Soplan vientos de cambio... |
Reproducimos a continuación un artículo de Sebastián García Díaz (Civilitas Argentina) que, aunque alude a la realidad argentina, hay conceptos que pueden aplicarse a la realidad española.
Argentina está viviendo un período que promete cambios. Deberíamos
involucrarnos, aunque nos cueste. Aunque más no sea para dar el ejemplo a
nuestros hijos.
Crecimos signados por la crítica a lo que Occidente
había logrado, como modelo. Y nos enseñaron a admirar las revoluciones.
Nadie nos preparó para participar en procesos políticos y sociales más
sutiles, proyectados en el tiempo y construidos desde abajo hacia
arriba. Por eso nos cuesta tanto participar: al poco tiempo nos cansamos
y nos decepcionamos.
Estos 10 años de populismo exacerbado vinieron como anillo al dedo. Pudimos mantenernos parapetados en la crítica, que –de alguna manera– es una posición cómoda.
Pero ¿ahora? Argentina está viviendo un período que promete cambios.
Deberíamos involucrarnos, aunque nos cueste. Aunque más no sea para dar
el ejemplo a nuestros hijos (que hasta ahora sólo nos vieron
despotricar). Para asegurarnos de que esos cambios –aunque sean
paulatinos– se produzcan.
Un nuevo marco. Lo más dañino del legado
kirchnerista es el relato. Esa mezcla tan pragmática de mentiras,
valores tergiversados y sofismas –todo combinado para que suene
suficientemente “revolucionario”– que caló tan hondo en nuestra
sociedad.
El mayor aporte que podemos hacer es desplegar un nuevo marco
cultural. Que sea capaz de presentar los valores y principios de
siempre, pero como “soportes del cambio”, de una manera que entusiasmen y
movilicen, sobre todo a los más jóvenes.
El gran desafío. Hay que devolverle al país, por
ejemplo, la fe en las instituciones. ¿Cómo les transmitimos a ellos que
si quieren ser libres e iguales hay que jugarse por la democracia y la
república? ¿Cómo los disuadimos de que es mejor reformar el sistema que
intentar destruirlo como les ofreció el populismo?
Tal vez sea necesario renovar la mirada. Hay una confianza instalada
en el poder de transformación que viene desde la propia comunidad, del
voluntariado, de la iniciativa privada y social. Y hay –a su vez– un
sentimiento generalizado de injusticia ante la realidad de que todo siga
pasando por Buenos Aires. Ese federalismo que todavía no fue.
Construir desde abajo hacia arriba es un valor que sabe a libertad, a
participación, a tener el poder cerca y –con él– las soluciones. El
principio de subsidiariedad, que obliga a que no haga el Estado lo que
puede hacer la sociedad y los particulares y que no haga el nivel
superior lo que puede hacer mejor el nivel inferior podría ser el eje del cambio y un valor aglutinante.
Cambiar el Estado. El desafío cultural más difícil
será cambiar los paradigmas del Estado, cómo lo concebimos, lo
planificamos, y cómo eso se refleja en el trabajo con los empleados, los
procesos, la tecnología, las remuneraciones, el cumplimiento de
objetivos, la eficiencia en los gastos, la transparencia, los concursos y
la capacitación.
No se puede seguir justificando los impuestos que pagamos y los malos
servicios que recibimos, así como las obras pendientes para siempre.
Gritémoslo con voz enérgica: ¡el escándalo de la pobreza en nuestro país
es el escándalo del mal funcionamiento del Estado! Y la inflación –que
es una de sus causantes– es la consecuencia directa de su desmanejo.
Abiertos al mundo. La globalización es una
oportunidad, no sólo económica sino cultural. Lograr que Argentina crea
en este valor y pierda la desconfianza es otro desafío pendiente.
Abrir las fronteras, integrarnos a los países vecinos, firmar
tratados de libre comercio con Asia, con Estados Unidos y con Europa,
sumarnos a los esfuerzos planetarios por cuidar el medio ambiente y la
lucha contra la pobreza es un horizonte por el que vale la pena
trabajar.
La apertura no atentará contra nuestra identidad. Todo lo contrario:
si hacemos de la familia el eje de todas nuestras políticas de educación
y desarrollo social. Y nos aseguramos de no descuidar nuestros marcos
comunitarios; la interacción con el mundo y hasta la sana competencia
potenciarán lo mejor de nosotros.
Los valores del cambio. Hay otros valores muy
devaluados en Argentina, como son el cumplimiento de la ley y la palabra
empeñada. Volver a ponerlos en escena supondrá una discusión descarnada
sobre la tolerancia que hemos tenido como sociedad a los corruptos de
toda índole. Aquí el cambio debe ser de 180 grados.
Que los valores de siempre se conviertan en los valores del cambio es
el desafío. Y que no queden disminuidos sólo a un mero relato. Son los
valores de la Constitución, los de nuestros abuelos inmigrantes y
criollos. Los de la clase media argentina que tanto nos enorgullece.
Pero son, a su vez, los valores del futuro.
En la tarea de relanzarlos, tendremos que decir presente. Con la
paciencia de saber que a los cambios de fondo probablemente los vean
recién los que nos sucedan.
Sebastián García Díaz es miembro de Civilitas
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