Ricardo Rovira Reich |
El pasado 15 y 16 de Noviembre tuvo lugar en el Instituto Internacional San Telmo, en Sevilla, el XX Encuentro Internacional de Profesores de Política de Empresa.
Varios miembros de Civilitas-Europa estuvieron presentes con intervenciones y ponencias: Ricardo Rovira, nuestro Presidente; Rafael Alvira, Secretario General; Luis Manuel Calleja, antiguo elegado en Madrid, y Ricardo Calleja, socio desde
VARIOS MIEMBROS DE CIVILITAS-EUROPA ESTUVIERON PRESENTES
CON y Profesor del IESE en Barcelona.
Ofrecemos a continuación la ponencia de Don Ricardo Rovira, donde hace una aplicación de un tema de gobierno entre los clásicos a la política de empresa actual.
XX ENCUENTRO INTERNACIONAL DE PROFESORES
DE POLITICA DE EMPRESA
SAN TELMO, Sevilla
15 y 16 de noviembre de 2018
EL
SISTEMA DE SUCESIÓN POR COOPTACIÓN
El caso
de Marco Aurelio
Entre las indicaciones para centrar
nuestras ponencias para este año está en el número 2 un tema en el que estimo
el humanismo clásico tiene algo que aportar: las personas, sobre todo la sucesión y el traspaso generacional. No
solamente porque “las personas” son un asunto netamente humanístico, sino
también porque desde la Antigüedad se han venido transmitiendo experiencias
sobre “la sucesión” y el “relevo generacional”.
En las sesiones y amables debates al que
tuve la dicha de asistir en este Encuentro del año 2016, algunos profesores muy
destacados, y por mí respetados, de Política de Empresa me “aprobaron” el
intento de inyectar en vuestra disciplina –dentro de mis limitaciones- algo de
filosofía clásica para intentar enriquecer humanísticamente vuestra importante
tarea de estudio e investigación. Este intento se hace con mayores garantías si
se apoya en una filosofía probada por el juicio de la razón y la experiencia
histórica. Desembocamos así en los grandes pensadores clásicos de la Antigüedad
grecorromana, y en las aplicaciones que para el gobierno hodierno de las
empresas y otras instituciones públicas y privadas supone la experiencia de los
grandes gobernantes de aquella época preclara, según nos las han transmitido
los filósofos políticos.
LAS PERSONAS
Antes de introducirnos en el asunto de
los modos de sucesión en el gobierno, estimo puede resultar de interés una
breve referencia a algo tan humanista como es la consideración del lugar de las
personas trabajadoras y no directivas en la empresa. Aunque parezca poco
relacionado con el título de esta ponencia, sin embargo este breve excursus pretende recordar que cuando
hablamos de empresa siempre estamos hablando también -aunque no exclusivamente-
de personas. Recordar lo que a este respecto propugna la Doctrina Social de la
Iglesia (DSI) no me parece ocioso:
a) La empresa como comunidad de personas
La economía suele presentar a la empresa como una unidad
productiva con capacidad para generar riqueza (valor económico añadido) y en la
que las personas están unidas por nexos basados en contratos. Esta visión es
incompleta. En las empresas las personas tienen no sólo nexos contractuales
sino también nexos de compañerismo y a menudo de amistad, al tiempo que pueden
estar unidos por vínculos morales: lealtad al compromiso con la empresa y el
sentido de participación en un fin común. Es más realista ver a la empresa como
una comunidad de personas, como lo hace la DSI.
Señalaba san Juan Pablo II, “la empresa no puede considerarse únicamente
como una «sociedad de capitales»; es, al mismo tiempo, una «sociedad de
personas», en la que entran a formar parte de
manera diversa y con responsabilidades específicas los que aportan el capital
necesario para su actividad y los que colaboran con su trabajo.”[1]
En la empresa-comunidad es establece una
verdadera convivencia que exige conocimiento recíproco, trato mutuo y voluntad
de cooperación. En este contexto, se entiende que el Papa Francisco afirme: “El
verdadero empresario conoce a sus trabajadores, porque trabaja junto a ellos,
trabaja con ellos. (…). Comparte las fatigas de los trabajadores y comparte las
alegrías del trabajo, la solución de los problemas, crear algo juntos.”[2]
Aunque se vislumbra que Francisco está aquí pensando en un tamaño de empresa
determinado, y que obviamente no siempre pueda ser así; pero sí es siempre
aplicable al equipo de colaboradores inmediatos, o al contacto a pie de obra en
la fábrica, por ejemplo. A este respecto, recordemos los relatos de Alfred P.
Sloan en aquel libro tan familiar a vosotros como Mis años en la General Motors.
b) Los beneficios son necesarios para
mantener y crear empleo
Como
señala san Juan Pablo II, “la Iglesia reconoce la justa función de los beneficios, como índice de la buena marcha de la
empresa. Cuando una empresa da beneficios significa que los factores
productivos han sido utilizados adecuadamente y que las correspondientes
necesidades humanas han sido satisfechas debidamente.”[3] La falta
de beneficios puede ser debida a una mala gestión, pero no siempre es así. En
ocasiones una empresa entra en pérdidas por disminución de la demanda u otros
factores que no están bajo el control de quienes dirigen la empresa.
Los beneficios se relacionan con la
continuidad y con el empleo. Las ganancias “son necesarias; permiten realizar
las inversiones que aseguran el porvenir de las empresas, y garantizan los
puestos de trabajo”[4].
La necesidad de los beneficios se convierte, pues, en una responsabilidad
empresarial. Una empresa sin beneficios puede resistir por algún tiempo pero no
puede subsistir demasiado tiempo en situación de pérdidas y sin un plan de
recuperación viable. También debe tenerse en cuenta a los dividendos: sin ellos
no puede cumplirse con las obligaciones hacia unos agentes básicos que son los propietarios.
Los beneficios no son, sin embargo, un
absoluto. “Es posible que los balances económicos sean correctos y que al mismo
tiempo los hombres, que constituyen el patrimonio más valioso de la empresa,
sean humillados y ofendidos en su dignidad”[5]. Se
impone, por tanto, una generación lícita de los beneficios que incluye, en
primer lugar, condiciones dignas de trabajo y una retribución justa. En este
punto encuentra aplicación el “principio
de la prioridad del «trabajo» frente al «capital»”[6], donde
ambos no se relacionan de una manera antagónica[7] sino complementaria, de
modo que los bienes de capital sirvan para ampliar las posibilidades del
trabajo, y no para reducirlas.
Este principio hace también rechazables
estrategias de despidos orientadas exclusivamente a maximizar beneficios o a
incrementar el valor económico de la empresa. A este respecto, el Compendiode la Doctrina Social de la Iglesia,
recuerda que “en las grandes decisiones estratégicas y financieras, de
adquisición o de venta, de reajuste o cierre de instalaciones, en la política
de fusiones, los criterios no pueden ser exclusivamente de naturaleza
financiera o comercial”[8].
No se debe optimizar nada, no sería prudencial, ni político ni sostenible. El
directivo sí debe armonizar.
Un caso concreto de despidos ocurre con la deslocalización, en la que se cierran
centros productivos y se pasa la producción en lugares en los que el coste del
trabajo es notablemente inferior. El Papa Benedicto XVI, advierte del riesgo
que esto entraña: “la deslocalización
de la actividad productiva puede atenuar en el empresario el sentido de
responsabilidad respecto a los interesados, como los trabajadores, los
proveedores, los consumidores, así como al medio ambiente y a la sociedad más
amplia que lo rodea, en favor de los accionistas, que no están sujetos a un
espacio concreto y gozan por tanto de una extraordinaria movilidad.”[9]
Y, añade: “la gestión de la empresa no
puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también
el de todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de la empresa:
trabajadores, clientes, proveedores de los diversos elementos de producción, la
comunidad de referencia”[10].
LA SUCESIÓN EN EL GOBIERNO
Es bien sabido que Platón propugnaba
como mejor gobernante posible que el sabio se convirtiera en rey, o que el rey
se convirtiera en sabio. Por supuesto que el sabio para él no era lo que hoy
puede pensarse: un teórico o un “intelectual”. Nada más inadecuado para un buen
gobierno, sino que era aquel que lograra estar en posesión de algo tan difícil
como es un auténtico espíritu sapiencial. En Marco Aurelio Antonino Augusto se encuentran
en una sola persona esas dos dimensiones: es uno de los sabios filósofos
estoicos más importantes, y es emperador de Roma desde el año 161 hasta el 180
de nuestra era.
Sin pretensión de hacer una
transposición o correlación entre este filósofo-rey que logró ser buen
gobernante y los directivos actuales que son materia de vuestro estudio, ya que
puede resultar ser algo forzado, poco fundamentado o de irrelevancia práctica,
sin embargo unas breves notas que pueden espigarse sobre su pensamiento, vida y
gobierno quizás iluminen algo sobre las tareas y políticas actuales de los
directivos de empresa con antecedentes históricos que sirvan de referencia.
Marco Aurelio y Lucio Vero fueron hijos
adoptivos del gran emperador Antonino Pío por mandato de Adriano; ambos
ejercieron conjuntamente la máxima potestad durante unos años: desde 161
a 169, año de la muerte de Lucio Vero. Luego su mandato es en solitario desde
169 a 177, y en éste asocia al imperio a su hijo Cómodo –desgraciada decisión-
hasta el año de su muerte en 180.
El sistema de sucesión por cooptación de los
Antoninos dio muy buen resultado para reclutar valiosos gobernantes. Los
emperadores de esta dinastía se cuentan entre los mejores que tuvo Roma. Quien
ejercía la suprema potestad no se sentía obligado a ser sucedido por un hijo
directo, en caso que lo tuviera; pero además la fortuna no quiso y así se
estableció la costumbre de que si entre sus parientes o allegados se descubría
a un joven con grandes cualidades, se lo adoptaba como hijo para luego ser
sucedido por él en el cargo.
Fue el caso de los llamados “cinco emperadores
buenos”, denominación propuesta por Maquiavelo e impulsada siglos después por
Edward Gibbon: Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío (de quien proviene el
nombre de la dinastía por ser considerado el modelo de virtud y buen gobierno)
y Marco Aurelio En este último caso el emperador filósofo se saltó la costumbre
y su hijo Cómodo resultó ser uno de los peores gobernantes de Roma. Habremos observado
con frecuencia cómo una empresa fundada y/o sacada adelante con el esfuerzo,
tesón y talento durante muchos años por un pionero, o por un empresario con notable
capacidad para dirigir, la deja en manos de hijos o familiares, quizás
auto-engañándose por el afecto familiar, o por la ambición de que la sucesión
siga en su entorno, o de que no disminuya el bienestar de los suyos, provoca la
ruina de ese emprendimiento o causa al menos severos trastornos. Es lo que le
sucedió a este gran gobernante, y sabio notable, quien cortó la admirable
sucesión en el poder de los mejores.
Cuando se estudia sobre las condiciones, cualidades
y virtudes para lograr buenos gobernantes, ya sea en la vida pública, o en
instituciones privadas –como puede ser la empresa- quizás resulte oportuno
reparar en este sistema de la cooptación antonina, aunque más no sea como
simple referencia de un antecedente histórico que ha dado buen resultado, o
como patrón de contraste para decisiones en otras instancias.
Aristóteles, dentro del arco de sus propuestas,
estimaba que el gobierno debía pertenecer a los mejores, y por ello en casos de
gobiernos monárquicos estos debían estar matizados con “la aristocracia de los
mejores” para no quedar rehenes de unos descendientes poco capaces o indignos.
También a la democracia le aplicaba ese correctivo de promover a los más
capaces y, por tanto, en ocasiones no temer a los matices oligárquicos.
En la práctica, el sistema de los antoninos dio en
algunos casos magníficos resultados, y además parece lógico promover a los
mejores sin quedar atados a las leyes de la herencia, o que el amor a la propia
familia ofusque la razón y se perjudiquen instituciones que implican a más
personas; a veces con consecuencias graves o de gran trascendencia.
Aquellos gobernantes antiguos estaban situados en
una línea que puede ser compartida hoy en día: fijarse en los jóvenes más
capaces; procurar que tengan la mejor formación en virtudes personales y
destrezas profesionales orientadas a la dirección; acercarlos de algún modo al
núcleo del poder para ir formándolos como sucesores.
Veinte
siglos después, en nuestro tiempo, en un campo tan pragmático como es el mundo
de la empresa, podemos advertir que es un sistema que de un modo u otro es
homologable a aquella antigua institución. Sin ir más lejos, en España, Isidoro Álvarez
“coopta” a su sobrino Dimas Jimeno por encima de sus hijas para dirigir El Corte Inglés (aunque breve gobierno
es el suyo…). En otra empresa muy relevante en el mismo país: Francisco
González designa sucesor en el BBVA a Carlos Torres. Luis Valls Taberner asocia
a la dirección del Banco Popular a Ángel Ron… Así podríamos encontrar muchos
casos en grandes corporaciones del mundo entero. No parece costumbre sólo del
pasado.
Otra característica del
emperador-filósofo, heredada por cierto de Antonino Pío, fue su buena relación
con el Senado, con espíritu integrador, respeto a los derechos adquiridos y la
separación de poderes según el espíritu de aquellos tiempos. Es decir, búsqueda
del equilibrio institucional. Como otros miembros de la dinastía, Marco Aurelio
es tributario del ascenso provincial, siendo familiarmente más de origen
hispánico que itálico. También sigue la tendencia a permitir la penetración
creciente del orden ecuestre en el Senado y en los cargos públicos.
Nacido
hijo de Anio Vero y Domicia Lucila, pertenece a una nueva y ascendente
aristocracia, cuyos abuelos, padre y parientes ya están ocupando grandes
cargos: el mismo año 121 d.C. de su nacimiento su abuelo era Cónsul. Tras
la muerte de su padre vive con su abuelo Vero. Aprendió el idioma de Homero gracias a
sus niñeras griegas, lo que luego le sirvió para formarse con los mejores
filósofos helenísticos.
Su
madre lo introduce en el conocimiento del culto religioso, de la historia
patria, de los valores tradicionales romanos –entre los que destaca la
austeridad- y probablemente en la filosofía griega: tenía fama de mujer muy
culta.
Pudo
tener una magnífica educación desde niño con Alejandro el Gramático, en
sintaxis, redacción y oratoria, y con Marco Cornelio Frontón, prestigioso
intelectual de la época, profesor de retórica, quien fue senador, abogado y
llegó a cónsul.
La
inclinación al estoicismo en el futuro emperador es muy temprana; quizás al
principio demasiado fijada en las formas del rigor y la austeridad de vida,
pero más tarde fue profundizando en la doctrina hasta convertirse en una
referencia universal para todos los tiempos. Es llevado por una intensa
vocación interna hacia la filosofía, muy inteligentemente canalizada primero
por Diogneto y luego por Rústico, su auténtico maestro en la Stoa[11].
A partir de los 25 años puede afirmarse que es un auténtico filósofo –con
conocimiento de otras escuelas- pero fielmente estoico.
Cuando
ya está ejerciendo el poder sigue en contacto con su grupo de amigos, filósofos
estoicos, peripatéticos y neoplatónicos; antiguos profesores y preceptores,
pero la influencia mayor como asesor intelectual parece ser, según su propio
testimonio, la del filósofo estoico Sexto de Queronea, sobrino de Plutarco y
formado muy probablemente en la academia doméstica de éste.
En el
año 161, con 39 de edad, se hace cargo del Imperio. Tenemos el sueño platónico
convertido en realidad; además con una actitud de auténtico patronazgo activo
hacia la filosofía, literatura, y cultura filohelénica desde la más alta
magistratura política.
La
convivencia con su padre adoptivo, Antonino, va formando directa y próximamente
a Marco Anio Aurelio en las técnicas y virtudes del buen gobernante, como él
mismo registra en el capítulo 16, del libro primero de sus Meditaciones, el más extenso de todos. Sorprende la coincidencia
con las cualidades referidas en la Historia
Augusta[12],
por tanto, nos da garantías de objetividad, sin ofuscación filial: moderación de costumbres; aprecio por
el saber; la piedad, la clemencia y la justicia; respeto al Senado; su trabajo
a favor de la prosperidad del Imperio; la utilización de los recursos públicos
para remediar la situación de los más pobres (incluso sus propios recursos
privados para paliar la escasez de alimentos); preocupación por la contención
del gasto público; mantenimiento de las tradiciones ancestrales; tolerancia
ante la crítica.
En el
año 161 la muerte de Antonino deja el Imperio en manos de Marco Aurelio, y éste
logra que el Senado apruebe la asociación en el poder de su hermano adoptivo
Lucio Vero, tal como había establecido Adriano. Este mismo hecho inicial nos da
la pauta de la magnanimidad y rectitud de intención de ambos imperatores, aunque eran de carácter y
gustos opuestos.
No tuvo
suerte el emperador-filósofo en las condiciones ambientales en que tuvo que
ejercer su poder: los problemas fronterizos que venían amenazando en los limes se agudizaron; en el interior hubo
pestes y catástrofes, como el desbordamiento del río Tíber, continuado por
fuertes hambrunas. Inmediatamente su atención tuvo que centrarse en el avance
del imperio de los partos y la defensa de Armenia. Las primeras derrotas aquí y
en Siria hacen cundir el pánico en Roma que ya piensa en la pérdida de los
territorios orientales.
Marco
Aurelio toma rápidas decisiones: restar tropas a la frontera germano-danubiana
y enviarlas al Oriente. Pide a Lucio Vero que encabece en el teatro de
operaciones las acciones bélicas, pero no es persona afecta a las tareas
militares. Se consiguen victorias gracias al general Avidio Casio; hay euforia
en Roma, pero la guerra contra los partos trae como consecuencia que las tropas
transmiten la peste a la misma Roma.
Pero la paz con Persia es coincidente con el avance
de las tribus germánicas asentadas en las riberas del Danubio: excepto unos
pocos años, todo el tiempo del gobierno de Marco Aurelio estuvo marcado por las
luchas defensivas –con su presencia física- en aquellas fronteras. Allí compuso
entre batalla y batalla las “conversaciones consigo mismo”, esto es, las
celebérrimas Meditaciones, fruto de
su filosofar en el limes danubiano.
Arriesgo la opinión de que leer al menos el libro 1
–son pocas páginas- de estas reflexiones donde el emperador, filósofo pagano,
va recordando lo que aprendió de cada uno de sus familiares, maestros y
preceptores: virtudes, actitudes, filosofía de vida, y normas de gobierno,
resultará muy formativo para quien quiera orientarse con acierto en el camino
de la vida, y además deba aprender a dirigir cualquier institución.
En el año 169 muere por la peste su hermano adoptivo
y colega en el poder, Lucio Vero, como tantos otros soldados. Marco Aurelio
viaja a Roma para presidir los funerales, ocasión que es aprovechada en
distintas regiones fronterizas para sucesivas sublevaciones. Tuvo que recurrir
a dos medidas extremas: reclutar como soldados a todo tipo de gentes, también
esclavos, bandoleros, ladrones y delincuentes, y pedir empréstitos forzosos con
numerosas ciudades, a la vez que vendía sus propios objetos de valor.
Entre los años 171 y 175 el emperador encabeza ofensivas
exitosas que hacen retroceder a enemigos y rebeldes. A pesar de los tributos
que pudo cobrar en hombres y bienes, grandes zonas quedaron devastadas por la
guerra y la peste, como Dacia y Panonia (en las actuales Rumania y Hungría). A
la vez los mauri, procedentes del
norte de África, entraron y saquearon la Bética, en Hispania.
A los problemas externos se suman los internos:
Avidio Casio anuncia falsamente la muerte del emperador y usurpa la parte
oriental. Las virtudes y prestigio moral de Marco Aurelio, en este caso, le
jugaron a favor: los propios soldados de Avidio Casio atajaron rápidamente la
sublevación: matan a su jefe y presentan su cabeza ante el emperador. Pero
éste, viajando hacia el lugar de la rebelión, reacciona con la magnanimidad que
responde a su filosofía: es generoso con los hijos de Avidio Casio y con la
ciudad de Antioquía que se había sumado a la usurpación.
Sus últimos años tampoco son tranquilos. Continúan
las guerras hasta el mismo año de su muerte en 180, acaecida en Vindobon (Viena) Entonces, su hijo y sucesor, Cómodo,
contraviniendo lo dispuesto por su padre, firma una paz vergonzosa para poder
regresar rápidamente a Roma. El hijo
mayor y sucesor en el trono del filósofo-rey devino en un pésimo gobernante,
autoritario y caprichoso, quiso cambiar el nombre inmortal de Roma por el de Colonia Commodiana, se trastornó
mentalmente y al final tuvo que ser asesinado.
En un hombre de la estatura moral de Marco Aurelio
nunca quedó del todo claro, su beligerancia activa contra los cristianos, como
aquellos castigados con la muerte como si no fueran ciudadanos romanos en Lugdunum (Lyon) en el año 177. Él, a lo
largo de toda su vida, fue un devoto practicante de la religión romana y su
liturgia, impulsándola desde el poder por sus beneficios morales y de unidad
nacional. Para él, esa religión sincretista e integradora era una base firme
como fundamento para el Imperio. En sus Meditaciones
(11, 3) se siente incapaz de comprender a gente que va serena y
voluntariamente a la muerte, y según él, no por convicciones personales sino
por oposición al Imperio y el gusto de la teatralidad. Los consideró enemigos
del bien público[13], y en esto no supo penetrar, como él mismo
sostenía, en lo más íntimo de las almas, anteponiendo el interés del Estado al
de las personas: su estoicismo no le daba para más[14], aunque algunas posiciones estoicas podrían ser
asumidas por el cristianismo. Hay historiadores que piensan que ese error se
debió a malos informadores: una vez más, hay que disponer de medios para tener
una información veraz, desapasionada y desinteresada que facilite un mejor
gobierno; no dejar que los asesores o consultores filtren la información;
buscar modos de acceso directo –al menos de vez en cuando- para testear la
realidad y de paso comprobar la calidad de los colaboradores. Juan Domingo
Perón decía: “hay que tener siempre un oído puesto en el pecho del pueblo”.
La única reflexión de Marco Aurelio (121-180), en
sus Pensamientos, a propósito de los cristianos, es posible que sea simplemente
una glosa, por lo que su valoración no es muy de fiar. De acuerdo con ella, los
cristianos proporcionan un ejemplo de comportamiento positivo, pero privado de
motivaciones racionales profundas, que son las únicas que puede admitir un
sabio. Sería un comportamiento rebelde y obstinado, por tanto parangonable a la
“pertinatia” o a la “obstinatio” de la que hablaba Plinio, más que una
disposición ante la muerte, en la línea de la tradición estoica:
“¡Que cosa excelente es el alma que está preparada
ante la eventualidad de tenerse que separarse definitivamentedel cuerpo para
extinguirse, aniquilarse o sobrevivir! Pero que esta disponibilidad provenga de una decisión personal, no sea fruto
de la mera obstinación, como la de los cristianos: sea la consecuencia de una
reflexión, sea noble y, para sercreíble, libre de teatralidad” (Marco Aurelio,
Pensamientos XI, 3[15]).
La filosofía estoica pudo facilitar y propender a la
comprensión de la vida política y de gobierno, ya que el microcosmos personal
se une a la razón universal, y la búsqueda personal del bien moral nos empuja a
buscar en los demás la colaboración en un único fin: la misma razón universal.
“La moral estoica tiene también una dimensión colectiva; el interés por los
otros, por la colectividad proviene de la virtud de la justicia”[16]. Para ellos, la naturaleza a través de la razón y
de la reflexión filosófica permite el bien común.
Las costumbres, la vida personal y su aspecto,
fueron en Marco Aurelio netamente estoicas; mas su política fue, por necesidad,
pragmática. En política exterior le fue imposible gobernar con un espíritu
acorde a la Estoa: le parecía imposible reconciliar a una ciudadanía
greco-romana cultivada que, era a la vez, imperialista e interesada en la
expansión territorial, o al menos, en el mantenimiento de los territorios bajo
su dominio.
En cambio, en su política interior pudo aplicar
algunos de sus principios filosóficos: aguantar con paciencia las críticas; no
tener espíritu vindicativo ante las traiciones; magnanimidad en el perdón a los
enemigos; impedir que los senadores fueran ejecutados aun bajo las acusaciones
más graves… Reorganizó las fundaciones alimentarias, vigilando su buen
funcionamiento. Asimismo intentó que su legislación fuera siempre impulsada por
la justicia, y así él mismo en persona juzgó con dedicación cercana varios
asuntos, tanto en Roma como en los campamentos militares.
Apoyado en sus convicciones respecto a la virtud de
la enkrateiay la fortaleza, resistió
con valentía cuando tocaba decir que no: así, cuando en un momento difícil para
la totalidad del Estado el ejército exigió aumento de sus emolumentos,
respondió que no podía pagar lo que tendría que salir de sus padres e hijos.
Ante la amenaza de motines de las fuerzas armadas, no cedió, argumentando que
en el fondo el Imperio sólo provenía de la Providencia divina.
El contenido y estilo de su célebre obra de
reflexiones para sí mismo, denominada entre nosotros como Meditaciones, nos permite conocer detalles abundantes de su vida y
pensamiento filosófico con profusión y hondura, a la vez que condice con su
estoicismo: está basado en la negación de la retórica –como ya había solicitado
Cicerón- sutil, agudo, pero muchas veces seco y oscuro.
Este excursus sobre
este autor y gobernante quizás en este ambiente pueda parecer extemporáneo e
inusual, pero al coincidir en una misma persona no sólo el soñado paradigma
platónico, sino también alguien a quien se formó desde muy joven para los más
altos cargos en un espacio político amplísimo, disponiendo de los mejores profesores
y medios, además de la transmisión directa de la experiencia y adiestramiento
en gobierno de nada menos que Adriano y Antonino Pío, estimo puede resultar de
interés para ustedes comprobar, si en su ejecutoria, se pudo aplicar en el
mundo real, esos magníficos antecedentes y valores morales, o los buenos
resultados son producto de otros factores externos a la más cuidada formación.
También, quizás, a vuelapluma podríamos espigar
alguna otra recomendación que se desprenda de lo arriba expuesto y que tenga
cierta relación con la Política de Empresa, aunque para vosotros pueda resultar
demasiado obvio:
1. En las deliberaciones de equipos directivos a la
hora de decidir despidos, recolocaciones, etc. de personal, recordar siempre
que se está decidiendo sobre la vida de
personas, que tienen familia, sentimientos, sensibilidad, diferentes
capacitaciones…, y prever las consecuencias: edad, posibilidad de conseguir
nuevo trabajo, situación familiar. Por tanto no visualizar a los empleados
solamente por su coste o variable económica, y no pensarlo como primer recurso de solución.
Además de la reducción de personal en momentos de crisis y dificultades,
sopesar también con inteligencia y creatividad la posibilidad de otras salidas.
2. Dentro de las tareas y competencia del órgano de gobierno –consejo de
administración o comité ejecutivo- asumir la responsabilidad de observar y
detectar a quienes se vislumbra tienen mayor capacidad para ocupar los puestos
de mayor responsabilidad: sin hacérselo saber, ir procurando darles una
formación para la sucesión, y no que el día a día nos opaque la conveniencia de
visión anticipatoria para ocuparse también de estos asuntos. Vivir aquello de
que “los demás empiecen desde donde nosotros hemos terminado”.
3. A esos candidatos ir haciéndoles participar del
conocimiento de criterios de gobierno, y asociándolos de algún modo gradual y
creciente en la esfera de las decisiones. No pensar solamente en los “sucesores
naturales”, sino mirar más lejos para descubrir valores de futuro.
4. Procurar acercarles lecturas no solamente
profesionales, también de cultura general que a nosotros nos han servido, a fin
de enriquecerles humanamente para ampliarles perspectivas que a la postre les
servirán también profesionalmente. Combatir los síntomas de analfabetismo
emocional que suelen tener los superespecializados.
Ricardo Rovira Reich von Häussler
[1]JUAN PABLO II (1991) Centesimus annus n. 43.
[2]Francisco, Encuentro con el mundo del trabajo, 27 de mayo de 2017.
[3]JUAN PABLO
II, Centesimus annus, n. 35
[4]Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2432.
[5]JUAN PABLO II (1991)Centesimus annus, n. 35.
[6]JUAN PABLO II
(1981) Laborem exercens n. 12.
[7]Cfr. Ibidem, n. 13.
[8]Compendio de Doctrina Social de la Iglesia,n. 344.
[9]BENEDICTO XVI
(2009) Caritas in veritate, n. 40
[10]Ibidem.
[11]Cfr. Historia Augusta, vita Antonini, X, 1-4.
[12]Es una colección de biografías escritas en latín de los
emperadores romanos entre el año 117 y el 284. Se considera que es la síntesis
de varios autores diferentes, compuestas bajo los gobiernos de Diocleciano y
Constantino.
[13]Cfr. Ferro Gay, Benavides Lee J., (1985): “El
cristianismo y el imperio” en Nova
Tellus, pp. 127-148, donde se narran las consecuencias políticas y
religiosas de la aparición del cristianismo y la supuesta incompatibilidad con
los deberes cívicos romanos.
[14] Es verosímil que también fuera influido por su amigo y preceptor,
Marco Cornelio Frontón, quien fue autor de un discurso contra los cristianos
–probablemente ante el Senado- que se conoce indirectamente a través del
diálogo Octavio de Minucio Félix, con
acusaciones triviales y absurdas, impropias de un intelectual de su talla (Cfr.
López Kindler, A. (2011): Zeus vs. Deus,
Madrid, Rialp).
[15]López Kindler, A. (2011): Zeus vs. Deus, Madrid, Rialp, pp. 40-41.
[16] Introducción de Manuel Rodríguez Gervás a Marco Aurelio, Meditaciones, (2001), Madrid, Cátedra,
p. [46].
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