jueves, 6 de julio de 2023

MIRAR HACIA ARRIBA - por Álvaro Fernández

Mirar hacia arriba


John Senior y el Programa de Humanidades Integradas de la Universidad de Kansas


Álvaro Fernández Texeira Nunes[1]

 


Resumen

A principios del siglo XX, como respuesta a la decadencia de las humanidades en las universidades, surgió en Estados Unidos el “Movimiento de los Grandes Libros”. Su objetivo fue volver a leer los grandes clásicos de la Humanidad. En la década de los ´70, el profesor de literatura estadounidense John Senior[2], junto a otros dos colegas, Frank Nelick y Dennis Quinn, lanzaron en la Universidad de Kansas –estatal y laica- el Programa de Humanidades Integradas (PHI), que incluía la lectura y el estudio de los “Grandes Libros”, pero que iba mucho más allá. Ponía gran énfasis en lo que denominaron “conocimiento poético”, y en un frecuente contacto con la naturaleza. El ambicioso objetivo del PHI, era restaurar el realismo en un ambiente saturado de modernismo. Para ello, los tres profesores procuraron alentar a sus alumnos a mirar “hacia arriba”: a levantar el punto de mira, en todos los sentidos posibles. Así, en los nueve años escasos que duró el programa, más de doscientos estudiantes se convirtieron e ingresaron a la Iglesia Católica. Más de veinte se hicieron monjes, religiosos, o sacerdotes seculares. ¿Cómo y por qué ocurrió este “milagro”? 


Introducción

¿Por qué importa recordar la historia de un programa de humanidades a partir del cual dos centenares de jóvenes se convirtieron al catolicismo, y de los cuales un buen número tomó los hábitos? En primer lugar, porque al final de cada uno de los evangelios sinópticos, Nuestro Señor deja claro que evangelizar y convertir a todos los pueblos, es un mandato imperativo suyo: es la misión de la Iglesia. En segundo lugar, porque es notoria la escasez de y es clamorosa la falta de vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales. Y si bien es cierto que el Espíritu Santo sopla donde quiere, parecería que allí donde se ha procurado restaurar el realismo, donde se ha hecho un esfuerzo por recrear una cosmovisión cristiana, se han encontrado corazones jóvenes bien dispuestos para la recepción de la gracia. Esto es lo que al parecer, ocurrió en la Universidad de Kansas en los años ´70.

No se trata por supuesto, de aplicar una receta para obtener los mismos resultados que en el pasado, porque ni los profesores, ni los alumnos, ni el ambiente son los mismos. Sin embargo, a cien años del nacimiento de John Senior, quizá se puedan extraer algunas lecciones de la experiencia aplicables a la enseñanza, que sirvan para restaurar el realismo, y para allanar el camino a la conversión y a las distintas vocaciones –incluido el matrimonio-. Sobre todo entre los jóvenes.


1.       El Movimiento de los Grandes Libros

El Movimiento de los Grandes Libros, se empezó a gestar en Estados Unidos, cuando en 1909, la Universidad de Harvard publicó una serie de 51 volúmenes titulada Harvard Classics. Los “Grandes Libros” son, según el diccionario Merriman-Webster, «ciertos clásicos de la literatura, la filosofía, la historia y la ciencia que se cree que contienen las ideas básicas de la cultura occidental»[3].

En los años ´20, el profesor John Erskine de la Universidad de Columbia (Estados Unidos), inició un debate con algunos académicos y profesores como Robert Hutchins, Mortimer Adler, Scott Buchanan y otros. Todos eran muy críticos del sistema y la teoría educativa vigente. Creían que el excesivo énfasis en la especialización, había perjudicado la calidad de la educación universitaria, al privar a los estudiantes del conocimiento de las mejores obras de la civilización y el pensamiento occidental. Por eso promovieron el retorno a la tradición escolástica occidental de las Artes Liberales, y procuraron ampliar el programa de aprendizaje, haciéndolo más integral.

Al comienzo del prefacio a la serie “Great Books of the Western World”  de 1952 Hutchins escribió que «el camino de la educación, pasa por los Grandes Libros», y que «ningún hombre podía considerarse educado sin estar familiarizado con las obras maestras de su tradición»[4]. Por su parte, Marcus R. Berquist, decía que los “Grandes Libros” son «intrínsecamente mejores que la multitud de libros de texto que los han reemplazado en los planes de estudio», porque estos «son el resultado de las necesidades impuestas por la educación universal y sufren la dilución de contenido que inevitablemente caracteriza dicha educación»[5]. Berquist agrega que «la tradición intelectual de la Iglesia Católica […] no considera la comprensión de los Grandes Libros como un fin en sí mismo», sino que «ordena el estudio de todos esos libros para comprender la verdad sobre la realidad, una realidad que habla con confianza de la palabra de Dios que recibe en la fe»[6].

En suma, el contacto directo con el pensamiento de las grandes mentes de la humanidad, contribuye al conocimiento desde las causas y facilita el asombro, necesario para alcanzar una sabiduría basada en la realidad. Una sabiduría capaz de llevar al hombre a la santidad.


2.       John Senior[7]

John Senior nació en Stamford, Connecticut, el 21 de febrero de 1923, y se crió en el área rural de Long Island, Nueva York. Siendo adolescente, escapó de su casa y se fue a Wyoming, 3.000 km al Oeste de su hogar, para trabajar como cowboy. El dueño de un rancho lo encontró solo, al borde de un camino. Llamó a su padre –que ya había iniciado la búsqueda de su hijo por todo el país-, le avisó donde estaba, y ambos acordaron que John pasaría el verano allí. Durante varios años, Senior volvió a ese rancho de Wyoming a disfrutar del trabajo y la vida rural. Allí, en contacto con la naturaleza, con la tierra y los caballos, contemplando la naturaleza y las estrellas, empezó a forjar un profundo y sólido amor por el realismo, a cuya restauración entregó su vida.     

Años más tarde, bajo la tutela de Mark Van Doren, Senior obtuvo su Doctorado en la Universidad de Columbia, donde conoció  el Movimiento de los Grandes Libros. Fue profesor de Lengua Inglesa, Literatura comparada y Cultura clásica durante la segunda mitad del siglo XX. Enseñó en numerosos centros educativos, entre los que se destacan la Universidad de Cornell, la Universidad de Wyoming y la Universidad de Kansas.

En 1960, mientras trabajaba en Cornell, se convirtió al catolicismo, e hizo de la Santa Misa, el centro de su vida. Amaba profundamente la Sagrada Liturgia.

A principios de los ´70, en la Universidad de Kansas –estatal y laica- fundó junto a Frank Nellick y Dennis Quinn, el Programa de Humanidades Integradas (PHI), que funcionó entre 1970 y 1979. Pese a que los profesores nunca hablaron de religión en sus clases, el Programa se hizo famoso porque más de doscientos de sus alumnos, se convirtieron a la Iglesia Católica, y más de veinte se hicieron monjes benedictinos, religiosos o sacerdotes seculares.

Quienes lo conocieron, dicen que Senior era un hombre amable, educado, generoso. Un auténtico caballero. Era un profesor nato, completamente entregado a su tarea por amor a las almas de sus alumnos, quienes lo veían como a un Quijote, como a un hidalgo defensor del bien, la verdad y la belleza. Sus clases, más que conferencias, eran conversaciones. No enseñaba de acuerdo con un esquema prefijado, ni utilizaba los medios pedagógicos de moda. Solo se sentaba, y empezaba a hablar o a conversar con sus colegas, Nelick y Quinn. A veces se desviaban notablemente del tema de la clase, pero invariablemente concluían con un sorprendente retorno al tema original, como si todo hubiera sido cuidadosamente estudiado.

Senior escribió dos libros emblemáticos: “La muerte de la cultura cristiana” (1978), y “La restauración de la cultura cristiana” (1983). Su Programa de Humanidades Integradas y sus obras, contribuyeron al despertar de las conciencias y los corazones de muchos católicos que, alrededor del mundo, procuran restaurar el realismo a través los Grandes Libros, el conocimiento poético y el contacto con la naturaleza.   

John Senior falleció el 8 de abril de 1999, y está enterrado en el Cementerio de Nuestra Señora de la Paz, en St. Mary’s, Kansas.

 

3.   La restauración del realismo

Durante las décadas de 1960 y 1970, la educación superior estadounidense sufrió una profunda crisis. Agitación estudiantil, escepticismo filosófico, relativismo y revoluciones pedagógicas, eran el pan de cada día. En pocos años, la tradicional y apacible academia, se transformó en un polvorín ideológico. Fue en este contexto en el que Senior, Nellick y Quinn, lanzaron su programa.  

¿Qué hicieron? Atacaron el problema por sus causas. Entendieron que la decadencia cultural de occidente, era consecuencia del paulatino abandono del realismo filosófico, desde la ruptura protestante hasta nuestros días. Y de la adopción en su lugar, de lo que se denomina “modernismo”.

El modernismo se diferencia del realismo en que este último –también llamado filosofía perenne-, entiende que «lo real es lo que realmente es; o en una palabra: es»[8]. En buen romance, que la verdad se sigue de la existencia de las cosas. Por eso, el principio fundamental del realismo, es el principio de no contradicción, según el cual un atributo no puede pertenecer y no pertenecer al mismo sujeto a la vez y en el mismo sentido. Si este principio no fuera cierto, todo sería igual, todo daría lo mismo.

El modernismo entiende, por su parte –en términos muy generales-, que la realidad, se forma en la mente del sujeto. Por eso, para el modernismo –en palabras de Orwell- «la herejía de las herejías, es el sentido común»[9]. De ahí que Senior entienda que el modernismo es un «ataque hacia el verbo “ser”»[10], y lo demuestre citando a Huysmans: «la sabiduría tradicional -¡la naturaleza!- ha agotado ya la entretenida admiración de todos los verdaderos artistas, y ha llegado el tiempo para que lo artificial tome su lugar donde quiera que sea posible»[11]. Esta sustitución de lo natural por lo artificial propuesta por los modernistas, implica una sustitución de lo creado por Dios, por lo fabricado por el hombre. 

Ahora bien, «la primera reacción de la mente normal ante el mundo –dice Senior-, es conocer lo que existe»: «no cogito ergo sum ; sino Aliquid est, intelligo, ergo sum et ergo cogito» [12]. Algo existe, lo sé, luego sé que existo y pienso. El pensamiento no crea las cosas: se sigue del existir.

Sin embargo, contra toda evidencia, «el modernista separado de la realidad, no tiene más que una imagen, nada más que una sensación mental. (…) El realista pregunta: “¿de qué es esa imagen?”. Pues el arte, sostiene el espejo de la naturaleza. El modernista, (…) replica: “no hay nada más que una imagen”. Es un adorador de imágenes»[13].

La otra nota del modernismo es, según Senior, el sensacionalismo. Para los empiristas, la verdad es lo que perciben sus sentidos, y creen que lo único real y verdadero es lo que puede medirse, lo que puede ser percibido por los sentidos. Ellos creen que como las sensaciones ocurren en la mente, entonces la verdad debe estar en la mente, y no en la relación entre la mente y la cosa.

Así, el divorcio del realismo lleva o bien al empirismo, que cree que la realidad es la apariencia; o bien al racionalismo, para el que no es posible conocer nada fuera de la mente, puesto que toda experiencia de los sentidos es mera extensión de la mente. Así, la metafísica cartesiana en lugar de partir del ser, parte de la mente, y por tanto, las cosas percibidas por los sentidos, no son más que ideas mentales.

Por eso, «mientras que la tradición aristotélica dice que la verdad es la adecuación entre la mente y la cosa, la filosofía moderna sostiene desde dos puntos de vista diferentes, que la verdad es, o la mente, o la cosa»[14]. Tanto el racionalismo como el empirismo, se oponen al realismo: «la perfección del no-ser es la mentira –dice Senior-. (…) Pero «la mentira no es la mera ausencia de verdad, no es el silencio, sino la afirmación activa de lo que no es verdad».[15]

Por el contrario, «la verdad sigue a la existencia de las cosas. Y no sólo la verdad, sino también la falsedad. (…) El universo está dividido, y lo que es más importante (…), cada hombre está dividido, ya que la verdad es más cortante que espada de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu»[16].

De ahí que educar en la verdad y educar en el realismo, requiera tener dos ideas claras: qué es el hombre, y qué es educar. ¿Qué es el hombre? Según los viejos catecismos, el hombre es “una criatura hecha a imagen y semejanza de Dios para conocerlo, amarlo y servirlo”. ¿Y qué es educar? Para Santo Tomás de Aquino, educar es «conducir y promover a la prole al estado perfecto del hombre en cuanto hombre: el estado de virtud»[17].

En la misma línea, Senior compara la educación con la agricultura, afirmando que «es el cultivo del suelo en el que crecen los hombres». Y por eso, «toda la parafernalia de nuestras vidas, intelectual, moral, social, psicológica y física, tiene este fin: la cultura cristiana es el cultivo de los santos»[18].

Senior, Nellick y Quinn diagnosticaron que el problema era el modernismo, y por eso, el Programa de Humanidades Integradas procuró sumergir a sus alumnos –si se puede hablar así- en un baño del más puro realismo filosófico. El resultado fue sorprendente.


4.       El Programa de Humanidades Integradas

El folleto que invitaba a cursar el PHI -en un ambiente universitario más afín al Mayo francés, a la crítica antisistema y al festival de Woodstock que a la educación clásica-, no podía ser más provocador:   

La escritura de este folleto es lo que los antiguos griegos llamaban caligrafía: escritura hermosa. Los estudiantes del PHI aprenden a escribir con esta letra. ¿Por qué? Porque hace visible el espíritu del Programa. Esta escritura y este Programa apelan al deseo humano por todo lo que está por encima de la utilidad: la elegancia, los ideales, el amor, las aventuras. Todo lo que está por encima de nosotros, todo lo que es quijotesco en nuestros días.

Habiendo vuelto nuestra atención hacia arriba, estamos entonces en posición de considerar las grandes y fundamentales preguntas: ¿Cuál es la buena vida para un ser humano? ¿Es la riqueza? ¿El éxito? ¿El poder? ¿La fama? ¿El conocimiento? ¿El amor de Dios? Son cuestiones como éstas las que abordan las humanidades.

Los principales maestros de humanidades son los grandes autores del mundo: Platón, Homero, Herodoto, Moisés, San Pablo, Virgilio, César, San Agustín, Chaucer, Cervantes, y son sus libros los que constituyen el tema del PHI[19].

El lema del Programa, que aparece en la misma web que el folleto citado, dice: «Nascantur in admiratione – Renacer en el asombro es el objetivo del Programa de Humanidades Integradas». Y a continuación, citando a Gerard Manley Hopkins, dice: «¡Mira las estrellas! Mira, mira hacia el cielo».

Al principio, solo algunos curiosos aparecieron por las clases de tan peculiar Programa. Pero al poco tiempo, los “curiosos” llegaron a ser más de doscientos por clase. En el aula, los alumnos no podían tomar apuntes, y debían hacer sus comentarios en voz alta. Y al leer los clásicos, debían obviar los comentarios a pie de página.

De pronto, los estudiantes empezaron a imitar a sus profesores, se empezaron a reunir en grupos para debatir sobre los clásicos, para recitar poesía, para aprender caligrafía y latín, escuchar música clásica y folkórica… y observar las estrellas. Al final del primer año, organizaron un baile de gala. Allí los asombrados fueron los padres: no podrían creer que sus hijos fueran vestidos de smoking y no de hippies...

John Senior y sus colegas pensaban, sin embargo, que leer los “Grandes Libros”, no alcanzaba, pero «no por culpa de los libros»[20]. Ellos eran, como bien decía Matthew Arnold,

 […] lo mejor que se ha pensado y dicho, pero del mismo modo que el vino se pierde en botellas agrietadas, los libros se perdieron en espíritus que ya no sabían leer. […] La fecundidad de las ideas de Platón, de Aristóteles, de san Agustín, de santo Tomás no se pueden manifestar sino es en el terreno de una imaginación saturada de fábulas y de cuentos de hadas, de historias y poemas, romances y aventuras -Grimm, Andersen, Stevenson, Dickens, Scott, Dumas- […]. La tradición occidental, que asimiló todo lo mejor del mundo greco-romano, nos ha dado una cultura en la cual la fe se desarrolla sanamente. (…) Las inteligencias y las voluntades germinan en este terreno que es apto para todos los estudios literarios y científicos, incluida la teología sin la cual todos lo demás son inhumanos y destructores.[21].

En una palabra, la lectura de los “buenos libros”, debía preceder la de los “Grandes Libros”. Solo si se lograba asentar la razón sobre un corazón pletórico de humanidad y nobles sentimientos, se evitaría el riesgo de que la erudición, diera lugar a la soberbia.

Los tres profesores eran contrarios a la excesiva fragmentación y especialización del conocimiento, y a la pretensión de explicar el todo por la mera suma de las partes. «La principal crítica formal de la universidad moderna (…) es su falta de integridad –los estudios no son integrales, no forman una unidad. No es una universidad sino una pluriversidad»[22] –decía Senior-. Ellos entendían que es el modelo educativo el que aparta de la realidad y lleva a la pérdida del sentido del ser; pues la negación del principio de no contradicción, lleva a negar la metafísica. Y es la negación de la metafísica, la que conduce, inevitablemente, al fracaso de la antropología.

Para Quinn, la pérdida del atractivo de las humanidades se debe a que «han desechado […] el amor por el conocimiento por sí mismo»[23]. Y

[…] se han profesionalizado y cientificizado hasta el punto en que el estudiante ordinario con un amor incipiente por la poesía, la historia, el arte o la filosofía encuentra su afecto devuelto en forma de notas a pie de página, proyectos de investigación, bibliografías y jerga académica, toda la parafernalia venenosa que mata para disecar. […].

Los estudiantes y profesores de humanidades han dejado de amar las cosas que estudian porque la ciencia es desapasionada, y también lo es la actitud "profesional" del investigador moderno. Es la devoción al conocimiento de las artes liberales por sí mismo lo que constituye el corazón de la universidad y, de hecho, el motivo mismo de la investigación básica. Es la transmisión de esa devoción a los estudiantes universitarios lo que revitalizará la universidad, no el aumento de las subvenciones federales.[24]

¿Cómo se puede motivar a los jóvenes a aprender? Pues exponiéndolos a las Musas”, a “las deidades de la poesía, la música, la danza, la historia y la astronomía. Introducen a los jóvenes en la realidad a través del deleite. Es una educación total que incluye el corazón, la memoria y las pasiones y la imaginación, así como el cuerpo y la inteligencia. (...) El asombro inicia la educación y la sostiene[25].

A menos que a un niño se le enseñe primero el amor por el aprendizaje mismo a través de Apolo y las Musas, nada lo inducirá a comprender el arduo trabajo de aprender habilidades básicas”. (…) “Antes de estudiar astronomía científica hay que admirar y deleitarse con el esplendor de los cielos; antes de disecar la rana, hay que conocerla en la célebre y divertida rana que fue a cortejar [26].

El PHI buscaba sustituir la mera escolarización e instrucción, por verdadera cultura, instruyendo a sus alumnos a través del deleite, del gozo y del asombro que produce la buena literatura. La idea era recuperar el orden poético del conocimiento.

Pero volvamos por un momento a la descripción del PHI que aparece en la web creada por sus ex alumnos:

No solo se requiere que los estudiantes del Programa miren, literalmente, las estrellas, sino que también se espera que miren hacia arriba a través de la poesía y de todo lo que es grandioso en la civilización occidental. Es a la luz de las estrellas (o “algo así como una estrella”) que descubrimos el mundo, a nosotros mismos y nuestro destino.

Palabras como verdad, fe, honor, amor, cortesía, decencia, sencillez y modestia son quijotescas, y las realidades que representan estas palabras son, en esta Edad de Hierro, tan quijotescas que los sofisticados las desprecian positivamente. El Programa de Humanidades Integradas afirma que tales realidades no son un "sueño imposible" sentimental, ni un anacronismo loco, sino los objetos de un sueño totalmente posible que es el paradigma de la cordura[27].

Si bien Senior, Nelick y Quinn, jamás hablaron de religión en sus clases, procuraron que sus alumnos miraran “hacia arriba”. Y vaya si lo lograron…  


5.       El conocimiento poético

El fraccionamiento de la realidad en materias que se produjo durante la Ilustración, no sólo derivó en una excesiva concentración en la disección de la realidad y en los saberes especializados, sino que condujo a un fatal olvido de los universales, y a la desintegración de los saberes en los que el hombre debe ser educado.

Educar a partir de ideas y datos cuantitativos abstractos, es mucho más difícil que educar a través de la experiencia, con fundamento en una realidad concreta: nadie aprende a andar en bicicleta estudiando los principios del equilibrio en un pizarrón. De modo análogo, el progreso en la vida intelectual, sólo se logra cuando el niño puede experimentar y descubrir la realidad, deleitándose en ella. 

André Charlier decía que «la enseñanza debe llenar con la experiencia intelectual, y no con fórmulas prefabricadas»[28]. La enseñanza que se basa enteramente en la retención de datos en la memoria, es bastante inútil, puesto que el verdadero fin de la educación, es que los alumnos aprendan a relacionar e integrar entre sí las ideas, los datos, los saberes aprendidos. El verdadero espíritu de la enseñanza, por tanto, no es amontonar muchos datos, sino distinguir y relacionar correctamente las ideas, basados en la experiencia y en la observación de la naturaleza de las cosas.

En particular, la lectura frecuente de poesías, contribuye a este tipo de enseñanza, pues el poeta «representa, o pinta, o imita a la naturaleza, trata con la realidad, y al hacerlo, instruye. Por estas razones, uno puede aprender de la lectura de Macbeth algo de lo que es horrible y corrosivo en la ambición o, del reconocimiento de Desdémona, una comprensión más aguda de la chica de al lado» [29].

Por eso la poesía debe ser parte de una educación integral: porque «educación –dice Nelick-, significa completar, sacar, no llenar; y se dirige a un asentimiento a la verdad por parte del ser total intelectual, físico, moral, espiritual, no a la mera memoria o a la adquisición y dominio de técnicas»[30].

El problema es que desde el Renacimiento hasta nuestros días

 […] parece haber una confusión bastante total de medios y fines […], entre las palabras, o las herramientas de la literatura, y la cosa representada por esas herramientas. [Los estudios literarios, se han preocupado más por] las propiedades del estilo y el buen manejo de la narración que por la identificación de las realidades que expone la gran poesía. […] [Y] la reverencia tradicional por el texto como vehículo de la verdad ha sido reemplazada en su mayor parte por el culto idólatra de la compleja cohesión estructural. […]

En una palabra, la academia parece valorar hoy mucho más las formas, la erudición, la especialidad, el método de análisis de la poesía, sin considerar que la representación de una realidad o la transmisión de una emoción, que es el verdadero fin por el que se escribe una poesía[31].

«Tradicionalmente –sigue Nelick- se ha considerado que la causa última de la literatura es la instrucción de la persona por el deleite. (…) La poesía pretende deleitarse con el reconocimiento por parte del lector o auditor de las similitudes entre las cosas que el poeta ha visto en primer lugar y “puesto” en su poema»[32].

Por eso, Nelick concluye que «en la educación avanzada, dar mayor importancia al entrenamiento en formas, palabras y construcciones literarias que a la deliciosa instrucción de la poesía es invertir la inclinación natural de la mente»[33].

Ahora bien, aunque la poesía es necesaria para despertar el deleite en el aprendizaje de todo lo que es bueno, bello y verdadero, lo que se denomina “conocimiento poético”, va más allá de la mera lectura del género literario “poesía”.

¿Qué se entiende por “conocimiento poético”? Podemos decir que es una experiencia sensitiva y emocional de la realidad. Una especie de choque de la persona con la realidad, de modo no-analítico, sino espontáneo. Es un choque en el que los sentidos externos nos ponen en contacto con realidades que nos asombran por su grandiosidad o por su delicadeza, casi siempre por su belleza. Contemplar el aletear de un colibrí, el galopar de un caballo o el poder de una ballena, son experiencias poéticas. Y son actos humanos que involucran a toda la persona, incluido su intelecto, antes de llegar al razonamiento analítico. Es un conocimiento pasivo, que no requiere otro estímulo que la presencia de un objeto –maravilloso, increíble- a ser aprehendido.

Dicho de otro modo, el conocimiento poético -anterior al juicio racional- produce asombro: es una especie de irrupción abrupta en el estado normal de las cosas.

Afirma el Cardenal Newman –citado por Taylor en Poetic Knowledge, The Recovery of Education-, que «cuando la ciencia progresa en cualquier campo, la poesía retrocede allí. No pueden pararse juntas, pertenecen a dos modos respectivos de ver las cosas que se contradicen entre sí»[34].

La razón es fría y estructurada, mientras que la poesía es cálida y apasionada. La razón lleva al análisis, la poesía lleva al asombro. «El objetivo de la ciencia –sigue diciendo Newman- es apropiarse de las cosas, tomarlas, manejarlas, comprenderlas, esto es, en términos familiares, enseñorearse». Mientras tanto, «la poesía reclama, como primera condición, no ponernos por encima de los objetos en que reside, sino a sus pies. […] La poesía no apela a la razón sino a la imaginación y los afectos, lleva a la admiración, el entusiasmo y el amor»[35].

Y el amor, es la clave de una enseñanza que tiene como objetivo “cultivar santos”…

No es propio del hombre aprender por simple acumulación de conocimientos. Por eso, la enseñanza fraccionada en materias suele destruir el deleite y el asombro en el proceso educativo. Esta forma de enseñanza –nada motivadora- entra en conflicto con la vida emocional e intelectual del estudiante, puesto que sin ese conocimiento poético, todo conocimiento superior tiende a deshumanizarse.

Por el contrario, la lectura de buenos libros y la contemplación de la naturaleza, ayudan a despertar en los alumnos un interés creciente por el aprendizaje. De hecho, las experiencias educativas relatadas por Platón en La República, tienen por objeto despertar y refinar el conocimiento a través de los sentidos, de la realidad de la verdad, el bien y la belleza, procurando que el alumno experimente –viva- los trascendentales.

Según Aristóteles, la mente tiene el poder de recibir –a través de los sentidos- la forma o esencia inmaterial de las cosas reales «al modo en que la cera recibe la marca del anillo sin el hierro ni el oro: y es que recibe la marca de oro o de bronce pero no en tanto que es de oro o de bronce»[36]. La recepción de la esencia del objeto, es un conocimiento básico e intuitivo -no asistido por el discurso racional y extremadamente rápido- que lleva a la unión, a la posesión de la esencia de la cosa a ser conocida.

Dicho de otro modo, el conocimiento poético consiste en entrar en el objeto (intus legere) y poseerlo espiritualmente. Es connatural al ser humano, apropiarse de la realidad material e inmaterial de los objetos espontáneamente y sin esfuerzo, de modo intuitivo, al ser movido por las pasiones, y especialmente por el amor.

Precisamente por eso, el conocimiento poético –o simbólico- permite a los alumnos vincular la realidad visible con la realidad invisible, y contribuye a restaurar el realismo. Así se allana el camino para entender las formas, las esencias, los universales. Captar los universales, es clave para conocer la realidad de forma integral y para apartarse de ideologías que, al relativizar al Absoluto verdadero, solo encuentran su sentido en la absolutización de aspectos relativos de la realidad. Esto es clave, en último término, para conocer a Dios.     

En estos tiempos dominados por el relativismo, el utilitarismo, el cientificismo y el nihilismo, nuestro compromiso con una educación realista e integral en las artes que hacen al hombre libre –y no servil-, no sólo es importante: es crucial.


6.       La naturaleza

Para John Senior, la Regla de San Benito, «se funda en el hecho de que existen dos revelaciones: la del Libro de la Naturaleza, en el que las cosas visibles de este mundo significan las cosas invisibles del otro mundo, y la del Libro de la Escritura, donde las cosas invisibles del otro mundo se hacen visibles en la vida y la muerte de Cristo»[37]. «No es, por supuesto, casualidad que Cristo sea adorado por los pastores y los magos, los más simples y los más sabios»[38].

De ahí que el lema benedictino sea «Ora (en la celda y en el templo) et labora (en el campo y demás trabajos manuales)»[39]. De ahí que el PHI considerara el contacto con la naturaleza, como un factor de capital importancia en la restauración del realismo.

Y es que la contemplación de la naturaleza conduce a la sabiduría. Ya lo decía Cervantes en el Quijote: «los montes crían letrados y las cabañas de los pastores encierran filósofos»[40]. ¿A qué se refiere? A la sabiduría de los sencillos, de los que saben “como se ha de tratar con los hombres y con las bestias”. Sabiduría que a menudo es más profunda que la de los ilustrados, pues es capaz de relacionar de forma intuitiva lo visible con lo invisible.

Al respecto, dice el Padre Leonardo Castellani[41] en el Romance de la Pobre Patria[42]: «Mas si yo tuviese un hijo / le daría un buen caballo… / para huir de las escuelas, los pedantes, los diarios. / No le enseñaría a leer, mucho menos a escribir, / lo enviaría a las estancias / a soñar el porvenir / y a aprender la única forma / digna nuestra de morir».

Por supuesto que Castellani, siendo el intelectual que era, no alentaba la incultura: solo quería señalar el inmenso poder pedagógico de la naturaleza. Y es que la naturaleza no da explicaciones: interpela, invita al hombre a hacerse preguntas. No instruye desde fuera, sino que forma desde dentro: obliga a descubrir sus secretos para poder sobrevivir y convivir con ella. Por eso, la sabiduría que se puede extraer de ella, puede llegar a ser tan o más profunda que la de un libro clásico.

Castellani advierte en sus versos, sobre todo lo que se tiene por sabio, culto o informado en este mundo; pero que en el fondo es vano, porque le falta lo fundamental: el sentido trascendente, la ordenación a Dios.

Y es que ver lejos, mirar al cielo, contemplar la inmensidad y la belleza del Universo, entender cuan pocas son las cosas que puede controlar, ayuda al hombre a descubrir su pequeñez, a aceptar sus limitaciones, y a crecer en humildad. También le ayuda a fortalecer su carácter, entrenar el sentido común y a valorar la belleza. A desarrollar un “sistema inmunológico” cultural y espiritual firme y sólido, en un mundo “líquido”.

La vida al aire libre contribuye en efecto, a fortalecer cuerpo y alma. Una excursión en canoa, una cabalgata, o cualquier tarea rural, ayudan a incentivar la memoria, la imaginación, la creatividad, la fortaleza, la reciedumbre, la templanza, y la prudencia, entre otras potencias y virtudes que contribuyen a forjar el carácter. Además, las “aventuras”, siempre quedarán grabadas en la memoria de sus protagonistas...

El hombre moderno, esclavo de las pantallas, está muy acostumbrado a mirar hacia abajo, pese a que por naturaleza, está llamado mirar hacia arriba, hacia las estrellas, tanto en sentido material como en sentido espiritual.

En La muerte de la cultura cristiana, John Senior escribe:

Si un estudiante olvida todo lo que ha aprendido en la escuela o la universidad, mejor que recuerde esta pregunta. Estará en el último examen final que su propia conciencia le tomará en el último momento de su vida: en la búsqueda de horizontes –de cosas horizontales–, ¿has fallado en elevar tu vista y pensar y sentir las estrellas, las razones de las cosas, y más allá, como dice Dante en la cima de la torre de su poema, “el amor que mueve el sol y las demás estrellas”?[43].

De ahí que Senior y sus colegas procuraran pasar muy buenos momentos al aire libre con sus estudiantes. A menudo se reunían a contemplar las estrellas, disfrutando de una buena cena regada con un buen vino. Estiraban las sobremesas y conversaban sobre las cosas buenas e importantes de la vida. Bien puede haber ocurrido durante esos encuentros, que algún estudiante del PHI se hiciera la misma pregunta que se hacía aquel santo joven del que habla Scúpoli en El combate espiritual: aquel que «le decía a su padre en una noche estrellada mirando el firmamento: "Padre, si el cielo es tan hermoso por este lado, ¿cómo será por el otro?". Y se emocionaba pensando en el Paraíso que nos espera»[44].

Una y otra vez, de todas las formas posibles, los profesores del PHI procuraban despertar el asombro en sus estudiantes, para elevar su espíritu, para que se llenaran de grandes ideales: para que descubrieran las maravillas de la Creación. «La poesía –dice Senior- comienza en el goce y termina en la maravilla; la filosofía comienza en la maravilla y termina en la sabiduría»[45].

 «Tal vez, después de todo, el propósito de la ciencia, los negocios y el conocimiento en sí mismo no sea la conquista de la naturaleza, sino que a través del entendimiento de la naturaleza, podamos conquistarnos a nosotros mismos»[46]. ¿En qué consiste esa conquista? En vencer nuestra naturaleza caída y abrir el corazón, para que en él, reine Cristo.

 

7.       Cosmovisión cristiana y conversiones

Finalizada la primera edición del PHI, dos de sus alumnos viajaron a Francia para estudiar la vida en las pequeñas aldeas rurales. De paso, visitaron la Abadía de Fontgombault, y escucharon el canto gregoriano del tanto habían oído hablar. Uno de ellos, se convirtió al catolicismo, y al poco tiempo ingresó en el monasterio. Año tras año, los viajes a Europa se sucedieron. Y las conversiones también.

Así, sin que los profesores hablaran jamás de religión en clase, más de doscientos alumnos del PHI se convirtieron al catolicismo. Eran los propios alumnos los que hacían apostolado e invitaban a sus pares a estudiar el Catecismo, que pedían prestado en la biblioteca de la Universidad. Tanta religiosidad, despertó suspicacias y envidias primero, calumnias y amenazas después. Si bien tras una meticulosa investigación, no se encontró ninguna violación al reglamento de la universidad, en 1979, el programa se clausuró. ¡Demasiado mirar al cielo para los siervos de la tierra...! A pesar de todo, el legado de estos hombres, sobrevive.

De los doscientos conversos, más de veinte se hicieron monjes benedictinos. Otros, entraron en otros seminarios religiosos o seculares. Algunos llegaron a ser obispos. Veinte años después de clausurado el PHI, muchos de los que fueron a Fontgonbault, volvieron a los Estados Unidos y fundaron la bellísima Abadía de Nuestra Señora de Clear Creek en Oklahoma[47], que hoy cuenta con alrededor de cincuenta monjes. Otros se convirtieron en profesores universitarios o fundaron colleges.

Si bien las conversiones ocurren gracias al soplo del Espíritu Santo, ese soplo da fruto cuando encuentra almas dispuestas a recibir la gracia: dispuestas a “mirar hacia arriba”.

En una disertación titulada El discernimiento cultural como reto de la educación cristiana[48], Juan Manuel de Prada da algunas pistas que –a nuestro juicio- podrían explicar las doscientas conversiones de Kansas.

De Prada afirma en primer lugar, que los clásicos, nos hablan «de un mundo que estaba invadido de Dios, un mundo donde la fe era una realidad sustantiva»: una especie de «líquido amniótico» en el que la sociedad se desenvolvía. En otras palabras, una cosmovisión cristiana. En ese mundo –dice De Prada-, a través de poesías clásicas de singular belleza, era posible comprender temas fundamentales como el perdón y el amor de Dios con mucho más facilidad que a través de una fría clase de doctrina.

De Prada sostiene además, –siguiendo a Oscar Wilde- que Jesucristo no habría adoptado el lenguaje de las parábolas para hacerse entender mejor, sino porque era poeta. Porque sabía que la poesía y el lenguaje literario, «tienen una capacidad de conmoción mucho más fuerte que un lenguaje puramente doctrinal».

Por eso, enseñar a los niños y a los jóvenes a disfrutar y a valorar la belleza, es un magnífico medio para acercar sus almas a Dios. «Aproximarse a Dios sin belleza –dice De Prada- es mucho más difícil».

Ahora bien… ¿dónde encontrar más belleza –de manera accesible-, que en la naturaleza? De acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, «la belleza del universo: el orden y la armonía del mundo creado derivan de la diversidad de los seres y de las relaciones que entre ellos existen. El hombre las descubre progresivamente como leyes de la naturaleza y causan la admiración de los sabios. La belleza de la creación refleja la infinita belleza del Creador. Debe inspirar el respeto y la sumisión de la inteligencia del hombre y de su voluntad»[49].

La Iglesia mantuvo durante mucho tiempo una educación fundada en la cosmovisión cristiana clásica; y en los monasterios, hasta hoy los monjes se mantienen en contacto frecuente con la naturaleza. Pero no se puede negar que en los últimos dos siglos, más y más instituciones de enseñanza católicas empezaron a adoptar modelos educativos que, siguiendo los dictados de la Ilustración, fraccionan la realidad en materias y prácticamente no salen del aula.

En este contexto, la religión, en lugar de ser –como debería- el elemento integrador de todos los saberes, ha pasado a ser una materia de tantas. Una materia en la que poco después de que el catequista enseñó que el hombre fue creado por Dios, llega el profesor de biología y enseña que el hombre desciende del mono. Lo grave es que nadie parece darse cuenta de semejante contradicción. Por eso, para que la formación sea completa y sin fisuras, parece fundamental recuperar en todo el sistema educativo católico, la cosmovisión perdida. Eso es, al parecer, lo que hicieron Senior Nelick y Quinn.

A pesar de que no podían hablar de religión en clase, ellos nunca perdieron de vista el objetivo último de la educación que brindaban. Para “cultivar santos”, los profesores del PHI procuraron integrar todos los conocimientos en una cosmovisión realista que, naturalmente, coincide con la cosmovisión cristiana clásica. «La educación –decía Senior- es un bien enorme en sí mismo y no un mero instrumento de éxito. El fin de la educación es la perfección de cada persona y nuestro especial cuidado es prevenir el surgimiento del esteta irracional y el científico brutal. En el sentido más serio, no sólo esnob, de la palabra, debemos tener en mente el cultivo del “caballero”»[50].

Hoy, en los colegios y universidades que llevan el sello “católico”, ¿es la Santa Misa el centro de las múltiples actividades que en ellos se llevan a cabo? ¿Es “formar caballeros” y/o “cultivar santos” el fin último de la existencia de dichas instituciones? Parecen preguntas razonables, dada la gran necesidad de conversiones y de vocaciones sacerdotales, religiosas y laicales que tiene la Iglesia Católica en la actualidad.

No parece imposible recuperar, en las instituciones católicas, la cosmovisión cristiana de la realidad: los profesores del PHI lo hicieron en un momento y en un ambiente claramente laico y hostil. Quizá sea posible incorporar a los planes de estudio, algún programa de lectura de los buenos y grandes libros de la literatura universal. En particular, de los grandes clásicos griegos y medievales, y entre ellos, el magnífico corpus doctrinal aristotélico tomista. Todo ello, complementado con una buena dosis de deportes fuertes, y de un frecuente contacto con la naturaleza: campamentos, cabalgatas, treeking, etc.

Si los estudiantes reciben una formación anclada en el principio agustiniano de “creer para comprender y comprender para creer”, donde todo conocimiento conduzca al encuentro con Dios, es posible que muchos de ellos, con los pies firmes en la tierra, puedan “mirar hacia arriba” y asombrarse de todo lo bello, bueno y verdadero que Dios ha creado. Y encontrar entonces, el sentido de sus vidas.


Conclusiones

En la historia, las cosas ocurren porque en un determinado momento, confluyen personas que actúan de determinada manera en un ambiente concreto: en nuestro caso, unos docentes, unos alumnos, unas ideas sobre la educación, una universidad, una cultura determinada… Por eso la historia nunca se repite con exactitud milimétrica.

Ello no quiere decir que de ciertas ideas sobre la enseñanza, que llevaron a muchas almas al encuentro con Dios -a la conversión, y en ocasiones, a una entrega total-, no se puedan extraer lecciones. Sobre todo cuando esas ideas, no forman parte de una ideología, sino que parten de una un fundamento real, y por tanto verdadero: el hombre, es un ser creado a imagen y semejanza de Dios, y como tal, está llamado a conocer, amar y servir a Dios en esta tierra, y eternamente en el cielo.

Ese es el hombre al que hay que educar, para que pueda cumplir con su fin último. ¿Cómo? Parecería que lo mejor, es formarlo dentro de una cosmovisión cristiana, fundada en una filosofía realista tal, que le permita descubrir, deleitarse y asombrarse con el bien, la belleza y la verdad. Desde nuestro punto de vista, la restauración del realismo que Senior y sus colegas pusieron en práctica, no es por tanto un “método” para obtener conversiones, sino más bien, una condición necesaria para que las almas puedan ser receptivas a la gracia.

Si toda persona ha sido creada a imagen y semejanza de Dios; si el Señor ordenó a los cristianos evangelizar y convertir a todos los pueblos de la tierra; y si hay evidencia de que la gracia ha actuado con frecuencia inusual en almas jóvenes educadas de una determinada manera; entonces esa forma de educar, debe ser muy adecuada a la naturaleza humana. Al menos parecería ser mejor que ciertos métodos o sistemas educativos que, a la vista de sus resultados, no parecen convenir tanto a los requerimientos de la naturaleza corporal, intelectual y espiritual de los alumnos. 

Por último, si educar es “cultivar santos”, es necesario invitar a los jóvenes a mirar hacia arriba, hacia las estrellas y más allá, para descubrir a su Creador. Cabe preguntarse si en el Uruguay del siglo XXI, podrían producirse conversiones y despertarse vocaciones si, desde centros de formación católicos, se incentivara más la lectura de los buenos y grandes libros, si promoviera el conocimiento poético, si se procurara que tuvieran un mayor contacto con la naturaleza. Quizá si, quizá no. Pero… ¿por qué no intentarlo?  


Bibliografía

Cervantes Saavedra, Miguel. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605), https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/el-ingenioso-hidalgo-don-quijote-de-la-mancha--0/html/.

Hutchins, Robert ed.. Great Books of the Western World – I – The great conversation. Chicago: Encyclopaedia Britannica / William Benton, 1952.

Rey, Jerónimo (seud. Leonardo Castellani). Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas. Buenos Aires: Dictio, 1977.

Scúpoli, Lorenzo. El combate espiritual (1589), https://www.sanfranciscoelpaso.com/Docs/El_Combate_Espiritual.pdf

Senior, John. La muerte de la cultura cristiana. Buenos Aires: Vórtice, 2021.

––––––. La restauración de la cultura cristiana. Buenos Aires: Vortice, 2021.

Taylor, James. Poetic Knowledge, the Recovery of Education. New York: State University of New York Press, 1998.

 



[1] El autor es Ingeniero Agrónomo por la Universidad de la República y Magister en Desarrollo Humano por la Universidad Libre Internacional de las Américas. Ha sido miembro de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino – Sección Uruguay, es cofundador del Observatorio sobre la Intolerancia y la discriminación contra los cristianos, e integra la Comisión de Cultura de la Conferencia Episcopal del Uruguay.

[2] El autor conoció la obra de John Senior, gracias a una serie de entrevistas y conferencias a cargo del Roberto Helguera (https://www.youtube.com/@rthelguera), abogado y especialista en educación en Artes Liberales. A él, y a quienes lo han entrevistado sobre este tema, les hacemos llegar nuestro más sincero agradecimiento.

[3] Merriman-Webster Dictionary, acceso el 17 de diciembre de 2022, https://www.merriam-webster.com/dictionary/great%20books.

[4] Robert Hutchins, ed., Great Books of the Western World – I – The great conversation (Encyclopaedia Britannica / William Benton, Chicago, 1952), xi.

[5] Marcus R. Berquist, “¿Why the Great Books?”, acceso 17 de diciembre de 2022,  https://www.thomasaquinas.edu/a-liberating-education/great-books/why-great-books

[6] Berquist, “¿Why the…”

[7] Por razones de espacio, nos limitamos a presentar una breve semblanza del profesor John Senior, líder del equipo directivo del PHI, que también integraron los profesores Frank  Nelick y Dennis Quinn. 

[8] John Senior, La muerte de la cultura cristiana (Buenos Aires: Vórtice, 2021), 42.

[9] Senior, La muerte…, 45.

[10] Senior, La muerte…, 45.

[11] Senior, La muerte…, 46.

[12] Senior, La muerte…, 44.

[13] Senior, La muerte…, 52.

[14] Senior, La muerte…, 54.

[15] Senior, La muerte…, 62.

[16] Senior, La muerte…, 62.

[17] «non enim intendit natura solum generationem ejus, sed traductionem, et promotionem usque ad perfectum statum hominis, inquantum homo est, qui est virtutis status» (Super Sent., lib. 4 d. 26 q. 1 a. 1 co, acceso el 5 de abril de 2023, https://www.corpusthomisticum.org/snp4026.html)

[18] Senior, La muerte…, 22.

[19] Folleto del Programa de Humanidades Integradas del año 1974. Acceso 17 de diciembre de 2022. La imagen del folleto se puede encontrar en: https://fundihpmemorial.org/ihp-history.

[20] John Senior, La restauración de la cultura cristiana (Buenos Aires: Vórtice, 2021), 32.

[21] Senior, La restauración…, 32.

[22] Senior, La muerte…, 243.

[23] Dennis Quinn, «Education by the muses» (Conferencia en la University of Kansas, 13 de septiembre de 1977), acceso el 17 de diciembre de 2022, https://www.angelicum.net/classical-homeschooling-magazine/second-issue/education-by-the-muses-by-dennis-quinn/

[24] Quinn, «Education…»

[25] Quinn, «Education…»

[26] Quinn, «Education…»

[28] James Taylor, Poetic Knowledge, the Recovery of Education  (New York: State University of New York Press, 1998), 19.Traducción libre de los principales párrafos del libro. Edición en PDF.

[29] «The darkling plain of poetry», Franck C. Nelick, acceso el 17 de diciembre de 2022, https://www.angelicum.net/classical-homeschooling-magazine/second-issue/the-darkling-plain-of-poetry-by-frank-c-nelick/.

[30] «The darkling…», Nelick.

[31] «The darkling…», Nelick.

[32] «The darkling…», Nelick.

[33] «The darkling…», Nelick.

[34] Taylor, Poetic Knlwledge…, 7.

[35] Taylor, Poetic Knowledge…, 7 - 8.

[36] Aristóteles, Acerca del Alma, Libro II, Capítulo 12 (Biblioteca Clásica Gredos: 2020), acceso el 17 de diciembre de 2022, https://www.epublibre.org/libro/detalle/7326. 

[37]  Senior, La restauración…, 135

[38]  Senior, La muerte…, 28

[39]  Senior, La restauración…, 127.

[41] El P. Leonardo Castellani escribió durante cierto tiempo bajo el seudónimo “Jerónimo del Rey”.

[42] Jerónimo del Rey, Martita Ofelia y otros cuentos de fantasmas, (Buenos Aires: Penca, 1944), 62. 

[43] Senior, La muerte…, pág. 141.

[44] Lorenzo Scúpoli, El combate espiritual, Cap. 22, Cómo podemos valernos de los seres visibles para elevar nuestro corazón a Dios (Venecia, 1589), acceso el 5 de abril de 2023,  https://www.sanfranciscoelpaso.com/Docs/El_Combate_Espiritual.pdf.

[45] Senior, La muerte…, 72

[46] Senior, La muerte…, 35-36.

[48] Juan Manuel De Prada, «El discernimiento cultural como reto de la educación cristiana», (conferencia, Seminario Mayor de Toledo, 28 de mayo de 2018). https://www.youtube.com/watch?v=0HsykSpsyb8

[49] Catecismo de la Iglesia Católica, 341.

[50] Senior, La muerte…, 143

Artículo publicado en la Revista Soleriana N° 45 (2023), de la Facultad de Teología del Uruguay.

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