miércoles, 5 de enero de 2011

ALGUNOS COMENTARIOS SOBRE EL ARTÍCULO DE SEBASTIÁN GARCÍA DÍAZ, “HACIA DONDE VA EL MUNDO”


El análisis de Sebastián, se inicia con el derrumbe del comunismo. A nuestro juicio, este hecho fue, en parte, una ilusión óptica. Ciertamente, cayó el marxismo como régimen militar y económico en buena parte de aquellos lugares donde gobernaba, pero subsistió el gramscismo, la revolución cultural que pretende cambiar la concepción clásica del hombre, por otra que es su antítesis, y que parte del desconocimiento radical y absoluto de la naturaleza humana. La estrategia gramscista está siendo hoy aplicada por grupos de diversa naturaleza: capitalistas, feministas, comunicadores, etc. Y consiste nada más ni nada menos, que en desconstruir -destruir- una cultura, para sustituirla por otra.

El rol de la ONU ha sido en este sentido, preponderante. Se la ha utilizado sistemáticamente para promover desde ella, una cultura negadora de la naturaleza humana; lo cual, lejos de llevar a una “convivencia pacífica” en un mundo multipolar (donde no todos los “polos” tienen la misma “carga”) tiende a dificultarla. Parecería que las sucesivas “generaciones” de “derechos humanos”, en lugar de simplificar la convivencia, la complican más y más, al punto que algunos nos preguntamos si de lo que se trata es de promover “derechos humanos”, “izquierdos humanos” –como dice un senador de mi país- o aún “caprichos humanos”.  

Durante la Guerra Fría, de un lado y del otro habían al menos ciertas certezas: el enemigo contra el que había que luchar, era más o menos conocido y fácilmente identificable. Uno de los problemas que trajo consigo la caída del Muro de Berlín, fue que al desaparecer “el enemigo” por antonomasia, se hizo más difícil saber contra qué, o para qué se peleaba… Fidel Castro siempre supo contra que luchaba y Kennedy, cuando descubrió los misiles rusos en Cuba, también. Bush (padre) tenía claro que su enemigo era Husseim; pero Bush (hijo), nunca encontró ni a Bin Laden ni a las famosas armas químicas…

El atentado a las Torres Gemelas cumplió –al menos por un tiempo- con la necesidad de encontrar un enemigo contra el qué luchar, un “por qué” para impulsar determinadas medidas. El problema es que el “enemigo” fue y es aún hoy prácticamente invisible y difícilmente identificable.

Sí son fácilmente identificables para quienes vivimos en Iberoamérica, algunos enemigos que siempre están y que no hemos logrado derrotar pese a lo escandaloso de la situación: la pobreza y la ignorancia. Problemas que nos chocan tanto como le chocaron al “Che” Guevara en los años ´50; sólo que ahora nos hemos acostumbrado –estamos como “anestesiados” por el hábito-, y en el “menú” ya no figuran como soluciones posibles algunas “recetas” que se ensayaron en los 50 y los 60.

El problema del desarrollo de los sectores marginados, es amplísimo, pero quizá hayan dos pistas básicas para entender el contexto en que nos movemos: de un lado, están quienes desde los gobiernos y los organismos internacionales, toman decisiones, invierten recursos, etc. En muchas ocasiones, lo hacen por interés político y a veces sin mayor sustento técnico. En lugar de adaptar, se copian modelos que se presumen “universales” y que –como dijimos al principio- muchas veces desconocen la naturaleza humana. Del otro lado, es posible encontrar en todo el mundo, una gran diversidad de iniciativas y experiencias exitosas de organizaciones sin fines de lucro, que por prejuicios, por problemas ideológicos o religiosos, no son valoradas en su justa medida ni tomadas como modelo base para adaptaras a otras situaciones. La conclusión termina siendo que los “irrecuperables”, no son tanto los marginales, sino más bien quienes implementan políticas de desarrollo equivocadas por tozudez, ignorancia, interés político, dinero, etc.

A nadie se le esconde que la pobreza y la ignorancia, son causa y consecuencia de otros problemas también gravísimos: las drogas, la violencia, la inseguridad, el delito. Pero todos estos problemas suelen tener una causa aún más profunda: la ruptura familiar. Lo preocupante es que no parece haber mucha conciencia sobre el origen del problema. Y aunque la haya, no es políticamente correcto decir, en estos tiempos de “divorcio express”, que el origen de muchos males está en la disolución de la célula básica de la sociedad. Quizá por eso no se aplican las políticas adecuadas para revertir tal situación. En materia demográfica, se ha llegado a reconocer que los problemas que hoy tenemos son consecuencia de la implementación de ciertos programas de “salud sexual y reproductiva”. Pero a nadie se le ocurre decir que hay que eliminar tales programas, que se siguen promoviendo incluso por parte de quienes reconocen sus consecuencias… Ejemplo claro de que a muchos, por su pensamiento “dialéctico” –ilógico, irracional- les da lo mismo una cosa que su contraria. Esta falta de coherencia junto a una “tolerancia” llevada a los límites de tolerar lo que se opone a la recta razón, es una de las señales de alerta que debemos tener presentes.

Ligadas a estas tendencias se encuentran otras actitudes muy metidas en la conciencia del hombre moderno, que sirven para explicar en parte, por qué nuestra generación se perdió la oportunidad de hacer lo que hay que hacer, de ser protagonista de su destino: me refiero al individualismo exacerbado que floreció en la maceta del liberalismo extremo posterior a la aparente caída del marxismo, y a la pérdida del sentido de trascendencia que viene padeciendo el mundo desde hace décadas… Cuando empezó a ser “grave” este fenómeno –la secularización-, no me atrevo a decirlo. Lo que sí parece claro es que el “cóctel molotov” de la cultura posmoderna se compone de individualismo y materialismo. No deja de ser curioso comprobar una vez más, cómo los extremos tienden a unirse…

En cuanto al problema de la consolidación de las democracias republicanas, lo que se observa desde hace ya varios años, es que hoy en día, las multinacionales inciden cada vez más en las economías de los países; a veces inciden más que los propios gobiernos. No parece estar lejano el día en que las multinacionales manden más que los gobiernos… En mi país, por ejemplo, se aprobó una ley que obliga a los productores agropecuarios que operan bajo la forma de sociedades anónimas, a emitir acciones nominativas, porque los gobernantes quiere saber a quien pertenece la tierra. Pero hete aquí que el gobierno se reserva el derecho de autorizar la emisión de acciones al portador en ciertos casos. El resultado es que los uruguayos propietarios de tierras, terminan emitiendo acciones nominativas, y las mulitinacionales que compran tierras para forestar, hacer agricultura o criar ganado, emiten acciones al portador sin ningún tipo de trabas. Con lo cual, se sabe quienes son los uruguayos que manejan las sociedades anónimas agropecuarias, pero no quienes son los extranjeros que lo hacen. Y esto, en el marco de gobiernos que cuando eran oposición, siempre mantuvieron posturas radicalmente contrarias a la extranjerización de la tierra.

Por eso encuentro difícil que alguna vez puedan los ciudadanos comunes intervenir individualmente en la toma de decisiones a nivel central. Si es posible, sin embargo, incidir en la implementación de políticas puntuales mediante las tradicionales movilizaciones y protestas (barriales, sindicales, gremiales, etc.), o mediante las más modernas redes sociales, que han incidido decisivamente en la elección de más de un presidente, en la convocatoria a diversos actos y/o mitines de presión, etc.

Para terminar, un pensamiento positivo que me ronda en la cabeza hace años… Todo este asunto del relativismo y de los problemas demográficos, económicos y bioéticos que de él se derivan, ¿no serán una buena oportunidad para estrechar lazos entre católicos, protestantes de las más variadas denominaciones, judíos, musulmanes y agnósticos de recta conciencia? ¿No es cierto acaso que desde las más diversas religiones se alzan voces contra muchos de estos atropellos a la naturaleza humana? ¿Es casualidad que la Santa Sede haya votado junto a los musulmanes en la ONU en más de una ocasión cuando se tratan estos temas? Si el relativismo y el paganismo van en decadencia, ¿no hay acaso un futuro esperanzador –una oportunidad- para quienes creen en alguna religión? ¿No será posible que dentro de 50 o 100 años los cristianos volvamos a estar unidos gracias a la lucha contra el relativismo que hoy debemos librar? ¿No llegaremos a ser más comprensivos y cordiales con quienes perteneciendo a otras religiones nos ayudaron en esa lucha? De ninguna manera pienso que esto será fácil. Pero si no tuviéramos por delante grandes desafíos, la vida sería muy aburrida…  
Álvaro Fernández

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