El Gral.
José G. Artigas (1764 – 1850), es considerado por muchos, como el Prócer de los
Orientales, que así se denominan los habitantes de la República Oriental del
Uruguay.
Pero es
claro que para Artigas, que nació en el actual territorio uruguayo, la Banda
Oriental (luego Provincia Oriental), era sólo una de las provincias del gran
“sueño federal” e integrador que quiso llevar a cabo. Sueño este que abarcaba,
además de la Provincia Oriental, las provincias argentinas de Entre Ríos, Santa
Fe, Córdoba, Corrientes, Misiones y las denominadas “Misiones Orientales” (años
más tarde, anexadas al Imperio del Brasil). En esa “Liga Federal” que se
constituyó entre los años 1815 y 1820, también conocida como “El Protectorado”,
vivían además de los inmigrantes y los criollos, numerosos pueblos nativos a
los que Artigas protegió y procuró integrar con iguales derechos y obligaciones
que los demás ciudadanos.
A
continuación presentamos un trabajo del historiador uruguayo Jorge Pelfort, que
muestra cómo era la relación del “Artigas gobernante” con los aborígenes
americanos, y de éstos con su “padrecito”, en tiempos en que era francamente
impensable una integración de ese tipo. El artículo de marras fue escrito
precisamente, a raíz de un proyecto presentado en la OEA tendiente a reconocer
los derechos de los indígenas americanos… ¡186 años después de la inciativa
artiguista!
Leímos
hace unos días en la prensa que la OEA, presentó un histórico proyecto acerca
de los derechos de los indígenas americanos.
Se
establecería por primera vez un espacio jurídico "... para la cultura,
administración y territorio de unos 45 millones de indígenas en las
Américas". El embajador de Guatemala, R. Ochaeta dio que aquella era
una "declaración histórica", pero advirtió: "Un declaración no
va a cambiar la situación de los pueblos indígenas,... Pero el puente entre
estado y pueblos indígenas está ya tendido".
Culmina
la noticia: Por primera vez desde la independencia de las repúblicas
latinoamericanas y caribeñas, sus 34 gobiernos reconocieron a los pueblos
indígenas y su derecho a la autodeterminación".
Es
notorio que estos conceptos que aparecen en carácter de noticia en el año 2001,
formaban parte del pensamiento de José Artigas en 1815, hace la friolera de 186
años, ideas frustradas por su derrota militar que le conduce a su prisión,
luego autoexilio.
Dice
Eduardo Acosta y Lara ("Los charrúas y Artigas"): "Nadie
mejor que él supo interpretar el mensaje altivo de Tupac Amarú, tan vivo e
intenso... Y Artigas creyó en el indio, y tuvo más fe en la sencilla América
virgen que en la compleja Europa cargada de odios. Por eso quizás, al elegir el
emblema que coronara el escudo de su provincia, adoptó la corona de plumas,
atributo de la libertad la soberanía de
los indios americanos" . Y además -agrego yo- las flechas y el carcaj
a un costado del mismo.
Aunque
conocidos, no está demás reiterar algunos conceptos de Artigas sobre este tema,
tomados del Archivo Artigas, tomos 20 y 29 y del Archivo General de la Nación
(Correspondencia de Artigas al Cabildo de Montevideo). Todo, obviamente, con
ortografía actualizada.
Artigas al Comandante General de Misiones, Andrés
Artigas (Paraná, marzo 12 de 1815): "...Por
el conducto del Gobernador de Corrientes pasé a usted hace tres días, las circulares
para que mande cada pueblo su diputado indio al Arroyo de la China. Usted
dejará a los pueblos en plena libertad para elegirlos a satisfacción, pero
cuidando que sean hombres de bien y de alguna capacidad para resolver lo
conveniente... Es cuanto tengo que prevenir a usted y exhortarle a que cada día
trate con más amor a esos naturales, y les proporcione los medios que están en
sus alcances para que trabajen y sean felices” .
Dentro de este mismo oficio fue que Guillermo
Vázquez Franco en su libro "La Historia y sus Mitos", publicó
interpolado un exhorto o proclama redactado con absurdo rebuscamiento -seguramente autoría del cura Acevedo,
secretario de Andresito y bajo firma de éste- , tal cual si ambos constituyeran
un documento único emanado de Artigas. El error -si es que lo fue-, se originó
en el "Archivo Mitre" de Buenos Aires. En el semanario BÚSQUEDA
(24.6.99) la Comisión del Archivo Artigas dedicó algo más de una página para
condenar sin ambages esa "...confusión no justificable" de
quienes se hicieron eco de tan gruesa inexactitud, agravada en el caso de
escritor inicialmente citado, por recargarlo de "muy áspera, por
momentos sarcástica crítica", al igual que con "...tan duros
como no menos errados ataques a Artigas", acusándole de "...patriarcalismo
megalómano", así como de "...escaso de juicio" por
algo de lo cual jamás siquiera se enteró.
José Artigas al Gobernador de Corrientes, José de
Silva (Paraná, mayo 9 de 1815): "...Igualmente
reencargo a usted que mire y atienda a los infelices pueblos de los indios. Los
del pueblo de Santa Lucía, lo mismo que el de Itatí y de Las Garzas, se me han
presentado arguyendo la mala versación de sus administradores. Yo no lo creí
extraño por ser tan inveterada y ya es preciso mudar esa conducta. Yo deseo que
los Indios en sus pueblos se gobiernen por sí, para que cuiden de sus intereses
como nosotros los nuestros. Así experimentarán la felicidad práctica y saldrán
de aquel estado de aniquilamiento a que los sujetó la desgracia. Cuando
sostenemos la Patria, recordemos que ellos tienen el principal derecho, y que
sería una degradación para nosotros mantenerlos en aquella exclusión vergonzosa
que hasta hoy han padecido por se indianos. Acordémonos de su pasada
infelicidad y si ésta los agobió tanto que han degenerado de su carácter noble
y generoso, enseñémosle nosotros a ser hombres y señores de sí mismos. Para
ello, démosles la mejor importancia en los negocios. Si faltan a sus deberes
castígueseles; si cumplen, eso mismo será para que los demás se enmienden,
tomen amor a la Patria, a sus pueblos y a sus semejantes. Con tan noble objeto recomiendo a usted a
todos esos infelices. Si fuera posible que usted visitare a todos esos pueblos
personalmente, eso mismo les serviría de satisfacción, y a usted de consuelo al
ver a su dependencia en sosiego. Don Francisco I. Ramos, Administrador de
Itatí, me ha escrito indemnizando (¿justificando?) su conducta; los indios la
acriminan, y usted como que todo lo debe tener más presente, tome sus
providencias en la inteligencia que lo que dicta la razón y justicia es que los
indios nombren sus Administradores de ellos mismos...".
José de Silva, Gobernador de la Provincia de
Corrientes, al pueblo de Itatí (Itatí, junio 8 de 1815):
"Por cuanto he venido a este pueblo de Nuestra Señora de Itatí a cumplir
órdenes que se me dirijen por el Supremo Jefe de los Orientales, Ciudadano José
Artigas, y siendo uno de los objetos que se me recomienda por éste el de la
protección de los naturales de los Pueblos de Indios, en orden de su propia
existencia y que éstos se gobiernen de por sí, manejando con gusto sus
intereses y gozando la Libertad que de derecho les corresponde...".
José Artigas al Cabildo de Corrientes (Purificación,
enero 2 de 1816): "Marcha el Cacique don Juan
Benavides con el objeto indicado a V.S. en mi última comunicación de recoger
sus familias del otro lado y traer todos los naturales que puedan y quieran
pasarse a esta Banda. Entre tanto me suplica dicho cacique se le asigne un
lugar donde pueda permanecer con sus naturales y familias, sin perjuicio del
vecindario y con utilidad de ellos propios. V.S. les señalará el que estime más
conveniente. Yo con esta fecha escribo al capitán Aranda para que en las
inmediaciones del puerto de Goya, se les auxilie en su ida y vuelta al otro
lado del Paraná, para que así podamos conseguir todas las ventajas
consiguientes al objeto que nos hemos propuesto y que dicho cacique promete
desempeñar con ventaja".
José Artigas al Cabildo Gobernador de Corrientes
(Cuartel General, enero 9 de 1816): "Ya
marcharon algunos indios de los de esas Reducciones del otro lado, con el
objeto de traerse todos los que quieran venir a poblar en estos destinos. Si mi
influjo llegase a tanto que todos quisieran venirse, yo los admitiría
gustosamente. V.S. por su parte, hágales esa insinuación que yo cumpliré con mi
deber, pero si nada de eso bastare y continúan en ser perjudiciales a ese
territorio, V.S. tome las providencias convenientes. V.S. se degrada demasiado
en creer que trescientos indios sean suficientes de imponer a la Provincia de
Corrientes. Su gobierno debe ser más enérgico para que sus conciudadanos no
experimenten la ruina que V.S. indica. Cuando los indios se pasan del otro lado
es por vía de refugio, no de hostilización. En tal caso, ellos estarán sujetos
a la ley que V.S. quiera indicarles, no con bajeza y sí con el orden posible a
que ellos queden remediados y la Provincia con esos brazos más a robustecer su
industria, su labranza y su fomento. Todo consiste en las sabias disposiciones
de su gobierno. Los indios, aunque salvajes, no desconocen el bien, y aunque
con trabajo, al fin bendecirán la mano que los conduce al seno de la felicidad,
mudando de religión y costumbres. Este es el primer deber de un Magistrado que
piensa en cimentar la pública felicidad. V.S. encargado de ella, podía de
tantos enemigos como tiene el Sistema y emigrados, señalarles un terreno de
esos individuos donde se alimentasen y viviesen bajo un arreglo, siendo útiles
a sí y a la Provincia...".
Autoridades del pueblo indio Las Garzas: Pedró Naré (Cacique), Gerónimo (Comandante), Gabriel
(Alcalde) y Mathías (Juez Comisionado), enero 10 de 1816: "En
cumplimiento del oficio de Vuestras Mercedes, fecha 9 del mes próximo pasado,
se practicó en este pueblo la elección de Diputado en reunión de los individuos
del pueblo, ciñéndonos al método de las instrucciones que se nos ha dirigido; y
habiendo recaído dicha elección en la benemérita personal del natural abipón
Sebastián, idónea y de sana conducta, y de que a éste le damos todo nuestro
poder y credencial, se lo avisamos con el mismo para su inteligencia...".
José Artigas al Cabildo Gobernador de Corrientes
(enero 31 de 1816): ...El segundo objeto, es la indolencia
con que se ha mirado a los indios, negándoles los auxilios precisos al tiempo
mismo que informaba V.S. no eran convenientes en ese destino. Ansioso de que
mejorasen de suerte mandé traerlos a
este destino según dije a V.S. en mi anterior. Efectivamente ha llegado el
cacique Don Juan Benavides que se queja de la indolencia con que son mirados y
de los ningunos auxilios que se les han franqueado para su transporte, por lo
que no han podido traer sus familias y se hallarán por consecuencia
imposibilitados para conducir los demás que quieran venirse. Ya dije a V.S. que
lejos de serme perjudiciales, me serían útiles. Es preciso (como ya dije a
V.S.) que a los indios se les trate con más consideración, pues no es dable
cuando sostenemos nuestros derechos, excluirlos del que más justamente les
corresponde. Su ignorancia e incivilización no es un delito reprensible. Ellos
deben ser condolidos más bien de esta desgracia, pues no ignora V.S quién ha
sido su causante; ¿y nosotros habremos de perpetuarla? ¿Y nos preciaremos de
patriotas siendo indiferentes a este mal? Por lo mismo es preciso que los
Magistrados velen por atraerlos, persuadirlos y convencerlos, y que con obras,
mejor que con palabras, acrediten su compasión y amor filial. Después de esto,
nada tengo que repetir a V.S. por este deber sino que multiplique sus más
análogas providencias relativas a este fin y la eficiencia debida en sus
desempeño".
José Artigas al Cabildo Gobernador de Montevideo
(Purificación, 22 junio de 1816): "Participo
a V.S. que acaban de llegar a este Cuartel General además de los Guaicuruses
que tenemos reducidos a nuestra sociedad, más de 400 indios Abipones con sus
correspondientes familias a quienes he podido atraer con cuatro caciques, por
medio del principal, Don José Benavides. No dudo que ellos serán muy útiles a
la Provincia y que todo sacrificio debe dispensarse en su obsequio,
consiguiendo con ellos el aumento de la población que es el principio de todos
los bienes. Al menos, este es mi propósito y no dudo que V.S. penetrado de mis
deseos, coadyuvará con los suyos a formalizar una medida que hará siempre honor
a los orientales, y cuya importancia debe conocerse muy presto en los resultados.
Por lo mismo no eh perdonado fatiga ni sacrificio -ni desmayaré en los que
deban prodigarse- hasta ver plantada en nuestro país la felicidad que es de
esperar, y la miro como una consecuencia de nuestros afanes. Estos robustos
brazos darán un nuevo ser a nuestras fértiles campañas que, por su
despoblación, no descubren todo los que por sí encierran ni toda la riqueza que
son capaces de producir. Ansioso de dar impulso a esta idea, es preciso que
V.S. se empeñe conmigo en allanar todas las dificultades. V.S. debe estar
persuadido que mi situación es aislado de recursos... Espero que V.S., encargado de iguales deberes, no
perdonará momento por realizar la generosidad de estos sentimientos. Al efecto,
es preciso que V.S. nos provea de algunos útiles de labranza, arados, azadas,
picos, palas, igualmente que algunas hachas, para que empiecen estos infelices
a formar sus poblaciones y a emprender sus tareas. Es asimismo necesario que
V.S. remita las semillas de todos los granos que se crean útiles y necesarios
para su subsistencia y la de los demás. En una palabra, es forzoso que V.S. sin
desatender las demás obligaciones, sea ésta una de las muy recomendables que
ocupen su atención en conformidad de mis deseos y el que demanda el
adelantamiento de la Provincia".
Hemos
llegado así a mediados de 1816, momento de la gran invasión portuguesa, Todos
los esfuerzos del Patriarca serán volcados a contrarrestarla. La desigual lucha
absorberá todas sus atenciones y no queda ahora
tiempo para el estadista o el reformador social. Derrotado por los
portugueses, a inicios de 1820 pasa a buscar auxilios a Entre Ríos, tantas
veces por él defendida. Pero el infatuado Ramírez le traiciona y le combate.
Artigas lo derrota en Las Guachas, pero Ramírez se rehace con fuerte apoyo
porteño y le infligió en Las Tunas decisivo contraste. El dinero porteño en
manos de Ramírez consigue que el cacique misionero Siti se pase a sus filas,
pero cuando lo envía a perseguir al Protector y le alcanza en Curuzú Cuatiá
(agosto), su indiada se pasa en masa al "padrecito Artigas" en
derrota.
El
oficial oriental Ramón de Cázeres, quien dejó la filas artiguistas por las de
Ramírez, y comenzó así en breve a combatir contra su ex jefe, en sus conocidas
"Memoria" escribió con estupor: "Era tal el prestigio de este
hombre que, después de destruído en Ábalos y cuando creíamos que no podría
rehacerse, en su tránsito por Corrientes y Misiones salían los indios a pedirle
la bendición y lo seguían en procesión con sus familias, abandonando sus casas,
sus sementeras y sus animales; así fue que en ocho días había reunido
ochocientos hombres con que sitiaba al Cambay".
Como
vemos, segunda versión del éxodo protagonizada, casi una década después, por
pueblos de otra zona y otra raza, mas con igual fervorosa adhesión a aquel
mismo hombre en quien también depositaban su incondicional confianza.
Leemos
en el exhaustivo estudio sobre la influencia guaraní en la sociedad uruguaya de
Rodolfo González Rissoto y Susana Rodríguez Varese: "El ascendiente del
caudillo sobre los guaraní-misioneros fue en aumento hasta su derrota y el
posterior ingreso al Paraguay. Después de 1820 muchos guaraníes fueron, a causa
de su lealtad al caudillo, perseguidos por Ramírez y obligados a abandonar
Entre Ríos y trasladarse a la Banda Oriental".
Es
que, si Artigas fue figura singular en muy diversos aspectos, eso de
"admitir gustosamente" como colonos a indígenas de otra provincia
cuyo gobernador calificaba de "perjudiciales" en la propia, así como
otorgarles el autogobierno y otros derechos que la OEA considerará "históricos"
186 años después, colma cualquier capacidad de asombro.
Desaparecido
Artigas del escenario platense, la suerte de aquellos indígenas reacios a
renunciar a su legítimo derecho de ser dueños de una mínima fracción del
territorio de sus mayores, quedó echada. El racismo más salvaje, a nombre de la
civilización, eso sí, afloraba de la boc de uno de los hombres más instruidos
de la época -empedernido calumniador del Protector-, el pedagogo Domingo
Sarmiento (valgan sus dos apodos).
Exiliado en Chile, propugna desde la prensa la extinción total de los
aborígenes del Sur del subcontinente. Escribe en "El Progreso"
(27.9.1844):
"Por los salvajes de América sentimos una
invencible repugnancia. Colocolo, Lautaro y Caupolicán, no son más que unos
indios asquerosos que mandaríamos colgar ahora mismo si reapareciesen" Y poco después en "El Nacional": Lautaro,
Rengo y Caupolicán son unos indios piojosos porque así son todos. Incapaces de
progreso. El exterminio de esa canalla es providencial y útil, sublime y
grande... sin siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al
hombre civilizado". El hombre
"civilizado", debe entenderse, era autor de la nota. Próximo a asumir
la presidencia argentina, la guerra del Paraguay le induce a extender su odio a
los guaraníes, "...indios salvajes, perros ignorantes". Y al enterarse del fin de la guerra,
redondea su concepto en carta a la pedagoga estadounidense María Mann,
deduciendo que fue "providencial" la desaparición de "...todo
ese pueblo guaraní. Era preciso purgar a la Tierra de toda esa excrecencia
humana" (M. Galvez, "Sarmiento"). Y de inmediato comprará
las ametralladoras excedentes de la guerra franco-prusiana para purgar a la
Argentina, la cual, general Roca mediante, quedará prácticamente libre de
indios en muy poco tiempo.
Al
otro extremo de América, en el país que Artigas tomó como modelo para enunciar
sus postulados políticos, la democracia estaba acotada a los seres de piel
blanca. Entre matanza y matanza, sus beatos presidentes firmaban con quienes
tenían"...el principal derecho", solemnes tratados que
incumplirían religiosamente. Ni pensar en "...proporcionarles los
medios para que sean felices", y en lugar de arados y azadas como
solicitaba Artigas en favor de los abipones, sólo recibirán sables y
rémingtons, pero en su contra, naturalmente.
Ni
siquiera los tan admirables Washington, Jefferson y Lincoln -por citar a tres
de los cuatro homenajeados a perpetuidad en el imponente monte Rushmore,
entendieron que a los indios "...no es dable cuando sostenemos nuestros
derechos, excluirlos del que más justamente les corresponde".
Así
el 29.5.1864 (presidencia de Lincoln), las tropas del coronel Chivington
masacraron a orillas del río San Creek, Colorado, a unos 150 cheyennes pacificados
-mueres y niños incluidos como aconsejaba Sarmiento), cuyo único intento de
defensa consistió ¡inocentes! en recibirlas con una bandera blanca y otra de
los Estados Unidos. En dicho lugar se alza hoy una población denominada
Chivington, en honor del hazañoso jefe.
La
última masacre, la de los sioux del celebérrimo Toro Sentado, reducidos en la
Reservación de Pine Ridge, Dakota del Sur, se verificó el 29.12.1890
(presidencia de B. Harrison), Séptimo de Caballería mediante. Unos 200 aborígenes
de todo sexo y edad fueron asesinados en poco rato, entre ellos Toro Sentado y
sus siete hijos.
El
cuarto de los presidentes homenajeados en el monte Rushmore, Theodore Roosevelt
-del que deseo aclarar que no está comprendido en mi calificativo de "admirable"
referido a los otros tres-, seguramente que muy a su pesar llegó tarde a las
matanzas de indios, dejándonos en compensación muy sesudos pensamientos sobre
el tema. Dirá: "No llego al extremo de pensar que los únicos indios
buenos son los indios muertos, pero sí que ello es cierto en nueve casos cada
diez; y en cuanto al décimo, mejor sería no investigar demasiado. El cowboy más
depravado posee mejores cualidades morales que el indio medio" (R.
Hofstadter, "La tradición política americana", cit. por Germán
D'Elía).
Contra
tanta estupidez, el más experiente luchador contra los "pieles
rojas", el general George Crook, escribió en 1879: "Jamás he visto
hasta ahora un indio que no fuera un ejemplo de honor y nobleza".
En
1924, los Estados Unidos reconocerán, por fin, la condición de ciudadanos a sus
aborígenes. Un siglo y nueve años después que en el Protectorado artiguista
asumiera su diputación el abipón Sebastián Patricio, y que la creación de los
Cabildos de indios fuera moneda corriente.
JORGE PELFORT
ALMANAQUE DEL
BSE
2002
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