Esta es la pregunta que hemos elegido para disparar una reflexión mancomunada de la Red Civilitas Global. Como presidente de esta institución en crecimiento, quiero lanzar “la primera piedra”.
Creo que nuestra generación -y sobre todo su potencial dirigencia- tiene que empezar a construir su relato. Ya estamos dejando la juventud tardía y nos encaminamos al momento clave donde supuestamente estamos llamados a dejar huella. Los mayores aportan su experiencia. Los jóvenes su idealismo. Pero los que estamos entre los 40 y los 50 estamos exigidos a hacer- la-realidad.
Pero el escepticismo respecto a las posibilidades de generar cambios ha sido tan profundo e impactante, que arribamos a esta etapa sin tener demasiado en claro qué tenemos que hacer, cómo y mucho menos por qué.
En el transcurso de los últimos 20 años, pasamos de un extremo a otro y eso indudablemente nos afectó.
Nos iniciamos (al menos yo) al mundo de las inquietudes ciudadanas y políticas, en el año que caía el Muro de Berlín. Fue una explosión de esperanza. Se terminaba el mundo bipolar: el comunismo había sido derrotado. Las democracias latinoamericanas caminaban hacia la consolidación y las democracias del resto del mundo comenzaban a explotar como “pop corn” en los más diversos puntos del globo terráqueo.
Como sería la influencia positiva que tenía esa coyuntura sobre nuestra visión que, en lo particular, mis dos primeros escritos se llamaron “La nueva utopía” y “El Gran desafío”. En ambos exhortaba a los jóvenes de mi generación a ser protagonistas de lo que aparecía como un “momento histórico”. Sentía en ese momento la responsabilidad de leer entre líneas “el signo de los tiempos”.
En la facultad de Derecho, de repente la materia más importante pasaba a ser Derecho Internacional Público, porque había una gran expectativa en que la ONU y los organismos multilaterales pudieran construir rápidamente el armazón de convivencia, paz y progreso de un mundo multipolar (la aldea global).
Las estrellas de la Comunidad Europea brillaban más que nunca como luceros del futuro y todos los bloques regionales (Mercosur, etc) intentaban lo propio. El espíritu romántico que cualquier joven abraza en esos años, ya no estaba representado por el “che Guevara” como en relatos de otras generaciones, sino que estaban más cerca de la madre teresa de Calcuta, del movimiento Solidaridad de Polonia, los defensores del medio ambiente, o el Papa Juan Pablo II rezando en conjunto con los líderes de todos los credos, por la Paz Mundial.
Fue demasiado rápido que vino la Guerra del Desierto (invasión de Kwait por parte de Irak), la declaración del “fin de la historia” de Fukuyama por un supuesto triunfo del capitalismo, el consenso de Washington… los gobernantes que imponían políticas de tremendos ajustes económicos y reordenamientos sociales mientras a la par ostentaban los resultados de sus actos de corrupción en países como Argentina, Brasil, México o Perú (por nombrar algunos).
Las nuevas amenazas eran inesperadas y nos encontraron desprevenidos. El “pensamiento débil” de Vattimo, el “hombre light” de Rojas, el “Choque de las Civilizaciones” de Huntington o los llamados de atención del propio Juan Pablo II en “Centesimus Annus” sobre el riesgo de haber superado el extremo del comunismo pero caer en otro de distintas pero de iguales de distorsiones… todo hizo que la esperanza -casi en forma esquizofrénica- se trasmutara en una incertidumbre existencial, similar o peor a la que se vivía durante la Guerra Fría.
Las lecturas entonces ya no fueron tan triunfales. Tomaron auge los comunitaristas tratando de construir una opción filosófica viable al liberalismo político y económico para que no quedaran fuera los valores. Apareció la “Tercera Vía” y otros intentos de buscar matices sin perder las esperanzas del comienzo de los 90.
Durante esos años, muchos de los civilitenses pudimos realizar viajes extensos por Europa , por Estados Unidos y por Latinoamérica. De todas las conclusiones e impresiones que dejaron ese cúmulo -interminable de contar- de experiencias vividas, rescato una: el choque entre la riqueza y la pobreza, entre la civilización y la barbarie (para citar al célebre Sarmiento) entre los países desarrollados y los que no. El mismo choque que en el día a día, observaba en mi propia ciudad entre los ambientes donde me movía y las visitas que hacíamos a los barrios marginales los días sábados.
Sin embargo , estas realidades no terminaban con nuestra esperanza, aunque a la distancia advierto que la dañaron de muerte.
El golpe final vino en el 2001 con el ataque a las Torres Gemelas, las crisis económicas y financieras (Argentina vivió momentos de zozobra por esos años), las teorías mesiánicas de los Bush que obligaban a estar de un lado o del otro, el auge de los populismos iguales de mesiánicos en muchos países de Latinoamérica, el desprestigio de las ideas de la libertad económica y el retraso de los procesos de integración, la explosión del narcoterrorismo y el auge de la inseguridad como problema central de las sociedades.
La crisis del capitalismo en Estados Unidos y en Europa, la foto de una muralla cruzando América para dividir a Estados Unidos de México, las decisiones unilaterales, las guerras preventivas, la Iglesia puesta en jaque por escándalos de pedofilia con un Papa pidiendo perdón en cada viaje que realiza…
Han sido por tanto 20 años demasiado extremos, esquizofrénicos, acelerados por una tecnología que abre inmensas oportunidades pero que -a falta de un relato- en más de una ocasión viene a potenciar esa esquizofrenia.
A esta experiencia tan intensa tal vez podamos “echarle la culpa” por nuestra falta de relato.
O al menos nos servirá de coartada y pasará a ser el capítulo inicial del mismo (¡toda generación tiene sus coartadas para explicar por qué no hizo lo que estaba llamada a hacer!).
Sería muy triste que el diagnóstico sólo sea que nos casamos (en muchos casos se separaron), nos costó mucho conseguir el auto, la compu, el celular, y los recursos para poder irnos de vacaciones y comprar la casa y que, simplemente, nos ha quedado cómodos ver pasar la historia por la vereda del frente de nuestra casa o leerla por Internet.
El mundo ¿va hacia dónde queremos?
Igual nuestra generación a mi no me engaña. Todos, no importa su condición económica o social, no importa si viven en el primer mundo o en el tercero, sentimos una inquietud, un malestar por el futuro. Si uno tiene hijos mucho más. Hay algo que no nos cierra y así como vamos, tenemos la impresión de que el futuro no es esperanzador.
Las más de las veces nos descargamos con el contexto local o nacional (el intendente que no hace tal cosa, el gobierno nacional que dice o hace tal otra), pero es evidente que los problemas a resolver y los desafíos tienen proyección global.
La inseguridad será mayor en tu barrio que en el mío. Pero es un problema internacional. Al igual que las drogas, la trata de personas y el escenario de explotación humana que se construye alrededor de esas realidades.
Las deficiencias de la educación pública, los enormes desafíos de sustentabilidad que presentan los sistemas previsionales a causa de este dato tan real pero tan triste del envejecimiento de la población por falta de procreación, sobre todo de las clases medias y altas.
La fragmentación de la familia como célula fundante de la sociedad, la falta de participación de la ciudadanía ya no sólo para ser protagonista de lo público sino siquiera para el acto más elemental que es asistir a los comicios a votar a sus representantes.
La brecha que produce entre personas, los constantes saltos tecnológicos y cómo aquello afecta a la estabilidad de los empleos, los desafíos ambientales a escala mundial, la sustentabilidad de los servicios públicos esenciales….
Para no extenderme (¡porque los problemas son tantos!) diré que hay tres pilares que intuyo eran queridos y apoyados por nuestra generación que hoy están puestos en jaque.
El primero es la consolidación de Democracias republicanas montadas sobre un esquema de Instituciones propias del estado de Derecho. Tal como se muestra la realidad y su perspectiva (si no intervenimos), mi predicción es que este escenario es incierto en un plazo de 50 años. Fundamentalmente por una cuestión: la ciudadanía no está comprometida activamente y en forma masiva a nivel mundial (no importa aquí la razón; solo remarco el dato) y la complejidad de los fenómenos de seguridad, políticos, económicos y sociales nos fuerzan hacia escenarios de poderes concentrados, no participativos y poco respetuosos del armazón teórico del Estado de Derecho que construimos durante 5 siglos.
La idílica idea de un “saludable caos democrático”, imposible de dominar, que supone el avance de las tecnologías y que permite a cada ciudadano ser protagonista de su propio “avatar” dentro de la web 2.0 y las por venir, en realidad es una utopía sin fundamentos. Porque si la participación a través de la tecnología no va a lo profundo del sistema político, sólo sirve como “pan y circo virtual” para que las masas se entretengan en discusiones e intercambios de palabras mientras las decisiones se toman a otro nivel.
Tenemos aquí un primer desafío importante. Si queremos luchar para que el Sistema republicano y democrático del Estado de Derecho, eche raíces por lo menos por otros 5 siglos más y que la gente pueda ser protagonista de lo político, como miembro activo de una comunidad política, entonces tendremos que ser muy certeros en pensar cuáles son las tendencias actuales, cuáles deberían ser y qué debemos hacer como dirigentes para que esa distorsión se corrija.
A nivel económico, me inquieta avizorar un escenario de alta concentración económica en un segmento cada vez más pequeño. Y no por causas injustas, conspiraciones o políticas inadecuadas. Sino por el simple hecho que la complejidad del mundo por venir hará que la barrera mínima para no ser un marginal sea cada vez más alta.
Soy optimista respecto a la ampliación de lo que se ha denominado la clase media, a nivel mundial por la accesibilidad cada vez mayor a productos, servicios, capacitación, viajes y tecnología, propia del mercado actual y el por venir. Pero esa plataforma de clase media, anestesiada tal vez por un estándar de vida aceptable, no podrá (y lo más grave no querrá) ser protagonista de un crecimiento como ciudadano y también como emprendedor económico.
A nivel social, parte de nuestro “relato” tiene que estar directamente conectado con las personas marginadas que quedarán excluidas, no importa cuál sea el escenario. Además de los fenómenos de clientelismo y explotación que hoy se producen y que tenderán a potenciarse, y los fracasos en la inversión social que hacen los países, me preocupa que –a medida que pase el tiempo y aumente el desarrollo- se produzca una especie de resignación que lleve a catalogar a estos importantes segmentos de la sociedad como “irrecuperables”.
Hay un último nivel que, en un marco como el de CIVILITAS, podemos abordar con total tranquilidad, aunque con mucha prudencia. Se trata del nivel moral de la humanidad y cómo puede impactar un período tan largo de “relativismo” en el basamento de valores básicos. Por dar un ejemplo: la realidad del envejecimiento de la población, la tendencia en aumento de los abortos, y la “instrumentalización” de la relación sexual, separando placer y reproducción, tienen en su transfondo un común denominador, de carácter moral, cuyo impacto en el largo plazo debe ser considerado.
Amigos Civilitenses: espero que estas reflexiones sirvan como disparador.
Un abrazo,
Sebastián García Díaz
CIVILITAS - ARGENTINA
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