miércoles, 23 de febrero de 2011

REFLEXIÓN SOBRE "LOS AVATARES DE LA DEMOCRACIA", DE PETER KOPA

Desde nuestro punto de vista, para intentar dar una respuesta a los desafíos que presentan las democracias modernas, es necesario ante todo, acotar el tema. Como bien dice el Dr. Kopa, “la democracia es una técnica destinada a elegir y construir el gobierno de un estado, como expresión y organización jurídica de un agrupamiento nacional”. Ahora bien, si la democracia es una “técnica”, un “método”, un “sistema” para elegir gobierno, no podemos identificar democracia con “gobierno”. Estar desconforme con un gobierno, no significa por tanto, estar desconforme con la democracia.
Es más: estar desconforme con los abusos que se hacen del método o técnica para elegir gobierno -o para legislar-, no implica estar desconforme con el sistema en sí o con la filosofía que está detrás de la técnica. Incluso me atrevería a decir con Churchill que la democracia es “un sistema de gobierno malo y cruel…, pero no conozco otro mejor”: un juicio sobre la democracia, no se debería agotar en sí mismo, sino que se debería partir de una comparación con otros sistemas de gobieno alternativos… A mi no me cabe duda que la democracia siempre saldría ganando (siempre y cuando se tengan en cuenta algunos factores que comento más adelante)…

¿Cuál es el problema central de las democracias modernas? Bueno, si es un instrumento, una técnica, no se si es posible achacarle ciertas culpas: un cuchillo no es bueno o malo en sí, sino que depende de quien lo usa, cómo lo usa, con qué fin lo usa… Queda claro entonces que para mí, el problema de las democracias es que la técnica se usa mal. Se olvida con mucha frecuencia lo establecido en las Constituciones de las naciones. Se decide por mayoría no sólo lo que es legítimo decidir de ese modo (por ejemplo, si los vehículos deben circular por la izquierda o la derecha), sino también lo que es ilegítimo y a menudo prohibido por Constituciones de filiación iusnaturalista: por ejemplo, el cercenamiento de ciertos Derechos Humanos fundamentales, al tiempo que se imponen pseudo “derechos humanos” que más que derechos, parecen “izquierdos humanos”...

Es cierto que la falta de conocimiento entre votantes y elegidos puede ser un problema en algunos países… Yo vivo en un país muy pequeño en el que todos nos conocemos (somos apenas tres millones de habitantes), y los problemas –a menor escala- son más o menos los mismos que en los países grandes. Aquí podríamos conocer mucho mejor a los políticos, si quisiéramos. Las condiciones están dadas para ello, ya que la inmensa mayoría de los gobernantes y legisladores anda por la calle como cualquier hijo de vecino, sin guardaespaldas, ni armas, ni autos blindados. Pero aquí interviene otro factor que no deberíamos menospreciar: el principal canal de conocimiento de los políticos no es el personal, sino el mediático. No sólo las campañas electorales influyen en el conocimiento (o desconocimiento) de la verdadera personalidad, las verdaderas intenciones y los verdaderos programas del político A, B o C: lo que más influye –quizá por la falta de tiempo de votantes y candidatos-, es la imagen que desde los más variados medios de comunicación –incluido Internet- se da de determinados políticos. Quienes están en el gobierno, gozan de propaganda gratis durante el período que les toca dirigir los destinos del país, pues son quienes deciden sobre la adjudicación de la publicidad oficial. Quienes están en la oposición, se quedan con las migajas que los medios les quieran dar… El conocimiento “asimétrico” de las opciones que tiene el elector, es entonces un problema. Pero esto no es lo peor, porque aquí el votante, o no tiene culpa, o la tiene muy disminuida. Lo grave es cuando un partido político propone en su programa de gobierno la legalización del aborto, y es votado por ciudadanos que están en contra de tal práctica… ¿Cómo lo explican? “Bueno, pero no es lo único que proponen -dicen-: ¡hay que mirar el árbol, no la hoja!”…

No me queda muy claro si Peter Kopa entiende que se debería exigir un título profesional de capacitación política a los políticos o... a los electores. En cualquier caso, los que mandan son estos últimos... Si el político es inteligente –aunque no sea culto o profesional en alguna disciplina-, sabrá rodearse de personas que saben más que él de una variedad de temas. En el mundo moderno, por culto y capaz que sea el político, es absolutamente incapaz de abarcar y captar toda la realidad sin asesores específicos sobre cada tema. El problema por tanto, está en los electores, que deben decidir solos y en base a conocimientos generalmente insuficientes. En los países donde no se ha llegado a erradicar el analfabetismo, o en los países como el mío -otrora descollantes por su excelente nivel cultural- donde año a año vamos retrocediendo en los resultados de las pruebas PISA- esto parece inviable. Pero ese no es el único problema… ¿Quién da ese título profesional de capacitación política? ¿Quién lo avala? ¿El órgano estatal que controla la educación y que por tanto depende del gobierno? ¿Los partidos políticos? ¿Cómo lograr que el contenido de dicho curso no esté influenciado por una u otra ideología? ¿Cómo lograr que los docentes no arrimen -leve y sutilmente- agua para sus respectivos molinos? No es tan fácil como parece resolver este problema. Yo por lo menos, no estaría para nada de acuerdo con implementar cursos de capacitación política en un país donde el gobierno es marxista. Y es natural que los marxistas no estén de acuerdo en hacerlo en un país donde el gobierno está en las antípodas del marxismo…

He tenido la oportunidad de conocer a muchos políticos, y si bien tienen cierto ego y su objetivo principal es ser reelectos cuantas veces sea posible, en principio no son corruptos. Al menos los que yo conozco, no son “ladrones de cuello blanco”, como a veces se les llama. Lo que ocurre –y supongo que esto sucede en muchas otras partes-, es que las campañas electorales cuestan muchísimo dinero, que como es lógico, de algún lado tiene que salir . La mayoría de los “financistas” de campaña, son empresarios que, como es lógico, tienen intereses comerciales, amigos, influencias... Y por lo general, los políticos quedan debiendo favores ($) a estas personas que contribuyeron a llevarlos al lugar donde están. Algunos reclaman estos favores, otros no. Y ante los reclamos, algunos políticos se plantan y defienden su autonomía… y otros, por debilidad ceden. Ese es otro de los problemas de la democracia: el financiamiento de las campañas electorales. Y por eso estoy de acuerdo con Churchill: las personas bien situadas económicamente, si bien podrían beneficiarse a sí mismas desde la política, por lo general, no terminarían sus campañas debiendo favores a nadie más que a ellos mismos…

Es muy cierto que el aparato burocrático de cualquier nación democrática es excesivo –en parte porque los favores políticos cuando no se pagan con dinero, se pagan con “cargos”, que es la moneda de cambio de muchos políticos…-. Pero estos problemas, seguramente fueron y son peores en Estados totalitarios como la Unión Soviética o como Cuba, en los sistemas monarquicos, etc. En síntesis, no me parece que la burocracia sea un problema típico de la democracia, sino que más bien es un problema de falta de democracia, de corrupción de la democracia, o de conversión de la democracia en un totalitarismo solapado, donde para preservar el poder, cada gobernante hace ingresar al Estado ingentes masas de votantes suyos. Pero esto no es sólo un problema del gobierno. Esto es ante todo, un problema -y un error- de los propios ciudadanos. Incluso de los que cuestionan la burocracia… pero aceptan un cargo por “amiguismo” político…

Estoy de acuerdo con Peter Kopa cuando dice que hay un gran descontento general. A mi modo de ver, ese descontento es tan directamente proporcional a la incidencia de los medios de comunicación a los hogares de los ciudadanos, como a la secularización, que impide tener una visión trascendente del mundo y de la propia realidad. El descontento general, además, no es la suma de los descontentos individuales, sino más bien su multiplicación. Uno no sólo se indigna por los pesares de su vida, sino por los que sufren sus amigos, parientes, y personas desconocidas cuyas terribles historias se cuentan en los medios. En definitiva, una gran “manija” que los unos nos damos a los otros y que potencia el “estado de bajón”…

Por eso desde hace tiempo pienso que la prensa no es el cuarto poder, sino quizá el primero: es la prensa quien le dice al ciudadano “cual es la realidad”, “qué tiene que pensar”… (“¿cómo no va a ser verdad si yo lo vio en la tele”?). El ciudadano opina entonces de acuerdo a la “realidad” que le pintan los medios –medios que como dijimos, generalmente son favorables al Estado que pone en diarios, radios y TV abundante y jugosa propaganda de sus empresas públicas, a veces monopólicas…-. Luego, el ciudadano –cuando tenemos la suerte de que encontrar ciudadanos “participativos”!- presiona a los políticos, para que voten lo que los medios dicen que es mejor… Por ejemplo, si los medios convencen a la población de que la pena de muerte es buena, los ciudadanos presionarán para que se legalice, y probablemente muchos políticos la terminarán votando sin estar de acuerdo, por temor a ponerse a la población en contra, perder votos y no ser reelectos…

En cuanto a arriesgar la vida por la Patria… hace tiempo que ese sentimiento dejó de ser generalizado. Quizá aún perviva el sentimiento de Patria en los sectores rurales de muchas naciones del mundo… En las ciudades es raro encontrarlo. Así ha sido siempre, por lo menos en mi país. Tanto, que un poeta escribó: “(el gobierno) sabe que cuando hay topada / no es pareja la pelea / de los que van por un sueldo / y los que van por ideas.”

¿Motivar al ciudadano para que participe en política? Puede ser, pero en este mundo materialista una de las cosas que más motiva a la gente es el dinero, y para hacer política bien hecha, hay que poner más dinero del que se saca... Sabemos que hay otros factores como la realización personal y la trascendencia que motivan a las personas, pero no es la situación más corriente en ciertos ambientes. Otros, empiezan a participar en política defendiendo una idea, y terminan más preocupados por el cargo y el sueldo público que por defender aquella idea... Los idealistas existen, pero son pocos. La mayoría son jóvenes, muchos de los cuales, al poco tiempo se desilusionan. Algunos de los que empezamos de jóvenes, volvemos de adultos a la política, aunque más no sea porque el lugar que nosotros dejemos vacío, puede llegar a ocuparlo alguien con ideas equivocadas sobre el hombre y la sociedad…

No todo el mundo es egoísta. En todas las sociedades, hay personas muy buenas y generosas que no participan en política por el tremendo esfuerzo que ello conlleva: quien trabaja en política, normalmente tiene actos y reuniones por la noche, con lo cual es necesario sacrificar el poco tiempo destinado al descanso y a la familia, para dedicarlo a una actividad que si se hace honestamente, es muy poco remunerativa en términos económicos, por lo menos mientras se ejerce. Estoy plenamente de acuerdo con Peter Kopa en que la ausencia de liderazgos es uno de los principales factores que impide que esta buena gente de movilice: quizá, si encontraran caudillos creíbles, que arrastren y empujen con su palabra y con su ejemplo, harían el sacrificio que la patria exige. Al no encontrarlos, dejan que todo siga como está y terminan votando al menos malo…

En cuanto al umbral de excitabilidad de los pueblos, bueno, pienso que mi pueblo –que es el que conozco- lo tiene demasiado alto…: la experiencia me dice que es muy difícil alcanzarlo. Entre otras cosas, porque hay quienes se ocuparon de ir tirando barreras -sin prisa pero sin pausa-, y hoy la sensibilidad popular está tan encallecida que nada o casi nada es capaz de provocar una reacción. Es la denominada “desconstrucción de la sociedad” propuesta por Gramsci. Cuando los principios de bien y de verdad se echan al fondo del tarro y se proclaman a los cuatro vientos la tolerancia y el pluralismo como los principios rectores de la convivencia social, es casi imposible lograr que el pueblo despierte. A no confudir: estamos a favor de la tolerancia, pero bien entendida, y en su justo lugar: tolerar es soportar lo que está mal para evitar un mal mayor; pero no es, de ninguna manera, aceptar como buenas y en pie de igualdad, todas las ideas. Tampoco es el fundamento de la convivencia. Lo mismo ocurre con el pluralismo: todos tienen derecho a decir y defender lo que en conciencia piensan, pero hay cosas que están bien y cosas que están mal, cosas que son verdad y cosas que se apartan de ella. No todo es lo mismo, ni todo da lo mismo.

¿Qué podemos hacer nosotros, cada uno, para mejorar la situación en la que nos encontraos, y en la que se encuentra la Democracia? Ya lo dije arriba: ocupar el lugar que, si nosotros no estuviéramos, ocuparía otro que quizá no tenga ideas muy claras sobre el hombre y la sociedad… Si quienes tenemos una cierta formación en este campo, nos comprometemos a hacer algo, ya es un paso importante. Imaginemos que ocurriría si los que se comprometieran fueran decenas, cientos, miles, millones… Cambiaríamos el mundo en un santiamén. ¡Y por medios democráticos!

Para “despertar”, para comprometerse en la actividad de la polis, para incidir en la toma de decisiones de la sociedad, no es necesario profesar una religión específica, ni adherir a una ideología determinada, ni tener una profunda formación política: a mi juicio basta, para hacer las cosas bien, tener un cierto sentido de trascendencia, un mínimo de sentido común, y respetar la ley natural. Ley natural que muchos dejan de lado, a pesar de estar reflejada y consagrada en muchos casos, en la primera ley humana de las naciones: la Constitución. Ley natural que está grabada a fuego en el corazón del hombre, pero que también tiene profundas raíces metafísicas: no por casualidad el Papa Juan Pablo II dijo en una ocasión que “el fracaso de la antropología se debe al olvido de la metafísica”… ¿A qué se debe el fracaso de las sociedades actuales? Puede que a ciertas fallas del sistema democrático, que las tiene… Pero sobre todo, a la falta de una recta comprensión de qué es el hombre. y de una fundamentación metafísica sólida que sustente dicha antropología.

Por eso, sólo en la medida en que las democracias se funden sobre constituciones que reflejen y defiendan la ley natural, será posible construir naciones sólidas con pueblos felices. Si se opta por dejar de lado la ley natural y las constituciones que la reconocen como fundamento del orden social, el resultado será el opuesto: la decadencia, de la que día a día estamos siendo testigos. El libre juego de las mayorías, es el método más eficaz y más humano para decidir la inmensa mayoría de los problemas de los ciudadanos de un país. Pero es necesario tener presente que no todo se puede someter al libre juego de las mayorías. Los Derechos Humanos fundamentales no se pueden someter a plebiscito: sólo se pueden reconocer, porque son anteriores al Estado. Y no hay gobierno ni Parlamento que pueda derogarlos. El día que los ciudadanos del mundo entero comprendamos esto, quizá empiece a funcionar mejor la Democracias, que como todo, no es buena o mala “per se”, sino que depende de quienes las manejan…

Para terminar, una reflexión de Perogrullo, pero que a veces puede venir bien: los hombres somos libres de pensar y de hacer lo que queramos con nuestras vidas, dentro de un determinado contexto. Podemos cambiar hasta cierto punto, y más o menos radicalmente, nuestras circunstancias. Podemos incidir en nuestro entorno. Por tanto, nos comprometamos o no a trabajar en política, debemos desterrar de una vez por todas el determinismo que lleva a muchos a pensar que nada puede cambiar y que no es posible hacer nada. Podemos hacer mucho. De hecho, las cosas no ocurren porque sí: hoy hay personas que están incidiendo en nuestra realidad política. ¿Por qué nosotros no?

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