo que algo de eso ha quedado. Por empezar, la preocupación por saber que ese futuro va a ser en cierto modo el resultado de nuestros comportamientos del presente. Años después vinieron unos best-sellers como las megatrends de John Naisbitt: qué marca la tendencia. A la gente siempre le fascina saber cómo va a ser lo que vendrá, que en cierto modo es como apropiarse de una cualidad divina. Ahora he leído que hay unas personas que recorren las grandes capitales auscultando qué se está cocinando en las nuevas marmitas, para que los productos comerciales puedan ir surfeando en esa misma dirección y de esa manera puedan ser más vendidos.

En fin, no sé qué fue de todo eso, pero en todo caso me parece legítimo preocuparse por lo que va a pasar, es una forma de prevenir y de estar mejor cuando llegue ese momento temido del futuro, y hasta me parece un signo de inteligencia. El padre de un amigo mío a quien considero muy inteligente me advirtió de una característica de su hijo que muestra esa cualidad: él lo ve antes, me dijo con una sonrisa que evidenciaba un legítimo orgullo paternal.

Hace un par de años me pidieron un artículo sobre el mismo tema, referido a la religión. ¿Adónde va la religión? Salí del paso como pude, pero no me atrevería a releerlo dentro de unos años. En todo caso, Dios sabe.

No puedo dejar de decir que estas preguntas me hacen acordar inevitablemente a esas señoras que se agarran la cabeza con las dos manos mientras se dicen con aire escéptico ¡adónde iremos a parar! o esos señores mayores que la menean mientras mascullan ¡la juventud está perdida!

Mi opinión definitivamente no es ésta. Nada de eso. En este rubro hay que evitar, me parece, dos actitudes propias asumidas respectivamente por la sensibilidad conservadora y por la sensibilidad progresista. Ambas me parecen absolutamente irreales. La sensibilidad progresista ve un futuro siempre mejor como el armonioso despliegue hacia el deseado punto omega de la felicidad. Es el mito ilustrado del progreso. La sensibilidad conservadora se lamenta en cambio de que todo tiempo pasado fue mejor y advierte un deterioro progresivo de la humanidad convencida de que ya nada es como antes.

Todo tiempo pasado no fue mejor pero tampoco mejor, fue distinto.

Creo que no vamos irremisiblemente a ningún destino dorado pero tampoco al despeñadero. La vida humana en el mundo son marchas y contramarchas, es una historia de claroscuros, y el bien y el mal seguirán estando presentes hasta el último día. Pero cada día es una oportunidad de ejercer más plenamente nuestra humanidad.

Si hay que decir algo en una visión social, veo los inmediatos siglos por venir como el momento histórico de una progresiva institucionalización de la comunidad internacional, en un proceso similar a lo que fue la constitución organizativa de los Estados nacionales. Algunos temen eso como la posibilidad cierta de un riesgo indeseable: un poder mundial que supuestamente ejerza un dominio despótico. No tiene por qué ser así, como no lo ha sido necesariamente en la organización de los estados según muestra la historia. Se trata de una ampliación de lo que ya existe en los ámbitos nacionales al escenario global.

De otra parte, el bienestar material que siempre fue patrimonio de muy pocos se irá extendiendo de una manera cada vez más general, por las buenas y por las malas. Este hecho no será fruto solamente de una conciencia más general sobre los derechos fundamentales sino más que nada del desarrollo científico. De otra parte, habrá un influjo mucho más importante de las culturas orientales en lo que podríamos llamar una suerte de orientalización del mundo, que además va a terminar con la hegemonía moral y cultural de Europa y los Estados Unidos como paradigmas. Un efecto positivo de ese proceso es que será correctivo del racionalismo en el que hemos vivido desde hace ya siglos. Me parece evidente que la llamada en los años cincuenta civilización occidental y cristiana está en evidente declinación. En buena hora, porque muchas de las cosas que creímos tan buenas, no lo eran tanto como, precisamente, la razón. Habrá llegado el momento de aprender de los “bárbaros”. Me parece positivo que se esté dudando tanto de ella, de esa capacidad racional deificada por el movimiento ilustrado que llega hasta nuestros días, para poder llegar a ubicarla un poco mejor y más adecuadamente como instrumento organizador de la vida humana en el mundo.

Finalmente, muchos también temen la desaparición de la religión, barrida por un secularismo asfixiante. Veo mas bien todo lo contrario. Creo que coherentemente con este mapa, sucederá probablemente algo inverso, porque es precisamente de oriente de donde vino y de donde seguramente vuelva a venir el soplo vivificante del espíritu. Es verdad que eso hará las cosas muy distintas a cómo las hemos vivido hasta ahora, pero esas son las condiciones. En particular y como producto de este proceso, creo que el cristianismo, y en particular la Iglesia católica, aunque perderá muchas cosas que hasta este momento han tenido una valoración posiblemente desacertada, como los vínculos con el poder político, ganará en cambio en otras, y para brindar un ejemplo que no es menor, más precisamente en catolicidad. No es la primera vez que la Iglesia tendrá que mostrar que no está atada a una cultura determinada, tampoco a ésta.

Pero hay algo más. Los cambios que la humanidad va produciendo no responden a un arbitrio sino que pueden interpretarse como respuestas muchas veces lamentablemente fallidas a exigencias fundamentales de la naturaleza humana. Me pregunto si las dos grandes revoluciones de la modernidad, la liberal y la socialista, no deberían haber sido hechas por cristianos en vez de haber sido combatidas por ellos. Su sola existencia denota, me parece, que no hemos estado a la altura de las exigencias seculares de nuestra propia fe. Me gustaría que ello no vuelva a suceder, y veo aquí un campo muy interesante para una reflexión teológica, filosófica y antropológica sobre la secularidad que estimo aún no ha sido hecha.

Hay que aprender a alegrarse con lo que viene, no temerlo, aunque veamos que no será lo mejor.

Me parece que las actuales y mucho más estas nuevas condiciones van a exigir una mente atenta y abierta, con una capacidad de escucha muy amplia, que pueda ir viendo en cada circunstancia la posibilidad de poder brindar una contribución original a ese proceso, quizás la más valiosa, en lo que no es sino el apasionante oficio de vivir.

1 comentario:

AlFerTex dijo...

Quizá podamos decir, sin temor a equivocarnos, que el mundo irá para donde los hombres lo llevemos, con el permiso de Dios...