lunes, 22 de enero de 2018

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "MEMORIA, CORAJE Y ESPERANZA", DEL DR. GUZMÁN CARRIQUIRY, POR PARTE DEL EXCMO. SR. D. FRANCISCO BUSTILLO, EMBAJADOR DE URUGUAY EN ESPAÑA




Programa del evento
Nuevas reflexiones sobre un pasado común: Memoria, Coraje y Esperanza, del Dr. Guzmán Carriquiry.

Embajador Francisco Bustillo

Madrid, enero de 2018.

Presentar un libro como el que ha escrito el Dr. Guzmán Carriquiry, es siempre un riesgo. Me refiero al peligro, siempre latente, de no estar a la verdadera altura de lo producido. Porque una obra de este calibre implica, necesariamente, establecer un abordaje amplio, asociado a una extensa bibliografía en materia de autores, que no son sólo historiadores, sino también intelectuales y ensayistas que han sabido abordar la cuestión latinoamericana desde ángulos análogos, preocupados por las relaciones entre historia y cultura, sociedad e identidad, pensamiento y acción.

Desde el comienzo del siglo XX, la reflexión continental encontró espacios importantes en autores que, como es el caso de José Enrique Rodó –tempranamente en 1900, con su ensayo Ariel-, permitieron un rico diálogo  interno en América, que se iría acrecentando rapidamente, con el devenir temporal. Nombres como los de José Vasconcelos, Francisco García Calderón o Manuel Ugarte se van integrando, de manera asociada, a la reflexión rodoniana, en una línea de pensamiento propio que invertrá las lógicas decimonónicas de Civilización y Barbarie, así como los fáciles encandilamientos que entonces produjeron la tecnología industrial inglesa y el humanismo literario francés, en el cuerpo intelectual y político americano.

Estos autores incidirán, necesariamente, en muchos otros cuyos campos reflexivos pueden parecer más segmentados, como lo son la literatura, las artes y la propia historia, pero que resultan fundamentales en la línea de pensar lo latinoamericano. Este es el caso de Ricardo Rojas y de Enrique Larreta , de Gustavo Gallinal y Juan Zorrilla de San Martín, de Pedro Henríquez Ureña y Alfonso Reyes, por citar algunos puntos altos de nuestras letras en la primera mitad del siglo XX. También en las artes trabajaron, dentro de esta línea de reconocimiento hacia lo latino e hispanoamericano, nombres de referencia como Ángel Guido, Martín Noel, Harth Terré, Julio Vilamajó; algunos con especial énfasis relacional hacia lo indígena como los pintores muralistas mexicanos, los indigenistas peruanos o el propio Joaquín Torres García en una proyección tan latinoamericana como universal.

Los propios procesos de recuperación del patrimonio artístico colonial, tanto civil, militar como ecleciástico, nos hablan de una mirada menos dogmática y mucho más abierta a un pasado extenso que incluye los tiempos virreinales. La segunda mitad del siglo XX nos introduce directamente en los buenos resultados de esas búsquedas culturales de las primeras décadas de la centuria, con la novela latinoamericana, con su boom literario y el reconocimiento de su importancia cultural dentro del contexto internacional.


El Embajador Francisco Bustillo durante la presentación

Se trata entonces de una nueva mirada continental; se trata de entender un espacio riquísimo de tradición que comienza en el siglo XVI y que los procesos independientistas – marcados por una historiografía sesgada- evitó o mas bien anuló. 

En cierta medida podemos decir que los autores mencionados son autores fundacionales que, como bien lo afirmará Alberto Methol Ferré para el caso de Rodó, llegarían a invertir esa suerte de “balcón latinoamericano que solo miraba hacia Europa” -esta metáfora pertenece a Carlos Real de Azúa- para observar ahora el interior continental, el cerno mismo de su cultura. Se intentará llegar así a la entraña continental desde sus propios procesos, su propias acciones creadoras y, sobre todo, sin olvidar las raíces comunes que unen América.

Ya no se tratará de entender a las “patrias chicas” desde sus limitadas conveniencias políticas, económicas o académicas. No se aceptará facilmente pensar a América Latina desde el coto pequeño de las viejas Polis Oligárquicas que habían sido ejes fundamentales de la partición territorial y, por tanto, de generar un elevado número de repúblicas aisladas, desconectadas entre sí. Se trataría de empezar a ver y entender  un pasado común, por más complejo y diverso que este pareciera.

A partir de estos intelectuales que se vertebran desde un pensamiento latinoamericano -sin eludir a España y a Portugal que tanto tuvieron que ver con su carácter e identidad- se comienza a buscar, a investigar, a analizar, todo lo que parece haber sido factor de unidad, más que elemento de división. Y allí esta, por ejemplo, la unidad del idioma que ya en el siglo XIX algunos intelectuales como Andrés Bello habían advertido como factor fundamental a defender y preservar. Allí estaba también una significativa riqueza cultural desarrollada en tiempos coloniales –me refiero al arte y la literatura del barroco-, que debían asumirse como experiencias propias, sencillamente porque son nuestras, independientemente de lo heredado del ejercicio y la tradición europea.

Un capítulo aparte merece, sin duda, el aporte de la Iglesia en ese proceso del “ser latinoamericano”. Me refiero a la construcción de un carácter, de un ethos propio. Es desde este punto de vista que el libro del Dr. Carriquiry resulta aun más interesante –e incluso novedoso- para una parte importante de nuestros lectores, frecuentemente asediados por discursos laicisitas, propios de visiones perimidas. La Iglesia es un removedor fundamental en tiempos de conquista y coloniuzación. Removedor espiritual, pero también intelectual, social y en materia de derechos humanos. No hay, por cierto, historia americana sin Vazco de Quiroga y sin Bartolomé de las Casas

Emancipación y particición

Uno de los ejes más complejos – y yo diría terribles- para comprender el “ser y estar latinoamericano” –al decir de Carlos Cullen- reside en el enfoque histórico muchas veces adoptado para explicar nuestros procesos independientistas. El  pensar que la emancipación constituye por sí mismo un valor a preservar y recordar mediante grandes monumentos y pomposos discursos, elude su razón fundamental que fue, sin duda, una profunda reflexión sobre la historia y el “nosotros”.

Las independencias americanas –y fundamentalmente la de los países hispanoamericanos- deben entenderse desde un enfoque de larga duración histórica y no como un hecho puntual, explicable solo por la presencia de las ideas ilustradas del momento, marcadas por la idea de progreso y una singular vocación libertaria.

El entendimiento del valor de asamblea o de pueblo como residuo fundamental de poder, exige un largo viaje en el tiempo hasta llegar a las bases del derecho castellano medieval. Así y solo así, será posible entender fenómenos como el Cabildo Abierto de Montevideo en 1808, o la Junta de Mayo de Buenos Aires en 1810. Estos son actos en donde el pueblo americano vuelve a vivir y recordar que, como desde hace tantos siglos atrás, los castellanos se reunían para manifestar y explicar que el poder del rey emanaba exclusivamente de los pueblos que conformaban el reino de Castilla. Y no debemos olvidar, tampoco, que fue el derecho castellano –y no otro- en el que formó al Estado -y al pensamiento sobre el Estado- en el Reino de Indias. América expone, en los comienzos del siglo XIX –o sea cuando se inician los llamados procesos emancipatorios- parte esencial de esa memoria popular castellana. Lo lleva en su ADN, lo lleva en su identidad individual y social, siendo esto factor fundamental para entender su historia.

Por tanto, las independencias americanas no constituyen un fenómeno insurgente excepcional, resultado de un momento único, sino que son la esencia de un filum de larga temporalidad, que sería absolutamente incomprensible sin la ayuda de la historia y los sucesos del mundo ibérico.  Por eso también es que podemos identificar americanos y españoles, españoles y americanos, en ambos bandos de las luchas de independencia. Por eso también es que algunos historiadores vieron, no sin razón, que aquella gesta era más explicable como una guerra interna que como un simple proceso de descolonización.


El Pte. de Civilitas, Pbro. Dr. Ricardo Rovira, el Dr. Guzmán Carriquiry y el Embajador Bustillo junto a otros asistentes a la presentación del libro

Sin embargo, esta manera de entender la Independencia no fue la que acompañó al relato mítico y  fundacional de las patrias chicas, cargadas de textos que contradijeron ideas y hechos. La mirada corta, que solo podía explicar la independencia desde la comarca -el territorio chico sobre el que fueron capaces de otear y controlar ciudades como México, Lima, Buenos Aires o Montevideo-,  eludía la profundidad del proceso, la lógica histórica y llevaba a generalizaciones erróneas, donde se construía el concepto de un establishment colonial formado por virreyes, gobernadores, obispos, sacerdotes y militares, todos ubicados en el lado oscuro de la historia, en el espacio propio de la reacción y de los enemigos.

Ese relato fue el que cobijó la balcanización americana de las que nos habla Carriquiry en su magnífico ensayo: subdivisión en países desconectados, aislados y hasta enfrentados. Ese relato es el que triunfó sobre el proyecto americano de nuestros grandes héroes como Bolívar, San Martín o Artigas: historia puramente nacional, sin entender a esta como concepto amplio, fundada en la idea de una gran nación americana, sino más bien como territorio reducido, tanto en términos geográficos como sociales y culturales.

El presente de nuestra realidad nos obliga a entender la historia nuevamente, quizá “porque un nuevo mañana exige también un nuevo ayer”, como nos decía tantas veces Methol. Pero mirar nuevamente nuestro pasado no implica volver a juzgar, volver a encontrar nuevos enemigos. Ese nuevo mirar implicará  entender a actores y protagonistas, con sus yerros o equívocos, al tiempo que valorar los aportes más trascendentes en bien de una América que tuvo, en la confluencia de lo indígena y lo europeo, en la tradición precolombina y en la que llegó en barco,  en la acción militante de la catolicidad, en la diversidad cultural y religiosa de los inmigrantes que se aquerenciaron en América, la base fundamental para construir nuestra más profunda identidad social.

Esa nueva historia nos ayudará, posiblemente y tal como lo plantea el Dr. Guzmán Carriquiry en Memoria, Coraje y Esperanza, a proyectar un futuro de unidad, a hacer real la idea de una América Latina unida en base a una historia de unión, una historia de comunidad marcada por lo que resulta propio en la Patria Chica, pero también – y por sobre todo- lo que nos resulta común y nuestro de la Patria Grande Americana.

Es por todo lo expuesto que invito a ustedes a leer este magnífico libro, enriquecido a su vez por el aporte de un latinoamericano valioso: el Papa Francisco.

¡Muchas gracias!

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