Los capítulos que siguen —en curso de publicación en el blog Happeninn— han sido concebidos bajo el título
genérico de “El conocimiento como
ventaja competitiva” para las empresas y organizaciones, en un momento de
crisis socioeconómica generalizada que padecemos, que tiene un origen moral. La
tesis que en ellos se mantiene es que los mayores no sólo son útiles y, por
tanto, capaces no solamente de generar valor económico, sino de transmitir un
acúmulo de saber y valores que adquirieron a lo largo de su vida.
1. El despilfarro de los recursos públicos en España.
Leo la denuncia que hacen diversos despachos
de abogados de que la reforma laboral recientemente acordada está incitando a
las empresas a cambiar seniors por juniors. Es decir, empleados mayores y más
caros por jóvenes con un contrato de “emprendedores” bonificado, que les hace
más baratos. Se aducen diversas circunstancias de oportunidad política que no
vienen a cuento en este blog. Cierto es que hay una percepción generalizada de
que los seniors son más caros que los
juniors, pero también hay que decir son
más rentables en términos de conocimiento acumulado. Este conocimiento se
infravalora —o, peor, ni se tiene en cuenta—
frente a la versatilidad de los “contratos basura” en tiempos de crisis. Pero
un planteamiento de este tipo tiene mal final, en la medida que se
descapitaliza la empresa —por extensión la nación— del
recurso que debería ser el más preciado: el capital humano. Además las pre o
jubilaciones crean un serio problema económico y social.
Ayer, allá por 1983, pocas semanas
antes de la elección de Ronald Reagan como presidente de los EE.UU., Bill
Simonson, colega judío de un bufete de abogados neoyorquino, me preguntaba con
escandalizada ironía si los españoles éramos ricos. Argumentaba en términos del desmesurado
número de universidades y universitarios que teníamos y el subempleo al que
éstos se veían abocados, al no haber demanda nacional de trabajo para ellos, o
bien a la emigración en busca de oportunidades. En cualquier caso —apuntaba
certero— el país realizaba un gasto enorme en su formación, sin
contrapartida económica positiva y sí muy negativa bajo un punto de vista
social. Nada pude contestarle entonces, ni ahora podría.
Desde anteayer, como quien dice,
viene observándose una progresiva variación en la pirámide de población
europea, a medida que las generaciones de la postguerra (boomers) nos vamos haciendo mayores, al tiempo que se reduce
dramáticamente el número de nacimientos, lo cual plantea problemas no sólo
demográficos y políticos, sino el de —digamos— la
sostenibilidad de “especímenes” autóctonos o como quiera entenderse esto. Por
lo que se refiere a España, la proyección de la gráfica demográfica es la que
se reproduce más arriba. Cada vez se asemeja más a una columna. Tengo en alguna
parte leído que, en 2050, uno de cada cinco terrícolas tendrá más de 60 años,
con una esperanza media de vida de 80 años en los países más desarrollados.
Deliberadamente no quiero entrar en las tres cuestiones
principales que dejo planteadas, sino en el fenómeno que corre parejo a ellas.
Se trata de la dilapidación del conocimiento acumulado, que tiene lugar
conforme se produce la jubilación de trabajadores y profesionales y —en
nuestro caso, además— agravada por la manifiesta intención
de expatriarse de cada vez más universitarios, quienes —en
opinión de los estudiosos del tema— necesitan profundizar sus
conocimientos, hoy más estéticos y hedonísticos que profundos. Gerry Garbulsky, argentino de 44 años, afirma que «lo
más importante de una formación profesional no es el contenido educativo, sino
las capacidades que uno adquiere, porque con los ritmos de evolución del mundo
es muy difícil que algo que uno aprende en la facultad después pueda aplicarse
tal cual». He
aquí el vacío del que pretendo escribir unas líneas en este blog: la
transmisión del conocimiento tácito y explícito, de esas capacidades de los
mayores a los novatos en el campo laboral y, también, en el de las relaciones
sociales.
2. Qué significa ser mayor.
Los mayores no se reconoce que
aporten nada a la sociedad. Pasan de ser activos a pasivos, jubilados, y
automáticamente se convierten en pensionistas y objeto de prestaciones
sociales. Este es un planteamiento simplista y facilón, cuyo exponente es el Portal Mayores que administra en España
el IMSERSO, adscrito al Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad.
Dos áreas tiene dicho Portal, el Área de envejecimiento
y el Área de atención a la dependencia.
Salta a la vista que para la Administración Pública los mayores sólo envejecen
o se hacen dependientes, es decir, solo son objeto de prestaciones, pero nunca sujetos
autónomos de actividad alguna. Incluso cuando se habla de «envejecimiento
activo», con
ello se pretende superar las limitaciones del concepto de «envejecimiento
saludable»
mediante actividades (natación, danza, baile, teatro, etc.) preconcebidas por
el propio IMSERSO. Los mayores son tratados por gerontólogos y geriatras desde
la jubilación hasta la muerte. Entre 15 y 30 años. Punto.
El Congreso sobre el Envejecimiento
que tuvo lugar en Madrid entre el 9 y el 11 de marzo de 2010 estuvo dedicado a “La investigación el
España y en Europa”
sobre la vejez, claro, en el ámbito de la política europea de las Iniciativas ERA-NET[1] . Se dio vueltas al negocio
económico que los mayores ofrecen, a cuestiones de orden social y al I+D+I en
materia de ciencias sociales, legalidad, alimentación, ingeniería, robótica y
computación, economía y gestión, química… Paradójicamente no se tuvo en cuenta
el objetivo comunitario de cohesión social ni el lifelong learning establecido en la “senda de Lisboa”. Otro tanto
puede decirse del documentado contenido del Informe sobre el envejecimiento, producido por la Fundación General
del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en 2010.
El
hiperactivo jubilado francés Bernard Ollivier[2]
describe con gracia y tino la nueva situación que se produce tras la
jubilación, «un traje un tanto vago, en ese
estatus que no es ni un estado, ni una condición, ni una clase, todavía menos
una situación y ciertamente no una profesión. […] La jubilación
no es una retirada, al margen de la sociedad, aunque el vocabulario
administrativo y el marketing nos haga pasar del estado activo al pasivo, un
término infamante para quien, como yo, se mueve sin parar».Y apunta algo que comparte con los más avisados: «Dejemos de presentar como el no va
más el “gran porvenir que espera a la juventud”. Esta es muy a menudo
intelectualmente incapaz de proyectarse hacia el futuro. Paradójicamente es
cuando nuestro futuro se encoge y arruga cuando se toma plenamente conciencia
de ello. Apoyándose en el pasado es incluso más fácil pensar en el futuro,
pensar el futuro. Si los viejos resultan capaces de imaginarlo, ¿por qué no
contribuyen a su construcción?». [¡Atención, propone construir el futuro con los más jóvenes!]. «Somos viejos, no hay que avergonzarse
de ello, es una palabra maravillosa, pues incluye valores que se llaman
madurez, sabiduría, equilibrio, cultura…». Nuestra existencia está «construida a fuerza de aprendizaje,
experimentación, éxitos y fracasos igualmente formativos, para sumar un capital único que sería en verdad estúpido
abandonar como un erial. No se puede
sepultar a los viejos con el ridículo subterfugio semántico que los
trata como “seniors” o califica su edad como “tercera”». Cierto es que los hay afectados por
la decadencia física e intelectual, pero también quienes muestran una
flexibilidad y una adaptación al cambio hasta ahora insospechadas. Cuando
trabajo y jubilación se han convertido en términos irreconciliables, hay que
exclamar que ser mayor no significa lo mismo que ser inútil.
3. Un factor de innovación.
Ser
mayor no significa ser inútil. ¿Qué significa ser ciudadano y persona mayor,
por ejemplo, en España? Esta es la cuestión de cohesión social que, a la
postre, conduce la argumentación seguida por Subirats Humet[3]
en la aportación que hace al Libro
Blanco del Congreso sobre el
Envejecimiento
citado. Su planteamiento va mucho más allá que la temática del propio evento,
superando prejuicios y proponiendo nuevas políticas con y para las personas
mayores, en función de los nuevos tiempos que corren.[4]
No
estamos para muchos dispendios y hemos de echar mano de cuantos recursos
tengamos a mano para salir a flote tras el naufragio que padecemos. Se trata de
satisfacer un doble interés: que los mayores sienten necesidad de sentirse útiles
tras su jubilación, a la vez que la sociedad también tiene necesidad de
utilizarlos. Cabe decir que ser útil no es sino generar valor, en la forma que
sea, mucho más allá de lo que el mercado por ahora considera productivo o
rentable, y además que ese valor sea reconocido socialmente. Ciertamente, se
trata de conseguir que el capital humano, social e intelectual acumulado por
los mayores, sus conocimientos y su experiencia no se pierdan ni se dejen de
lado. ¿No es talento ese enorme y creciente acúmulo de saber, que no podemos
desdeñar y que se va a la tumba con las personas que lo poseen? Para mí sí, en
la medida en que ese saber es un conjunto de conocimientos y destrezas (“competencias”)
adquiridos en el campo específico de cada trabajo humano. Porque talento —enseña
Tourón—es
el rendimiento de una capacidad que se supone, obtenido mediante la aplicación
del esfuerzo personal al desarrollo sistemático de la misma. Téngase bien
presente que, a su vez, esta supuesta capacidad es fruto de sucesivas
transmisiones de conocimiento en la familia, en la escuela y en la vida social
a lo largo de generaciones.
Hay
quien —como Guy Le Boterf— se
muestra partidario de relativizar el temor a la descapitalización del saber
hacer de la empresa y a las rupturas en las cadenas de competencias por causa
de la jubilación de sus expertos, y se pregunta: «¿en qué medida las salidas de
empleados no pueden ser una ocasión para innovar y crear nuevas necesidades de
conocimiento? ¿Ciertas rupturas no son a veces necesarias para innovar». No parece ser esta la corriente del
actual knowledge management, que
trata de optimizar la gestión del conocimiento mediante la creación de las
condiciones necesarias para que los flujos de conocimiento circulen mejor,
teniendo presente que la continua transformación de las empresas y
organizaciones, más la introducción de nuevas tecnologías en un ámbito de
globalización, hace que éstas se hayan de ubicar en Europa en los segmentos de
mercado de mayor valor añadido, para lo que es clave la innovación y la
transmisión de conocimientos y experiencias en el seno de la empresa. Esta
transmisión es por sí misma también innovadora.
Cierto
es que, en el caso que nos ocupa, hay que matizar que, aparte las condiciones
psicofísicas de los jubilados, habrá que tener en cuenta (“identificar”) el talento y comprobar la
voluntad de cada cual para que pueda siquiera ensayarse la transmisión del
conocimiento de que se habla:
- Un conocimiento ( sería
preferible hablar de “capacidades”, es decir una mezcla de habilidades o know how y conocimientos) que es un
recurso intangible a la vez que producto de las empresas y de las
organizaciones. Este se encuentra en las personas de sus trabajadores, en
los objetos físicos que se utilizan o no, en las propias organizaciones,
en los procesos y en los contextos (conocimiento estructural). Estas
capacidades constituyen la principal ventaja competitiva de dichas
empresas y organizaciones.
- Su transmisión favorece y
fomenta la evolución, la competitividad, la profesionalización y la
adaptación permanente de los recursos humanos de la empresa.
- Contribuye al desarrollo de las
competencias de los trabajadores,
- Y del rendimiento y
competitividad de las PYMES.
- De esta forma, los trabajadores
forman parte del desarrollo estratégico de la empresa:
(1) En sus relaciones con su trabajo
particular
(2) En sus interrelaciones personales.
Bien,
estas últimas son conclusiones de una
teoría contrastada
sobre un factor clave para la innovación en la empresa y en las organizaciones.
Lo cierto es que plantea no pocos problemas, porque el conocimiento explícito,
que puede ser estructurado, almacenado y distribuido, es fácilmente
transmisible; el implícito no lo es, porque forma parte de las experiencias de
aprendizaje personales de cada individuo. Pero no me quiero extender en este
punto.
4. Estado de la cuestión en España.
¿Qué
estamos haciendo en España para transmitir el conocimiento de nuestros mayores
a los nuevos trabajadores? Permítaseme dar cinco pinceladas finales para trazar
el cuadro ante el que creo que nos encontramos.
Primero, existe el conocimiento del problema.
Segundo, está presente en la ligera retórica de los debates
públicos, así como en publicaciones serias.
Tercero, es objeto de serios estudios en determinados sectores
dedicados a la empresología, sin duda con el fin de nutrirse de esos
conocimientos para mejorar la posición competitiva de las empresas por aquéllos
participadas. Es el caso de la Universidad de Mondragón, a través del Mondragón Innovation
& Konwledge (MIK S. Coop), que desarrolla un proyecto de investigación oficial, de
alcance nacional, que se está desarrollando en el marco de las acciones de
apoyo y acompañamiento de la Fundación Tripartita para la Formación en el
Empleo (FTFE).
Cuarto, que no son evidentes las soluciones a la cuestión de la
transferencia de conocimientos y los planes son muy raros. La Unión Europea ha hecho desde 1990 insistentes
llamamientos pidiendo la reacción al envejecimiento de los recursos humanos de
la empresa, incitando a los países miembros a la gestión de aquéllos según los
tipos de actividad y empleo. La transmisión de conocimiento afecta a la
política laboral general de cada país con complejos efectos económicos y
políticos[5];
de hecho, cuando tiene lugar la transmisión lo es de modo informal, perdiéndose
el know-how. Por otra parte, las
instancias gubernamentales no consideran legales algunas soluciones contractuales que
pudieran arbitrarse entre las empresas y organizaciones con sus empleados para
que pudiera tener lugar la tan repetida transmisión del conocimiento entre los trabajadores
en edad de jubilación y otros más jóvenes.
Quinto, que no veo que se tenga en cuenta que este conocimiento del
que tratamos tiene un componente material, del que venimos hasta ahora
hablando, y otro moral, representado por quien lo encarna, la mismísima persona,
portadora de todas las capacidades, especialmente las implícitas. Pero lo más
cierto es que las personas no ocupan el centro de nuestras preocupaciones e
intereses. «Ahora—como decía hace unos días Alejandro Llano— estamos más preocupados por las
cosas y por los procedimientos para intercambiarlas, manipularlas y
transformarlas. Comienza a parecernos que aquello que no sirve para otra cosa
útil y concreta, en realidad no vale para nada. Claro que, al final, habría que
preguntarse con Antonio Machado: “¿Dónde está la utilidad de nuestras utilidades?”»
[1] Por cierto, 2012 ha
sido declarado por la UE Año europeo del envejecimiento activo y de la
solidaridad intergeneracional
[2] OLLIVIER, Bernard, La vie commence à soixante ans. Phèbus,
Paris, 2008, Avant-propos, pp. 9 et ss.
[3] Instituto de Gobierno y Políticas
Públicas de la Universidad Autónoma de Barcelona
[4] Páginas 87 y siguientes,
especialmente 90, 91 y 94-96.
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