Programa del evento |
Nuevas reflexiones sobre un pasado común: Memoria, Coraje
y Esperanza, del Dr. Guzmán Carriquiry.
Embajador
Francisco Bustillo
Madrid, enero
de 2018.
Presentar un libro como el que ha escrito el Dr. Guzmán Carriquiry,
es siempre un riesgo. Me refiero al peligro, siempre
latente, de no estar a la verdadera altura de lo producido. Porque una obra de
este calibre implica, necesariamente, establecer un abordaje amplio, asociado a
una extensa bibliografía en materia de autores, que no son sólo historiadores,
sino también intelectuales y ensayistas que han sabido abordar la cuestión
latinoamericana desde ángulos análogos, preocupados por las relaciones entre
historia y cultura, sociedad e identidad, pensamiento y acción.
Desde el comienzo del siglo XX, la reflexión continental
encontró espacios importantes en autores que, como es el caso de José Enrique
Rodó –tempranamente en 1900, con su ensayo Ariel-, permitieron un rico
diálogo interno en América, que se iría acrecentando
rapidamente, con el devenir temporal. Nombres como los de José Vasconcelos,
Francisco García Calderón o Manuel Ugarte se van integrando, de manera asociada,
a la reflexión rodoniana, en una línea de pensamiento propio que invertrá las
lógicas decimonónicas de Civilización y
Barbarie, así como los fáciles encandilamientos que entonces produjeron la
tecnología industrial inglesa y el humanismo literario francés, en el cuerpo
intelectual y político americano.
Estos autores incidirán, necesariamente, en muchos otros
cuyos campos reflexivos pueden parecer más segmentados, como lo son la
literatura, las artes y la propia historia, pero que resultan fundamentales en
la línea de pensar lo latinoamericano. Este es el caso de Ricardo Rojas y de
Enrique Larreta , de Gustavo Gallinal y Juan Zorrilla de San Martín, de Pedro
Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, por citar algunos puntos altos de nuestras
letras en la primera mitad del siglo XX. También en las artes trabajaron,
dentro de esta línea de reconocimiento hacia lo latino e hispanoamericano,
nombres de referencia como Ángel Guido, Martín Noel, Harth Terré, Julio
Vilamajó; algunos con especial énfasis relacional hacia lo indígena como los
pintores muralistas mexicanos, los indigenistas peruanos o el propio Joaquín
Torres García en una proyección tan latinoamericana como universal.
Los propios procesos de recuperación del patrimonio
artístico colonial, tanto civil, militar como ecleciástico, nos hablan de una
mirada menos dogmática y mucho más abierta a un pasado extenso que incluye los
tiempos virreinales. La segunda mitad del siglo XX nos introduce directamente en
los buenos resultados de esas búsquedas culturales de las primeras décadas de
la centuria, con la novela latinoamericana, con su boom literario y el
reconocimiento de su importancia cultural dentro del contexto internacional.
El Embajador Francisco Bustillo durante la presentación |
Se trata entonces de una nueva mirada continental; se
trata de entender un espacio riquísimo de tradición que comienza en el siglo
XVI y que los procesos independientistas – marcados por una historiografía
sesgada- evitó o mas bien anuló.
En cierta medida podemos decir que los autores mencionados
son autores fundacionales que, como bien lo afirmará Alberto Methol Ferré para
el caso de Rodó, llegarían a invertir esa suerte de “balcón latinoamericano que
solo miraba hacia Europa” -esta metáfora pertenece a Carlos Real de Azúa- para
observar ahora el interior continental, el cerno mismo de su cultura. Se
intentará llegar así a la entraña continental desde sus propios procesos, su
propias acciones creadoras y, sobre todo, sin olvidar las raíces comunes que
unen América.
Ya no se tratará de entender a las “patrias chicas” desde
sus limitadas conveniencias políticas, económicas o académicas. No se aceptará
facilmente pensar a América Latina desde el coto pequeño de las viejas Polis
Oligárquicas que habían sido ejes fundamentales de la partición territorial y,
por tanto, de generar un elevado número de repúblicas aisladas, desconectadas
entre sí. Se trataría de empezar a ver y entender un pasado común, por más complejo y diverso
que este pareciera.
A partir de estos intelectuales que se vertebran desde un
pensamiento latinoamericano -sin eludir a España y a Portugal que tanto
tuvieron que ver con su carácter e identidad- se comienza a buscar, a
investigar, a analizar, todo lo que parece haber sido factor de unidad, más que
elemento de división. Y allí esta, por ejemplo, la unidad del idioma que ya en
el siglo XIX algunos intelectuales como Andrés Bello habían advertido como
factor fundamental a defender y preservar. Allí estaba también una
significativa riqueza cultural desarrollada en tiempos coloniales –me refiero
al arte y la literatura del barroco-, que debían asumirse como experiencias
propias, sencillamente porque son nuestras, independientemente de lo heredado
del ejercicio y la tradición europea.
Un capítulo aparte merece, sin duda, el aporte de la
Iglesia en ese proceso del “ser latinoamericano”. Me refiero a la construcción
de un carácter, de un ethos propio.
Es desde este punto de vista que el libro del Dr. Carriquiry resulta aun más
interesante –e incluso novedoso- para una parte importante de nuestros
lectores, frecuentemente asediados por discursos laicisitas, propios de
visiones perimidas. La Iglesia es un removedor fundamental en tiempos de
conquista y coloniuzación. Removedor espiritual, pero también intelectual,
social y en materia de derechos humanos. No hay, por cierto, historia americana
sin Vazco de Quiroga y sin Bartolomé de las Casas
Emancipación y
particición
Uno de los ejes más complejos – y yo diría terribles- para
comprender el “ser y estar latinoamericano” –al decir de Carlos Cullen- reside
en el enfoque histórico muchas veces adoptado para explicar nuestros procesos
independientistas. El pensar que la
emancipación constituye por sí mismo un valor a preservar y recordar mediante
grandes monumentos y pomposos discursos, elude su razón fundamental que fue,
sin duda, una profunda reflexión sobre la historia y el “nosotros”.
Las independencias americanas –y fundamentalmente la de
los países hispanoamericanos- deben entenderse desde un enfoque de larga
duración histórica y no como un hecho puntual, explicable solo por la presencia
de las ideas ilustradas del momento, marcadas por la idea de progreso y una
singular vocación libertaria.
El entendimiento del valor de asamblea o de pueblo como
residuo fundamental de poder, exige un largo viaje en el tiempo hasta llegar a las
bases del derecho castellano medieval. Así y solo así, será posible entender
fenómenos como el Cabildo Abierto de Montevideo en 1808, o la Junta de Mayo de
Buenos Aires en 1810. Estos son actos en donde el pueblo americano vuelve a vivir
y recordar que, como desde hace tantos siglos atrás, los castellanos se reunían
para manifestar y explicar que el poder del rey emanaba exclusivamente de los
pueblos que conformaban el reino de Castilla. Y no debemos olvidar, tampoco, que
fue el derecho castellano –y no otro- en el que formó al Estado -y al
pensamiento sobre el Estado- en el Reino de Indias. América expone, en los
comienzos del siglo XIX –o sea cuando se inician los llamados procesos
emancipatorios- parte esencial de esa memoria popular castellana. Lo lleva en
su ADN, lo lleva en su identidad individual y social, siendo esto factor
fundamental para entender su historia.
Por tanto, las independencias americanas no constituyen un
fenómeno insurgente excepcional, resultado de un momento único, sino que son la
esencia de un filum de larga
temporalidad, que sería absolutamente incomprensible sin la ayuda de la
historia y los sucesos del mundo ibérico. Por eso también es que podemos identificar
americanos y españoles, españoles y americanos, en ambos bandos de las luchas
de independencia. Por eso también es que algunos historiadores vieron, no sin
razón, que aquella gesta era más explicable como una guerra interna que como un
simple proceso de descolonización.
El Pte. de Civilitas, Pbro. Dr. Ricardo Rovira, el Dr. Guzmán Carriquiry y el Embajador Bustillo junto a otros asistentes a la presentación del libro |
Sin embargo, esta manera de entender la Independencia no fue
la que acompañó al relato mítico y fundacional de las patrias chicas, cargadas
de textos que contradijeron ideas y hechos. La mirada corta, que solo podía
explicar la independencia desde la comarca -el territorio chico sobre el que
fueron capaces de otear y controlar ciudades como México, Lima, Buenos Aires o
Montevideo-, eludía la profundidad del
proceso, la lógica histórica y llevaba a generalizaciones erróneas, donde se
construía el concepto de un establishment
colonial formado por virreyes, gobernadores, obispos, sacerdotes y militares, todos
ubicados en el lado oscuro de la historia, en el espacio propio de la reacción
y de los enemigos.
Ese relato fue el
que cobijó la balcanización americana de las que nos habla Carriquiry en su
magnífico ensayo: subdivisión en países desconectados, aislados y hasta enfrentados.
Ese relato es el que triunfó sobre el proyecto americano de nuestros grandes
héroes como Bolívar, San Martín o Artigas: historia puramente nacional, sin
entender a esta como concepto amplio, fundada en la idea de una gran nación
americana, sino más bien como territorio reducido, tanto en términos
geográficos como sociales y culturales.
El presente de nuestra realidad nos obliga a entender la
historia nuevamente, quizá “porque un nuevo mañana exige también un nuevo ayer”,
como nos decía tantas veces Methol. Pero mirar nuevamente nuestro pasado no
implica volver a juzgar, volver a encontrar nuevos enemigos. Ese nuevo mirar
implicará entender a actores y
protagonistas, con sus yerros o equívocos, al tiempo que valorar los aportes
más trascendentes en bien de una América que tuvo, en la confluencia de lo
indígena y lo europeo, en la tradición precolombina y en la que llegó en barco, en la acción militante de la catolicidad, en
la diversidad cultural y religiosa de los inmigrantes que se aquerenciaron en
América, la base fundamental para construir nuestra más profunda identidad
social.
Esa nueva historia nos ayudará, posiblemente y tal como lo
plantea el Dr. Guzmán Carriquiry en Memoria,
Coraje y Esperanza, a proyectar un
futuro de unidad, a hacer real la idea de una América Latina unida en base a
una historia de unión, una historia de comunidad marcada por lo que resulta
propio en la Patria Chica, pero también – y por sobre todo- lo que nos resulta
común y nuestro de la Patria Grande Americana.
Es por todo lo expuesto que invito a ustedes a leer este
magnífico libro, enriquecido a su vez por el aporte de un latinoamericano
valioso: el Papa Francisco.
¡Muchas gracias!
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