Igor Ivanov |
EL DELEGADO DE CIVILITAS EN RUSIA NOS INFORMA SOBRE LA CRISIS EN CRIMEA
Civilitas-Europa tiene una posición de privilegio derivada de su amplia red
de Delegados en los cinco continentes. Ello nos permite recibir información
cualificada y de primera mano sobre situaciones conflictivas en las que se suele
recibir información incompleta o interesada -y deliberadamente deformada- en
muchas ocasiones a través de los medios informativos más comunes.
Hemos pedido a nuestro Delegado una opinión de los sucesos de Ucrania y
Crimea, vistos desde el Oriente y desde la perspectiva de los intereses rusos,
para poder contrastar la visión que se nos impone en Occidente desde la
perspectiva de Estados Unidos y la Unión Europea.
Nos envía un articulo de Igor IVANOV, ex-Ministro de Relaciones
Exteriores de Rusia, quien actualmente se desempeña como Presidente del
Russian Affairs Council.
Como sucede a menudo, los primeros en hacer un
uso abusivo de la crisis han resultado ser grupos nacionalistas extremistas. Lo
que ocurrió en Kiev a finales de febrero es nada más y nada menos que un cambio
violento de poder a manos de extremistas políticos radicales que habían estado
planeando el 'coupd'état' durante mucho tiempo y que ni siquiera habían
intentado camuflar sus intenciones (para confirmar este punto basta tan sólo
con visitar sus sitios 'web' públicos). Nadie negará que Victor Yanukovich
tiene que aceptar una parte de responsabilidad en la crisis, pero nadie debería
negar tampoco que el presidente legítimo fue privado del poder por medios inconstitucionales
y no pacíficos. ¿Fueron fuerzas externas parte de este cambio de poder? No se
puede negar una intervención externa, pero está claro que dicha participación
no fue el factor clave en los acontecimientos de Kiev.
¿Cuáles fueron las decisiones inmediatas de los
radicales que secuestraron el poder en Kiev? Comenzaron por recortar los
derechos de las minorías (incluidos los derechos a la lengua propia), exigieron
la prohibición de los partidos políticos que no les agradaban e hicieron un
llamamiento a las depuraciones. Estas pautas, experimentadas en Kiev, deberían
de haberse aplicado en Ucrania con carácter general.
La
'opción europea'
Bajo tales circunstancias, ¿podía Rusia seguir
siendo un espectador que, de brazos cruzados, se limitara a contemplar el
evidente abuso de poder? ¿Podía Rusia cerrar los ojos al destino de millones de
sus compatriotas y de rusos de origen que viven en Ucrania? Las acciones
llevadas a cabo por Rusia, que tan apasionada reacción han despertado en
Occidente, han estado guiadas por una única intención: enviar a las nuevas
autoridades de Kiev un mensaje claro de que no deben mantener por más tiempo el
rumbo imprudente e irresponsable que han emprendido y que tienen que tener en
cuenta y respetar las posiciones y los sentimientos de los ucranianos de todas
las regiones del país. Mis colegas occidentales, los que se esfuerzan en
justificar los bombardeos de la OTAN sobre Yugoslavia y el uso de la fuerza
militar en otras regiones del mundo sin mandato del Consejo de Seguridad de la
ONU, me han asegurado en multitud de ocasiones que, para ellos, el cometido más
importante ha sido el de ejercer la "responsabilidad de protección"
de las poblaciones locales. ¿Pero por qué no puede aplicarse a la Ucrania de
hoy el principio de la "responsabilidad de protección"? Cabría
señalar de paso que no hay decisiones ni acciones de Rusia que hayan ido más
allá de las disposiciones o acuerdos internacionales aplicables al caso.
A veces se argumenta que la crisis ucraniana
tiene sus raíces en la intención de Rusia de privar a Ucrania de su
"opción europea". La cuestión de la "opción europea" no ha
sido la causa principal de la crisis sino que más bien ha resultado ser su
detonante por permitir que los radicales de Ucrania 'internacionalizaran' los
problemas internos del país. Sin embargo, los argumentos sobre la "opción
europea" carecen totalmente de fundamento.
En primer lugar, Ucrania ha sido siempre y
seguirá siendo siempre un estado europeo, lo que en modo alguno le priva de
mantener amplias relaciones con estados de otras partes del mundo. Esto es más
que natural en la era de la globalización. En segundo lugar, si por
"opción" se entiende la adhesión a la Unión Europea (UE), esta
cuestión no está en la agenda y no va a incluirse en la agenda dentro de un
futuro previsible. En tercer lugar, Ucrania no puede contar con una ayuda
financiera de la UE equiparable a la ayuda prestada por Bruselas a los países
candidatos de Europa Central; la Unión Europea no es capaz hoy en día de
digerir un país con una población de 46 millones de habitantes y su
correspondiente paquete adjunto de problemas intrínsecos de carácter social,
económico, de infraestructura y de otro tipo. En cuarto lugar, si la
"opción" se reduce a los valores europeos, entonces hay que subrayar
que Ucrania aceptó esos valores hace mucho tiempo al adherirse al Consejo de
Europa y a la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa).
Y si no se han respetado estos valores, no es porque alguien esté tratando de
evitar que Ucrania los respete sino por el nivel actual de la cultura y la
inmadurez políticas de la clase política ucraniana.
Las especulaciones teológicas acerca de la
"opción europea" han dado lugar a que se haya presentado a Kiev un
falso dilema: asociarse a Bruselas o quedarse con Moscú. No es tan importante
hoy en día qué es lo que fue primero, si Bruselas o Moscú, para definir el
dilema ucraniano de esta manera tan rígida. No obstante, lo cierto es que así
se ha presentado y lo que ha quedado en limpio ha sido que, en vez de ser parte
de la solución, Rusia y la Unión Europea han terminado por ser parte del
problema.
Intereses de Moscú y Bruselas
Sería prematuro presentar aquí un juicio
definitivo sobre los resultados de la crisis de Ucrania o sobre sus consecuencias
internacionales. La muerte de decenas de personas en las calles de Kiev ya es
un precio demasiado alto para cualquier transformación política. Sin embargo,
parece evidente que las consecuencias de la crisis pueden ser también de
naturaleza a largo plazo, no sólo para la propia Ucrania sino para las
relaciones entre el Este y el Oeste del continente europeo. La crisis ha
provocado ya una potente explosión de discursos al estilo de la guerra fría en
ambos lados, como si determinados políticos tuvieran nostalgia del siglo pasado
y estuvieran tratando de aprovechar una magnífica oportunidad de volver a
aquellos tiempos compitiendo entre sí en la complejidad de las acusaciones
mutuas. Esta agresiva espiral de hostilidad, si no se para en seco, puede dañar
gravemente las relaciones entre Rusia y la Unión Europea y Rusia y los Estados
Unidos y reducir la eficacia de nuestros esfuerzos conjuntos para hacer frente
a las nuevas amenazas y desafíos comunes a todos nosotros. Además, por
supuesto, una confrontación de esta naturaleza haría más difícil aún cualquier
solución duradera en Ucrania, si es que no la imposibilitaba por completo.
Es de interés tanto de Rusia como de Europa
evitar que se produzca este escenario. Después de todo, Moscú y Bruselas
deberían estar interesadas en el mantenimiento de la soberanía, la
independencia y la integridad territorial de Ucrania y en el restablecimiento
de la ley y el orden en Ucrania. Sin la consecución de estos objetivos, será
imposible resolver la crisis en curso y ayudar al pueblo de Ucrania a levantar
un país estable y próspero que le garantice el lugar que le corresponde en el
seno de la familia europea. Tenemos que pasar con urgencia de las acusaciones
mutuas a la elaboración de fórmulas específicas a través de las cuales Ucrania,
con una colaboración activa y coordinada de Rusia y la Unión Europea, pueda
introducir las reformas políticas y económicas necesarias para estabilizar la
situación, recuperar una vida normal y empezar a poner en práctica cambios
estructurales en la vida económica y social.
Al mismo tiempo, Moscú, Bruselas y Washington
deben aprender sus propias lecciones derivadas de la crisis. Deben acelerar el
esfuerzo de superación de la herencia residual de la Guerra Fría que nos impide
a todos nosotros la construcción de un nuevo sistema de relaciones
internacionales propio del siglo XXI. Entre otras cosas, esto es indispensable
para hacer una inversión política seria en la conformación de un moderno
sistema de seguridad indivisible e integrador en el espacio
euro-atlántico"
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