jueves, 15 de diciembre de 2016

NAVIDAD 2016



Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el albergue (S.Lucas 2, 6-7).

En las grandes fiestas litúrgicas de la Iglesia, como es la Navidad, no solamente se recuerdan o celebran los principales Misterios de la vida de Jesús o de la Virgen, sino que además se reviven. Por eso se dice que la “Liturgia terrestre es un reflejo de la Liturgia celeste”, pues como Dios y las almas del Cielo están en la eternidad para ellos todo es hoy: la eternidad es la posesión simultánea del pasado, del presente y del futuro. Ellos no tienen nuestra limitación de no poder poseer todo el tiempo a la vez. Así, cuando recibimos un christma en el que un niño o niña de corta edad nos desea “que en esta nueva Navidad Jesús vuelva a nacer en tu alma…”, no es algo pueril o un modo estereotipado de decir, es una verdad teológica profunda y misteriosa. Cada Navidad –ésta que ahora se acerca a fines del año 2016 que ya se extingue- es una magnífica oportunidad de un nuevo nacimiento de Dios en nuestra alma; un nacimiento más profundo, más auténtico, más consciente, más definitivo.

¿Y cómo prepararnos bien a vivir más consciente y coherentemente esta nueva Navidad? ¿Cómo revivir ese Nacimiento dentro de nosotros? ¿Cómo meditar más en serio lo que a veces inconscientemente estamos celebrando? Por tanto, ¿cómo lograr la coherencia entre lo exterior y lo interior?

Quizás, precisamente, observando y aprovechando mejor el despliegue de los aspectos externos de la celebración de la Navidad: luces, árboles decorados e iluminados, belenes por doquier, adornos típicos (la corona de Adviento, por ejemplo -de origen alemán- tiene un significado de preparación creciente y aproximativa muy interesante). Aunque muchos recurran a esos medios de un modo rutinario, por costumbre –“porque ahora toca hacer esto”- o por intereses meramente comerciales, nosotros podríamos saber usarlos para su verdadero fin, para lo que nacieron: ser recordatorios gráficos de lo que vamos a celebrar. Saber mirar esos belenes con mirada contemplativa, entrecerrando los ojos y viendo como si esas figurillas se transformaran en seres vivos; imaginando el ambiente real donde Dios vino al mundo. Meterse en el Misterio.  Convivir como un personaje más de Belén con Jesús, María y José. Observar y aprender

Lo primero que tendrá que haber hecho San José al llegar a aquel establo, a aquella cueva utilizada por animales –con el dolor de no poder ofrecer a la Virgen y al Niño que iba a nacer nada mejor- sería armar una escoba con ramas secas y barrer bien aquel lugar. Nosotros tenemos que barrer la basura del alma, limpiarla de nuestros pecados con una buena Confesión. Primer paso –como hizo José- para adecentar el lugar donde Dios quiere volver a nacer: en cada una de nuestras almas. Luego él encendería un fuego dentro de allí para calentar el ambiente (en Belén en invierno hace mucho frío). Nosotros tenemos que ir caldeando nuestra alma, nuestro corazón, donde el Señor quiere entrar, con actos de cariño, de amor. Al mirar esas sencillas representaciones del Nacimiento, decirle frases de afecto, que le esperamos, que queremos que esta nueva Navidad sea la mejor vivida junto a Él de nuestra vida. José adecentaría el lugar donde iban a reclinar a Jesús –un pesebre, un comedero de animales…, algo indigno de Él, como nuestra pobre alma- poniendo allí quizás hierba seca, con fragancia de heno limpio, quizás algunas hierbas aromáticas. Nosotros igual: ir preparando nuestra alma en estos días previos del Adviento, para que se convierta en una cuna limpia, fragante, cálida, confortable, para que allí nuestro Señor se sienta a gusto, querido, esperado, mimado. Y allí ¡tiene que volver a nacer! Y quedarse ya para siempre con nosotros de un modo nuevo.

...y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. 
 
Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido
(S. Lucas 2, 19-20).

Con el Nacimiento de Jesús se completa la Sagrada Familia, el modelo de toda familia cristiana, una Familia a la que tenemos que pertenecer todos: en todas nuestras familias debería reflejarse como un trasunto, algo del ambiente de unión y amor de la familia de Nazareth. Si sabemos meternos en el Misterio que celebramos, allí dentro nos contagiaremos algo del ambiente de calor y amor que hay entre ellos tres. Y algo de ese contagio lo transmitiremos a nuestra familia casi sin darnos cuenta. Decía Santo Tomás de Aquino, tradere contemplata: saber transmitir lo contemplado. Nos metemos en el Misterio y de allí sacamos la fuerza para ser en casa sembradores de paz y alegría, como un soplo de aire puro y fresco que vivifica todos los ambientes en los que estemos. Por tanto, para lograr para cada uno de nosotros y para todos los nuestros que la Navidad de 2016 la recordemos siempre como la mejor vivida de nuestra historia, comencemos ahora pidiendo al Cielo: ¡Jesús, María y José, que estemos siempre entre los Tres!

Ricardo Rovira Reich, desde el Santuario de Torreciudad (Huesca), 14-XII-2016

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