jueves, 26 de mayo de 2011

EL PANAMERICANISMO Y EL PANHELENISMO - En memoria de Alberto Methol Ferré

Está generalmente admitido que en los clásicos encontraremos siempre motivos de inspiración para que —descodificando lo propio de su tiempo— extraigamos lo universal y permanente que permita una fructuosa aplicación en nuestro tiempo. Ha sido un método recurrido el de establecer paralelismos entre los antiguos y nosotros para que, con ese patrón de contraste, intentemos comprendernos un poco mejor. Se dice que “nadie es buen juez en causa propia”, y quizás ese temor nos haya movido a mirarnos en el espejo de una época suficientemente objetivada y estudiada como es el pensamiento y la vida política clásica grecorromana.

MEDITANDO EN LA VIDA Y OBRA DE DEMÓSTENES

Viviendo prácticamente toda su vida en la Atenas del siglo IV antes de Cristo, el célebre orador Demóstenes no fue un patriota ateniense, sino un patriota griego, que aspiraba a la unión de todas las ciudades-estado de la Hélade; algo así como en nuestro tiempo y lugar lo fue nuestro querido, y ahora lamentablemente ausente, Alberto Methol-Ferré con respecto a la Patria Común Sudamericana.

En la escuela primaria muchos de nosotros ya conocimos a Demóstenes por su ejemplar superación de la tartamudez de su infancia, llegando a convertirse, a pesar de ello, en el mejor de los oradores. Alberto Methol fue un magnífico y profundo conferenciante –reconocido unánimemente en el ámbito de toda la cultura iberoamericana- pero es sabido que algunas dificultades de dicción no pudieron impedir sus magistrales alocuciones. Aquellos aspectos de la vida de Demóstenes han pasado a la cultura popular, pero otras dimensiones de su bio-bibliografía suelen ser desconocidos para el gran público. Vivió circunstancias en parte homologables a las que se viven hoy en varias naciones suramericanas. En su tiempo, en Atenas, había cundido el desinterés político, y nadie se mostraba dispuesto a pagar los impuestos necesarios para sacar adelante la causa social común, que en ese momento era la guerra contra los macedonios.

Su vida es contemporánea con la de Aristóteles: nacen el mismo año y mueren el mismo año, unos meses después que Alejandro Magno. El orador y hombre de estado nace en el demo ateniense de Peania en el 384. Muere suicidándose con veneno —para no caer vivo en manos de Antípatro— en el 322. Todo en su vida y en su obra le supuso un enorme esfuerzo. A lo largo de la historia ha sido un lugar común ponerlo como ejemplo de quien ha sabido vencer sus dificultades naturales. Al quedar huérfano de padre a los siete años, sus tutores le arrebatan injustamente la herencia y comienzan sus penalidades para abrirse camino en la vida. Su primera actuación como orador litigante, tendrá que llevarla a cabo apenas superada la pubertad, para intentar recuperar parte de sus bienes, enfrentándose con sus desleales tutores. Trabajará como logógrafo y abogado, y ejercerá también el magisterio en elocuencia y en leyes. Es discípulo de Iseo y atento lector de Isócrates, maestro de retóricos y oradores.

El comienzo de su vida de hombre público también está erizado de grandes inconvenientes. Cuando en el 354 a.C. interviene directamente por primera vez en la política exterior de Atenas, ésta vive plenamente la crisis de la democracia, producida por la acumulación de los perjuicios derivados del desequilibrio económico, social y político que se venía arrastrando desde la guerra del Peloponeso. Entre otras dificultades podemos espigar: devastación de tierras, destrucción de olivares y viñedos, revueltas en las ciudades aliadas, que abandonan a Atenas, desaparición del phóros —tributo de la Liga Ático-Délica que pagaban las ciudades confederadas—, demolición de los Muros Largos que conectaban con El Pireo, desintegración de la flota que había asegurado el dominio de los mares... Todo ello había provocado el desinterés de los ciudadanos por la política y su negativa firme a contribuir a los gastos de la guerra. A mediados del siglo IV a. C. Atenas se encuentra en la situación de decadencia magistralmente descrita por Isócrates en el Aeropagítico. Ya no parece posible la Atenas del Panegírico.

A ese enjambre de dificultades se enfrenta Demóstenes, intentando hacer retoñar las glorias del pasado, pero sometiendo sus anhelos a un cauteloso realismo. Sigue en esto el ejemplo de eminentes estadistas de la Segunda Liga Marítima, en especial Calístrato de Afidnas. Estudió a fondo la obra de Tucídides para inspirarse y hacerse con la esencia del glorioso pasado patrio. Políticamente debuta en el partido conservador de Eubulo, "insigne hacendista, defensor a ultranza de una política fundamentalmente atenta a los asuntos económicos y financieros del estado". Pero en 352 a.C. pasa a una fase más activa, desvinculándose de Eubulo, a quien considera excesivamente prudente y atento sólo a los asuntos internos. Se inicia así en la línea política seguida anteriormente por Calístrato, caracterizada por el principio del equilibrio de fuerzas, como se refleja en su discurso En defensa de los Megalopolitas. A pesar de no haber sido atendida su propuesta, el desarrollo posterior de los hechos confirmó el acierto de su análisis.

Haciendo un rápido recorrido por el Corpus Demosthenium, nos encontramos después con el discurso Por la libertad de los rodios, donde se enfrenta otra vez a la opinión preponderante y a la política pacifista de Eubulo; allí ya da a entender que el verdadero peligro para Atenas es Filipo II de Macedonia y no el Gran Rey de Persia. Los acontecimientos posteriores volvieron a darle la razón. Con los cuatro discursos Contra Filipo y los tres Olintíacos —conocidos tradicionalmente como Filípicas y Olintíacas— Demóstenes pretende transformar la voluntad de su pueblo ante la nueva situación, educándolo en el discernimiento. Los atenienses se niegan a aceptar los sacrificios que pide el orador peanieo, pero éste, una vez más, acierta: en el año 348 a.C. cae Olinto y son destruidas todas las ciudades de la Confederación Olintíaca. Paradójicamente, él y su enemigo Esquines son nombrados para la embajada que negociará la paz en la corte de Filipo; se conseguirá en el 346: la "Paz de Filócrates". En su discurso Sobre la paz —a diferencia de Isócrates en su Filipo— está convencido de que es inevitable el conflicto definitivo con el macedonio, pero busca la opción posible más realista y oportuna.

Hay personas cuyo sino es oponerse a otras. Es el caso de Esquines, el gran rival de Demóstenes. Constituye un interesante modelo de temprano pragmatismo político. Considera utópico y fuera de tiempo (anacrónica) la pretensión de Demóstenes de mantener la hegemonía de Atenas. Hay que adaptarse a los tiempos, y a la evolución de las ciudades-estado. Funda una nueva praxis política.

En el Segundo discurso contra Filipo, Demóstenes hace ver que, una vez más, los hechos han dado la razón a sus advertencias, y arremete contra Esquines, presentándolo como culpable de tantos fracasos en la política exterior de Atenas y de las desafortunadas decisiones a las que condujo su influencia: un espíritu aparentemente moderado y sensato, imbuido de un pragmatismo escéptico con los grandes ideales, pero a la postre gravemente imprudente, por no saber discernir el significado más profundo de los hechos. Esquines es procesado, aunque absuelto por una mínima diferencia de votos. No así Filócrates. Ambos procesos son consecuencia del discurso demosténico Sobre la embajada fraudulenta, y la eficaz acción de Hipérides.

El vibrante patriotismo panhelenista de sus discursos posteriores es, en marcada diferencia con el panhelenismo de Isócrates, de un fuerte acento antimacedónico. A partir del año 342 a.C. su elocuencia recorre las ciudades griegas ganando aliados para su causa. En la Cuarta Filípica incluso insinúa que Persia podría entrar en la alianza. Se unen Argos, Acaya, Arcadia, Corinto, Mesenia, e incluso Tebas, a la alianza contra el Macedonio capitaneada por Atenas. La estrategia del equilibrio de fuerzas aún está vigente, pero cuando aprovechando un resquicio que le brinda el Consejo Anfictiónico —por una desacertada intervención de Esquines— Filipo cae sobre Elatea en Beocia, el gran orador ateniense acepta que ha llegado el momento en que tienen que decidir las armas. Ya estamos en la celebérrima batalla de Queronea (338 a.C.) —cuna y morada de Plutarco— sepultura de la autonomía de las ciudades griegas.

Ocho años después de esa decisiva batalla, en el año 330 a.C., se pronuncia el discurso que es obra maestra de la oratoria de todos los tiempos: Sobre la corona. La ocasión es defender a Ctesifonte de la acusación de Esquines, quien acusa de ilegal la propuesta de aquél, consistente en conceder una corona de oro a Demóstenes en premio a sus servicios públicos. La enemistad irreconciliable entre los dos grandes oradores opera como fuerte estímulo interno en esta pieza magistral. Pasados 24 siglos, podemos seguir fijándonos en su estrategia conceptual y verbal para aprender retórica política. En su momento, ya había advertido Libanio en sus Argumentos:

"Pero el orador no sólo comenzó por la cuestión de su gestión de los asuntos públicos, sino que, además, volviendo a ella acabó su discurso, obrando así de acuerdo con las reglas del arte: pues hay que comenzar con los más fuertes argumentos y terminar en ellos (...). A esta última ley, la tercera, que resultaba útil, asiéndose el orador como a un ancla, derribó al adversario, valiéndose para ello de un procedimiento habilísimo y tremendo para su acusador: pues por ahí pudo hacer presa en su enemigo y abatirlo. Porque las otras dos leyes (...) desechándolas, las arrojó a la parte central del discurso, maniobrando así como astuto general al haber empujado a los cobardes al centro; y, en cambio, emplea su argumento más fuerte en los extremos, fortificando por uno y otro lado los puntos débiles de las demás partes".

La argumentación académica suele proceder de lo más a lo menos universal, apoyando las razones posteriores, o derivadas, en las anteriores que les sirven de sustento. Se intenta ir pasando de lo más simple a lo complejo. De este modo, se comprende mejor la progresión del razonamiento y éste va ganando fuerza en su desarrollo. Pero a la hora de pasar al debate político —donde se trata de convencer también a través de efectos emotivos— es útil estar atento a no dejarse influir demasiado por ese método de origen académico —menos brillante y efectista— y saber usar los recursos propios del arte retórico, como podemos aprender en Demóstenes.

La inesperada muerte de Alejandro en Babilonia, durante el año 323 a.C., hace renacer la esperanza de libertad en las ciudades griegas. Demóstenes e Hipérides trabajan en la organización de una liga de resistencia. Después de unos prometedores inicios bélicos en la llamada "Guerra Lamíaca", el general de las huestes macedónicas, Antípatro, derrota en Tesalia a la alianza griega. Antípatro no solamente establece una guarnición en Muniquia y reforma la constitución ateniense, sino que también ordena la entrega de algunos selectos políticos antimacedonios, entre los que están Hipérides y nuestro orador. Éste huye, se acoge al sacro asilo del templo de Posidón en Calauria, pequeña isla en la costa de la Argólide, cercana a Trecén —patria de Teseo—, pero cercado por sus perseguidores —comandados por el actor Arquias— se suicida ingiriendo veneno, para no caer en manos de Antípatro. Estamos en el 322 a.C., año en que mueren Demóstenes, Hipérides, Aristóteles y la independencia de Atenas.

CUANDO UN FRACASO TERMINA TRIUNFANDO

Demóstenes es también el canto de cisne de la democracia griega. Se cierra un tiempo dorado a los ojos helénicos para siempre, y al que vuelven continuamente la mirada los nostálgicos de una democracia que aparece como paradigma político universal.

La vida de Demóstenes nos muestra que autores y actores políticos tan preparados y brillantes, alcanzaron en la práctica magros resultados. Pueden ser un símbolo de ello, los escasos nueve años que dura la primacía tebana a pesar de la inmensa estatura de Epaminondas, o las poco más de tres décadas de prevalencia efectiva de Esparta, a pesar de haber sido preparada durante siglos de férrea educación y disciplina. Ese balance que puede ser entendido como negativo, nos permite justipreciar la acción de otros factores que intervienen, además de los buenos o malos políticos y la formación recibida. Influyen también el resto de los ciudadanos —muchas veces para mal—, influyen las otras ciudades, los demás países (Persia, Macedonia...), influyen las cambiantes circunstancias materiales y económicas, las catástrofes naturales (que para ellos eran, además, la voluntad de los dioses...), y un largo etcétera.

Pero el "fracaso" de una buena voluntad política, sirve para ampliar el conocimiento de las variables que intervienen en lo político-social y, en cualquier caso, no pueden inhibir de que cada uno intente hacer todo lo que se puede hacer. Es el camino que tomaron estos grandes hombres. No podemos olvidar —como bien recuerda Leo Strauss en su clásico ¿Qué es filosofía política?— que la mejor filosofía política tiene la característica de intentar ser perfectiva. Está en su esencia, y todo lo que lleve a la posibilidad de perfeccionar, de mejorar, le interesa. Demóstenes no intentó perfeccionar la política de su tiempo con la educación —como lo procuraron Platón e Isócrates— pero sí lo intentó con su propia dedicación, y con un temple, generosidad y derroche de talento admirables. Además, estos autores aparentemente fracasados en el corto plazo de las realizaciones políticas concretas, han servido de inspiración perenne y universal en el largo aliento del pensamiento filosófico-político. Existen otros modos de dominar, más allá del sometimiento militar y de la imposición de la propia potestad en lo institucional. A veces las circunstancias han impedido que los mejores empeños produjeran frutos adecuados, pero como en el caso de la Atenas de Demóstenes, un fracaso puntual devino en un triunfo perenne: las conquistas del macedonio Alejandro dieron comienzo al nuevo fenómeno del helenismo, extendiendo hacia horizontes inusitados la cultura y el pensamiento de las antiguas ciudades-estado de la Hélade. Y así se inició una forma de dominación en lo intelectual, y en lo cultural, que dura hasta nuestros días.

No han faltado en nuestras naciones suramericanas personas muy capaces, y también instituciones, que han puesto todo su empeño con total rectitud para ayudar a mejorar una sociedad que sabemos enferma de dolencias muy graves. Esa capacidad, ese esfuerzo y esa generosidad pueden desembocar en frustración y desaliento si se hace un frío balance de los resultados obtenidos. Pero quizás los frutos no haya que ir a buscarlos en el terreno de las realizaciones político-económicas, o político-sociales, lo que por cierto sería muy deseable y estaba en las expectativas iniciales, sino en capas más profundas que producen resultados a largo plazo o en contextos distintos e inesperados. Una vez más la diferencia entre un mero político y un verdadero estadista está en que aquél mira a las próximas elecciones y éste hacia las próximas generaciones.

La prédica, la enseñanza y el intento de conformar un sustrato de pensamiento filosófico-político latinoamericanista, como encontramos en Leopoldo Zea, o una unión de naciones apoyada no sólo en la pertenencia física a un continente sino también en la posesión de un patrimonio cultural y religioso común, como soñó Methol Ferré, no puede ser evaluada en el corto plazo ni en el mero plano de las realizaciones concretas. Hay corrientes de aguas subterráneas que son tan reales como las que fluyen a la luz del sol, y de repente un día se vuelven determinantes.

RICARDO ROVIRA REICH, Pamplona 25 de mayo de 2011

2 comentarios:

Lautremont dijo...

Estimado Ricardo Rovira: He enviado su artículo en homenaje a Methol, a unos cuantos amigos metholianos de ley,(entre ellos su hijo Marcos Methol) que seguro lo recibirán con gran satisfacción. Con ellos estamos conformando una asociación que llevará el nombre de nuestro maestro. Comparto todos las ideas que expresa en el artículo. La única crítica que se le pudiera hacer es que en el tìtulo utiliza el término "panamericanismo" que en su evolución histórica se ha transformado en la unión pensada bajo la égida de los Estados Unidos. Methol distinguía, junto a otros intelectuales amigos de él como Ardao o Real de Azúa las diferencias entre el panamericanismo, el hispanoamericanismo y el latinoamerianismo. Creo que en el contexto de su artículo, pensado desde el helenismo, no es incorrecto usar la palabra griega "pan" para significar la unión de lo que debería estar unido, más allá que pudiera generar algún escozor entre los nacionalistas latinoamericanos. Le felicito por su excelente artículo, digno y sentido homenaje al maestro Alberto Methol Ferré. Un abrazo.

Álvaro Fernández dijo...

Compartimos la opinión de Lautremont. El artículo es excelente, pues entre otras cosas, nos abre una gran puerta hacia la esperanza. Nos confirmarnos una vez más, que no es cierto aquello de que "muerto el perro se acabó la rabia". Naturalmente, esta "supervivencia" de ciertas ideologías y filosofías más allá de sus “progenitores”, se da tanto en las de signo positivo como en las de signo negativo. No es posible pasar por alto, por ejemplo, la actualidad que tiene el pensamiento de Gramsci en muchas partes del mundo. Sin embargo, este artículo nos recuerda que si no bajamos los brazos y seguimos defendiendo y proponiendo ciertas ideas y modelos, algún día podrán instalarse en el mundo formas de gobierno y de asociación entre naciones adecuadas a la realidad de la persona y de las sociedades humanas que las personas de determinada cultura conforman.
En cuanto a las formas de denominar estas tierras de la América del Sur, pensamos que la mejor, quizá, es "Iberoamérica". Este término resalta el origen peninsular de nuestra cultura, incluso más que el término "Hispanoamérica", que dejaría fuera al Brasil y su origen portugués.