jueves, 29 de noviembre de 2018

PONENCIA - EL SISTEMA DE SUCESIÓN POR COOPTACIÓN - Por Ricardo Rovira Reich

Ricardo Rovira Reich

El pasado 15 y 16 de Noviembre tuvo lugar en el Instituto Internacional San Telmo, en Sevilla, el XX Encuentro Internacional de Profesores de Política de Empresa. 

Varios miembros de Civilitas-Europa estuvieron presentes con intervenciones y ponencias: Ricardo Rovira, nuestro Presidente; Rafael Alvira, Secretario General; Luis Manuel Calleja, antiguo elegado en Madrid, y Ricardo Calleja, socio desde
VARIOS MIEMBROS DE CIVILITAS-EUROPA ESTUVIERON PRESENTES CON  y Profesor del IESE en Barcelona. 

Ofrecemos a continuación la ponencia de Don Ricardo Rovira, donde hace una aplicación de un tema de gobierno entre los clásicos a la política de empresa actual. 



XX ENCUENTRO INTERNACIONAL DE PROFESORES DE POLITICA DE EMPRESA
SAN TELMO, Sevilla 15 y 16 de noviembre de 2018

EL SISTEMA DE SUCESIÓN POR COOPTACIÓN
El caso de Marco Aurelio

Entre las indicaciones para centrar nuestras ponencias para este año está en el número 2 un tema en el que estimo el humanismo clásico tiene algo que aportar: las personas, sobre todo la sucesión y el traspaso generacional. No solamente porque “las personas” son un asunto netamente humanístico, sino también porque desde la Antigüedad se han venido transmitiendo experiencias sobre “la sucesión” y el “relevo generacional”.
En las sesiones y amables debates al que tuve la dicha de asistir en este Encuentro del año 2016, algunos profesores muy destacados, y por mí respetados, de Política de Empresa me “aprobaron” el intento de inyectar en vuestra disciplina –dentro de mis limitaciones- algo de filosofía clásica para intentar enriquecer humanísticamente vuestra importante tarea de estudio e investigación. Este intento se hace con mayores garantías si se apoya en una filosofía probada por el juicio de la razón y la experiencia histórica. Desembocamos así en los grandes pensadores clásicos de la Antigüedad grecorromana, y en las aplicaciones que para el gobierno hodierno de las empresas y otras instituciones públicas y privadas supone la experiencia de los grandes gobernantes de aquella época preclara, según nos las han transmitido los filósofos políticos.
LAS PERSONAS
Antes de introducirnos en el asunto de los modos de sucesión en el gobierno, estimo puede resultar de interés una breve referencia a algo tan humanista como es la consideración del lugar de las personas trabajadoras y no directivas en la empresa. Aunque parezca poco relacionado con el título de esta ponencia, sin embargo este breve excursus pretende recordar que cuando hablamos de empresa siempre estamos hablando también -aunque no exclusivamente- de personas. Recordar lo que a este respecto propugna la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) no me parece ocioso:
a)      La empresa como comunidad de personas
La economía suele presentar a la empresa como una unidad productiva con capacidad para generar riqueza (valor económico añadido) y en la que las personas están unidas por nexos basados en contratos. Esta visión es incompleta. En las empresas las personas tienen no sólo nexos contractuales sino también nexos de compañerismo y a menudo de amistad, al tiempo que pueden estar unidos por vínculos morales: lealtad al compromiso con la empresa y el sentido de participación en un fin común. Es más realista ver a la empresa como una comunidad de personas, como lo hace la DSI.  Señalaba san Juan Pablo II, “la empresa no puede considerarse únicamente como una «sociedad de capitales»; es, al mismo tiempo, una «sociedad de personas», en la que entran a formar parte de manera diversa y con responsabilidades específicas los que aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran con su trabajo.”[1]
En la empresa-comunidad es establece una verdadera convivencia que exige conocimiento recíproco, trato mutuo y voluntad de cooperación. En este contexto, se entiende que el Papa Francisco afirme: “El verdadero empresario conoce a sus trabajadores, porque trabaja junto a ellos, trabaja con ellos. (…). Comparte las fatigas de los trabajadores y comparte las alegrías del trabajo, la solución de los problemas, crear algo juntos.”[2] Aunque se vislumbra que Francisco está aquí pensando en un tamaño de empresa determinado, y que obviamente no siempre pueda ser así; pero sí es siempre aplicable al equipo de colaboradores inmediatos, o al contacto a pie de obra en la fábrica, por ejemplo. A este respecto, recordemos los relatos de Alfred P. Sloan en aquel libro tan familiar a vosotros como Mis años en la General Motors.
b)      Los beneficios son necesarios para mantener y crear empleo
Como señala san Juan Pablo II, “la Iglesia reconoce la justa función de los beneficios, como índice de la buena marcha de la empresa. Cuando una empresa da beneficios significa que los factores productivos han sido utilizados adecuadamente y que las correspondientes necesidades humanas han sido satisfechas debidamente.”[3] La falta de beneficios puede ser debida a una mala gestión, pero no siempre es así. En ocasiones una empresa entra en pérdidas por disminución de la demanda u otros factores que no están bajo el control de quienes dirigen la empresa.
Los beneficios se relacionan con la continuidad y con el empleo. Las ganancias “son necesarias; permiten realizar las inversiones que aseguran el porvenir de las empresas, y garantizan los puestos de trabajo”[4]. La necesidad de los beneficios se convierte, pues, en una responsabilidad empresarial. Una empresa sin beneficios puede resistir por algún tiempo pero no puede subsistir demasiado tiempo en situación de pérdidas y sin un plan de recuperación viable. También debe tenerse en cuenta a los dividendos: sin ellos no puede cumplirse con las obligaciones hacia unos agentes básicos que son los propietarios.
Los beneficios no son, sin embargo, un absoluto. “Es posible que los balances económicos sean correctos y que al mismo tiempo los hombres, que constituyen el patrimonio más valioso de la empresa, sean humillados y ofendidos en su dignidad”[5]. Se impone, por tanto, una generación lícita de los beneficios que incluye, en primer lugar, condiciones dignas de trabajo y una retribución justa. En este punto encuentra aplicación el “principio de la prioridad del «trabajo» frente al «capital»[6], donde ambos no se relacionan de una manera antagónica[7] sino complementaria, de modo que los bienes de capital sirvan para ampliar las posibilidades del trabajo, y no para reducirlas.
Este principio hace también rechazables estrategias de despidos orientadas exclusivamente a maximizar beneficios o a incrementar el valor económico de la empresa. A este respecto, el Compendiode la Doctrina Social de la Iglesia, recuerda que “en las grandes decisiones estratégicas y financieras, de adquisición o de venta, de reajuste o cierre de instalaciones, en la política de fusiones, los criterios no pueden ser exclusivamente de naturaleza financiera o comercial”[8]. No se debe optimizar nada, no sería prudencial, ni político ni sostenible. El directivo sí debe armonizar.
Un caso concreto de despidos ocurre con la deslocalización, en la que se cierran centros productivos y se pasa la producción en lugares en los que el coste del trabajo es notablemente inferior. El Papa Benedicto XVI, advierte del riesgo que esto entraña: “la deslocalización de la actividad productiva puede atenuar en el empresario el sentido de responsabilidad respecto a los interesados, como los trabajadores, los proveedores, los consumidores, así como al medio ambiente y a la sociedad más amplia que lo rodea, en favor de los accionistas, que no están sujetos a un espacio concreto y gozan por tanto de una extraordinaria movilidad.”[9] Y, añade: “la gestión de la empresa no puede tener en cuenta únicamente el interés de sus propietarios, sino también el de todos los otros sujetos que contribuyen a la vida de la empresa: trabajadores, clientes, proveedores de los diversos elementos de producción, la comunidad de referencia”[10].

LA SUCESIÓN EN EL GOBIERNO

Es bien sabido que Platón propugnaba como mejor gobernante posible que el sabio se convirtiera en rey, o que el rey se convirtiera en sabio. Por supuesto que el sabio para él no era lo que hoy puede pensarse: un teórico o un “intelectual”. Nada más inadecuado para un buen gobierno, sino que era aquel que lograra estar en posesión de algo tan difícil como es un auténtico espíritu sapiencial. En Marco Aurelio Antonino Augusto se encuentran en una sola persona esas dos dimensiones: es uno de los sabios filósofos estoicos más importantes, y es emperador de Roma desde el año 161 hasta el 180 de nuestra era.
Sin pretensión de hacer una transposición o correlación entre este filósofo-rey que logró ser buen gobernante y los directivos actuales que son materia de vuestro estudio, ya que puede resultar ser algo forzado, poco fundamentado o de irrelevancia práctica, sin embargo unas breves notas que pueden espigarse sobre su pensamiento, vida y gobierno quizás iluminen algo sobre las tareas y políticas actuales de los directivos de empresa con antecedentes históricos que sirvan de referencia.
Marco Aurelio y Lucio Vero fueron hijos adoptivos del gran emperador Antonino Pío por mandato de Adriano; ambos ejercieron conjuntamente la máxima potestad durante unos años: desde 161 a 169, año de la muerte de Lucio Vero. Luego su mandato es en solitario desde 169 a 177, y en éste asocia al imperio a su hijo Cómodo –desgraciada decisión- hasta el año de su muerte en 180.
El sistema de sucesión por cooptación de los Antoninos dio muy buen resultado para reclutar valiosos gobernantes. Los emperadores de esta dinastía se cuentan entre los mejores que tuvo Roma. Quien ejercía la suprema potestad no se sentía obligado a ser sucedido por un hijo directo, en caso que lo tuviera; pero además la fortuna no quiso y así se estableció la costumbre de que si entre sus parientes o allegados se descubría a un joven con grandes cualidades, se lo adoptaba como hijo para luego ser sucedido por él en el cargo.
Fue el caso de los llamados “cinco emperadores buenos”, denominación propuesta por Maquiavelo e impulsada siglos después por Edward Gibbon: Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío (de quien proviene el nombre de la dinastía por ser considerado el modelo de virtud y buen gobierno) y Marco Aurelio En este último caso el emperador filósofo se saltó la costumbre y su hijo Cómodo resultó ser uno de los peores gobernantes de Roma. Habremos observado con frecuencia cómo una empresa fundada y/o sacada adelante con el esfuerzo, tesón y talento durante muchos años por un pionero, o por un empresario con notable capacidad para dirigir, la deja en manos de hijos o familiares, quizás auto-engañándose por el afecto familiar, o por la ambición de que la sucesión siga en su entorno, o de que no disminuya el bienestar de los suyos, provoca la ruina de ese emprendimiento o causa al menos severos trastornos. Es lo que le sucedió a este gran gobernante, y sabio notable, quien cortó la admirable sucesión en el poder de los mejores.
Cuando se estudia sobre las condiciones, cualidades y virtudes para lograr buenos gobernantes, ya sea en la vida pública, o en instituciones privadas –como puede ser la empresa- quizás resulte oportuno reparar en este sistema de la cooptación antonina, aunque más no sea como simple referencia de un antecedente histórico que ha dado buen resultado, o como patrón de contraste para decisiones en otras instancias.
Aristóteles, dentro del arco de sus propuestas, estimaba que el gobierno debía pertenecer a los mejores, y por ello en casos de gobiernos monárquicos estos debían estar matizados con “la aristocracia de los mejores” para no quedar rehenes de unos descendientes poco capaces o indignos. También a la democracia le aplicaba ese correctivo de promover a los más capaces y, por tanto, en ocasiones no temer a los matices oligárquicos.
En la práctica, el sistema de los antoninos dio en algunos casos magníficos resultados, y además parece lógico promover a los mejores sin quedar atados a las leyes de la herencia, o que el amor a la propia familia ofusque la razón y se perjudiquen instituciones que implican a más personas; a veces con consecuencias graves o de gran trascendencia.
Aquellos gobernantes antiguos estaban situados en una línea que puede ser compartida hoy en día: fijarse en los jóvenes más capaces; procurar que tengan la mejor formación en virtudes personales y destrezas profesionales orientadas a la dirección; acercarlos de algún modo al núcleo del poder para ir formándolos como sucesores.
Veinte siglos después, en nuestro tiempo, en un campo tan pragmático como es el mundo de la empresa, podemos advertir que es un sistema que de un modo u otro es homologable a aquella antigua institución. Sin ir más lejos, en España, Isidoro Álvarez “coopta” a su sobrino Dimas Jimeno por encima de sus hijas para dirigir El Corte Inglés (aunque breve gobierno es el suyo…). En otra empresa muy relevante en el mismo país: Francisco González designa sucesor en el BBVA a Carlos Torres. Luis Valls Taberner asocia a la dirección del Banco Popular a Ángel Ron… Así podríamos encontrar muchos casos en grandes corporaciones del mundo entero. No parece costumbre sólo del pasado.
Otra característica del emperador-filósofo, heredada por cierto de Antonino Pío, fue su buena relación con el Senado, con espíritu integrador, respeto a los derechos adquiridos y la separación de poderes según el espíritu de aquellos tiempos. Es decir, búsqueda del equilibrio institucional. Como otros miembros de la dinastía, Marco Aurelio es tributario del ascenso provincial, siendo familiarmente más de origen hispánico que itálico. También sigue la tendencia a permitir la penetración creciente del orden ecuestre en el Senado y en los cargos públicos.
Nacido hijo de Anio Vero y Domicia Lucila, pertenece a una nueva y ascendente aristocracia, cuyos abuelos, padre y parientes ya están ocupando grandes cargos: el mismo año 121 d.C. de su nacimiento su abuelo era Cónsul. Tras la muerte de su padre vive con su abuelo Vero. Aprendió el idioma de Homero gracias a sus niñeras griegas, lo que luego le sirvió para formarse con los mejores filósofos helenísticos.
Su madre lo introduce en el conocimiento del culto religioso, de la historia patria, de los valores tradicionales romanos –entre los que destaca la austeridad- y probablemente en la filosofía griega: tenía fama de mujer muy culta.
Pudo tener una magnífica educación desde niño con Alejandro el Gramático, en sintaxis, redacción y oratoria, y con Marco Cornelio Frontón, prestigioso intelectual de la época, profesor de retórica, quien fue senador, abogado y llegó a cónsul.
La inclinación al estoicismo en el futuro emperador es muy temprana; quizás al principio demasiado fijada en las formas del rigor y la austeridad de vida, pero más tarde fue profundizando en la doctrina hasta convertirse en una referencia universal para todos los tiempos. Es llevado por una intensa vocación interna hacia la filosofía, muy inteligentemente canalizada primero por Diogneto y luego por Rústico, su auténtico maestro en la Stoa[11]. A partir de los 25 años puede afirmarse que es un auténtico filósofo –con conocimiento de otras escuelas- pero fielmente estoico.
Cuando ya está ejerciendo el poder sigue en contacto con su grupo de amigos, filósofos estoicos, peripatéticos y neoplatónicos; antiguos profesores y preceptores, pero la influencia mayor como asesor intelectual parece ser, según su propio testimonio, la del filósofo estoico Sexto de Queronea, sobrino de Plutarco y formado muy probablemente en la academia doméstica de éste.
En el año 161, con 39 de edad, se hace cargo del Imperio. Tenemos el sueño platónico convertido en realidad; además con una actitud de auténtico patronazgo activo hacia la filosofía, literatura, y cultura filohelénica desde la más alta magistratura política.
La convivencia con su padre adoptivo, Antonino, va formando directa y próximamente a Marco Anio Aurelio en las técnicas y virtudes del buen gobernante, como él mismo registra en el capítulo 16, del libro primero de sus Meditaciones, el más extenso de todos. Sorprende la coincidencia con las cualidades referidas en la Historia Augusta[12], por tanto, nos da garantías de objetividad, sin ofuscación filial: moderación de costumbres; aprecio por el saber; la piedad, la clemencia y la justicia; respeto al Senado; su trabajo a favor de la prosperidad del Imperio; la utilización de los recursos públicos para remediar la situación de los más pobres (incluso sus propios recursos privados para paliar la escasez de alimentos); preocupación por la contención del gasto público; mantenimiento de las tradiciones ancestrales; tolerancia ante la crítica.
En el año 161 la muerte de Antonino deja el Imperio en manos de Marco Aurelio, y éste logra que el Senado apruebe la asociación en el poder de su hermano adoptivo Lucio Vero, tal como había establecido Adriano. Este mismo hecho inicial nos da la pauta de la magnanimidad y rectitud de intención de ambos imperatores, aunque eran de carácter y gustos opuestos.
No tuvo suerte el emperador-filósofo en las condiciones ambientales en que tuvo que ejercer su poder: los problemas fronterizos que venían amenazando en los limes se agudizaron; en el interior hubo pestes y catástrofes, como el desbordamiento del río Tíber, continuado por fuertes hambrunas. Inmediatamente su atención tuvo que centrarse en el avance del imperio de los partos y la defensa de Armenia. Las primeras derrotas aquí y en Siria hacen cundir el pánico en Roma que ya piensa en la pérdida de los territorios orientales.
Marco Aurelio toma rápidas decisiones: restar tropas a la frontera germano-danubiana y enviarlas al Oriente. Pide a Lucio Vero que encabece en el teatro de operaciones las acciones bélicas, pero no es persona afecta a las tareas militares. Se consiguen victorias gracias al general Avidio Casio; hay euforia en Roma, pero la guerra contra los partos trae como consecuencia que las tropas transmiten la peste a la misma Roma.
Pero la paz con Persia es coincidente con el avance de las tribus germánicas asentadas en las riberas del Danubio: excepto unos pocos años, todo el tiempo del gobierno de Marco Aurelio estuvo marcado por las luchas defensivas –con su presencia física- en aquellas fronteras. Allí compuso entre batalla y batalla las “conversaciones consigo mismo”, esto es, las celebérrimas Meditaciones, fruto de su filosofar en el limes danubiano.
Arriesgo la opinión de que leer al menos el libro 1 –son pocas páginas- de estas reflexiones donde el emperador, filósofo pagano, va recordando lo que aprendió de cada uno de sus familiares, maestros y preceptores: virtudes, actitudes, filosofía de vida, y normas de gobierno, resultará muy formativo para quien quiera orientarse con acierto en el camino de la vida, y además deba aprender a dirigir cualquier institución.
En el año 169 muere por la peste su hermano adoptivo y colega en el poder, Lucio Vero, como tantos otros soldados. Marco Aurelio viaja a Roma para presidir los funerales, ocasión que es aprovechada en distintas regiones fronterizas para sucesivas sublevaciones. Tuvo que recurrir a dos medidas extremas: reclutar como soldados a todo tipo de gentes, también esclavos, bandoleros, ladrones y delincuentes, y pedir empréstitos forzosos con numerosas ciudades, a la vez que vendía sus propios objetos de valor.
Entre los años 171 y 175 el emperador encabeza ofensivas exitosas que hacen retroceder a enemigos y rebeldes. A pesar de los tributos que pudo cobrar en hombres y bienes, grandes zonas quedaron devastadas por la guerra y la peste, como Dacia y Panonia (en las actuales Rumania y Hungría). A la vez los mauri, procedentes del norte de África, entraron y saquearon la Bética, en Hispania.
A los problemas externos se suman los internos: Avidio Casio anuncia falsamente la muerte del emperador y usurpa la parte oriental. Las virtudes y prestigio moral de Marco Aurelio, en este caso, le jugaron a favor: los propios soldados de Avidio Casio atajaron rápidamente la sublevación: matan a su jefe y presentan su cabeza ante el emperador. Pero éste, viajando hacia el lugar de la rebelión, reacciona con la magnanimidad que responde a su filosofía: es generoso con los hijos de Avidio Casio y con la ciudad de Antioquía que se había sumado a la usurpación.
Sus últimos años tampoco son tranquilos. Continúan las guerras hasta el mismo año de su muerte en 180, acaecida en Vindobon (Viena)  Entonces, su hijo y sucesor, Cómodo, contraviniendo lo dispuesto por su padre, firma una paz vergonzosa para poder regresar rápidamente a Roma.  El hijo mayor y sucesor en el trono del filósofo-rey devino en un pésimo gobernante, autoritario y caprichoso, quiso cambiar el nombre inmortal de Roma por el de Colonia Commodiana, se trastornó mentalmente y al final tuvo que ser asesinado.
En un hombre de la estatura moral de Marco Aurelio nunca quedó del todo claro, su beligerancia activa contra los cristianos, como aquellos castigados con la muerte como si no fueran ciudadanos romanos en Lugdunum (Lyon) en el año 177. Él, a lo largo de toda su vida, fue un devoto practicante de la religión romana y su liturgia, impulsándola desde el poder por sus beneficios morales y de unidad nacional. Para él, esa religión sincretista e integradora era una base firme como fundamento para el Imperio. En sus Meditaciones (11, 3) se siente incapaz de comprender a gente que va serena y voluntariamente a la muerte, y según él, no por convicciones personales sino por oposición al Imperio y el gusto de la teatralidad. Los consideró enemigos del bien público[13], y en esto no supo penetrar, como él mismo sostenía, en lo más íntimo de las almas, anteponiendo el interés del Estado al de las personas: su estoicismo no le daba para más[14], aunque algunas posiciones estoicas podrían ser asumidas por el cristianismo. Hay historiadores que piensan que ese error se debió a malos informadores: una vez más, hay que disponer de medios para tener una información veraz, desapasionada y desinteresada que facilite un mejor gobierno; no dejar que los asesores o consultores filtren la información; buscar modos de acceso directo –al menos de vez en cuando- para testear la realidad y de paso comprobar la calidad de los colaboradores. Juan Domingo Perón decía: “hay que tener siempre un oído puesto en el pecho del pueblo”.
La única reflexión de Marco Aurelio (121-180), en sus Pensamientos, a propósito de los cristianos, es posible que sea simplemente una glosa, por lo que su valoración no es muy de fiar. De acuerdo con ella, los cristianos proporcionan un ejemplo de comportamiento positivo, pero privado de motivaciones racionales profundas, que son las únicas que puede admitir un sabio. Sería un comportamiento rebelde y obstinado, por tanto parangonable a la “pertinatia” o a la “obstinatio” de la que hablaba Plinio, más que una disposición ante la muerte, en la línea de la tradición estoica:
“¡Que cosa excelente es el alma que está preparada ante la eventualidad de tenerse que separarse definitivamentedel cuerpo para extinguirse, aniquilarse o sobrevivir! Pero que esta disponibilidad  provenga de una decisión personal, no sea fruto de la mera obstinación, como la de los cristianos: sea la consecuencia de una reflexión, sea noble y, para sercreíble, libre de teatralidad” (Marco Aurelio, Pensamientos XI, 3[15]).
La filosofía estoica pudo facilitar y propender a la comprensión de la vida política y de gobierno, ya que el microcosmos personal se une a la razón universal, y la búsqueda personal del bien moral nos empuja a buscar en los demás la colaboración en un único fin: la misma razón universal. “La moral estoica tiene también una dimensión colectiva; el interés por los otros, por la colectividad proviene de la virtud de la justicia”[16]. Para ellos, la naturaleza a través de la razón y de la reflexión filosófica permite el bien común.
Las costumbres, la vida personal y su aspecto, fueron en Marco Aurelio netamente estoicas; mas su política fue, por necesidad, pragmática. En política exterior le fue imposible gobernar con un espíritu acorde a la Estoa: le parecía imposible reconciliar a una ciudadanía greco-romana cultivada que, era a la vez, imperialista e interesada en la expansión territorial, o al menos, en el mantenimiento de los territorios bajo su dominio.
En cambio, en su política interior pudo aplicar algunos de sus principios filosóficos: aguantar con paciencia las críticas; no tener espíritu vindicativo ante las traiciones; magnanimidad en el perdón a los enemigos; impedir que los senadores fueran ejecutados aun bajo las acusaciones más graves… Reorganizó las fundaciones alimentarias, vigilando su buen funcionamiento. Asimismo intentó que su legislación fuera siempre impulsada por la justicia, y así él mismo en persona juzgó con dedicación cercana varios asuntos, tanto en Roma como en los campamentos militares.
Apoyado en sus convicciones respecto a la virtud de la enkrateiay la fortaleza, resistió con valentía cuando tocaba decir que no: así, cuando en un momento difícil para la totalidad del Estado el ejército exigió aumento de sus emolumentos, respondió que no podía pagar lo que tendría que salir de sus padres e hijos. Ante la amenaza de motines de las fuerzas armadas, no cedió, argumentando que en el fondo el Imperio sólo provenía de la Providencia divina.
El contenido y estilo de su célebre obra de reflexiones para sí mismo, denominada entre nosotros como Meditaciones, nos permite conocer detalles abundantes de su vida y pensamiento filosófico con profusión y hondura, a la vez que condice con su estoicismo: está basado en la negación de la retórica –como ya había solicitado Cicerón- sutil, agudo, pero muchas veces seco y oscuro.
Este excursus sobre este autor y gobernante quizás en este ambiente pueda parecer extemporáneo e inusual, pero al coincidir en una misma persona no sólo el soñado paradigma platónico, sino también alguien a quien se formó desde muy joven para los más altos cargos en un espacio político amplísimo, disponiendo de los mejores profesores y medios, además de la transmisión directa de la experiencia y adiestramiento en gobierno de nada menos que Adriano y Antonino Pío, estimo puede resultar de interés para ustedes comprobar, si en su ejecutoria, se pudo aplicar en el mundo real, esos magníficos antecedentes y valores morales, o los buenos resultados son producto de otros factores externos a la más cuidada formación.
También, quizás, a vuelapluma podríamos espigar alguna otra recomendación que se desprenda de lo arriba expuesto y que tenga cierta relación con la Política de Empresa, aunque para vosotros pueda resultar demasiado obvio:
1.      En las deliberaciones de equipos directivos a la hora de decidir despidos, recolocaciones, etc. de personal, recordar siempre que se está decidiendo sobre la vida de personas, que tienen familia, sentimientos, sensibilidad, diferentes capacitaciones…, y prever las consecuencias: edad, posibilidad de conseguir nuevo trabajo, situación familiar. Por tanto no visualizar a los empleados solamente por su coste o variable económica, y no pensarlo como primer recurso de solución. Además de la reducción de personal en momentos de crisis y dificultades, sopesar también con inteligencia y creatividad la posibilidad de otras salidas.
2.      Dentro de las tareas y competencia  del órgano de gobierno –consejo de administración o comité ejecutivo- asumir la responsabilidad de observar y detectar a quienes se vislumbra tienen mayor capacidad para ocupar los puestos de mayor responsabilidad: sin hacérselo saber, ir procurando darles una formación para la sucesión, y no que el día a día nos opaque la conveniencia de visión anticipatoria para ocuparse también de estos asuntos. Vivir aquello de que “los demás empiecen desde donde nosotros hemos terminado”.
3.      A esos candidatos ir haciéndoles participar del conocimiento de criterios de gobierno, y asociándolos de algún modo gradual y creciente en la esfera de las decisiones. No pensar solamente en los “sucesores naturales”, sino mirar más lejos para descubrir valores de futuro.
4.      Procurar acercarles lecturas no solamente profesionales, también de cultura general que a nosotros nos han servido, a fin de enriquecerles humanamente para ampliarles perspectivas que a la postre les servirán también profesionalmente. Combatir los síntomas de analfabetismo emocional que suelen tener los superespecializados.
  
Ricardo Rovira Reich von Häussler



[1]JUAN PABLO II (1991) Centesimus annus n. 43.

[2]Francisco, Encuentro con el mundo del trabajo, 27 de mayo de 2017.

[3]JUAN PABLO II, Centesimus annus, n. 35

[4]Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2432.

[5]JUAN PABLO II (1991)Centesimus annus, n. 35.

[6]JUAN PABLO II (1981) Laborem exercens n. 12.

[7]Cfr. Ibidem, n. 13.

[8]Compendio de Doctrina Social de la Iglesia,n. 344.

[9]BENEDICTO XVI (2009) Caritas in veritate, n. 40

[10]Ibidem.

[11]Cfr. Historia Augusta, vita Antonini, X, 1-4.

[12]Es una colección de biografías escritas en latín de los emperadores romanos entre el año 117 y el 284. Se considera que es la síntesis de varios autores diferentes, compuestas bajo los gobiernos de Diocleciano y Constantino.

[13]Cfr. Ferro Gay, Benavides Lee J., (1985): “El cristianismo y el imperio” en Nova Tellus, pp. 127-148, donde se narran las consecuencias políticas y religiosas de la aparición del cristianismo y la supuesta incompatibilidad con los deberes cívicos romanos.

[14] Es verosímil que también fuera influido por su amigo y preceptor, Marco Cornelio Frontón, quien fue autor de un discurso contra los cristianos –probablemente ante el Senado- que se conoce indirectamente a través del diálogo Octavio de Minucio Félix, con acusaciones triviales y absurdas, impropias de un intelectual de su talla (Cfr. López Kindler, A. (2011): Zeus vs. Deus, Madrid, Rialp).

[15]López Kindler, A. (2011): Zeus vs. Deus, Madrid, Rialp, pp. 40-41.

[16] Introducción de Manuel Rodríguez Gervás a Marco Aurelio, Meditaciones, (2001), Madrid, Cátedra, p. [46].



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