Dr. Alfonso Ramos Inthamoussu |
El pasado 30 de octubre, la
Secretaría del Tesoro estadounidense criticó duramente al gobierno alemán por su
responsabilidad en la débil recuperación de la zona euro, al llevar adelante un modelo económico en que
las exportaciones lideran el crecimiento, un modelo que ha practicado China durante
varias décadas hasta ser ya la segunda economía mundial.
Sostiene el gobierno
estadounidense que Alemania debe gastar más y reforzar así la economía europea
y mundial.
Ocurre que el superávit
alemán de cuenta corriente –el exceso de ventas al exterior comparadas con sus
compras–, ronda el 6%. Como Alemania no tiene monopolio de una materia prima o
fuente de energía estratégica, los salarios no son de hambre y existe un buen
sistema de seguridad social, ese superávit se debe a su eficiencia. Es sabido
que los alemanes trabajan muy bien y que su tecnología es excelente. Exportar mucho
es algo que hace el que puede y no el que quiere.
No se le puede pedir a
Alemania que sea menos competitiva, que trabaje con menor productividad. Es un contrasentido
si hablamos de economía. Afirma la Secretaría del Tesoro que Alemania debe
consumir más para ser solidaria, lo que es sorprendente.
Se le puede pedir a
Alemania que elimine las restricciones, más o menos encubiertas, que puede
estar imponiendo a las importaciones de bienes y servicios europeos. Si hubiera
unidad política se le puede imponer un tributo a los alemanes que se trasladen
como subsidio a la periferia. Se le puede pedir que instrumente un generoso
programa de formación de trabajadores y técnicos de la periferia europea. Pero
no se le puede pedir que derroche dinero, que gaste sin saber bien en qué.
Cómo podrían gastar más
los alemanes? O lo hacen los ciudadanos o lo hace el gobierno. Los ciudadanos
están gastando bien y no están asustados. La Sociedad Alemana para la
Investigación del Consumo informó el 31 de octubre que el ánimo de compra de
los alemanes sigue en un punto alto. Es decir que el consumidor alemán no está
retraído, no está en actitud de incertidumbre respecto al futuro.
¿Cómo se está comportando
el Estado alemán? El saldo presupuestal es prácticamente nulo, es decir, los
impuestos son iguales a los gastos públicos. La alternativa de mayor gasto
alemán es que el gasto público aumente y que el país incurra en un déficit
fiscal. La única lógica de la solicitud de la Secretaría del Tesoro es conceder
seriedad a la recurrida caricatura del pensamiento keynesiano: hace falta un
equipo de hombres y máquinas haciendo hoyos en las rutas y un equipo detrás tapándolos.
El objetivo es “mover” la economía, “cebar la bomba”, que circule el dinero,
confiar en el “multiplicador”.
La revolución tecnológica
en curso en el mundo actual hace confiar más que nunca en el empresario, en el
innovador, en el emprendedor. Nadie duda de la capacidad recaudadora del
Estado, pero es crecientemente unánime la convicción de que es un mal gastador.
Pedirle a un Estado que gaste sin mencionar muy específicamente cuál es el bien
público que se necesita generar y con qué mecanismos se va a controlar la eficiencia
de su generación, va contra la experiencia recogida en varias décadas.
¿Por qué tiene el gasto
público ese sesgo hacia la ineficiencia? ¿Por qué en el mundo actual se busca
crecientemente que muchos bienes públicos sean de gestión privada? Se suele
argumentar que el juicio sobre el comportamiento del gobierno se expresa democráticamente
por medio de las urnas. Pero es tan enorme, complejo y enmarañado el cúmulo de
bienes y servicios que provee el Estado que el juicio periódico del ciudadano
es demasiado difuso.
Pero el problema es más
grave. Las funciones y los roles del Estado son tan complejos que se articulan en
torno a organismos donde los que siempre están, en realidad, son los funcionarios.
El corporativismo es una realidad. Impulsar graciosamente a un Estado a gastar
más es una invitación a una mayor distribución de recursos según el parecer y los
intereses de las corporaciones.
De otro modo: el Estado
es un muy eficiente recaudador, pero muy mal gastador. Una empresa vende y
cobra si el cliente decide comprar y está satisfecho con el producto. Y la
empresa compra luego de mirar varias opciones y elige la mejor.
En cambio, el Estado
establece el impuesto –el ciudadano no sabe en general qué está pasando– y
quien no lo paga comete un delito y puede acabar en la cárcel. Y cuando de
gastar se trata suele comprar lo de mejor calidad o repartir dinero
gratuitamente o brindar servicios bastante ineficientes. Muchos son
imprescindibles, son bienes públicos, pero el control del consumidor, que es el
ciudadano, se da en un tardío y difuso dictamen electoral.
Volvamos a Alemania. Se
le pide que incurra en un déficit fiscal porque estaría perjudicando al resto
de la Unión Europea. Influye sin duda en esa solicitud la autoridad de
economistas que como Paul Krugman confían en “tú gastas, yo trabajo”, y hacen
de eso un lema para el crecimiento, olvidándose de la productividad y del
empresario.
Pero cabe preguntarse,
¿por qué esta virulencia de la Secretaría del Tesoro de Estados Unidos en su
planteo del pasado 30 de octubre?
Una posible razón, entre
muchas otras, es que la administración estadounidense está pasando malos momentos
en su imagen internacional.
Y Rusia ha contribuido a esa
pérdida de imagen tanto en la penosa guerra en Siria como en el asilo concedido
a Snowden, cuyas revelaciones sobre el espionaje estadounidense a países amigos
ha conmovido el ámbito de la OTAN.
Por eso, cuando en las
últimas semanas Alemania decide ponerse en contacto con Snowden en Moscú y el
presidente Putin no ve en ello inconvenientes, Estados Unidos sufre. Y la
Secretaría del Tesoro y la Secretaría de Estado no son compartimentos estancos.
(*) Profesor de la Universidad
de Montevideo
Artículo publicado en el diario El Observador - www.observador.com.uy
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