Se puede objetar que el médico no tiene la obligación de aceptar. Es verdad. Cada cual puede guiarse por su conciencia: quien no quiera hacer una eutanasia o un suicidio asistido, no se verá en la obligación de hacerlo; y quien lo hace con la aprobación de la ley, quizá lo haría en cualquier caso. Y si un médico rechaza la propuesta, habrá que dar con otro médico que lo haga. De ese modo todos actuarían según su conciencia. Además, es un acto en un entorno muy reducido: el paciente, dos médicos y dos testigos. No se causa un mal a otros.
Sin embargo se ha quebrado un valor que unía a toda la sociedad – la democracia necesita valores compartidos- que es el valor de la vida, y se ha instalado un derecho a la muerte. Y eso se ha producido al interior de una comunidad que era la garantía de ese derecho. Hasta ahora hemos recurrido a los médicos para que preserven nuestra salud y confiamos en que tienen el empeño de hacerlo, que lo harán mejor que lo que podríamos hacer nosotros, que van a defender nuestra vida porque los interesados no podemos hacerlo. En adelante, con esta ley, el médico podrá proteger la vida o podrá quitarla deliberadamente, si lo solicitamos.
Quizás sea difícil dar una definición teórica de lo que es un hombre, pero la experiencia nos lo hace descubrir, sobre todo, cuando nos encontramos frente a uno que sufre, que es víctima del poder, que se encuentra indefenso e, incluso, condenado a muerte. Y se puede comprender que es posible caer en la desesperación ante una muerte que llega inexorable. Por tanto, no es un momento de libertad, como se pretende hacer creer cuando alguien pide la muerte. Más bien se ha perdido la capacidad de ser libres. Somos esclavos, más que nunca. No se busca la muerte para dar vida a otro, ni tampoco por un ideal, ni por la patria, ni por la fe. Se hace porque ya no quedan esperanzas. Es la resignación frente a lo inevitable. Justamente en ese momento es que necesitamos que quien está a nuestro lado nos devuelva la esperanza para aliviar el dolor, para que recuperemos nuestra dignidad de personas. Y ese es el rol del médico. Es la persona que lidia permanentemente con la muerte, que ve morir a muchos, y nos asegura que está allí para que no suframos, porque tiene los recursos para eso; más aún: el sentido de su profesión es sanar, y si no puede, aliviar.
¿Qué sucederá si en adelante los médicos quedan divididos en dos grupos, los que rechazan la eutanasia y los que la practican? Seguiremos pensando que los médicos son los que combaten la muerte, los que ponen todo de sí para librarnos de ella si lo pueden hacer. Los otros, diremos que no son médicos. De hecho, es como define el Código de ética médica lo que es un médico. La exposición de motivos del proyecto termina diciendo: “Esperamos, sí, que de convertirse en ley el proyecto que presentamos, el gremio médico se plantee la revisión del citado artículo 46 (artículo del Código que prohíbe la eutanasia)”. El Estado, en defensa de la libertad, es el que impone a los médicos la ética con que deben actuar.
Esta es la óptica con que se debe estudiar el así llamado “cocktail” que supuestamente ya se administra a los pacientes terminales. Se dice que la eutanasia se está aplicando hoy y que la ley es un sinceramiento de esa realidad de hecho, para que la sociedad ponga fin a su hipocresía. Lamentablemente es como funciona con algunos médicos. Pero la mayoría actúa buscando aliviar, aunque el remedio quite la conciencia o acelere la muerte. Este sí es un sinceramiento necesario para la sociedad: que se sepa quiénes hoy ya están aplicando la eutanasia, y programan la muerte del paciente como quien programa una intervención quirúrgica, con fecha y hora.
Finalmente hay quienes dicen que no se puede aplicar a una
sociedad los dogmas de una religión particular. Eso es evidente. Pero hay
que tener en cuenta que esta ley es para quienes la muerte es el final. Los
creyentes no la necesitan porque saben que el dolor y la muerte no tienen
la última palabra, que no hay motivos para la desesperación.
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