jueves, 31 de mayo de 2012

LA INDEFENSIÓN DE LO PÚBLICO



Era una expresión muy utilizada por don Álvaro d´Ors en sus últimos años, y que manifestaba una preocupación creciente en este gran teórico de la Filosofía Política y observador de primera línea durante más de 70 años de la vida cultural, jurídica y pública de Europa y América.

Todos defendemos celosamente lo nuestro, nuestras propiedades, nuestros bienes muebles e inmuebles, si hay peligro de lesiones o robos ponemos cercas, alambradas, alarmas, guardias… Pero ¿quién siente como propio lo público y lo defiende?

CIVILITAS pretende ayudar a prestigiar la vida pública; animar a los jóvenes a prepararse adecuadamente –con sólidos fundamentos éticos y profesionales- para participar activamente en la política de sus respectivas naciones. Para poder ejercer esa noble función con eficacia y con capacidad de transformación en una actividad -y en unas sociedades actualmente con un peso inercial negativo- procuramos ofrecer SOLUCIONES, no expresar lamentaciones: la primera solución, brindar FORMACIÓN a los políticos en activo, y a quienes potencialmente pueden serlo. Procurar que los que nos gobiernan sean los mejores, y no los peores como tantas veces sucede.

La articulación concreta de esta tarea formativa es variada y cada vez adquiere múltiples dimensiones. Un recorrido por la web de Civilitas-Argentina y  por el blog de Civilitas-Europa puede dar idea de algunas de ellas.

También vamos haciendo hincapié, sucesivamente, de los temas que de modo universal se van planteando como prioritarios en la vida política, social y económica. Un aspecto que siempre ha estado presente de modo implícito pero que ahora queremos destacar es que se pueda responder con claridad a la siguiente pregunta: ¿QUIÉN DEFIENDE LOS ESPACIOS Y BIENES PÚBLICOS?

La propiedad privada, los espacios pertenecientes a particulares, suelen ser celosamente defendidos y protegidos. La panoplia que puede ponerse como ejemplo de con qué firmeza y responsabilidad se ejercen esos derechos y esa defensa es amplísima. En cambio ¿quiénes sienten lo público como propio? ¿Quién cuida, por ejemplo, de una plaza, de un parque, de una calle, de una acera, de un monumento? ¿Quién sabe qué debe quedar en el despacho de un funcionario público cuando cesa en su función? ¿Quién controla qué se lleva y qué deja? ¿Quién advierte en una oficina pública que no se puede malgastar el papel, hacer fotocopias sin ton ni son (“¡total las paga el Estado!”) o que el teléfono debe usarse como en casa, cuidando no hablar de más?

Puede objetarse -también para tranquilizar la propia conciencia- que para esa función ya están los guardias municipales, los funcionarios, los reglamentos internos, las leyes… Pero es sabido que el mero cumplo/miento no alcanza para hacer prosperar nada. La actual catástrofe financiera internacional vuelve a demostrar que la mera legalidad sin una motivación ética fuerte, puede ser convertida en una gran estafa. El corazón de la política es la cultura, y sin una cultura que sea cultivo y cuidado de lo que es de todos como si fueran bienes propios, es imposible arribar a la genuina Política con mayúsculas que desde siempre anhelamos.

Plutarco de Queronea aconsejaba cuidar a la patria como a un padre, lo decía quien retomando el antiguo espíritu helénico propugnaba llamar a la patria “matria”. Luego los cristianos incluyeron los deberes para con la patria dentro del 4º precepto del Decálogo, que manda “honrar padre y madre”… Está claro que estas obligaciones ciudadanas brotan con la naturalidad con que mana una fuente en las personas de bien porque son de ley natural. Se discute si acertó Thomas Carlyle cuando sentenció que la democracia es la desesperación de no encontrar héroes que nos dirijan. Tener que ser en ocasiones heroicos para comportarse del modo natural está presuponiendo que existen fuerzas ilegítimas que se oponen. Entonces las personas de bien deben convertirse en beligerantes: la audacia de los malos es por la cobardía de los buenos.

En todas partes hay gentes buenas y menos buenas; funcionarios serios y responsables, y otros que dejan mucho que desear. Generalizar es difícil, pero todos tenemos una impresión –probablemente cierta- que algunos lugares QUE SON DE TODOS NO SON DE NADIE. Son una “casa sin amo” expuestas al albur y al beneficio de unos aprovechados.

No es nuestro estilo lamentarse, ser catastrofistas, profetas de desgracias, Lo nuestro es ayudar, arremangarse y buscar soluciones. Vamos a intentar a partir de ahora ir aportando ideas también en esta dirección, así como brindando escritos actuales o históricos que ayuden, o destacando sucesos o actuaciones que sean ejemplos imitables. Es cierto que en algunos países –sobre todo del área europeo occidental y norteamericana, o en países como Japón- sigue conservándose una práctica habitual de respeto al espacio y a los bienes públicos, pero en muchos ámbitos en los que está presente CIVILITAS – como en las naciones latinoamericanas, por ejemplo- ésta es una tarea de concienciación ardua, que tiene gran recorrido y necesidad por delante. Las consecuencias educativas y cívicas del cuidado y respeto de lo público por parte de todos los ciudadanos, aunque parezcan en ocasiones imperceptibles, son absolutamente decisivas para construir sociedad.

Ricardo Rovira, Pamplona 25 de mayo de 2012

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