sábado, 25 de junio de 2011

DEL ESTADO DEL BIENESTAR Y EL ESTADO DEL BIENHACER

Este artículo fue escrito en España y tiene, como es lógico, una visión europea; sin embargo, contiene algunas ideas generales que se pueden aplicar en cualquier parte del mundo. Pedro Chumillas, el autor, es Delegado de CIVILITAS-EUROPA en Cataluña, profesor de Ética y Antropología de la Universidad Internacional de Cataluña, actualmente Diputado en el Parlamento Catalán, y miembro de las Comisiones de Economía y Educación.



No conozco otra traducción de WelfareState que no sea Estado del Bienestar. Y estar bien, el bienestar de 2011, supone disponer de una serie de bienes que jamás en la historia humana han tenido sino unos pocos privilegiados.

Pero el bienestar generalizado de fines del siglo pasado no fue un regalo llovido del cielo, ni una imposición legislativa, ni mucho menos un fruto de la lucha de clases. Fue el resultado –y remarco la palabra resultado- del bien hacer de millones de ciudadanos, del Estado del Bienhacer occidental.

Las grandes guerras mundiales fueron el resultado de cambiar rápidamente el bien hacer por el mal hacer. La crisis actual también es el resultado del Estado del Malhacer. Es el mal hacer lo que lleva al malestar.

La riqueza acumulada durante decenios de buen hacer es lo que ha hecho que  Occidente se haya adentrado en una gran crisis –provocada por el mal hacer- sin darse cuenta hasta tenerla encima.

No hay otra receta, dejar de hacer mal las cosas y volver a hacerlas bien. Porque el bienestar y el malestar son fruto de nuestras acciones individuales y colectivas: son su re-sul-ta-do.

Decenios de bienhacer fueron aquellos en los que todo el mundo trabajaba esforzada y honestamente con el fin de ahorrar para el futuro.

Decenios de mal hacerson los muchos años en que todo el mundo, aun trabajando esforzadamente, hemos gastado más de lo que ahorrábamos: he aquí un efecto perverso del crédito (que tantos efectos buenos tiene), especialmente del crédito al consumo: permite el mal hacer generalizado de estirar el hombro más que la manga.

Decía Julián Marías que cuando la felicidad se busca en sí misma, se escapa de las manos.La felicidad llega como re-sul-ta-do de una vida virtuosa. Parafraseando al filósofo, el bienestar, cuando se busca en sí mismo, se escapa. El bienestar llega como premio a una vida de buenhacer.

Llevamos 20 o 30 años tan preocupados por mantener el Estado del Bienestar que nos hemos olvidado de qué es lo que lo hace posible, de cuál es su origen… y de qué es lo que acaba con él.

La democracia y el trabajo  esforzado de los ciudadanos son condición necesaria para el Estado del Bienestar, pero no son condición suficiente; ambos son parte del bien común que permite una sociedad justa y en paz: pero no son suficientes.        

Hablando a gran escala –a la que pocos llegan-, cualquiera se da cuenta de los riesgos del poder. Pero muchos menos se dan cuenta de los riesgos de la riqueza. Y sin embargo, ambos son capaces de empobrecer la razón humana en la mismamedida.

En cambio el poder y la riqueza a pequeña escala son considerados inocuos, es más, son buscados con avidez, los buscamos con avidez, los consideramos muestra de éxito personal, profesional y social.

Todos tememos los grandes terremotos, o los tsunamis, o las enormes explosiones volcánicas, porque vemos los inmediatos efectos devastadores que producen. Y sin embargo, la superficie de la tierra cambia más que con esos cataclismos con el fluir tranquilo de los ríos, con la lluvia, con el viento y con pequeños pero constantes deslizamientos de tierra que se dan en todo el mundo todos los días.

La preocupación por mantener el WelfareState nos ha llevado a hacerlo “como sea”, y lo hemos hecho endeudándonos. Y la enorme presión del endeudamiento ha provocado un terremoto. El conjunto de los españoles y todas nuestras instituciones públicas y privadas debíamos al exterior 1,7 billones de euros al inicio de 2011, según las estadísticas del Banco de España. En el año 2003 debíamos “apenas” noventa mil millones. En siete años hemos multiplicado por 20 nuestra deuda exterior. Hemos producido un terremoto que ha salido de nuestras fronteras y no puede extrañarnos que de fuera de ellas nos estén llamando la atención.

Por ello creo que deberíamos hablar menos del Estado del Bienestar y centrarnos en el Estado del Bienhacer. Y ello supone que todos –familias, empresas, banca, sindicatos  y administraciones- “cambiemos nuestro chip”.

No será suficiente con que las Administraciones Públicas mejoren su eficiencia. Pero es necesario.

No será suficiente con que el sector financiero vuelva a ser más prudente en la concesión de crédito (¡Todavía hoy se siguen oyendo anuncios de crédito al consumo!). Pero es necesario.

No será suficiente con que las empresas reduzcan sus apalancamientos financieros. Pero es necesario.

No será suficiente con que las familias ajusten sus gastos a sus ingresos. Pero es necesario.

No será suficiente con que los Sindicatos revisen su función en la sociedad. Pero es necesario.

Será necesario que todos hagan lo que deben, que todos hagamos lo que debemos: luchar por el WelldoingState: el Welfare se nos dará por añadidura.

¿Y los Partido Políticos? ¿Cuál es el papel de la política? ¿No han tenido nada que ver en esta crisis los políticos?

El primer bien de la Democracia es la paz social. Se trasladan las diferencias y el debate entre los ciudadanos a los Parlamentos. Los enfrentamientos son dialécticos y van precedidos y seguidos de continuas negociaciones. No hay violencia. Pero mantener la paz requiere, además de esto, hacer las cosas bien, el Welldoing. La clase política ha de centrar más su actuación en el bien común, en establecer esas normas e instituciones que permitan a los ciudadanos desarrollar en libertad todas suscapacidades, individual y colectivamente.

La obsesión por mantener el WelfareState ha hecho olvidar a buena parte de la clase política la necesidad de pensar y fomentar el bien común: en lugar de legislar para proveer las mejores condiciones de desarrollo, se ha legislado para proveer los bienes y servicios propios del Estado del Bienestar como si ello fuera la primera obligación de los gobiernos: y ha endeudado a las Administraciones Públicas. En lugar de enseñar a pescar y, como mucho, dar una caña de pescar al que no la había conseguido por sus propios medios, las Administraciones Públicas se han dedicado a dar los peces, pescados y cocinados (sin duda con la mejor de las intenciones) y los han tenido que comprar a crédito porque los impuestos no eran suficientes. El resultado ha sido que hasta los que tenían caña propia se han quedado sin caña y sin peces. Y los que no la tenían, ni siquiera han aprendido a pescar.

Pedro Chumillas

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