Era una expresión
muy utilizada por don Álvaro d´Ors en sus últimos años, y que manifestaba una
preocupación creciente en este gran teórico de la Filosofía Política
y observador de primera línea durante más de 70 años de la vida cultural,
jurídica y pública de Europa y América.
Todos defendemos
celosamente lo nuestro, nuestras
propiedades, nuestros bienes muebles e inmuebles, si hay peligro de lesiones o
robos ponemos cercas, alambradas, alarmas, guardias… Pero ¿quién siente como
propio lo público y lo defiende?
CIVILITAS pretende ayudar a prestigiar la vida pública; animar a los jóvenes a
prepararse adecuadamente –con sólidos fundamentos éticos y profesionales- para
participar activamente en la política de sus respectivas naciones. Para poder
ejercer esa noble función con eficacia y con capacidad de transformación en una
actividad -y en unas sociedades actualmente con un peso inercial negativo- procuramos
ofrecer SOLUCIONES, no expresar lamentaciones: la primera solución, brindar
FORMACIÓN a los políticos en activo, y a quienes potencialmente pueden serlo.
Procurar que los que nos gobiernan sean los mejores, y no los peores como
tantas veces sucede.
La articulación
concreta de esta tarea formativa es variada y cada vez adquiere múltiples
dimensiones. Un recorrido por la web
de Civilitas-Argentina y por el blog de Civilitas-Europa puede dar idea
de algunas de ellas.
También vamos
haciendo hincapié, sucesivamente, de los temas que de modo universal se van
planteando como prioritarios en la vida política, social y económica. Un
aspecto que siempre ha estado presente de modo implícito pero que ahora
queremos destacar es que se pueda responder con claridad a la siguiente
pregunta: ¿QUIÉN DEFIENDE LOS ESPACIOS Y
BIENES PÚBLICOS?
La propiedad
privada, los espacios pertenecientes a particulares, suelen ser celosamente
defendidos y protegidos. La panoplia que puede ponerse como ejemplo de con qué
firmeza y responsabilidad se ejercen esos derechos y esa defensa es amplísima.
En cambio ¿quiénes sienten lo público como propio? ¿Quién cuida, por ejemplo,
de una plaza, de un parque, de una calle, de una acera, de un monumento? ¿Quién
sabe qué debe quedar en el despacho de un funcionario público cuando cesa en su
función? ¿Quién controla qué se lleva y qué deja? ¿Quién advierte en una
oficina pública que no se puede malgastar el papel, hacer fotocopias sin ton ni
son (“¡total las paga el Estado!”) o que el teléfono debe usarse como en casa,
cuidando no hablar de más?
Puede objetarse
-también para tranquilizar la propia conciencia- que para esa función ya están
los guardias municipales, los funcionarios, los reglamentos internos, las
leyes… Pero es sabido que el mero cumplo/miento no alcanza para hacer prosperar
nada. La actual catástrofe financiera internacional vuelve a demostrar que la
mera legalidad sin una motivación ética fuerte, puede ser convertida en una
gran estafa. El corazón de la política
es la cultura, y sin una cultura que sea cultivo y cuidado de lo que es de
todos como si fueran bienes propios, es imposible arribar a la genuina Política
con mayúsculas que desde siempre anhelamos.
Plutarco de
Queronea aconsejaba cuidar a la patria
como a un padre, lo decía quien retomando el antiguo espíritu helénico
propugnaba llamar a la patria “matria”. Luego los cristianos incluyeron los
deberes para con la patria dentro del 4º precepto del Decálogo, que manda
“honrar padre y madre”… Está claro que estas obligaciones ciudadanas brotan con
la naturalidad con que mana una fuente en las personas de bien porque son de
ley natural. Se discute si acertó Thomas Carlyle cuando sentenció que la democracia es la desesperación de no
encontrar héroes que nos dirijan. Tener que ser en ocasiones heroicos para
comportarse del modo natural está presuponiendo que existen fuerzas ilegítimas
que se oponen. Entonces las personas de bien deben convertirse en beligerantes:
la audacia de los malos es por la
cobardía de los buenos.
En todas partes hay
gentes buenas y menos buenas; funcionarios serios y responsables, y otros que
dejan mucho que desear. Generalizar es difícil, pero todos tenemos una
impresión –probablemente cierta- que algunos lugares QUE SON DE TODOS NO SON DE NADIE. Son una “casa sin amo” expuestas
al albur y al beneficio de unos aprovechados.
No es nuestro
estilo lamentarse, ser catastrofistas, profetas de desgracias, Lo nuestro es
ayudar, arremangarse y buscar soluciones. Vamos a intentar a partir de ahora ir
aportando ideas también en esta dirección, así como brindando escritos actuales
o históricos que ayuden, o destacando sucesos o actuaciones que sean ejemplos
imitables. Es cierto que en algunos países –sobre todo del área europeo
occidental y norteamericana, o en países como Japón- sigue conservándose una
práctica habitual de respeto al espacio y a los bienes públicos, pero en muchos
ámbitos en los que está presente CIVILITAS – como en las naciones
latinoamericanas, por ejemplo- ésta es una tarea de concienciación ardua, que
tiene gran recorrido y necesidad por delante. Las consecuencias educativas y
cívicas del cuidado y respeto de lo público por parte de todos los ciudadanos,
aunque parezcan en ocasiones imperceptibles, son absolutamente decisivas para construir sociedad.
Ricardo Rovira,
Pamplona 25 de mayo de 2012
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