Este artículo fue escrito en España y tiene, como es lógico, una visión europea; sin embargo, contiene algunas ideas generales
que se pueden aplicar en cualquier parte del mundo. Pedro Chumillas, el autor, es Delegado de CIVILITAS-EUROPA en Cataluña, profesor de Ética y
Antropología de la Universidad Internacional de Cataluña, actualmente Diputado
en el Parlamento Catalán, y miembro de las Comisiones de Economía y Educación.
No conozco otra traducción de WelfareState que no sea Estado del Bienestar. Y estar bien, el bienestar de 2011, supone disponer de una serie de bienes que jamás en la historia humana han tenido sino unos pocos privilegiados.
Pero el bienestar generalizado de
fines del siglo pasado no fue un regalo llovido del cielo, ni una imposición
legislativa, ni mucho menos un fruto de la lucha de clases. Fue el resultado –y
remarco la palabra resultado- del bien hacer de millones de ciudadanos, del
Estado del Bienhacer occidental.
Las grandes guerras mundiales fueron
el resultado de cambiar rápidamente el bien hacer por el mal hacer. La crisis
actual también es el resultado del Estado del Malhacer. Es el mal hacer lo que
lleva al malestar.
La riqueza acumulada durante
decenios de buen hacer es lo que ha hecho que Occidente se haya adentrado en una gran crisis
–provocada por el mal hacer- sin darse cuenta hasta tenerla encima.
No hay otra receta, dejar de hacer
mal las cosas y volver a hacerlas bien. Porque el bienestar y el malestar son
fruto de nuestras acciones individuales y colectivas: son su re-sul-ta-do.
Decenios de bienhacer fueron
aquellos en los que todo el mundo trabajaba esforzada y honestamente con el fin
de ahorrar para el futuro.
Decenios de mal hacerson los muchos
años en que todo el mundo, aun trabajando esforzadamente, hemos gastado más de
lo que ahorrábamos: he aquí un efecto perverso del crédito (que tantos efectos
buenos tiene), especialmente del crédito al consumo: permite el mal hacer
generalizado de estirar el hombro más que la manga.
Decía Julián Marías que cuando la
felicidad se busca en sí misma, se escapa de las manos.La felicidad llega como
re-sul-ta-do de una vida virtuosa. Parafraseando al filósofo, el bienestar,
cuando se busca en sí mismo, se escapa. El bienestar llega como premio a una
vida de buenhacer.
Llevamos 20 o 30 años tan
preocupados por mantener el Estado del Bienestar que nos hemos olvidado de qué
es lo que lo hace posible, de cuál es su origen… y de qué es lo que acaba con
él.
La democracia y el trabajo esforzado de los ciudadanos son condición
necesaria para el Estado del Bienestar, pero no son condición suficiente; ambos
son parte del bien común que permite una sociedad justa y en paz: pero no son
suficientes.
Hablando a gran
escala –a la que pocos llegan-, cualquiera se da cuenta de los riesgos del
poder. Pero muchos menos se dan cuenta de los riesgos de la riqueza. Y sin
embargo, ambos son capaces de empobrecer la razón humana en la mismamedida.
En cambio el poder y la riqueza a pequeña
escala son considerados inocuos, es más, son buscados con avidez, los buscamos
con avidez, los consideramos muestra de éxito personal, profesional y social.
Todos tememos los grandes
terremotos, o los tsunamis, o las enormes explosiones volcánicas, porque vemos
los inmediatos efectos devastadores que producen. Y sin embargo, la superficie
de la tierra cambia más que con esos cataclismos con el fluir tranquilo de los
ríos, con la lluvia, con el viento y con pequeños pero constantes
deslizamientos de tierra que se dan en todo el mundo todos los días.
La preocupación por mantener el
WelfareState nos ha llevado a hacerlo “como sea”, y lo hemos hecho
endeudándonos. Y la enorme presión del endeudamiento ha provocado un terremoto.
El conjunto de los españoles y todas nuestras instituciones públicas y privadas
debíamos al exterior 1,7 billones de euros al inicio de 2011,
según las estadísticas del Banco de España. En el año 2003 debíamos “apenas”
noventa mil millones. En siete años hemos multiplicado por 20 nuestra deuda
exterior. Hemos producido un terremoto que ha salido de nuestras fronteras y no
puede extrañarnos que de fuera de ellas nos estén llamando la atención.
Por ello creo que deberíamos hablar
menos del Estado del Bienestar y centrarnos en el Estado del Bienhacer. Y ello
supone que todos –familias, empresas, banca, sindicatos y administraciones- “cambiemos nuestro chip”.
No será suficiente con que las
Administraciones Públicas mejoren su eficiencia. Pero es necesario.
No será suficiente con que el sector
financiero vuelva a ser más prudente en la concesión de crédito (¡Todavía hoy
se siguen oyendo anuncios de crédito al consumo!). Pero es necesario.
No será suficiente con que las
empresas reduzcan sus apalancamientos financieros. Pero es necesario.
No será suficiente con que las
familias ajusten sus gastos a sus ingresos. Pero es necesario.
No será suficiente con que los
Sindicatos revisen su función en la sociedad. Pero es necesario.
Será necesario que todos hagan lo
que deben, que todos hagamos lo que debemos: luchar por el WelldoingState: el
Welfare se nos dará por añadidura.
¿Y los Partido Políticos? ¿Cuál es el
papel de la política? ¿No han tenido nada que ver en esta crisis los políticos?
El primer bien de la Democracia es
la paz social. Se trasladan las diferencias y el debate entre los ciudadanos a
los Parlamentos. Los enfrentamientos son dialécticos y van precedidos y
seguidos de continuas negociaciones. No hay violencia. Pero mantener la paz
requiere, además de esto, hacer las cosas bien, el Welldoing. La clase política
ha de centrar más su actuación en el bien común, en establecer esas normas e
instituciones que permitan a los ciudadanos desarrollar en libertad todas
suscapacidades, individual y colectivamente.
La obsesión por mantener el
WelfareState ha hecho olvidar a buena parte de la clase política la necesidad
de pensar y fomentar el bien común: en lugar de legislar para proveer las
mejores condiciones de desarrollo, se ha legislado para proveer los bienes y
servicios propios del Estado del Bienestar como si ello fuera la primera
obligación de los gobiernos: y ha endeudado a las Administraciones Públicas. En
lugar de enseñar a pescar y, como mucho, dar una caña de pescar al que no la
había conseguido por sus propios medios, las Administraciones Públicas se han
dedicado a dar los peces, pescados y cocinados (sin duda con la mejor de las
intenciones) y los han tenido que comprar a crédito porque los impuestos no eran
suficientes. El resultado ha sido que hasta los que tenían caña propia se han
quedado sin caña y sin peces. Y los que no la tenían, ni siquiera han aprendido
a pescar.
Pedro Chumillas
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